Atención spoilers: este texto cuenta algunos aspectos de la vida de Guillermo Coppola contenidos en la serie

Ariel Winograd, director de cinco de los seis episodios y también showrunner de la serie, sale airoso de muchos y complejos desafíos: cómo hacer de una historia que tuvo unos cuantos elementos trágicos una muy buena comedia; cómo a partir de una vida puntual construir un retrato de época (la Argentina de los '80, de la década menemista, y del pre y post 2001); y cómo contar desde la ficción la historia del representante de Maradona durante 18 años sin que ningún actor interprete al genial jugador (aparece siempre en el fuera de campo visual y sonoro o en imágenes de archivo).

El episodio inicial (Cappa bianca) está ambientado en la Nápoles de 1985 y en el primer plano aparece Guillermo Coppola (Juan Minujín) en una terraza con doble vista a la ciudad y al mar mientras suena de fondo O sole mio. Luego, lo veremos interactuar con vendedores callejeros, con el mismísimo Enzo Ferrari (a quien convence de fabricarle al Diego una Ferrari negra cuando todas han sido siempre rojas) y con un Silvio Berlusconi que quiere llevar al astro al Milan; surcar las angostas calles a bordo de una moto blanca (como si fuera un émulo de Nanni Moretti pero napoletano en vez de romano), rechazar un comercial ya terminado y negociar un encuentro con el Papa con atribulados representantes del Sumo Pontífice. Y es en ese episodio que aparecen más personajes “reales”: desde una Amalia “Yuyito” González (Mónica Antonópulos) que le cuenta que está embarazada para perplejidad del protagonista hasta Susana Giménez (María Campos) conduciendo su popular programa.

Ya en este arranque -que por tono y geografía remite de forma casi inevitable a la obra de Paolo Sorrentino- se aprecia también el interés de Winograd por dotar al relato de una estética (visual, musical) bien de esa época. Es más, hay planos que son filmados (o trabajado con una calidad de imagen que lo simula) en Beta, Súper VHS, Betacam y otras tecnologías propias de aquellos tiempos.

Cada episodio está concebido como si fuera una mini película. Si bien hay algunas cuestiones que se retoman, cada capítulo tiene no solo un eje temático y temporal sino incluso hasta una escena de créditos de cierre muy particular y distintiva.



La serie prefiere gambetear los grandes hitos deportivos (como el triunfo en el Mundial de México '86 o las siguientes ediciones en Italia '90 y Estados Unidos '94) para concentrarse en la dinámica cotidiana de Coppola, un noctámbulo y mujeriego empedernido, un tipo impulsivo, mitómano, seductor, arrasador, canchero, chanta, entrañable y déspota a la vez, que era capaz de cargarse al hombre la empresa más quijotesca, de ocuparse de los detalles aparentemente más insignificantes con tal de conseguir su objetivo por minúsculo o mayúsculo que fuese.

En el segundo episodio (La conquista) ya empezamos a adentrarnos en tiempos de la “fiesta menemista” de pizza con champán, farándula, Cocodrilo (aquí rebautizada Tiburón) y vedettes de teatro de revista; y en un desfile en Punta del Este en enero de 1990 aparece Teté Coustarot haciendo de... Teté Coustarot, Daniel Scioli (Federico Barón) y Karina Rabolini (María del Cerro), Carlitos Menem Jr. (Agustín Sullivan) y Poli Armentano (Joaquín Ferreira), el “rey de la noche” y compinche de Coppola que será el eje del tercer episodio (Mi amigo Poli) con su controvertido y trágico final. Adabel Guerrero como Alejandra Pradón y Nicolás Mateo como el abogado Mariano Cúneo Libarona (sí, el actual Ministro de Justicia fue abogado de Coppola) son otros personajes clave en algunos de esos capítulos centrales, mientras que sobre el cierre aparecen otros actores de relieve como Gerardo Romano y Alan Sabbagh como Mariano, un muchacho contratado por Coppola como “niñera” para “cuidar”, controlar y asistir a cada minuto a Maradona.

Llena de citas y marcas para quienes vivieron aquella época (Gativideo, Movicom, Aries) y de temas emblemáticos (de Gomazo, leit motiv del programa Ritmo de la Noche, a Me das cada día más de Valeria Lynch, pasando por el clásico El Oso), Coppola: El representante se permite incursionar con desparpajo y hasta un dejo de ternura en subgéneros como el drama carcelario (Guillote pasó tres meses en prisión en 1996 luego de que en un allanamiento en su departamento se encontrara una bolsa con 40 gramos de cocaína dentro de un jarrón). También, apelando a un largo flashback, el episodio 5 (El caballito ganador) nos remonta a la juventud de Coppola como empleado bancario y luego asesor financiero de varios cracks de Boca hasta llegar a ser representante de 183 jugadores (Maradona lo obligó a abandonarlos y dedicarse a él con exclusividad). En esa mini historia aparecen otros grandes actores como Mario Alarcón y José Luis Gioia.

Dos consideraciones finales: el de Minujín es un trabajo notable no tanto por su imitación de gestos y modismos (la caracterización es buena pero está alejada de cualquier intento de mimetización) sino porque logra transmitir la energía desbordando, pero también las angustias íntimas y contradicciones internas de su querible y manipuladora criatura. Y la de Winograd también es una labor muy destacable porque en la puesta en escena se nota el aporte diferencial de un director de cine con oficio, talento y disfrute para hacer comedia.



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