Aguas profundas (2022), de Adrian Lyne

Adaptación de la novela homónima de Patricia Highsmith, que ya había sido antes llevada a las pantallas, en la versión más conocida, la francesa, los papeles de los aquí bien seleccionados Ben Affleck y Ana de Armas los asumían Jean-Louis Trintignant e Isabelle Adjani. Curiosamente Affleck se adentra en un universo Highsmith que ya abordó su gran amigo y compañero de fatigas cinematográficas Matt Damon hace más de dos décadas, en El talento de Mr. Ripley. Incluso hay un guiño a este film con uno de los temas musicales que suenan al piano. El notable esfuerzo de producción da pie a un film correcto, aunque no apasionante.

Vic y Melinda Van Allen son una pareja casada de buena posición social, padres de una niña. La relación no marcha bien, de modo que él ha terminado por aceptar los múltiples ligues de ella con hombres bastante jóvenes a cambio de no pedir el divorcio. Aunque no deja de sorprender que él entre siempre a la broma macabra de atribuirse el asesinato nunca esclarecido de una de las antiguas parejas de Melinda. Y es que en el fondo este hombre está consumido por unos celos posesivos, alimentados por el descaro con que ella frecuenta las compañías masculinas.

El ya octogenario Adrian Lyne, forjado en el mundo publicitario, tuvo su momento de gloria en el thriller y el drama eróticos gracias a títulos como 9 semanas y media, Atracción fatal, Una proposición indecente e Infiel, a los que siguieron 20 años en que desapareció del mapa fílmico. Ahora trata de reverdecer sus marchitos laureles, aunque quizá lo que sorprendía antaño –a algunos, pues los méritos artísticos de unos recursos más propios de los anuncios de perfume más sensuales siempre fueron discutidos–, ahora lo hace menos. Porque como película de suspense, Aguas profundas no funciona, su desarrollo es cansino y reiterativo, a pesar de que intenta simplificar la trama original en el número de parejas de Melinda. No consigue atrapar la atmósfera malsana marca de fábrica de la novelista, quien sabe plasmar en sus historias mejor que nadie que matar es fácil, aunque luego la vida del asesino se suele complicar hasta extremos imposibles. Y eso que el guión está coescrito por Sam Levinson, que se ha labrado un exagerado prestigio por su provocativa serie Euphoria.

De modo que el gancho del film reside en la sexy pareja protagonista y el morbo de su peculiar relación, elementos facilones para servir imágenes de sexo, que no bastan –nunca mejor dicho con el título y los cadáveres en el agua que asoman en la trama–, para mantener la película a flote. Incluso hay momentos que deberían ser inquietantes y resultan risibles, como la niña mona y cargante cuya ingenuidad contrasta con lo que se nos está contando, las miraditas traviesas de Melinda a Vic cuando sus avances de infidelidad resultan palmarios, o el personaje del escritor y la persecución campo a través, auto contra bici de montaña.

Aunque la película es de Hulu, se ha apuntado a su distribución internacional Amazon Prime Video, a quien seguramente le ha hecho gracia el desparpajo con que la niña Trixie maneja el asistente de voz Alexa, desarrollado por la compañía. Es una de las "actualizaciones", al igual que el cambio de profesión de Vic. En cambio se mantiene la metáfora de los caracoles que le gusta criar.