Belle de jour encandiló en Venecia en 1967. Su director, Luis Buñuel, se llevó el León de Oro y su protagonista, Catherine Deneuve, se convirtió en el indudable símbolo sexual del cine francés con su papel de una aburrida esposa burguesa que ejerce la prostitución mientras su marido está en el trabajo.
Ahora, 55 años y muchas películas después, Deneuve ha regresado a la ciudad de los canales para recoger su León de Oro Honorífico, un premio que se ha ganado filme a filme por sus interpretaciones en títulos como Repulsión (Roman Polanski, 1965), Indochina (Régis Wargnier, 1992), que le valió una nominación al Oscar, o Place Vendôme (Nicole García), que le reportó una Copa Volpi en el festival veneciano en 1998.
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Deneuve ha comparecido este miércoles ante la prensa antes de recoger su premio y ha dejado muy claras tres cosas: que no piensa mirar al pasado, que a los 78 años todavía tiene mucha carrera por delante y que si llegó a la cima no fue por su físico: “Nunca he sido un símbolo sexual”, ha asegurado la actriz, “aunque quizá alguien lo haya pensado por mi melena rubia”, ha bromeado la intérprete francesa que tampoco se considera un icono del cine.
Pero aunque ella lo niegue y aunque tiene muchas otras cualidades como profesional, la belleza de Deneuve no ha pasado desapercibida ni para los directores con los que ha trabajado ni para el público ni para el director de la Mostra, Alberto Barbera, quien le ha concedido este premio honorífico por “su indiscutible talento, además de su sofisticada y rara belleza, atributos que le han ayudado a ser el símbolo del cine francés, una diva eterna y un verdadero icono de la gran pantalla”.
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La diva francesa, que acaba de rodar un filme en París y en breve participará en otra película en Bruselas, ha acabado su intervención con una reivindicación de las salas de toda la vida frente a las plataformas de cine casero: “Quiero estar en un cine con gente que no conozco. No es solo el sonido. Es el ambiente. En casa, es muy diferente. No sientes las cosas de la misma manera”, ha remachado.
Lo ha hecho en un festival que ha tomado la delantera a otros certámenes como Cannes o Toronto al tener la valentía de programar películas producidas por las grandes plataformas. La Mostra ha abierto este miércoles con una cinta producida por Netflix, White Noise , de Noah Baumbach. Un gesto que puede convertir al Festival de Venecia en la antesala de los Oscars como ya ocurrió en 2019 con Historia de un matrimonio, del mismo director, que pasó por Venecia con gran éxito, se estrenó en Netflix y después logró seis nominaciones a las estatuillas doradas.
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Adam Driver era el protagonista de aquel film y ahora repite a las órdenes de Baumbach en White Noise, una película episódica basada en una novela de Don DeLillo, que es también un guiño a la posmodernidad. Driver es en esta ocasión el profesor Jack Gladney, historiador y uno de los mayores expertos estadounidenses en Hitler. Gladney y su familia se enfrentan a una evacuación después de que un accidente provoque una nube tóxica en su ciudad. Además, el profesor y su esposa, interpretada por Greta Gerwig, afrontar el temor a la muerte de una manera bastante curiosa.
Estreno de lo último de Carla Simón
Carla Simón ganó el Oso de Oro el pasado febrero en la Berlinale con su ya famosa Alcarràs. El viernes estrenará su último trabajo en la Mostra veneciana. Se trata de un cortometraje titulado Carta a mi madre para mi hijo, que se presentará fuera de concurso en las Giornate degli Autori y que cuenta con la participación de Ángela Molina, Cecilia Gómez, Jesús Carmona, Ainet Jounou, Anna Otin, Josep Abad y la propia Simón.