Martínez de Pisón compone el gran mosaico de la posguerra española
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Martínez de Pisón compone el gran mosaico de la posguerra española

El escritor zaragozano, Premio Nacional de Narrativa con ‘La buena reputación’, retrata Madrid durante los primeros años del franquismo en ‘Castillos de fuego’

Martínez de Pisón compone el gran mosaico de la posguerra española

Ignacio Martínez de Pisón | Ivan Giménez-Seix Barral

A Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) lo han comparado con Pérez-Galdós, con el Cela de La Colmena o incluso con Philip Roth (versión española). Este último llegó a titular uno de sus libros La gran novela americana, a propósito de esa etiqueta que enmarca la indisimulada ambición de casi cualquier escritor estadounidense que se precie por intentar captar en una amplia y abarcadora ficción narrativa la esencia de su país… en cada época de su historia. En España, tal aspiración, así de claramente enunciada, recibiría todo tipo de mandobles desde la intelligentsia cultural, donde los símbolos nacionales siguen siendo tabú. Lo son, probablemente, por el trauma (alentado por quienes se aprovechan de él) de su apropiamiento por un régimen político que mantuvo casi cuatro décadas a nuestro país bajo una dictadura gris y absurda. Por eso cualquier atisbo de algo parecido a la gran novela española parece estancarse una y otra vez en el punto clave de la Guerra Civil, al que nuestros escritores han vuelto una y otra vez. Una versión castiza del mito de Sísifo cuyo hartazgo resumió en 2007 Isaac Rosa titulando uno de sus libros ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! 

Portada del libro

Aunque tuvo su ración de Guerra Civil (Enterrar a los muertos, Dientes de leche) Ignacio Martínez de Pisón realizó también esfuerzos muy interesantes con otras épocas, como la Transición (Derecho Natural, El tiempo de las mujeres). Le faltaba, sin embargo, un acercamiento más ambicioso, más total, a una época concreta de nuestra historia, un esfuerzo al estilo de los colosos americanos antes mencionados. Castillos de fuego cubre con creces ese hueco. Significativamente, el autor ha tenido que volver al kilómetro cero de nuestro trauma, la Guerra Civil, pero en su caso como punto de arranque. En más de 700 páginas de novela coral, describe una posguerra, poblada de personajes reales, como el falangista Dionisio Ridruejo o el comunista Heriberto Quiñones, y otros sólidamente inventados: desde académicos represaliados a costureras supervivientes, pasando por miembros del maquis o trepas del régimen que comenzaba a crear una realidad que aún nos pesa.

«La idea me venía rondando desde hacía años», explica Martínez de Pisón. «Me interesaba mucho ese mundo, el de la primerísima posguerra. Sólo faltaba decidir los límites geográficos y temporales: Madrid durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Cuando tuve claro eso, todo fue más fácil: sabía que tenía que retratar esa época con cierto afán de totalidad, así que sólo me faltaba elegir el plantel de personajes, entre los que me permitiría mezclar personajes reales y personajes de ficción…» En general, la crítica ha aplaudido la novela, celebrándola como la más ambiciosa de la carrera del autor. Él le quita hierro: «Seguramente lo dicen porque es la más larga. Para mí es una tesela más en ese mosaico de la España del siglo XX que vengo construyendo desde hace unos cuantos años».

Sin embargo, es consciente de la importancia del paso que ha dado en el sentido antes mencionado: un paso más allá de ese punto fatídico que empezaba a producir un cansino déjà vu colectivo. «Es posible que los lectores estén cansados de leer historias sobre la Guerra Civil. Pero sobre esos primeros años de la posguerra es imposible que hayan leído demasiados libros por la sencilla razón de que no hay muchos. Es una etapa muy poco conocida de la historia de España. En los viajes que he hecho para presentar la novela me he encontrado con muchos lectores que me expresaban su sorpresa por algunas de las cosas que cuento, que desconocían por completo. No sabían por ejemplo que durante unos años el saludo fascista fue obligatorio en todos los espectáculos públicos. Quizás esta novela haya llamado más la atención precisamente porque descubre cosas que formaban parte de la vida cotidiana de la gente pero que se habían olvidado».

Ignacio Martínez de Pisón | Ivan Giménez-Seix Barral

Y que pueden entrañar peligros en una sociedad hipersensibilizada para ciertos temas. «Remover heridas sobre esos años es poco probable porque los responsables de aquel clima de represión hace muchos años que murieron», sostiene Martínez de Pisón, que a continuación se hace la gran pregunta: «¿Puede ser que alguien quiera aprovechar para utilizar en su beneficio algunos episodios históricos que recuerdo en este libro? Puede ser, pero ese riesgo lo corremos siempre quienes hablamos sobre la historia de España. En todo caso, no creo que la derecha española esté a favor de reivindicar una España que fusilaba a sus adversarios políticos por el mero hecho de serlo».

La crítica ha elogiado, sobre todo, la recreación del Madrid de la época. La nota final del libro desglosa la bibliografía fundamental utilizada. La investigación teórica ha sido hercúlea, desde luego, pero la lectura de la novela propicia, más allá de una mera acumulación de datos, la sensación casi física de viajar a aquel Madrid, con sus sonidos, colores, olores… «Madrid es una ciudad que frecuento desde hace muchos años y que creo conocer bien», explica el autor. «También es una ciudad por la que he paseado mucho a través de la literatura. Algunos de los barrios que frecuentan mis personajes aparecen ya en las novelas de Galdós. El Madrid que yo retrato es, con medio siglo de diferencia y una guerra de por medio, un Madrid galdosiano. Algunos críticos han mencionado como referencia de mi novela La colmena de Cela, pero creo que la principal referencia es precisamente Galdós».

El otro gran acierto técnico de la novela quizá sea la estructura coral sobre la que se cruza un buen número de tramas superpuestas. Un trabajo complejo, pero necesario para los planes del autor: «Mi intención era construir un mundo completo en el que estuviera representada toda la sociedad. Tenían que ser muchos personajes, cada uno con su correspondiente hilo narrativo y su propio desarrollo, y a medida que avanzaba la historia tenía que ir saltando de uno a otro sin abandonar a ninguno durante demasiado tiempo. Era otra de las reglas que me había impuesto antes de empezar a escribir. Como dijo Italo Calvino, ‘escribir consiste en ponerse unas reglas y respetarlas’».

La narración se muestra muy crítica con el régimen franquista en ciernes, pero también saca a relucir las contradicciones de la izquierda, con un Partido Comunista fanáticamente estalinista. Recordar esos detalles quizá no guste a cierta izquierda, siempre con el (para ellos) descalificativo «equidistante» en ristre. «El verdadero problema es el desconocimiento del pasado», explica Martínez de Pisón, que regula con prudencia: «La izquierda española conoce bien su propia historia y hace tiempo que reconoció sus errores. Heriberto Quiñones, fusilado por Franco cuando ya había caído en desgracia dentro del Partido Comunista, acabaría siendo rehabilitado por este 40 años después. Con Jesús Monzón y Gabriel León Trilla ocurre tres cuartos de lo mismo».

Ignacio Martínez de Pisón | Ivan Giménez-Seix Barral

El otro bando aparece en la novela en los inicios de un régimen, el franquista, que aparece como algo más complejo que ese monstruo monolítico de los tópicos. «También en ese aspecto quiero pensar que contribuyo a que se sepan cosas que la mayoría de la gente no sabe. El franquismo, en efecto, era cualquier cosa menos monolítico en esos primeros años de la posguerra. El enfrentamiento entre falangistas y requetés, las intrigas dentro de la propia Falange, la posibilidad de que los aliados optaran por destronar a Franco, la relación de este con su cuñado, Serrano Suñer… Todo eso acaba componiendo un paisaje bastante más movedizo de lo que se tiende a creer».

Precisamente, de la descripción de esas intrigas surge un personaje como Dionisio Ridruejo, por el que el narrador no disimula cierta simpatía. «En realidad es una simpatía algo anacrónica: el Dionisio Ridruejo que en esos momentos discrepa públicamente de Franco lo hace desde posiciones fascistas, y no desde las posiciones democráticas a las que más tarde se irá sumando», matiza Martínez de Pisón, que no niega, sin embargo, que «es inevitable sentir cierta simpatía por alguien que renuncia a privilegios y prebendas por fidelidad a unos principios, por perversos y equivocados que estos sean».

Junto a figuras históricas de la talla de Ridruejo sostienen las tramas individuos de las clases populares con historias pequeñas que van creciendo con la intensidad de su narración. «Algunos novelistas nos acercamos a la historia, del mismo modo que algunos historiadores se acercan a la literatura. Pienso por ejemplo en Carlo Ginzburg y la llamada ‘microhistoria’, que al fin y al cabo consiste precisamente en captar el espíritu de una época a través de esas ‘historias pequeñas’, a través de la vida de la gente corriente. Hay ahí un terreno común para historiadores y novelistas. No por casualidad Carlo Ginzburg es hijo de mi admirada Natalia Ginzburg». 

Muchos de los protagonistas de esas «historias pequeñas» reniegan de su condición de héroes cuando las circunstancias les ponen en esa tesitura: «Ya me da lo mismo que manden unos o manden otros. Yo sólo quiero vivir. Ser una persona corriente y llevar una vida corriente», dice uno de estos personajes. Fruto de ese hastío España se instaló en una actitud gregaria, quizá el mayor éxito del régimen, lo que lo hizo durar tanto. «El régimen sobrevivió tres largas décadas más porque así lo decidió Estados Unidos», matiza Martínez de Pisón. «Pero es verdad que Franco tenía un amplio apoyo popular y que quienes no estaban con él tampoco se sentían con fuerzas para combatirlo. El hambre, el cansancio, la miseria, el miedo, el recuerdo de la guerra… Todo eso contribuía a paralizar a la sociedad española»

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