Comer y ser comido | Babelia | EL PAÍS
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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Comer y ser comido

Toda la obra de Jan Fabre es un intento de asustar o persuadir. De ahí el título de la exposición que organiza la Fundació Miró, extraído de una reproducción de una obra de Rembrandt que el artista flamenco (Amberes, 1958) rayó con bolígrafo azul: Hic locus est ubi mors gaudet succurrere vital (éste es el lugar donde la muerte se alegra de socorrer la vida). Uno medita estas palabras mientras pasa de unos dibujos hechos con fluidos humanos -sangre procedente de la menstruación o la suya propia- a las esculturas hechas con escarabajos, y disfruta de la metamorfosis de los insectos convertidos en artilugios de escritura, con las arquitecturas boligrafiadas del castillo de Tívoli de Malinas (filmado durante 24 horas con una cámara desde una perspectiva fija) o se maravilla una vez más de la mutabilidad del artista como insecto/humano: "Se trata de comer o ser comido / yo floto y danzo / es todo lo que sé hacer". Todo el repertorio visual de Fabre son extravagantes imágenes de la colección de vida y muerte que rozan continuamente la exaltada otredad de la naturaleza humana/animal rescatada de las fauces de lo paranoico.

En este sentido, la ilusión más convincente de toda la muestra aparece, en un último momento, en el vídeo Cuerpo, cuerpo en la pared (1997), donde el coreógrafo Wim Vandekeybus ofrece una danza expresionista con su propio cuerpo presentado como una tela y metamorfoseado por colores muy brillantes. El bailarín danza al sonido de sus propios huesos y fluidos corporales, y sudando tinta verde lanza, como un increíble Hulk sus convulsiones como chorros de pintura a los ojos del espectador, o como si esos colores actuaran como personajes en un teatro de sensaciones.

En otra película, El problema

(2001), Fabre relaciona su encuentro con los filósofos Peter Sloterdijk y Diezmar Kamper en un paisaje campestre alemán. Ataviados con frac negro, los tres personajes se comportan como escarabajos peloteros, cada uno empuja su bola de barro y estiércol (en latín, bola es sinónimo de "problema") mientras elucubran sobre la metafísica y la historia. Atlas y Sísifo soportan su conciencia del mundo, lo mismo que estos tres "brothers in crime" se recrean en las "sphären" (esferas), "globen" (globos) y "blasen" (burbujas), o, lo que es lo mismo, toda la imaginería con la que dota Fabre a sus trabajos: cráneos, cúpulas, cuevas, úteros, urinarios, armaduras... El conocimiento, en fin, alegre/doloroso de la danza de Nietzsche. Son las formas básicas de un autor que planta cara al inmovilismo del artista, pues Fabre se podría considerar un sádico, en el sentido más lingüístico del término, porque seduce por la repetición de la acción -ese "terrible tejido de diversidad"-, el que eleva al sujeto erótico y obsceno a objeto votivo.

Desde sus primeras performances de los setenta, sus acciones teatrales, sus instalaciones en vivo o su tetralogía operística (Las mentes de Helena Troubleyn), Fabre ha buscado siempre huir de la dictadura del gusto. La suya es la opción del artista que pretende dar a la imagen la claridad de un cuerpo en movimiento para que se afirme ante la mirada incrédula. Sólo la ansiedad de los que han pretendido asociarle a una imagen (corporativa) del escarabajo ha hecho que muchos le consideraran un tanto fetichista y banal. Y no hablemos de su devoción por el barón francés Bich, notorio por haber inventado su célebre bolígrafo. Cuando no se le asocia al inevitable Duchamp o a Marcel Broodthaers. Terrible.

El propio Fabre ha conseguido que en el edificio de Sert la selección mantenga un decoro, una contención. Está su magnífico Yo, soñando, escultura hecha a base de chinchetas y "patas de jamón"; sus manchas de tinta a lo Rorschach (1979); la serie de dibujos Mis gotas de sangre (1978); sus Cuerpos en cuerpos (1990) -el cuerpo como una caja de cubos de construcción-; la serie La fuente del mundo (1979), que sugiere la célebre pintura de Coubert; Cicatrices, gusanos y publicidad según El Bosco (2001), que asocia fragmentos medievales y alucinados con la publicidad actual. Sin olvidar el vídeo que realizó con Ilya Kabakov (El problema, 1997) en su casa de Manhattan: disfrazados de sus insectos favoritos, la mosca y el escarabajo, mantienen un diálogo sobre el mundo de los insectos, muy parecido, según los artistas, al enjambre de curadores, directores de museo, galeristas, artistas y críticos, que se mueven por documentas y bienales. De momento, ningún artista ha sido lo suficientemente voluntarioso para mirar más allá de la imagen rutilante de estos nidos de insectos siempre listos para la supervivencia. Comer y ser comido.

Jan Fabre. Gaudes succurrere vitae (alégrate de socorrer la vida). Fundació Miró. Parc de Montjuïc, s/n. Barcelona. Hasta el 12 de octubre. Espectáculo Je suis sang. Teatre Grec. 17, 18, 19 y 20 de julio. Itinerancia: S.M.A.K. (Gante), Musée d'Art Contemporain de Lyon, Galleria d'Arte Moderna e Contemporanea de Bérgamo.

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