Dreamland (2019), de Miles Joris-Peyrafitte

Los años de la Depresión americana. Eugene se ha criado con su madre, su padrastro y la hermanita que le han dado estos dos, dejándole marcado la fuga de su progenitor, con el único recuerdo de una postal recibida en la niñez, donde le aseguraba que se había encontrado a sí mismo en México. Ahora como joven aún no salido del todo de la adolescencia, le fascinan las novelas baratas de robos y espías que lee. De modo que la noticia de que Allison, una peligrosa atracadora al estilo de la chica de la pareja Bonnie & Clyde, anda suelta y se ofrece una recompensa por ella, le invita a participar en su busca y captura; pero cuando la encuentra herida en su granero, surge una extraña relación producto de su inmadurez y ensoñaciones, de modo que en vez de entregarla, la cura y la oculta con la secreta esperanza de irse con ella a México.

De entrada estamos ante una producción muy cuidada, en la que ha intervenido la propia protagonista, Margot Robbie. Están mimadas la dirección artística y la fotografía, y no falta una vistosa tormenta de arena –metáfora de la tormenta interior de los personajes–, o algunas escenas de acción. Pero yerra en lo fundamental, un férreo punto de vista, una claridad de objetivos. El desconocido director Miles Joris-Peyrafitte y su no mucho más popular guionista Nicolaas Zwart parecen contagiarse de la confusión mental que atenaza a Eugene, porque la narración es tan errática como el comportamiento del chico, e incluso el relato evocador con voz en off de su hermana Phoebe resulta difícil de aceptar. Si una palabra define al film, ésa es “inconsistencia”.

Podrían haberse agarrado mejor a la idea de chico que se aferra a sus ficciones de adolescente, y que es seducido por una mujer mucho más experimentada –al otro le llama "The Kid", bromeando con Billy el Niño pero también con su bisoñez–, pero el caso es que el personaje interpretado por Finn Cole va como dando palos de ciego, y los fotogramas en formato cuadrado de sus fantasías –recurso que también se usa para Allison–, no ayudan a que mejore la cosa, se trata de una forma de incidir en su inestabilidad emocional que sirve para justificarlo todo: comportarse como un crío, ganar de pronto seguridad y aplomo, robar pruebas en una comisaría... ¿Son los protagonistas inmorales o el fatal destino juega con ellos caprichosamente? De todo un poco, da lo mismo, parecen pensar los responsables de la película.

Hay personajes que vienen y van como Garza, el amigo del alma de Eugene. La relación del chico con su padrastro no se entiende ni para bien ni para mal. El juego con la niña que se convierte en “cómplice” de su hermano o se esconde en el auto reclama al espectador la suspensión de su incredulidad. Y el clímax recuerda a lo peor de Un mundo perfecto de Clint Eastwood, el insatisfactorio final de ese film. Y aunque de Robbie nos creemos casi todo, la evolución de su personaje en relación a Eugene cruza líneas difíciles de aceptar.