El discípulo (2020), de Chaitanya Tamhane

Una de esas “joyas" de festivales, que el común de los mortales, entre los que se cuenta el firmante de estas líneas, difícilmente apreciará. Comenzando por el sencillo hecho de la trama discurre a través de parámetros culturales muy específicos, los de India y su música tradicional, no apta para todos los paladares. Confieso que en la escena en que una joven participa en un concurso llamado “Fama india”, cuando los jueces interrumpen su canción, y ella pregunta si lo ha hecho mal, y tras un titubeo le dicen que no, que ha sido genial, yo me sentí igual que esa joven, incapaz de apreciar si esa canción era hermosa, cansina, mediocre o qué.

La película escrita y dirigida por Chaitanya Tamhane –su libreto fue premiado en Venecia–, sigue los pasos de Sharad Nerulkar, un joven cantante indio de música clásica tradicional de ese país, que ha tratado de seguir los pasos de su célebre padre, pero sin demasiado reconocimiento, sus ragas no acaban de llegar. A pesar de que escucha con reverencia las enseñanzas grabadas en audio de una reconocida gurú, sobre las virtudes y esencias de esa música, y el modo casi místico de alcanzar las más altas cotas en ese arte, nada de nada. Y además tiene que compatibilizar su dedicación artística con el cuidado de su padre ya anciano, y con una vida sufriente e infeliz, donde resulta un triste consuelo el placer sexual en solitario.

El ritmo de la narración es parsimonioso, con largos planos de sesiones musicales o de yoga, o “espirituales” paseos nocturnos en moto con el protagonista escuchando las cintas de audio. Algunos flash-backs nos introducen en su infancia, con el padre tratando de inculcar al retoño su amor a la música, y la supuesta moraleja del desenlace deja bastante frío. En fin, quizá requiera una sensibilidad especial que se me escapa la degustación del film, que ha contado con el respaldo de Alfonso Cuarón.