La ciudad alsaciana que cobija un pueblo medieval

La Petite Venise

Colmar, la ciudad alsaciana que cobija una 'pequeña Venecia'

Con sus famosos canales, la ciudad concentra todas las bellezas de esta región francesa.

No resulta extraño que, cuando los prusianos crearon el Territorio Imperial de Alsacia-Lorena al finalizar la guerra franco-prusiana, bautizaran a Colmar como "La Petite Venise "(la pequeña Venecia). Fue una feliz época (1871-1918) en la que el turismo empezaba a convertirse en un hobby para la mayoría de las clases altas europeas y un eslogan tan poderoso solo podía ser un éxito. Más de 150 años después, aquel anzuelo promocional hoy suena a epíteto e hipérbole, pero los encantos de Colmar siguen intactos como uno de los pueblos franceses más bellos.

 

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COLMAR O LA PEQUEÑA VENECIA DE LA ALSACIA

Hay algo un tanto desconcertante para el viajero que viaja por Alsacia al llegar a Colmar. A diferencia de otras urbes medievales, este enclave alsaciano no tiene una almendra histórica muy definida, ni siquiera se intuyen los restos de una muralla que separe lo viejo de lo nuevo, lo centenario de la réplica. Eso sí, el viaje en el tiempo se hace de forma progresiva al pasear sus calles, al dejar atrás edificios modernos e ir entrando en espacios peatonales, casas de entramado de madera visto. Y, por supuesto, al aumentar la densidad de negocios turísticos.

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La vieja promesa prusiana de una Venecia en miniatura rápido se hace realidad cuando se cruza el bulevar de Saint-Pierre bajo sus diferentes nombres y el río La Lauch comienza a serpentear entre rincones idílicos. Pero que nadie se lleve al engaño. Los canales en Colmar son escasos, apenas un par de ramales que antaño servían de vía comercial y foso defensivo pero que hoy en día son lo suficientemente arrebatadores como para llenar postales y portadas.

 

 

Más allá de hacer un pequeño crucero sobre sus aguas, lo interesante es observar ese ecosistema medieval repleto de detalles que florece en lugares como el pequeño puente del bulevar Saint-Pierre, el muelle de los pescadores y el puente sobre la calle Tanneurs. Misión cumplida. 

 

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PLAZAS Y ENTRAMADOS

Una vez saciada la sed de canales, Colmar desenfunda sus verdaderas sorpresas casi sin preámbulos. Y es que su centro histórico es una sucesión constante de rincones de cuento, de plazuelas en las que resulta tan evidente la huella germánica que en ocasiones el viajero confunde el país en el que se halla. Todo ello se explica con el auge que experimentó esta localidad durante la Decápolis Alsaciana dentro del Sacro Imperio Románico Germánico en los siglos XIV, XV y XVI.

 

De aquella época conserva un trazado retorcido en el que cada plaza presume de una fuente y en el que las grandes casas son un delirio de entramado de madera y colores pasteles. Sobran los adjetivos, pero sí que son necesarias las direcciones, ya que toda visita a Colmar merece una parada en la embaucadora Grand Rue, en la fuente Roesselman, en el barrio de los curtidores y en la plaza de la Antigua Aduana. 

 

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UN SAFARI DE FACHADAS

En este deambular por el improvisado casco antiguo de Colmar las fachadas adquieren un protagonismo clave. Sobre todo aquellas que dejan a un lado la preciosa uniformidad de la madera vista para incluir elementos diferenciadores. Todas ellas ansiaban un objetivo: ser diferentes a las demás, brillar por encima en este parnaso arquitectónico medieval. De ahí que merezca la pena peregrinar ante ellas y postrar la mirada buscando estos elementos singulares.

 

La más famosa de todas es la Casa de las Cabezas donde sorprenden los 111 rostros grotescos que protagonizan una de las obras cumbres del renacimiento alsaciano. También destaca la Casa Pfister, el hogar de una importante familia de comerciantes que decidió mostrar su poder levantando una mansión de balcones en escorzo y murales exteriores. Anteriores a estas son la casa del Cisne o la casa Adolph, la más antigua de la ciudad, que destaca por preferir los elementos góticos a los travesaños de madera. 

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Y, DE REPENTE, LA COLEGIATA DE SAN MARTÍN

En la azarosa tarea de encontrar edificios que se salen del idílico común y entramado denominador, la colegiata de San Martín irrumpe con fuerza. Lo hace porque ejerce de epicentro del callejero ya que todo a su alrededor son callejuelas concéntricas y travesañas que regalan visiones a tramos de este portentoso edificio. No hay que abordar su visita como si fuera de un gran templo comparable con otros vecinos, pero sí que tiene sus peculiaridades, como la piedra rojiza sobre la que se asientan sus portentosos muros, las coloridas tejas cola de castor y los decorados góticos de su interior y exterior. No, no es una de las grandes obras maestras del gótico galo, pero no deja de ser un templo interesante.  

 

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UNTERLINDEN: UN MUSEO PARA UN ALTAR

Podría parecer una bravuconada, un delirio innecesario, pero no cabe duda: el museo Unterlinden se lo debe todo a una obra de arte. En concreto, al altar de Isenheim, una obra de arte firmada por el pintor Matthias Grünewald a inicios del siglo XVI. Y eso que no se trata de un políptico mainstream, pero el ambiente de este complejo y cómo introduce al viajero en este entorno y en esta creación paulatinamente acaba resultando contagioso.

 

Su éxito tiene muchos ingredientes, desde el mero hecho de estar emplazado en un convento de monjas dominicas del siglo XIII -ampliado en 2015 por Herzog & de Meuron- hasta la sala principal en la que se exhibe dicho altar, emplazada en la antigua capilla y diseñada para mostrar las tablas que completan esta genialidad.

INFORMACIÓN PRÁCTICA

Museo Unterlinden

  1. Dirección

    Pl. des Unterlinden, 68000 Colmar, Francia

  2. Horario

    De miércoles a lunes de 09:00 a 18:00. Martes cerrado.

  3. Precio

    Entrada general con audioguía: 15€
    Entrada general sin audioguía: 13€

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Foto: Shutterstock

AQUÍ NACIÓ LA ESTATUA DE LA LIBERTAD

Colmar no solo tuvo en los comerciantes de la Baja Edad Media sus hijos pródigos. También vio nacer a un escultor indispensable para comprender las ínfulas de magnificencia de la Francia de finales del siglo XIX. Y es que Frédéric Auguste Bartholdi es originario de esta ciudad y aquí tiene su particular casa-museo. El escultor de, entre otras obras, la famosísima Estatua de la Libertad de Nueva York es uno de esos artistas de alta alcurnia que vivió el éxito en vida, de ahí que visitar su hogar sea mucho más que profundizar en su obra: es curiosear en su vida y en cómo eran los hogares ricos de hace más de un siglo. 

 

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Eguisheim, uno de los pueblos más bellos de Alsacia. Foto: Shutterstock

LA RUTA DE LOS PUEBLOS DE LA ALSACIA

Colmar no es un verso suelto ni aislado en esta frondosa región bañada por el Rin. De hecho, en ocasiones es un actor secundario para todos aquellos que realizan la Ruta de los vinos de la Alsacia, un road trip que sube y baja viñedos, que se adentra en las localidades en las que las cepas maridan con la arquitectura rural en una armoniosa y efectista comunión. Y es que, aunque muchas de estas aldeas hayan sido reconstruidas y maquilladas tras la II Guerra Mundial, la belleza de las mismas es indudable. Entre las más destacadas y próximas a Colmar sorprenden Eguisheim, Riquewhir, Ribeauvillé y Kaiserberg. Un cuarteto insuperable para catar la belleza enoturística y paisajística de Alsacia.