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Dave Bautista, Duke Cody en Puñales por la espalda: Glass Onion: "Nunca he querido ser el nuevo The Rock. Solo quiero ser un actor jodidamente bueno, un actor respetado”

Tras colgar el uniforme de luchador, Dave Bautista podría haberse ganado muy bien la vida haciendo la típica película descerebrada con querencia por las explosiones. Sin embargo —y esto nadie se lo veía venir—, es todo un actorazo atrapado en el cuerpo de un héroe de acción. Los directores más prestigiosos de Hollywood hacen cola para trabajar con él.
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Este artículo sobre Dave Bautista (Duke Cody en Puñales por la espalda: El Misterio de Glass Onion) se publicó originalmente en GQ.com

Es una noche de jueves tranquila y húmeda en Tampa, Florida. Dentro del restaurante íntimo y medio exclusivo en cuya barra estoy sentado, el ambiente es más tranquilo aún. En las mesas que me rodean hay unas cuantas familias, alguna que otra primera cita y varios jubilados bien bronceados. Si un famoso entrara ahora mismo por la puerta —un actor de la película más taquillera de todos los tiempos, pongamos; o un profesional de la lucha libre que una vez fue lo más de lo más en WrestleMania—, sería razonable esperar que toda la energía presente en la sala fluyera hacia esa dirección. 

Pero cuando Dave Bautista, el exluchador devenido actor, aparece en escena, nadie levanta la cabeza del plato. Hasta el anfitrión del lugar, donde Bautista suele comer a menudo, duda un poco antes de reconocer a su cliente más famoso. (“¡Te hacía en el concierto de Iron Maiden", le dice a tras estrecharse las manos). No es que Bautista no parezca una estrella de cine —ha embutido su enorme envergadura en un jersey de cuello alto muy favorecedor y en unos vaqueros de un rojo deslavazado—, pero sí carece de ese el aura de estrella de cine, aunque es intencionado. A sus 53 años, aún posee el cuerpo de un oso pardo adulto con inclinación por el CrossFit, pero en público se encoge un poquito y camina de una forma bastante humilde (al fin y al cabo, estamos en Tampa, no en Los Ángeles; ni siquiera en Miami). 

Nos sentamos en la esquina de una sala vacía adyacente, lejos de cualquier mirada curiosa. Bautista se quita finalmente su gorra de repartidor de periódicos y las gafas de sol y las deja de una mesa de al lado, como si en un momento dado quisiera cogerlas rápidamente para volvérselas a poner. “Son como mi chupete, me traquilizan”, dice señalando las gafas. Tiene una voz de barítono encantadora, lo bastante suave como para acercarle la grabadora con un golpecito inconsciente. “Así” —dice refiriéndose a su cara desnuda— “me siento expuesto. Pero las gafas y la gorra son mi arrullo. Me gusta taparme y protegerme un poco”.

Veremos si Dave Bautista se siente así este año. 2023 tiene todas las trazas de convertirse en el año más importante de su inesperada y emocionante carrera como actor. Ahora mismo está por todas partes en Netflix, acaparando la atención como YouTuber fanfarrón en Glass Onion, la celebrada secuela de Puñales por la espalda. El mes que viene lo veremos con un papel protagonista en el thriller de M. Night Shyalaman Llaman a la puerta. En mayo dice adiós al Universo Cinemático de Marvel con Guardianes de la Galaxia 3, y terminará el año con un papel bastante extenso en la segunda parte de Dune. Está claro que las gafas de sol le van a venir muy bien.

Todos estos proyectos ocultan algo importante. Seguramente, para alguien con los bíceps y el CV de Bautista, habría sido más fácil hacer películas de acción tontorronas pero lucrativas. Pero no. Durante la última década, Dave Bautista se ha forjado la filmografía más extraña e inteligente de todos los exluchadores de la WWE, gracias a su trabajo con directores de primera fila como Denis Villeneuve, Rian Johnson, Sam Mendes o James Gunn. "Nunca he querido ser el nuevo The Rock. Solo quiero ser un actor jodidamente bueno, un actor respetado”. 

Y eso es precisamente lo que es ahora. No el próximo The Rock, sino un tipo de estrella de acción completamente nueva y diferente. Hasta aquí ha llegado contra todo posible pronóstico —haciendo frente a la ruina económica y a problemas familiares, soportando prejuicios hacia su antigua carrera, el escepticismo sobre su capacidad de actuar y, por supuesto, su propia falta de autoestima. Y lo ha conseguido quitándose la gorra y las gafas y mirando de frente a los focos. Aunque eso no significa que las cosas ahora sean ahora más fáciles. 

“Suele entrarme el miedo”, dice Bautista. “Me pongo nervioso. Pero me obligo a hacer cosas que me incomodan porque sé que, de lo contrario, no voy a llegar a ninguna parte. Después sentiré vergüenza, pero no voy a dejar que el miedo me detenga”.


Bautista tenía 30 años la primera vez que hacer algo incómodo le reportó un beneficio enorme. Trabajó de segurata en varios clubs de Washington D.C., donde creció, desde que dejó la escuela a los 17 años. El trabajo tenía sus riesgos —Bautista recuerda escuchar disparos y botellas estallando en alguna que otra cabeza; y una vez lo arrestaron tras una pelea a puñetazo limpio con dos clientes—. Sin embargo, aquel trabajo le sumía en una rutina complaciente. “Trabajaba toda la noche, entrenaba, dormía”, dice. “Es lo que hice durante poco más de 10 años”.

Pero una fatídicas navidades de finales de los 90, descubrió que no podía permitirse comprar regalos para sus hijas. “Tuve que pedirle pasta prestada a un tío que curraba conmigo en un club”, recuerda. “Estaba tan avergonzado de mí mismo que me dije: ‘No puedo seguir así. Tengo que encontrar algo’. No tenía ni idea de qué hacer. No tenía estudios. No tenía nada en lo que apoyarme. Estaba absolutamente desesperado”.

Terminó presentándose a pruebas para el Campeonato Mundial de Lucha Libre. Supuso que sus muchos años levantando pesas de manera obsesiva le ayudarían a superar las pruebas y a conseguir un contrato. Pero estaba equivocado. “Entré con mi socio y entrenador”, dice Bautista. “Y éramos el doble de grandes que todos los presentes. No sólo teníamos el aspecto que se pedía, sino que también estábamos cachas. El tío que dirigía el campamento nos eligió y literalmente nos arrastró por suelo. No tardó nada en librarse de nosotros. Terminamos vomitando, mi compañero empezó a sangrar por la nariz. Fue una humillación en toda regla. Al final del día me dijo que me fuera y que nunca llegaría a ser luchador profesional”. 

Bautista se tomó el rechazo muy a pecho. Se apuntó a clases en el Wild Samoan Training Center, una legendaria escuela para luchadores profesionales de Pensilvania. Enseguida se enamoró de la parte más física del deporte, pero se quedaba sin habla cuando alguien le acercaba un micrófono a la boca. Cuando unos periodistas de las noticias locales se pasaron un día por la escuela para entrevistar a los luchadores más prometedores, recuerda Bautista, “tuvieron que interrumpirme y elegir a otro a quien entrevistar porque me temblaban muchísimo los labios”. Pero tenía potencial suficiente para la WWE porque le ficharon y le ofrecieron un contrato en el año 2000. 

A Bautista le costó años sentirse cómodo con la parte del deporte que implicaba actuar, pero finalmente lo consiguió; y Batista, su personaje en la lucha profesional, se ganó el respeto de sus compañeros y de los fans del deporte a base de implacables powerbombs. Ganó el primero de sus seis campeonatos del mundo en 2005. Cambió su pequeño apartamento en D.C. por una megamansión en Tampa y llenó la acera con una flota de coches y motos exóticos. En 2009, Batista era una de las grandes estrellas del WWE, aunque, según él lo ve, no le trataban como tal.

“John Cena y yo encabezábamos todos los eventos”, dice Bautista. “Yo era la imagen de SmackDown!, y él, la de Raw. Sin embargo, era él quien salía en las películas [producidas por la WWE], en los anuncios de televisión y en la revistas; yo solo encabezaba los eventos. De hecho, llegó un momento en el que él estaba fuera rodando una película y yo era el luchador principal de varios espectáculos y también de los eventos por suscripción. Yo sentía que no nos estaban dando las mismas oportunidades”.   

Justo en ese momento las películas de superhéroes comenzaban a dominar el paisaje hollywoodiense. Por otro lado, también arrancaba la carrera de Dwayne Johnson, que terminaría batiendo récords de taquilla. Así que las oportunidades para los luchadores fuera del cuadrilátero eran más lucrativas que nunca. De repente, Hollywood tenía tiempo de sobra para los Goliats musculosos a los que llevaban décadas ignorando. Pero la WWE no estaba tan interesada en dejar que Bautista hiciera caja en la meca del cine.

Tras una serie de fallidas negociaciones, Batista abandonó la WWE en enero de 2010 y se dedicó de lleno a la actuación. Hasta ese momento, dice Batista, “actuar le importaba un comino. Me sentía muy yo como luchador. Me encantaba. No podía dejar de hacerlo”. Pero una vez le negaron la posibilidad de hacer carrera como actor como proyecto paralelo, como había hecho Cena, Batista se vio obligado a apostar de nuevo por sí mismo, dejar el ring y demostrar otra vez a los incrédulos que no tenían razón.


Los primeros años tras de su salida de la WWE, Bautista fue dando tumbos. Se fundió todo el dinero que había ganado durante sus años de lucha libre. Le embargaron la casa. Vendió los coches, la motos y todo lo que pudo. “Lo perdí todo”, dice. “Tuve que empezar de nuevo”. Se mudó a los Los Ángeles para ponerse en manos de un preparador de actores y apareció en un par de películas para DVD con las que tuvo que tragarse su orgullo, pero que eran necesarias para conseguir representantes. Pero tampoco se pasó, como le aconsejó un viejo amigo. “Antes de dejar la WWE, Stone Cold Steve Austin me cogió y me dijo: ‘Te van a ofrecer guiones horribles. El dinero será tentador, pero no caigas en la trampa”. Entonces, Bautista comenzó a ser más “quisquilloso” con los proyectos que recibía pese que, a veces, no podía permitirse el lujo de hacerlo. No envenenar su página de IMDb con demasiados proyectos de bajo presupuesto, pensó, sería más valioso a largo plazo que la experiencia que pudiera obtenar de esos papeles.

Tuvo algún que otro papel de éxito comedido (en El hombre de los puños de hierro, de RZA) y papeles mucho más destacados (en Riddick, de Vin Diesel). Cuando se presentó la oportunidad adecuada, estaba listo. Para conseguir el papel de Drax el Destructor en la improbable epopeya espacial Guardianes de la Galaxia, de Marvel, Bautista tuvo que soportar meses de audiciones ante cargos cada vez más altos de Disney e incesantes rumores sobre la posibilidad de que actores más importantes que él se llevaran el papel. Estaba en el coche camino del gimnasio cuando se enteró de que había conseguido el papeñ. “Tuve que parar porque no podía dejar de llorar”, dice. “Me di la vuelta y entré a mi casa temblando para decirle a mi esposa que había conseguido el papel. Nos quedamos allí quietos sin poder creérnoslo”.

Gracias a Drax, Bautista descubrió sus habilidades como actor en ciernes: un asesino volátil con un corazón de oro y un cerebro profundamente literal, posiblemente los más divertido de la que sigue siendo la película más divertida de Marvel. Guardianes de la Galaxia fue un éxito sorpresivo desde el punto de vista crítico y financiero, y la confirmación de que Bautista había hecho bien en apostar por sí mismo. Se compró una casa nueva en Tampa. Incluso regresó a la WWE en alguna ocasión. Per lo más importante es que, por primera vez, era un actor solicitado.

De repente, vimos a Bautista enfrentándose a James Bond en Spectre (2015), intimidando con la mirada a Ryan Gosling en Blade Runner 2049 (2017), y bromeando con Kumail Nanjiani en la infravalroada película de polis Stuber (2019). Se puede percibir muy bien cómo el talento actoral de Bautista va mejorando con cada película: va encontrando su ritmo, refinando matices y desapareciendo —todo lo que una fuerza de la naturaleza de casi 1,88 cm y 122 kilos puede desaparecer— en sus personajes. “Eso me obsesiona”, dice Bautista sobre actuar. “Es un rompecabezas que no puedo resolver. No sabes si está bien, pero a veces sientes que está bien. No tengo muchos de estos momentos, solo de vez en cuando. Y joder, no hay nada igual. Es un subidón. Una adicción”.

Es el mismo sentimiento que se apoderó de él la primera vez que subió al ring y que lo propulsó al estrellato en la WWE. Y ahora esa alegría pura y desenfrenada está atrayendo a los principales directores de cine. “Era como trabajar con Haley [Joel Osment] en El sexto sentido”, me cuenta M. Night Shyalaman sobre Dave Bautista y su papel en Llaman a la puerta. “Cuando Haley llegaba al plató, todo el mundo lo respetaba; pese a tener 10 años, abordaba su papel con mucha gravedad, ponía todas sus células en darle emoción al personaje. Dave transmitía lo mismo. El resto de los actores se alimentaban de su pureza de intención. Era contagioso en el mejor sentido de la palabra”.

Para Bautista, esta película fue un trampolín hacia la obtención de papeles principales. "Es, con diferencia, el papel más largo que he tenido en una película", dice. “Larguísimas páginas de monólogos. Rodábamos en celuloide, que es muy caro, y con una cámara, por lo que no puedes darte el lujo de editar. Necesitas una toma perfecta porque no hay otra oportundad. La presión es enorme. Quería recordar mi diálogo, pero no a costa de restarle emoción a la escena”.

A decir de todo el mundo, Bautista lo bordó. “Fue muy revelador”, dice Shyalaman. “Ver a una persona con ese aspecto actuando a ese nivel”. Rian Johnson, el director de Glass Onion, cree que su destino se encuentra en cotas más altas. “Sigo diciéndoles a todos mis amigos directores que alguien le va a dar un papel protagonista a Dave en una película dramática y que van a parecer genios”.

Bautista sabe lo que tiene que hacer para alcanzar el siguiente nivel. Primero, decir adiós a Drax, el papel que le ha hecho famoso, después de nueve años, seis películas y un especial navideño. “Estoy muy agradecido por Drax. Lo amo”, dice. “Pero es un alivio que se haya acabado. No todo fue agradable. El papel fue duro de interpretar. El proceso de maquillaje era demasiado. Y además no sé si quiero que Drax sea mi legado; es un papel un poco bobo y quiero hacer algo más dramático".

Lo que Bautista anhela más que nada es la oportunidad de trabajar aún más con Denis Villeneuve, el director canadiense que lo dirigió en Blade Runner 2049 y en las dos películas de Dune. “Si fuera el número uno [en su agenda], lo haría gratis”, dice. “Creo que es una manera de averiguar lo bueno que podría llegar a ser. Denis saca lo mejor de mí. Me ve bajo una luz diferente, ve al artista que quiero ser. Igual trabajando con él podría resolver el rompecabezas".


Hace unos meses, mientras filmaba la segunda parte de Dune en Budapest, Bautista organizó una proyección previa de Glass Onion para el resto del elenco y del equipo. El hombre que una vez derribó a The Undertaker sobre un escenario de acero que se desplomaba, estaba aterrorizado. “Para empezar, tengo poca confianza sobre mi cómo actúo”, admite Bautista, y aquí había mucho en juego. Era la primera vez que se veía a sí mismo en Glass Onion, y lo estaba haciendo en una sala llena de ganadores del Oscar y de actores de primiera fila. Sin embargo, cuando llegaron los créditos, el teatro era una explosión de risas y aplausos y Javier Bardem bailaba por los pasillos.

"Era todo muy surrealista”, dice. Él y Bardem se conocieron durante la primera parte de Dune e incluso hicieron algo de prensa juntos para promocionarla, pero Bautista insiste en que la proyección de Glass Onion forjó una conexión genuina entre ellos. “Fue la primera vez que realmente me abrazó”, dice. “Nuestras conversaciones después de aquello fueron diferentes. Y para mí eso lo significaba todo”.

Aquella noche en Budapest es como si se hubiera desarrollado su carrera en miniatura: una ansiedad paralizante que engendra un éxito salvaje, una inical falta de confianza que da paso a una profunda admiración. Incluso ahora está totalmente concentrado en dominar su oficio, no en pulir su marca. “Honestamente, me importa un carajo [ser una estrella de cine]”, dice. “No tengo una vida glamorosa. Vivo aquí en Tampa. No me importa ser el centro de atención, no me importa la fama. Solo quiero ser un buen actor. Quiero el respeto de mis compañeros. No necesito elogios. Se trata de la experiencia, de saber que he conseguido algo”.


CRÉDITOS DE PRODUCCIÓN:
Fotografías: Dina Litovsky
Grooming: Stephanie Hobgood-Lockwood

Esta entrevista a Dave Bautista, de Puñales por la espalda: Glass Onion, está adaptada y traducida por Marta Caro.