• Carrie Fisher falleció el 27 de diciembre de 2016, a los 60 años, durante un vuelo de Londres a Los Angeles. La autopsia reveló restos de éxtasis, cocaína y heroína en el cuerpo de la actriz, consumidos en las 72 horas previas a su muerte.
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“Mami nunca soportó que fuera yo la protagonista”. Esa frase habría sido un buen comienzo para una tercera entrega de sus memorias. Sí, al más puro estilo Sunset Boulevard. Porque no me dirán ustedes que la casualidad no ha sido aún más caústica que la propia Carrie Fisher (21 de octubre de 1956-27 de diciembre de 2016) cuando le tocaba hablar de su madre. Un día después de que el mundo aún estuviera digiriendo que la Princesa Leia y su peinado ensaimada acababan de decirnos adiós para emprender su último viaje hacia los confines de la Galaxia, su madre, la gran Debbie Reynolds, aquella estrella de sonrisa angelical a la que culpaba de su desorden emocional, su bipolaridad, sus problemas con la bebida, las drogas y el éxito, moría a lo shakesperiano de un ictus.

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Si esta fuera la necrológica lastimera de la muerte de una madre y una hija, la tragedia sería de unas proporciones parecida tal vez a cualquiera de Eurípides o Sófocles porque ni siquiera el guión de una telenovela soportaría semejante coincidencia sin un estrepitoso “venga vaaaa” de la audiencia. Pero conociéndolas a ellas, su relación turbulenta, odiosa, melodramática y hasta cómica, que la madre haya muerto un día después que la hija es sencillamente de coña. Eso mismo habría dicho la propia Carrie.

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El duelo por el primer plano se batió desde el primer día.

Porque si bien fue la hija de la pareja preferida de América, destinada a ser famosa desde la cuna, a diferencia de todas las demás estrellas de casta, ella siempre tuvo los santos bemoles de contar su vida, bendecida y crucificada por el éxito, con un gran sentido del humor, por no llamarlo sarcasmo. Porque precisamente fueron sus padres, Debbie Reynolds en especial –porque su padre, Eddie Fisher, decidió abandonarla a los dos años para vivir a doscientos metros en casa de Liz Taylor–, quienes más difícil se lo pusieron. Eso, lo de ser famosa. A ellos les costó mucho sudor conseguir el éxito, no se lo iban a regalar tan alegremente a su hija solo por serlo ¿no? Que sí. Que después vendría Star Wars y el personaje de la Princesa Leia, vale, pero me lo irán a comparar con Cantando bajo la lluvia… que diría la Reynolds.

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La familia de América.

“Soy el resultado trágico del incesto de los Ángeles. Eso es lo que sucede cuando dos celebridades se reproducen”, escribió Carrie. También dijo cosas como "Voy a hacerme fumigar el ADN" y cuando contaba la historia de amor con la actriz de los ojos violeta, o sea, la Taylor, que se acababa de quedar viuda, ella lo resumía de la siguiente manera: "Primero le dio un pañuelo, luego le regaló unas flores y al final le consoló con su pene". Y como lo suyo era regodearse en las putadas del destino, en 2001 reunió a su madre y a la protagonista de Cleopatra en el telefilme These old broads. Ella se ocupó de escribirles los guiones.

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¿Quién es la estrella?

“Vamos, tienes que dejarme volver al cine por la puerta grande. Maldita sea, al fin y al cabo esa maldita hija de puta ¡soy YO! Mi hija me lo debe, tú me lo debes, ¡Hollywood me lo debe!”, gritó Debbie al director durante una amorosa merienda. Pero los productores, que se pasan las deudas de los demás por el forro, le dieron el papel a la hermana pelirroja de Warren Beatty. La venganza no acabó ahí. Aquel año, la Academia “nominó” a Meryl Streep como mejor actriz y no a Shirley MacLaine. Las carcajadas de mamá Reynolds resonaron por las colinas de Hollywood y dejó un bonito mensaje en el contestador de su hija. “Si yo hubiera hecho el papel me habrían dado el Oscar, ¡seguro! pero esos paletos se lo dieron a la vieja Shirley. ¡Que se jodan! Y jódete tú, por desagradecida”.

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El rencor no entraba en los parámetros de Carrie.

“A Carrie le llevó treinta años ser feliz conmigo. Nunca he sabido cuál fue el verdadero problema. Tuve que trabajar en ello. Siempre he sido una buena madre, pero siempre he estado en el mundo del espectáculo y en el escenario. No cocino galletitas ni me quedo en casa”, declaró Reynolds en una entrevista con People ya reconciliadas. Menos mal que Carrie, años antes, ya había dejado para la posteridad una de sus mejores sentencias. “Mi vida se resume en una frase: si no fuera graciosa, simplemente sería real, y eso es inadmisible”. Y la ironía lo carcome todo.

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Por qué Carrie no se guardó el papel de la Streep para ella. Esa podría haber sido una suerte de venganza a no ser que “eso ya lo hubiera protagonizado”, dijo la actriz quien no dudó en dejar tal cual en el guion una de las acusaciones de su madre que marcaron su vida: “Yo llegué aquí de la nada y he hecho algo con mi vida, tú ya estabas aquí y sin embargo no has hecho nada con la tuya”. No cabe duda de que echarse las verdades del barquero a la cara debe de ser terapéutico porque, después, madre e hija vivieron pared con pared hasta el final. Hasta el punto que Debbie terminó rindiéndose a la crudeza de la fama y el olvido. “Ser mi hija fue difícil para Carrie porque, en la escuela, el profesor la llamaba Debbie. Pero supongo que no estaba tan mal porque ahora yo soy la madre de la princesa Leia en cualquier sitio al que voy. Ni siquiera la de Cantando bajo la lluvia. Ella me ha dado mi identidad”. Lo explican con claridad y sencillez en el documental que grabaron juntas para HBO muy poco antes del fallecimiento de ambas.

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Carrie y Debbie en una entrega de premios en 2015, uno de sus últimos actos públicos juntas.

Porque si bien Carrie nació famosa, se convirtió en una celebridad por méritos propios cuando encarnó a la heroica Princesa Leia en el 77 con solo 19 años, los mismos que tenía su madre cuando hizo también su primera película y, desde aquel momento, ella y no su madre se convirtió en una piedra angular de la cultura pop. Sería para siempre Leia como su madre antes la protagonista de Cantando bajo la lluvia, que ninguna otra actriz cargó con un sambenito mayor hasta que nació su hija. Porque Star Wars se convirtió en un universo en sí mismo, con ejércitos de fans para los que la Princesa era una diosa de la que se examinaban minuciosamente diálogos y sujetadores… De hecho, Fisher bromeaba con que le habría gustado morir ahogada entre los tirantes dorados de aquel bikini armadura que hoy ya es historia del cine.

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Lo que se hizo más difícil fue interpretarse a sí misma. Voluntaria o inevitablemente, tuvo que reinventarse, primero como actriz –sin mucha suerte o con una mochila demasiado abultada– y después como escritora de bestseller y guiones donde tuvo su mayor esplendor aunque eso significara revolcarse como un cerdo en un lodazal sobre sus desgracias, sus fracasos en el amor, sus adicciones y carencia incluso su enfermedad mental. "Soy un dispensador de caramelos Pez y salgo en un libro de texto médico, ¿quién dijo que no lo puedes tener todo?". "Toda la vida he esperado para que me dieran un premio como actriz o guionista, y ahora recibo todo tipo de premios por estar enferma mental. Parece que soy muy buena en eso". Pero en los premios madre e hija también tuvieron una carrera paralela. Al final, el gran drama de los hijos siempre es parecerse a sus padres. Y en este caso, sin ese drama, sería imposible entender a la una sin la otra. De hecho, su vida no tenía sentido. Y así quedará escrito.

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