Después de mayo | Mayo del 68 | Cine Divergente

Después de mayo

Los desarraigados Por Pablo Sánchez Blasco

En 1994, Olivier Assayas rescató sus recuerdos de adolescencia en El agua fría (L’eau froide, 1994), un pequeño relato de jóvenes en fuga donde se mostraba la imagen más icónica de Mayo del 68: la orfandad y la rebeldía de los tiempos, la insatisfacción política, el amor libre o el conflicto con los roles de la familia tradicional. El tímido Gilles y la díscola Christine infringían la ley al robar unos vinilos –igual que Antoine Doinel con la máquina de escribir en Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups, François Truffaut, 1959)– y huían de París hasta rebasar la naturaleza y sumergirse en las aguas frescas y renovadoras de un riachuelo.

Veinte años más tarde, Assayas quiso retomar esa etapa de su vida en Después de mayo (Après mai, 2012), un proyecto más ambicioso, seguramente, pero ajustado al primero en varios aspectos: sus dos protagonistas vuelven a llamarse Gilles y Christine, sus hechos se desarrollan entre 1971 y 1972 y las dos películas se quiebran, o se doblan, sobre una misma secuencia: una fiesta en el campo circundada por hogueras y cargada de sexo, drogas y rock n’ roll. En la primera, ritual de pertenencia al momento histórico y arrebato enérgico de un común desarraigo. El cine convertido en exorcismo al que Assayas acudía con Christine para luego perderla y perderse y perdernos a nosotros en medio del caos y el deseo de destrucción adolescente.

En la segunda, en cambio, aquel éxtasis se convierte en aturdimiento, en una soledad expresada entre las sombras de los árboles aislados. La segunda fiesta se inaugura con una inyección de heroína y se despide con una muerte, con un personaje que salta al fuera de campo para no volver. En vez de un viaje hacia el futuro, de una escapada romántica, su Gilles emprende el camino inverso, abandona la casa y regresa al amparo del padre rodeado por la noche. El mito del 68 ya no parece recubrir a los personajes en Después de mayo. Se ha roto la comunión entre época y protagonista y ahora la exigencia histórica les desconcierta, les inculca un apremio y un malestar repartidos en múltiples direcciones, en trayectorias divergentes.

Después de mayo

Buena parte de la insatisfacción que genera, en un primer visionado, Después de mayo proviene de ese carácter errático y desapasionado de sus protagonistas. Gilles y sus amigos comienzan debatiendo su objetivo en una asamblea para enseguida demorarlo, para aplazarlo y marcharse al extranjero en verano. Los personajes parten de lo más inmediato, de la lucha en las calles, a lo más indefinido, al compromiso con el arte y la esperanza de cambio. Del terreno firme al gaseoso en una serie de movimientos esquivos, de exigua esquematización, entre los que el 68 pervive como un telón difuso, cada vez más incierto, para un relato de formación artística y sentimental.

Todas las decisiones de Assayas en Después de mayo pretenden debilitar y contradecir su narración, eludiendo ahora la empatía con los sentimientos y avatares de Gilles y Christine. La película, por ejemplo, reparte sus signos de puntuación de una manera frustrante, como a destiempo de lo esperado en un relato clásico: el cineasta zanja conversaciones antes de que concluyan, utiliza con frecuencia los fundidos de interrogación o niega la música a secuencias de especial intensidad. Tampoco hay clímax ni sublimación en Después de mayo, y si algo define a Gilles como protagonista son sus renuncias en lugar de sus acciones.

A pesar del título de la película, la experiencia de Mayo no supuso en Francia el final ni el auge de algo, de un movimiento político o de una generación, sino, en cualquier caso, su apertura. Ese después colocado por Assayas ha de leerse, por lo tanto, como un principio, y las acciones de sus personajes, como un balbuceo pionero antes que como una resaca experiencial. Los sesentayochistas se apartaron de la línea racional marcada por los vencedores de la guerra y optaron por afirmarse en la sospecha, en el desarraigo, expresaron una pregunta que cada uno tuvo que responder a su manera. Una comunidad constituida por disidentes, un cuestionamiento conjunto a cualquier colectivo. Según el filósofo André Glucksmann, la revolución de Mayo se alejó inevitablemente del “carácter inteligible” y recto de Balzac para encontrarse a sí misma en el héroe stendhaliano, en un personaje que “vive varios destinos sin caer prisionero de ninguno de ellos, de modo que recorre convicciones, pasiones e ideologías (…) deseando sacrificar el qué dirán y las reminiscencias a cambio de algunas migajas de autenticidad ”. 1

De igual manera que Julien Sorel, por ejemplo, el joven Gilles de Assayas se pasea por la película tras una serie de ideas confusas, de lecturas azarosas, que le impulsan a una criba de vocaciones o, dicho de otro modo, a un desprendimiento de anhelos hasta encontrar su salvación final. Al disgregar la pareja de El agua fría en un relato coral, Olivier Assayas no hace más que potenciar la encrucijada de aquellos jóvenes escindidos entre el amor libre o el compromiso, entre la militancia y el pensamiento, entre el destino individual y las aspiraciones de clase.

La segunda película invalida y deconstruye la primera, sometiendo su enfoque lírico a la realidad. El propio cineasta declaró en 2013 que, mientras El agua fría adoptaba un enfoque más “poético”, con Después de mayo había intentado trabajar desde la “prosa”, la novela, desde el formato más natural para un personaje en crisis y a la búsqueda de sentido. Mientras aquel primer Gilles tenía claro que su objetivo era perseguir a Christine, el segundo ni siquiera tiene un objeto amoroso estable, pues Assayas divide a la chica en dos seres que implican dos universos paralelos para el joven. Laure proviene de una familia adinerada y se mueve en un entorno de arte abstracto y música rock, de ambientes bohemios y liberación sexual. Por el contrario, Christine elige un compromiso político que se vuelve a la larga sacrificio, sumisión de sus anhelos personales y sentimentales a los ideales de grupo. Quizá más pura, por etérea, la primera. Quizá más justa, incluso más comprensible, la segunda. Ambas tan arraigadas a su época como desarraigadas en su sociedad, tan verosímiles en su tiempo como simbólicas dentro del relato.

Después de mayo

¿Qué nos queda entonces? Un rastro débil de personajes escindidos, de estructuras bifurcadas, de viajes de ida y vuelta desde el ruido de las calles a las sombras de un estudio de grabación. El agua fría describía un presente desde la historia. Después de mayo describe la historia desde una vivencia en presente y, en consecuencia, necesariamente limitada. No tanto una formación sentimental al uso como un proceso de formación creativa, un contar desde un nuevo saber y decidir contarlo. Porque, si algo supuso en su tiempo el Mayo del 68, fue una revolución de las ideas que, tras un breve amago de praxis, regresó a ellas para seguir luchando desde el cine, desde la literatura, desde las aulas universitarias. Bajo el lema canónico de “La imaginación al poder”, Gilles comienza leyendo sobre Mao y termina con Debord. Comienza pintando gritos de protesta y termina fundido en una pantalla de cine, allí donde su vida y su imaginación pueden convivir en equilibrio.

El personaje de la segunda película explora sus opciones reales de intervenir en el mundo hasta elegir la más armónica entre sus ansias artísticas y su credo político. Su trayecto conforma el de una película sobre una película, o una película detrás de otra película, pues yo no diría que muestre una imagen más completa de Mayo que El agua fría, sino que indaga en el contexto creativo del que pudo nacer aquella. En Después de mayo, Assayas nos narra los recodos del presente hasta ser clausurado como producto. Nos explica la madurez de los hechos reales que conduce al filtro y la fijación del sentido, a la cura mediante el símbolo del desarraigo, inevitable, de la realidad. Desandar lo andado, en cierto modo, quizás para pensarlo con mejores herramientas.

  1.  Glucksmann, A. y Glucksmann, R. (2008): Mayo del 68. Por la subversión permanente. Madrid: Taurus.
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