El cazador de recompensas (2022), de Walter Hill

Al cazarrecompensas Max Borlund le encomiendan rescatar a Rachel, la esposa de Martin Kidd, secuestrada por Elijah Jones, un soldado de caballería negro. Ambos se han refugiado en México, y asiste en la misión a Max otro militar negro, el sargento Alonzo Joe, quien le desvela que en realidad Rachel se ha ido con el otro de buen grado. Max da con los dos fugitivos, pero desata las iras del cacique local Tiberio Vargas, quien intenta reclutar en sus filas a Joe Cribbens, un forajido recién salido de la cárcel tras cumplir condena, y que fue puesto entre rejas por Max.

El octogenario Walter Hill vuelve al tajo con el género que más alegrías le ha dado, el western, desde Forajidos de leyenda, de 1980, pasando por Geronimo, una leyenda, de 1996, y llegando en el siglo XXI a la serie Deadwood y a Los protectores. Lo hace con un guión escrito y dirigido por él, y dedica el film que a uno de sus referentes, Budd Boetticher, y es que en efecto, por trama y personajes, los papeles de Christoph Waltz y Willem Dafoe bien podrían haber sido interpretados por Randolph Scott o Glenn Ford.

No inventa la pólvora, ni lo pretende, sino que se ajusta a los elementos canónicos del género, con personajes guiados por su particular código del honor, donde se procura alguna forma de justicia, aunque sea envuelta violentamente por una ensalada de tiros. Waltz incorpora al antihéroe que en un momento dado es definido como “una caja de sorpresas”, no sólo le mueve el dólar; mientras que su némesis, un pistolero que asegura que nunca ha matado a alguien que no lo mereciera, lo interpreta Dafoe.

Alrededor hay una pléyade de personajes interesantes, aun los que más se ajustan al arquetipo, como sería el marido Hamish Linklater. Al igual que ocurría en el cine de John Ford, la variedad racial permite hablar de la igual dignidad de las personas sin discursos baratos, y en tal sentido resultan sólidos los personajes negros de Warren Burke y Brandon Scott, o los mexicanos, aunque de menor entidad, también están cuidados; o la mirada a la mujer, pues Rachel Brosnahan sabe componer una mujer fuerte y decidida, rebelde, pero no salida de otra época, encaja en el marco histórico de finales del siglo XIX.

La cinta está rodada con oficio y buen ritmo, con buenos pasajes de acción, en duelos y enfrentamientos de bandas; hay escenas mejor resueltas que otras –el encuentro en el saloon de Max y Joe, con la intervención de Rachel entre las primeras, el recuentro de los esposos entre las segundas–, pero el balance es positivo, con buena partitura musical de Xander Rodzinski, a ratos deudora de Morricone, y algunos planos vistosos, como la toma cenital de preparativos de una banda, seguramente captada con un dron.