Dio un portazo y se fue. Escapó. No lo hizo por cobardía ni por miedo, sino por hastío y sobre todo, porque es una rebelde de tomo y lomo. En la plenitud de su carrera. Cuando pronunciar su nombre provocaba un priapismo sin paliativos en la crítica y reventar las taquillas sin esfuerzo. Y eso que la chica “no era muy follable”… Quizás por comentarios como éste, Debra Winger decidió darse el piro y decir “no” a Hollywood donde se había convertido en una de sus reinas, tan jodidamente magnética, tan intuitiva y técnica, tan cotidianamente sexy y tan electrizantemente inteligente que hacía daño al pundonor de los machitos de la ciudad de La, la, land.

Han pasado más de 20 años de entonces, y quizás a algunos –los más jóvenes- les costará saber de quién hablamos. Quizás porque su atractivo, su bouquet, no era fast food ni mass media, sino algo más sutil, gourmet, puede ser…, Porque lo que arrastraba Winger era menos rutilante y alborotado que el polvo de estrellas que levantaban otras stars más rubias o más “follables”, Kim Bassinger, Michelle Pfeiffer… Pero solo es cuestión de introducir su nombre en Google para entender la definición que tan bien resumió Pauline Kael, esa crítica tan despiadada como respetada en la industria del cine, con una frase: “Debra Winger es una de las principales razones para ir a ver películas en la década de los 80”. Y los 80, aunque solo sea porque están de moda, te obligan, oh amable lector, a descubrir a Debra Winger como la mayor diosa la década. No en vano, ella fue la protagonista de Oficial y Caballero, la perfecta encarnación de la belleza y la inteligencia de la chica corriente, la esencia de la feminidad sin estridencias, el encanto de la vecina de arriba y, sobre todo, una estrella nada nada convencional. Hoy celebramos su 63 cumpleaños.

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Oficial y caballero

Aquella bonita perla pertenecía a uno de los directivos de la Paramount, el productor Don Simpson, quien, como si fuera una res de ganado, se permitió el lujo de decir de aquella joven estrella emergente que era poco “fuckable” y le dio varias cajas de pastillas contra la retención de líquidos porque la veía “excesivamente hinchada” en los pases privados que le hacían de la cinta Oficial y caballero, de la que, por desgracia, era responsable. Debra no se mordió la lengua, tiró los blíster al suelo, los pisó, y con un “que te den, gilipollas” cerró el asunto. No sabemos si el éxito incuestionable de la película, emblema romántico de los 80, le hizo cambiar de opinión a Simpson, pero sí que el triunfo abrumador de la chica judía de Ohio como protagonista de una de las cintas más taquilleras del año, fue un bofetón con la mano abierta para este tipejo de tan poco gusto. Eso sí, con la canción de Joe Cocker y Jennifer Warnes de fondo que, con música, todo duele menos.

Pero vayamos por partes, no hagamos spoiler ni del legendario rodaje de Oficial y caballero –uno de los más míticamente complicados de la historia- ni tampoco del auto retiro de Winger de la gran pantalla, aunque, eso sí, el eco de aquel desplante aún resuena entre las colinas de Beverly porque, hoy, más que nunca, su nombre, el de esta tricandidata a los Oscars, es un símbolo de la lucha de las mujeres -y las actrices en concreto- por eliminar a los Wernstein de turno de la faz de la Tierra y conseguir su lugar en el mundo. Sin pretenderlo, el adiós de Debra Winger fue un corte de mangas al machismo y también a un problema endémico en la industria del cine: la falta de papeles relevantes para las mujeres. Hasta el punto que Rosanna Arquette la escogió en 2001 como símbolo de esta discriminación sexista para su documental Searching for Debra Winger.

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Debra Winger, en la ceremonia de los Oscar de 1982.

Porque esa fortaleza sin fisuras, esa incapacidad para doblegarse, ese oposición a los convencionalismos de la chica de provincias tiene explicación. Debra Winger nunca fue convencional aunque su encanto pareciera residir en todo lo contrario. Ni su biografía lo es tampoco. Mary Debra Winger había nacido en el seno de una familia judía de fuertes convicciones religiosas, no tanto como la comunidad Amish de Único testigo, pero casi, lo que le obligó a pasar su adolescencia en un kibutz, como una colono más en la tierra prometida e, incluso, a realizar el servicio militar obligatorio en Israel como toda mujer hebrea que se precie por dar la vida a su pueblo. Y su regreso a casa no fue para nada placentero. Trabajando en un parque de atracciones, sufrió un aparatoso accidente -una camioneta se le cayó encima- que la tuvo postrada en cama durante casi un año y con el que perdió, no sólo la movilidad de las piernas, sino también la visión. Fue entonces cuando, como San Pablo, a la vez que perdía la vista, tenía una revelación ante sí casi clarividente: sería actriz. No obstante, teniendo en cuenta que sus padres le pusieron el nombre de Debra en honor a la intérprete de Broadway Debra Paget, su estrella –de David- la conducía sin remisión a los escenarios.

Y la primera oportunidad no se hizo esperar. Se convirtió en Wonder Woman y fue un éxito de la pequeña pantalla. Pero ella quería refulgir en la grande. Y Sissi Spacek se lo puso en bandeja. La frágil protagonista de la ensangrentada Carrie tenía que abandonar un proyecto en donde se la emparejaba con el sex symbol masculino del momento, John Travolta, convertido ahora en un hortera Urban Cowboy y Winger, entre bufalos mecánicos, pintas de cerveza y neones rosa fucsia, podía darle réplica. Robert Evans, el productor, se opuso desde el primer momento a contratarla. No era lo suficientemente atractiva… No es de extrañar que, desde entonces, la Winger sustituya en sus entrevistas la palabra “productor” por la de “cerdo”… Pero con su first screanning enamoró James Bridges, el director, y a la cámara con una capacidad de seducción extrañamente encantadora, nada apabullante, nada agresiva sino cándida, con su camisa a cuadros anudada el ombligo y su sombrero de cowboy ladeado, sin parecer ni disfrazada ni una jovenzuela meritoria con la cabeza hueca y mucha teta, si no, qué paradoja, intelectualmente superior a la media. Y con ese disparo, ponía su primera muesca a su carrera que iba como una bala. Una bala que iba directa a dar en el blanco aunque ella siempre haya renegado de aquella diana titulada Oficial y caballero y que, si fuera por ella, borraría completamente de su vida. Y demolería sin dejar ni rastro, aquel “desagradable muro de ladrillos” que era Richard Gere con quien nunca se entendió.

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Debra Winger en Wonder Woman.

Porque su odio mutuo durante el rodaje de Oficial y Caballero forma parte de la leyenda negra de Hollywood, un mal rollo mítico como el que protagonizaron de forma enquistada Bette Davis y Joan Crawford en ¿Qué fue de baby Jane? dentro y fuera del plató y que tan bellamente aparece retratado en Feud. Pero con la gran diferencia -agravada- de que Joan y Bette no estaban obligadas ni siquiera a tocarse por guión –a abofetearse, sí, qué maravilla- cuando, por el contrario, Debra y Richard contaban una historia de sexo -sugerente, sugerido y explícito-, primero, y de amor, mucho amor.

Se cuenta que la historia del recluta Zack Mayo llevaba languideciendo en los cajones de la Paramount más de ocho años y que si se dio carta blanca al proyecto fue porque se había encontrado al actor perfecto para darle vida: John Travolta (sí, otra vez. Aunque durante estos 8 años, el punch Travolta había bajado unos octanos del que fue en Grease). Sin embargo, el de Fiebre de Sábado Noche no vio claro enrolarse en un filme que, según se contaba en los pasillos y cenas de negocios de Los Ángeles, tardaba tanto en ponerse en pie por contar con la desaprobación de, nada más y nada menos, la Marina estadounidense. Su negativa obligó a buscar un sustituto. Se pensó en el cantante de música folk John Denver, en Jeff Bridges, Christopher Reeve, Eric Roberts, Kurt Russell, incluso en Sylvester Stallone, amigo de Travolta… pero el elegido fue un actor de Philadelphia que bajo el nombre de Richard Gere había llamado la atención enfundado en un pantalón campana que dejaba poco a la imaginación en American Gigoló y que, rapado y en traje de oficial blanco, sería para siempre un empotrador de libro. Richard Gere, al igual que su partenaire, siempre ha querido olvidar la cinta e incluso llegó a confesar -a Barbara Walters, además- que, si se prestó a hacer la película, fue estrictamente por dinero. Por su compañera, seguro que no.

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Debra y Richard gere, en un fotograma de Oficial y caballero.

Debra, en honor a la verdad, se había también ganado a pulso el sambenito de actriz problemática, colérica, respondona, difícil e, incluso, mala compañera. "Hay mucha gente a la que no caigo bien, por eso no recibo muchas felicitaciones de Navidad –explicaba la actriz a The Independent–. Probablemente hice daño a personas sin necesidad. Fue un error, pero también son cosas que pasan cuando eres joven". Y lo cierto es que en los rodajes resultaba insoportable. Malhablada y colérica, sólo su innegable talento impedía que los directores y compañeros de reparto no la asesinaran con sus propias manos retorciéndola en cuello. Un disparo era poco para su mala conducta. Cuentan que, dos años después, tuvo que pedir perdón a los pies de la escalerilla de un avión a Shirley McLaine para impedir que se largara de La fuerza del cariño dado que, por su culpa, el set de rodaje se había convertido en un ring de barro cuando ambas interpretaban la lacrimógena y conmovedora historia de una madre y una hija moribunda. Y sí, Shirley, más allá de llorar por ella, sólo quería verla muerta cuanto antes, y en la realidad, no en la ficción. Y, en Oficial y Caballero la cosa fue casi indescriptible. Gere era, según sus palabras, eso, “una desagradable pared de ladrillos” con el que tenía que mantener sexo dándole 1) un asco que se mataba y 2) cuando ella no sabía que había firmado en su contrato hacer desnudos. “Me daba vergüenza, me ponía a gritar al equipo que no hacía falta más luz, y que dejaran la cámara encendida y se largaran”, confesó.

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Shirley McLaine y Debra Winger en La fuerza del cariño.

Su elección para el papel también fue difícil. Paula fue originalmente para Sigourney Weaver. Después, pasó a manos de Anjelica Huston y, más tarde, a las de Jennifer Jason Leigh, Rebecca De Mornay, Meg Ryan, Kim Basinger, Geena Davis e incluso a las de Brooke Shields cuando era menor de edad... Pero todas dijeron que "no" excepto Debra que se olía que Paula era un diamante en bruto. Simpson, repetimos, dijo aquello de “debe haber alguien más ahí afuera para hacer este papel… Necesitamos una chica follable. Tú no lo eres lo suficiente…” (ejem) Pero no, no la había…Y si la hubiera, no tenía el olfato de la de Ohio. Pero también es cierto que a Simpson no le gustaba la canción de Joe Cocker para el archiplagiado final de la película. "La canción no es buena, no será un éxito". Vamos, que el chaval era un lumbreras y le habían dado el cargo en una tómb0la.

También es cierto que Gere se resistió a rodar el improvisado cierre que el director había pensado para la historia de Zack y Paula durante el rodaje y que, a bote pronto, no estaba escrito en el guión, ese final –que nadie habrá visto, ejem- en el que Mayo llega a la fábrica de Paula con su uniforme impolutamente níveo y se lleva a su chica en brazos, con su gorra de patchwork, fuera de la fábrica mientras sus compañeras aplauden de alegría y a ti, vergonzósamente, se te ponen los pelos como escarpias mientras tu novia llora a moco tendido o se rie de ti, por moñas. Gere pensaba que el final no funcionaría porque era demasiado… ¿cursi? ¿pasteloso? Winger, aun asqueada por estar en sus brazos, no fue capaz de darle la razón a su partenarie y apoyó al director Taylor Hackford. El resto es ya historia. Y Up Where We Belong el tema que suena en todas las bodas. Oficial y un Caballero se convirtió en leyenda el mismo día de su estreno. Fue la tercera película más taquillera de 1982 , después de ET y Tootsie recaudando más de 3 millones de dólares en su primer fin de semana y cerca de 130 sólo en los Estados Unidos con cerca de 44 millones de entradas vendidas. Y tiene gracia porque, aunque Debra fue candidata al oscar por su papel en Paula, otra interpretación suya ese año quedaría para la posteridad. "Mi caaaaaasaaaaaa, te le fo nooooo...". Exacto, la voz de ET también es suya…

Tras Oficial y Caballero, llegaría La Fuerza del Cariño, Peligrosamente juntos –donde los ojos grises de Debra eran capaces de dar la replica a los cobalto de Redford sin amago de guiñarlos, de hecho, aquí, en vez de tirarse los trastos, Winger y Redford se tiraron los tejos y su historia de amor es maravillosa- y, poco a poco, sus trabajos se fueron espaciando en el tiempo. Los papeles no llegaban y ello no estaba ni por mendigarlos ni tampoco por servir de “madre de”, “hermana de”, “amiga graciosa de…”. “No hay películas para mujeres de una determinada edad porque ya no hay actrices de una determinada edad”. O lo que es lo mismo, que un buen día se dio cuenta de que todas sus compañeras de generación eran repentinamente diez años más jóvenes que ella. “Michelle Pfeiffer y yo empezamos, juntas, teníamos más o menos los mismos años, ahora ella parece mi hermana pequeña”, declaró al New York Magazine.

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Debra Winger y Robert Redford en Peligrosamente juntos.

Conducía por una carretera de Irlanda cuando, paró el coche en seco y se decidió. Ya no podía soportar a más productores, a más "cerdos" que valoraban a las actrices dependiendo de si eran sexualmente apetecibles o no. Nada había cambiado en sus 30 años de carrera, seguían siendo los mismo que cuando empezaba: antes, le sugerían tomar diuréticos para adelgazar; ahora, le aconsejaban a inyectarse bótox. Estaba cansada. Harta. Aburrida. Y como en el teatro, hizo mutis por el foro. O se despidió a la francesa. No como Greta Garbo, escondiendo su rostro para que nadie viera los estragos de los años en su tez perfecta. Para nada. Dio un portazo. Cambió los set de rodaje por una plaza como profesora en Harvard en donde, hoy día, condensa toda su sabiduría en frases tan preclaras como “cuando te haces mayor lo mejor es vivir con menos espejos" o denuncias del tipo: “en su día, tuve que currármelo mucho para lograr la atención de la prensa. Hoy basta con que salgas del coche sin ropa interior y con los fotógrafos de frente".

Hace poco, regresó esporádicamente al más puro estilo mainstream protagonizando con Ashton Kutcher The Ranch y la prensa de todo el mundo volvió a buscarle un sitio a esta rebelde que, tras sentar cátedra en Netflix, volvió a la suya de la Universidad. Tenía excusa. Como dijo una vez, “nunca me acostaría con nadie para lograr un papel, pero lo haría para poder largarme de uno que no me gusta”.