GOLES, RESUMEN Y RESULTADO CELTA DE VIGO - LAS PALMAS: Un equipo para irse de juerga

Celta 4 - 1 Las Palmas

Un equipo para irse de juerga

El Celta se repone a una mala primera media hora y termina aplastando a Las Palmas en medio de un festival de juego de ataque

Claudio Giráldez apostó por una alineación muy ofensiva que acabó por encontrar el camino

Marcaron Iago Aspas (dos), Williot y Douvikas

Aspas y Douvikas, en plena celebración, ayer en Balaídos.

Aspas y Douvikas, en plena celebración, ayer en Balaídos. / ALBA VILLAR

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Cuesta domar la euforia, la felicidad. El fútbol es un deporte sin sentido, capaz de revivir en dos minutos a miles de personas que un instante antes estaban eligiendo el traje para acudir a un funeral y de repente se ven en una fiesta “rave”. Balaídos vivió su primera gran tarde junto a Claudio Giráldez, el entrenador en el que han depositado su fe y que ayer, para celebrar su renovación, les regaló una tarde de un fútbol que tenían desterrado de su memoria. El Celta se recompuso a una nefasta primera media hora, hasta que entendió el partido que le convenía jugar. Y cuando lo hizo desató una tormenta sobre el área del Las Palmas que pudo acabar en goleada escandalosa pero que, sobre todo, allana el camino hacia la salvación.

Giráldez imaginó un partido las horas previas al partido que tardó media hora en darse. Recurrió a una alineación “para el pecado” que a Benítez le habría provocado urticaria solo de imaginarla, con Carles Pérez y Hugo Alvarez ocupando las bandas; el sorprendente Williot en el sitio de Bamba y Larsen y Aspas en sus posiciones habituales. Inspirado por la filosofía de Las Palmas y de García Pimienta –al que le gusta cargar con el peso de juego y sufre tras cada pérdida– el porriñés dibujó en la caseta una estampida después de cada recuperación. Pero sucedió que el Celta tardó media hora en comprobar si seguían jugando con la misma marca de balón que la semana pasada. No lo vieron durante media hora infame en la que el mal posicionamiento (demasiado retrasada la defensa) y la nula coordinación en la presión convirtió el partido en una mala broma. Los canarios atravesaban líneas y circulaban como si el rival hubiese desaparecido. Nadie en el Celta llegaba a tiempo y eso ante futbolistas de buen pie, fieles seguidores de la escuela canaria, era una condena inevitable. La inquietud derivó en preocupación cuando Herzog cabeceó en el minuto once a la red un saque de esquina sin oposición alguna. Y estuvo a punto de desatarse el drama si poco después Guaita no llega a sacar otro cabezazo del central amarillo en una acción calcada a la anterior.

El entusiasmo con el que arrancó la tarde había empezado a apagarse hasta que Carles Pérez, a quien Claudio rescató del armario de los juguetes rotos, hizo lo imprevisto. Acostumbrado a venirse a la izquierda para amenazar con su disparo en esta ocasión arrimó al lateral a la línea de fondo –la profundidad, siempre solución, ausente de la vida del Celta durante tanto tiempo– y colocó el balón en el corazón del área donde Aspas remató al lugar más dañino. El Celta acababa de encontrar la llave del tesoro: Oscar Mingueza. Desde su posición de central toma decisiones claves en la construcción del juego. No le asusta la presión, tiene calma para encontrar al compañero y pausa cuando se siente amenazado por el rival. Juega a sesenta pulsaciones emocionales. El primer gol había nacido en sus botas y solo un minuto después volvió a resquebrajar a Las Palmas con un pase a Aspas a quien el moañés dio continuidad poniendo a Williot delante del portero. El joven sueco, elegante y poderoso en la carrera, resolvió con la frialdad de los elegidos. Golpeo seco al rincón. En un par de minutos nacidos en la paz mental de Mingueza el Celta había dado un vuelco antes de que la angustia entrase en escena.

Claudio había visto con claridad dónde estaba el espacio. Sus jugadores comenzaron a comprenderlo en el final del primer tiempo, pero el técnico acabó por abrirles los ojos en el descanso. El segundo tiempo fue una apoteosis. El Celta, intenso en los duelos, con las líneas más juntas y sin regalar metros a los canarios por querer ir a una presión loca, eligió el lugar del campo donde iba a robar el balón. Lo hizo de forma permanente y a partir de ahí lanzó a sus flechas a la espalda de sus defensas. Ese fue el partido que Giráldez había diseñado, pero que tardó en producirse. El Celta volaba después de cada recuperación. Amenazaba Carles por un costado y el extraordinario Hugo Alvarez por el otro; Iago generaba espacios a su espalda y Williot intervenía poco pero siempre de forma dañina.

En ese arranque pletórico del segundo tiempo pudieron marcar Mingueza, Beltrán, Williot, Carles y Jailson. En casi todas ellas Valles estuvo providencial. Decidido a hacer aún más daño Giráldez recurrió al jugador que mejor ataca el espacio en esa situación: Douvikas. Para ello tuvo que ejercer de padre comprensivo pero inflexible con el molesto Larsen. Pero la decisión era de manual. Fue pisar el campo el griego y a los pocos minutos anotó el tercer tanto tras una asistencia de Iago Aspas. No existía Las Palmas. García Pimienta lo había intentado poniendo a Javi Muñoz en el campo pero el Celta había decidido regalarse una fiesta. Como el universitario que está meses encerrado en casa preparando los exámenes finales y sale por fin a la calle. Quiere que esa noche no se acabe nunca. Y así estaba el Celta, después de meses condenado al aburrimiento y sintiéndose peor de lo que (seguramente) sea: decidido a que nadie le apagase la música. A quince minutos del final Douvikas, siempre venenoso, entregó en bandeja el cuarto a Iago Aspas (dos goles y dos asistencias) y estuvo a punto de perfeccionar el papel del buen samaritano al regalar un gol a Hugo Alvarez, pero el remate del joven canterano se fue alto. Una alineación hecha para la juerga tenía lo que estaba buscando en medio del jolgorio general. Pudo ser más grande la avería para el equipo de García Pimienta, pero se hizo de día y la discoteca echó el cierre.