Clark Gable y Carole Lombard: la boda que empezó con una huida del rodaje de Lo que el viento se llevó y terminó con una rueda de prensa

El 29 de marzo de 1939 se celebró la boda largamente esperada de dos de los actores más atractivos y admirados de su momento. Poco les duró la felicidad: estalló la II Guerra Mundial e igual que al mundo a ellos les alcanzó la tragedia. 
Clark Gable y Carole Lombard en 1939.
Clark Gable y Carole Lombard en 1939.Everett Collection / Everett Collection /Cordon Press

El 29 de marzo de 1939 llegó la boda largamente esperada de dos de los actores más atractivos y admirados de su momento. Carole Lombard y Clark Gable llevaban años enamorados y convertidos, a ojos del público, en la pareja perfecta. En aquel momento, él estaba rodando la película que le convertiría de estrella en leyenda. Ella era un símbolo de la alegría, despreocupación y hedonismo de su época, pero pronto se convertiría en algo todavía más fuerte, un ejemplo de compromiso y lucha por la justicia; y, al final, tristemente, en sinónimo de tragedia. Pocos meses después de su boda, estallaría la II Guerra Mundial, y el huracán de la historia acabaría con el romance entre el rey de Hollywood y la reina de la screwball comedy.

Todo empezó con una película, aunque sería la vida real la encargada de que su historia cuajase. En 1932, Carole Lombard y Clark Gable protagonizaron Casada por Azar. “Hicimos todo tipo de escenas de amor ardientes... y nunca logré que él temblara en absoluto”, contaría ella años después con su típico sentido del humor. En aquel momento ambos estaban casados con otras personas, si bien no felizmente casados, como se demostraría pronto. Cuando terminaron el rodaje, a modo de guiño, Carole le envió un jamón con la cara de Gable pegada encima. Ella podía hacerle esas bromas, porque en la muy marcada pirámide del status en Hollywood, él se encontraba bastante por encima. Lombard todavía se encontraba lejos de su posición soñada; Gable era la estrella masculina mejor pagada del momento, un actor popularísimo, y en breve lo iba a ser más. Parecía destinado al éxito desde que sus grandes orejas se subieron a los escenarios teatrales y el público empezó a sentirse cautivado por su carisma.

Cierto es, que para ser un hombre de mucho éxito tanto entre hombres como con mujeres, Gable eligió a sus primeras parejas oficiales guiado por cierto cálculo personal y profesional, no tanto por un mero instinto sexual o atracción romántica –que también–. Le gustaban las mujeres mayores, en lo que algunos han visto una reminiscencia freudiana por la temprana muerte de su madre, y sus dos primeros matrimonios fueron con mujeres que decididamente tenían un rol materno en su vida. Cuando se casó con Josephine Dillon, su profesora de interpretación, ella tenía 40 años y él 23. No solo se habían hecho amantes, sino que ella ejerció como pigmalión y mentora de su carrera. Le ayudó a pagar las clases de interpretación y a transformarse en otra persona. Gracias a los consejos de Dillon, Gable agravó su voz y moduló su dicción haciéndola mucho más viril y adulta, sin dejar de cultivar un aire desvalido en el fondo de su mirada que las mujeres encontraban irresistible. Fue un éxito. De las tablas, pronto pasó al cine, y a su siguiente pareja oficial. María “Ría” Franklin tenía 46 años, se había divorciado tres veces y era muy rica. Ella fue la encargada de impulsar la carrera en Hollywood de Gable. Le pagó una dentadura nueva, rediseñó sus cejas, le enseñó a comportarse de forma mundana, como un caballero y lo dejó, poco más o menos, en la puerta de la Metro convertido en un caramelito por descubrir.  Desde luego, dieron buena cuenta de él, y su carrera se disparó. El matrimonio con Ria parecía por momentos más una asociación profesional que sentimental; de hecho, el principal motivo para casarse, en 1931, fue formalizar su relación a ojos de la Metro, que no permitía a sus estrellas vivir en pecado. Las revistas de cotilleos informaban con constancia de sus escarceos, lo que ayudaba a construir su imagen de conquistador. Gable era un mujeriego contumaz que no se limitaba a las coristas, aspirantes o mujeres anónimas que empezaban a suspirar por el ya conocido como “orejotas” más sexy de la pantalla. Tuvo romances, relaciones y breves affaires con todo el Hollywood de su época. Y eso es mucho. Alguno de sus biógrafos dice que algunos encuentros no fueron más que publicidad de los estudios, como los adjudicados con Myrna Loy o Jean Harlow, pero otros, como los que le unieron a Joan Crawford o Elizabeth Allan, están sobradamente probados. También se citan los nombres de Norma Shearer o Marion Davies. Mientras, Ria seguía ejerciendo de señora Gable, y parecía satisfecha con el papel; él además se mostraba cariñoso con los hijos de ella, Al y Jana, cultivando una imagen de padre de familia que ayudaba a su aura de canalla encantador.

Clark Gable y Carole Lombard en Casada por azar.

/ Cordon Press

Cuando en 1934 Gable protagonizó Sucedió una noche junto a Claudette Colbert, su fama se disparó. Ganó el Oscar y marcó un hito en la cultura popular: cuando en una escena de la película se sacaba la camisa y se veía que no llevaba camiseta interior (su pecho aparecía descubierto), las ventas de esas prendas descendieron de forma sustancial. Para entonces, su matrimonio ya estaba deshecho. Ria y él vivían separados, aunque ella no deseaba concederle el divorcio. El apodo de “el rey” de Hollywood llegó en 1938, por una de esas votaciones de marketing que se celebraban con periodicidad en el mundillo. En aquella ocasión, el título de reina recaía en Myrna Loy, pero a él el título se le quedó para siempre. El sentaba como un guante; después de años de cierta sexualidad ambigua, durante la década de los 20, con galanes como Rodolfo Valentino, Gable suponía el regreso del hombre en su encarnación más clásica y viril. Al propio Gable le gustaba cazar, pescar, la vida al aire libre y coleccionaba armas, con lo que la frontera entre persona y personaje se diluía. Tenía sentido del humor, encanto, conquistaba a las mujeres y caía bien a los hombres (y al revés, a juzgar por los persistentes rumores de que en el inicio de su carrera Gable había realizado favores sexuales a hombres de la industria para medrar). En su momento, Terenci Moix le definía como “el macho por excelencia. Gable es la virilidad que abofetea pero sabe rendirse a tiempo”. Esta definición tan acertada adquiere hoy todo su sentido, incluso en la esfera más problemática.

Carole Lombard, cuyo nombre real era Jane Alice Peters, era otro ejemplar típico de su época: la niña que crece en una familia disfuncional que admira el espectáculo y suple en cierto modo al padre ausente con la fama y los aplausos. La madre de Carole la animó a ser actriz en cuanto pudo, igual que a sus hermanos.  A los 18 años, la joven llevaba tiempo trabajando en películas mudas y su futuro parecía prometedor; entonces, entró en escena el destino: Jane Alice sufrió un accidente de coche dramático. “Atravesé el parabrisas”, contaría ella. “Me dieron 25 puntos en la cara”. Por causa de las cicatrices que le había quedado en la mejilla, el labio y una ceja, la despidieron de la 20th Century Fox. Decidida a ser una estrella, no se resignó; se sometió a varias operaciones de cirugía plástica –sin anestesia, añade Robert Matzen en su libro Fireball– para reducir las marcas al mínimo. También estudió cómo mediante la iluminación y el maquillaje podían disimularse en pantalla. Lo consiguió, y volvió a trabajar, ya en las talkies, pero sin obtener ningún éxito notable durante años. “Nadie tiene más películas horribles que yo”, bromeaba. Libérrima, irreverente y dispuesta a disfrutar de su sexualidad como las mujeres modernas de su época se supone que hacían, Carol, que pronto pasó a ser Carole, tuvo affaires con Gary Cooper, John Barrymore, Howard Hughes, Josep Kennedy padre o David O. Selznick.

Pero el hombre más importante, al menos legalmente, de esta época para Carole fue William Powell. El actor, considerado uno de los “elegantes” de Hollywood, estaba ya divorciado y había vivido un intenso romance con Slim Keith, la  futura esposa de Howard Hawks que le serviría para “diseñar” a Lauren Bacall (y que acabaría teniendo a su vez un affaire con Clark Gable). Cuando coincidieron en el rodaje de Man of the world en 1931, la química fue inmediata y se embarcaron en un apasionado idilio. “Le pedía a Carole que se casase conmigo cada media hora”,  contaría él. Al final, ella aceptó.

Pero ahí empezaron los problemas. Durante la luna de miel en Hawái, Carole se contagió de gripe, que evolucionó hasta una grave pleuresía. La actriz estuvo un año luchando por recuperarse de la enfermedad, y al final sufrió una crisis nerviosa, la primera de varias que la acompañarían durante el resto de su vida. La salud de Carole era frágil, a lo que no contribuía el acelerado ritmo de trabajo. Robert Matzen detalla además que tenía reglas larguísimas y debilitantes; ella decía de sí misma, con humor: “Dios me ha construido al revés. Solo hay un par de días al mes en los que no estoy sangrando”. El matrimonio no era feliz; la biógrafa de la actriz Michelle Morgan explica en su libro dedicado a ella que la diferencia de edad y de aficiones les separó: Powell estaba en un momento de su carrera en el que no necesitaba trabajar tanto, pero ella sí; a Carole le gustaba salir y divertirse, mientras que él, 16 años mayor, prefería quedarse tranquilo en casa. Ella se aburría (también sexualemente), y él apenas la veía.  En 1933 llegó el divorcio, previa estancia de Carole de 6 semanas en Nevada, donde el divorcio era posible tras ese período. Los ex quedaron en buenos términos, pese a lo que Carole reconocería: “Ha sido una pérdida de tiempo, el suyo y el mío”.

Y como no había más  tiempo que perder, continuó aumentando su currículum sentimental. Tras el divorcio, salió con el guionista Robert Riskin, 11 años mayor. A raíz de esta relación, contaría ella, “empecé a leer libros. Y no tonterías, sino libros libros. Aldous Huxley, Jane Austen, Charles Dickens, William Faulkner… porque Bob era un intelectual, y yo sentía que tenía que estar al día”. Todavía estaban juntos cuando Carole se encontró en el Cocoanut grove con el cantante Russ Columbo; Riskin se retiró de escena discretamente, y en breve, Carole y Columbo eran la nueva pareja de moda. Su conexión sexual era fortísima y pronto él le presentó a su familia, un grupo de italianos encantados por el encanto de Carole. Entonces llegó otro golpe inesperado y absurdo. El 2 de septiembre de 1934, Russ estaba examinando un arma en compañía de su mejor amigo cuando la pistola se disparó de forma accidental; la bala rebotó en una estantería y le alcanzó en un ojo. Russ falleció poco después, a la edad de 26 años. Ella se quedó en shock, y con el tiempo declararía dramática: “Su amor por mí era del tipo que muy rara vez experimenta cualquier mujer. Estoy desesperadamente sola”. Pero a una amiga también le confesaría años después, en palabras que ahora suenan un tanto siniestras: “Estoy segura de que de no haber encontrado la muerte a través de esa bala que rebotó, la habría encontrado igualmente de otra manera, por un accidente de coche, tal vez. Creo que todo ocurre por un destino inflexible. Creo que la muerte de Russ estaba predestinada. Estoy contenta de que ocurriese cuando él era tan feliz por nuestro amor y por el inicio de su estrellato”.

En aquel momento, Carole buscó la compañía de su ex marido, de su ex Bob Riskin y pronto empezó una liaison con su compañero de rodaje George Raft. Llena de energía, se centró en alimentar a la Carole Lombard estrella de cine que tanto le había costado erigir. Se dedicó a organizar fiestas temáticas y a alimentar su aire de personalidad desenfrenada, pensando con sentido que la publicidad le ayudaría a obtener mejores papeles de los estudios. Si los productores necesitaban a una protagonista para la próxima comedia de teléfonos blancos, ¿quién mejor que ella, que ejercía de ese tipo de personaje a tiempo completo? Así llegamos a más de un año después de la muerte de Russ, y al poderoso productor David O. Selznick, presidente del club Mayfair (una camarilla de influyentes del cine), pidiéndole a su ex ligue Carole que ejerza de anfitriona de su próxima gala anual, ella que sabe organizar tan buenas fiestas. El resultado fue el White Mayfair Ball, celebrado el 25 de enero de 1936. Carole decidió que todas las invitadas debían ir de blanco, y los hombres lucir una pajarita blanca también. Este protocolo se lo saltó a la torera Norma Shearer, como Bette Davis en la película Jezabel un par de años después, que se presentó de rojo para escándalo de los presentes por la falta de respeto. Entre aquella flor y nata de Hollywood estaba por supuesto Clark Gable, que acudió con la aspirante a actriz y cantante Eadie Adams. Carole llevaba como acompañante a su amigo César Romero, poseedor de lo que entonces se llamaba sexualidad “ambigua”. Entre sus obligaciones como anfitriona, Carole tuvo tiempo para reconectar con Gable, su antiguo compañero en la pantalla. Todo Hollywood vio cómo se echaban un baile agarrado, flirteaban descaradamente y al final abandonaban la fiesta a bordo del coche Duesenberg color marfil de él. Cuando el actor le propuso continuar la noche en una habitación de hotel, ella le contestó, socarrona, “¿quién te crees que eres, Clark Gable?”.

Carole Lombard and Clark Gablecirca 1935** I.V.

El plan acabó allí, pero no su historia de amor; esa acababa de empezar. Aunque, por supuesto, había otros candidatos al puesto de pareja oficial –o temporal– de ambos con mucho más peso que Eadie Adams y César Romero. Separado de Ria, aunque no divorciado, pronto apareció en el horizonte de Gable una recién llegada a Hollywood, la morena Merle Oberon. Merle tenía su propia historia de culebrón que se mantuvo secreto durante décadas: para triunfar, ocultó haber nacido en Bombay de una madre india, asegurando ser australiana y de raza blanca. Su madre, además, solo le llevaba 12 años, por lo que en principio las hicieron pasar por hermanas y Merle luego la presentaba como su secretaria. Esta sombra de vergüenza no impidió a Merle llegar a ser en una reputada actriz que optaba sin problemas a los papeles de blanca y anglosajona (es decir, casi todos) con su aspecto sensual y vagamente misterioso. Tenía Merle en aquel momento un romance con el británico David Niven, pero cuando coincidió en enero del 36 con Gable en la famosa Mayfair Ball, se fijó de forma irremediable en él, aunque él estaba más bien por la labor de hacerle ojitos a Lombard. Por si acaso, para que nadie se le adelantase, Merle se presentó en casa de Clark el día de su 35 cumpleaños con una botella de champán. Se ve que funcionó, porque el 7 de febrero Clark y Merle acudieron juntos a uno de esos eventos que simbolizan el espíritu lúdico e irreverente de aquel Hollywood: para celebrar que la esposa de Donald Ogden Smith había recibido el alta de un hospital psiquiátrico, montaron la “fiesta del ataque de nervios”. Allí coincidieron de nuevo Clark y Carole; al parecer, él le dijo que le parecía de mal gusto que ella hubiese acudido a la fiesta en una camilla que salía de una ambulancia. Encontraba que era pasarse con la broma. Se enrocaron en una discusión que parecía la plasmación del cliché “los que se pelean se desean”, y acabaron reconciliándose durante un animado partido de tenis en el que se disparaban las pelotas como réplicas en una screwball comedy. Merle no tuvo más remedio que retirarse discretamente sin que él la echase de menos. Todavía se presentarían en público como acompañantes cuando el 5 de marzo acudieron a la gala de los Oscar; ambos estaban nominados, pero ninguno ganó. Estaba claro que su vinculación tampoco tenía mucho sentido. Pronto Merle inició un romance con Gary Cooper (ex a su vez de Carole Lombard), y en 1939 se casó con Alexander Korda, el primero de sus cuatro maridos.

Merle Oberon en Canción inolvidable

© 1978 Ned Scott Archive / mptv

En algún momento durante esas semanas, la relación entre Carole y Clark pasó a mayores. El 18 de abril del 36 se les fotografió como pareja por primera vez, acudiendo como público a una carrera de coches en Los Ángeles. El mundo gozó al verles y se convirtieron de forma inmediata en la pareja favorita de América, una pareja en una posición ambigua, porque él seguía casado de forma oficial. Existían cláusulas de moralidad en sus contratos; si no se comportaban como la gente decente de su época, o al menos lo fingían, podían perder sus trabajos. Y se jugaban mucho. Carole era una estrella ya por derecho propio gracias a las comedias y especialmente a Al servicio de las damas, que se estrenó ese año 36. Fue su exmarido, William Powell, el que insistió para que la contrataran para el papel de protagonista femenina, a su lado. Para entonces él había empezado ya a protagonizar la saga The thin man, (La cena de los acusados) y se había convertido en el epítome de detective glamouroso, divertido y que hace constantes bromas sobre su evidente alcoholismo. Powell sabía lo que hacía: Carole era divertidísima. Poseía un humor sardónico y un talento para el slapstick que la hacía perfecta para ese tipo de papeles. Además, era rubia, bellísima, elegante y una fuente sin fin de anécdotas.  Por ejemplo, Anita Loos en su libro Adiós a Hollywood con un beso cuenta: “Recuerdo una ocasión cuando Carole paseaba por una calle y el conductor de un camión que pasaba se ofreció a llevarla. Carole aceptó, y como el conductor era un hombre de compañía agradable, fue con él todo el camino hasta Bakersfield. Muy pronto el joven se dio cuenta de que llevaba un ángel a su lado. "Sabes una cosa, ¿nena?” le comentó. “Me recuerdas a Carole Lombard”. “Si me comparas con esa furcia barata, me bajaré de tu camión” exclamó Carole enfurecida. Y el conductor le pidió disculpas”. En otra ocasión, se contaba que Lombard encontró muy gracioso practicarle sexo oral a Gable, dormido, tras haberse enjuagado la boca con pepermint. Semejante oleada inesperada de frescor provocó que Gable saltase de la cama del sobresalto y se dislocase un tobillo.

El público quedó cautivado por la combinación Carole-Clark, y especular con cuándo Ria le concedería por fin el divorcio a su marido se convirtió en un pasaporte nacional. Su química palpable desbordaba las páginas de las revistas. Como escribe Joan Benavent en su libro Clark Gable. La corona del Rey, “ahora a Carole le apetecía el jamón más que nunca y Hollywood advirtió con asombro que no paraba de comérselo en vivo y en directo”.  Las carreras de ambos continuaron con éxito; Lombard con comedias, Gable con todo lo que le daban. Se dice que fue ella la que le animó a aceptar un papel en un proyecto que algunos consideraban que estaba destinado al fracaso: la adaptación de la novela Lo que el viento se llevó. En realidad, no solo Lombard pensaba que su amado era perfecto para interpretar a Rhett Butler; toda América lo pensaba. El sustancioso contrato que firmó para la película le permitió por fin obtener el divorcio de su esposa Ria, muy al estilo de la época, en Reno.

El rodaje de Lo que el viento se llevó tiene su propia historia. En lo que respecta a Gable, es famosa la leyenda de que  no se llevaba bien con George Cukor porque éste era considerado un “director de mujeres” y prestaba mucha más atención a Vivien Leigh y Olivia de Havilland que a él. Al final, Cukor fue reemplazado por Victor Fleming, gran amigo de Gable. Otra versión para esta antipatía es que Gable era un poco homófobo y no se sentía cómodo en presencia de hombres gays en su trabajo, lo que ya le había pasado con Charles Laughton en el rodaje de El motín de la Bounty. Y otra teoría más jugosa es que Cukor sabía que el actor había tenido un romance o varios con otros hombres al inicio de su carrera, e incluso que había sido chapero o había utilizado el sexo con hombres para medrar. Esta versión fue la difundida por Kenneth Anger en Hollywood babilonia, nombrando de forma específica a William Haines, el actor –íntimo amigo de Joan Crawford y de la Lombard– cuya carrera se tambaleó cuando se negó a vivir en el armario, pero logró reconvertirse con éxito en decorador de interiores gracias a la ayuda de sus influyentes amistades.

En cualquier caso, en medio de aquel rodaje clave en la historia del cine, llegó el divorcio con Ria y la ansiada boda con Carole, el 29 de marzo de 1939. Llevaban mucho tiempo esperando para poder contraer matrimonio, pero la ceremonia fue fruto de la improvisación, por encontrar algo difícil en la apretada agenda de una estrella de Hollywood: tiempo libre. El mismo Gable contaría que mientras se quitaba el maquillaje tras terminar las escenas del día en Lo que el viento se llevó, le dijeron que al día siguiente no tendría que trabajar. “Llamé a Carole de inmediato y con la ayuda de un amigo cercano, salimos esa noche a Kingman, Arizona. Llevamos a Otto (su publicista), no solo para desenredar cualquier dificultad en la que pudiéramos tener, sino porque tenía un coche nuevo sin placas, lo que significaba que no nos pillarían”. Él tenía 38, ella 31, y la madre de Carole también estaba allí, exultante de felicidad. Al día siguiente los medios ya se habían enterado de todo y se congregaron ante la casa de Carole en St. Cloud Road, en Bel Air, la que ella llamaba “la granja”. Allí habían habían pasado su primera noche oficial como casados. El nuevo matrimonio dio una rueda de prensa ante los medios, en la que no paraban de tocarse y mirarse con embeleso. Al día siguiente, como broma personal, cambiaron el plan de rodaje de Lo que el viento se llevó y prepararon la escena de la boda entre los protagonistas. Clark, nervioso al oír la marcha nupcial, no se concentraba en la escena. Cuando Vivien Leigh le preguntó solícita si le pasaba algo, Victor Fleming respondió con sorna: “Es que Clark siempre ha sido tímido con las chicas”.

Carole Lombard en Candidata a millonaria.

/ Cordon Press

Aquella casa de Bel Air fue el escenario de la primera etapa de su matrimonio. Poco después se fueron a vivir a un rancho en Encino, perfecto para su amor por el aire libre, y Carole se la alquiló a Alfred Hitchcock, que la dirigió en Matrimonio original. Aquella pareja en apariencia perfecta tenía claro que quería tener descendencia. Pero no ocurrió. Por mucho que lo intentaron, Carole no se quedaba embarazada. Durante un año, visitaron a médicos para intentar averiguar qué pasaba, pero estos no llegaron a ninguna conclusión práctica. Los rumores sobre embarazos y abortos abundaban; cuando se anunció que Carole había tenido que ser operada de una apendicitis, se sospechó que en realidad había sufrido una pérdida gestacional tras montar a caballo. Pronto se empezó a decir que Carole podía tener alguna enfermedad que le impedía concebir, porque la idea de que una súper estrella masculina tuviese algún problema de fertilidad era de inmediato desechada por la maquinaria de prensa del estudio. Cuando las cartas de los fans comenzaron a interesarse por su salud, Carole, que llevaba una activa vida al aire libre con su marido, pescando y dando largas caminatas, declaró en una entrevista: “No estoy enferma. Tal vez soy un poco tontorrona. Incluso admitiré que a veces soy un poco estúpida. Pero no estoy enferma”.

Claro que había una razón de peso para suponer que Clark Gable no tenía ninguna dificultad para concebir hijos, y no es una historia muy reconfortante. Hay que remontarse a 1935. Por aquella época, Gable rodó la película La llamada de la selva junto a Loretta Young, de 23 años. Loretta era hija de una ferviente católica que tenía una muy estricta y concreta noción del pecado. Cuando a los 17 años Loretta se casó con Grant Withers, actor fracasado, alcohólico y jugador, lo que le pareció mal a su familia es que no fuese católico. Loretta acabó dejando a su marido e iniciando un romance con Spencer Tracy, que sí era católico pero, vaya, ya estaba casado y jamás dejaría a su mujer, ni por Loretta ni por Katherine Hepburn, pese a que todo el mundo asumiese que ambos eran el amor de la vida del otro.

La historia que se contó durante mucho tiempo es que los protagonistas de La llamada de la selva mantuvieron un romance secreto. No debía de ser tan secreto cuando poco después de terminar el rodaje, Ria Gable llamó a Loretta y le comentó: “esto es muy presuntuoso por mi parte, pero puede que sepa que hay rumores circulando por la ciudad sobre usted y mi esposo”. Los rumores pronto tendrían algo todavía más jugoso sobre lo que centrarse, porque pronto Loretta descubriría que se había quedado embarazada. En aquel entonces, un embarazo de una mujer soltera, y además, una actriz famosa, era una letra escarlata que podía arruinar carreras y reputaciones. Los abortos estaban a la orden del día, pero Loretta, por su fe católica, no podía recurrir a ellos. “Recuerdo pensar que ojalá tuviese una pérdida gestacional, pero no hice nada para provocarme una”, recuerda. Lo que siguió fue una de las historias más rocambolescas y en el fondo tristes de Hollywood. Loretta y su madre anunciaron que la joven estaba agotada pro el trabajo y tenía que tomarse unas vacaciones. Después se recluyó en su casa de Los Ángeles, con el embarazado ya muy avanzado, saliendo solo de noche y de incógnito. Gladys, la madre de Loretta, había ayudado de la misma manera a varias hijas de sus amigas que se habían quedado embarazadas cuando todavía iban al instituto. Lo que pasa es que una cosa era fingir una enfermedad debilitante de una quinceañera y otra hacerlo de una actriz de Hollywood. Se dijo que Young podría haber quedado desfigurada tras un accidente o incluso haber muerto, aunque la teoría más extendida era la verdad: que estaba embarazada de Clark Gable. Loretta dio a luz el 6 de noviembre de 1935, en una casa “secreta”, a una niña sana llamada Judith. El médico que la atendió se encargó de extender un certificado de nacimiento falso, donde la madre aparecía como una tal Margret Young, una actriz, y el padre como desconocido. El público mientras se distraía con el romance de Loretta con Tyrone Power. La joven y su madre criaron a la niña en secreto hasta que casi un año después de su nacimiento, la dejaron en un orfanato de San Francisco. Unos meses después, Loretta anunció que estaba pensando en adoptar dos niñas, una tal Jane (que no existía), de tres años, y la pequeña Judy, de casi dos. Al fin, más de un año y medio después de su nacimiento, Judy era adoptada legalmente por su madre biológica.

Un plan “sin fisuras” que se tambaleó porque, como suele pasar en estos casos, la niña era idéntica a su padre y a su madre, hasta en los detalles menos hollywoodescos. Siempre que aparecía en público le tapaban las orejas, prominentes como las de Gable, y cuando la pequeña tenía siete años la sometieron a una otoplastia para reducir las orejas de soplillo.  Judy contaría que en una ocasión, la hija de Irene Dunne le preguntó: “si eres adoptada, ¿cómo es que te pareces tanto a tu madre?”. Cuando Judy le preguntaba por el parecido entre ambas, Loretta llegó incluso a insinuar que era hija de su hermana Sally. Nunca le contó la verdad a su hija, siguió adelante con su carrera, ganó un Oscar a mejor actriz e incluso volvió a trabajar con Gable en 1949. Se casó de nuevo, con Tom Lewis, que le dio su apellido a Judy, y tuvo dos hijos más, Christopher y Peter. Cuando Judy Lewis decidió casarse, en 1958, le dijo a su prometido, Joe Tinney, que antes necesitaba saber la verdad sobre sus orígenes, que siempre le habían parecido sospechosos. Resultó uno de esos casos en los que todos saben lo que está pasando menos el interesado. María Cooper, la hija de Gary Cooper, afirmaría que sus padres se lo habían contado, y Jack Haley, Jr., el novio del instituto de Judy – y futuro esposo de Liza Minnelli, contaría: “Recuerdo lo inquietante que era ver películas de Clark Gable con Judy. Querías darle un codazo y decir: “Oye, ese es tu papá”. Joe fue el que le comunicó que “todo el mundo” sabía que su padre era Clark Gable. Pasaron varios años –y Gable ya había muerto– cuando Judy se atrevió a preguntarle a su madre por el tema; ella le dijo que habían tenido un apasionado romance, que él le pidió matrimonio, que ella le rechazó y se había arrepentido de ello durante toda su vida. Era una historia romántica y bonita, aunque Loretta cargaba con una culpa católica terrible: “eres mi pecado mortal”, le dijo a su hija. Cuando Judy publicó sus memorias en el 94, Uncommon Knowledge, Loretta se indignó con ella. Seguía sintiendo que aquel pecado desmerecía su imagen de impoluta estrella de cine, algo que en los años 30 lo era todo. Se reconciliaron años después. Loretta confesó lo ocurrido en su biografía autorizada Forever Young, publicada justa tras su muerte.  Era una historia muy difícil, pues de haber reconocido su mentira, se habría expuesto al fin de su carrera, pero contemplada desde la nueva moralidad, la actitud de Loretta parecía hipócrita y de santurrona, cuando no directamente cruel hacia su hija.

Loretta Young en Los Ángeles en 1944. 

ZUMAPRESS.com / Cordon Press

Esta es la historia que se hizo oficial en los 90, pero en los últimos años hemos conocido más detalles que la convierten en otra cosa y cambian para siempre la forma en la que veíamos a Clark Gable. La información viene de Behind the door, la biografía de la actriz que escribió Edward J. Funk en estrecha colaboración con Young. Funk trabajaba como negro editorial y durante el proceso de redacción de las memorias de la actriz, que empezó en 1990 y duró hasta la muerte de ella diez años después, ambos se hicieron amigos. Durante aquella década, Loretta se casó y enviudó del modisto Jean Louis, ganador de un Oscar –ambos eran octogenarios cuando se casaron–. Las memorias no vieron la luz hasta que la familia de Loretta animó a Funk a terminarlas y publicarlas. La versión que se daba ella sobre lo que ocurrió en 1935 era muy distinta de la rumoreada, imaginada o dada por supuesta durante décadas. Tras seis duras semanas de rodaje en el estado de Washington de La llamada de la selva, luchando con tempestades de nieve, el equipo regresó a Hollywood en tren. Aquella noche Clark Gable entró en el compartimento de Loretta. Así lo contaría ella: “Le dejé que entrase como habría hecho con cualquier otro miembro del equipo, pensando que venía a visitarme. Él tenía otras intenciones. Intenciones muy persistentes. No fue violento, pero estuve diciendo que no todo el rato, y él no aceptó un no por respuesta”.   

La propia actriz aseguraba no estar segura de qué había pasado exactamente, más allá de que ella no lo deseaba y sentía vergüenza por ello. Cuando el tren llegó a Los Ángeles, Gable desayunó tranquilamente junto a Loretta y su madre como si nada hubiera pasado. Luego llegó la certeza del embarazo y aquel secreto doloroso digno de la trama de una telenovela. Hasta que en 1998, Loretta, ya una anciana de 85 años, estaba viendo la televisión junto a Edward Funk. En las noticias hablaban de la “date-rape”, la violación durante una cita. Loretta le preguntó a Edward qué significaba, y cuando él se lo explicó, ella llamó a su nuera, Linda, la esposa de su hijo Christopher, y le dijo: “Ahora sé que esa es la palabra para lo que me pasó con Clark”.

El libro de Funk incluía muchos otros detalles que ayudaban a completar la foto. Como por ejemplo, que cuando los rumores del embarazo –y la paternidad– arreciaban, Gable se presentó con su coche a recoger a Loretta tras un día de rodaje en otra película. Condujeron en un incómodo silencio hasta que ella, volviéndose a él, le dijo “¿Habría alguna diferencia si te dijera que no estoy embarazada?”. Él se volvió, me miró y me preguntó: “Bueno, ¿lo estás o no?”. Me sentí como una tonta. No sabía por qué había dicho eso, excepto que había tratado de pensar en algo que él quisiera escuchar, era mi necesidad inherente de complacer llevada a un extremo ilógico. Tuve que decirle que estaba embarazada. Su mirada hacia mí era de total exasperación, y dijimos muy poco más mientras me llevaba a casa”. Cuando Gladys, la madre de Loretta, consiguió hablar con Gable, él se excusó con un “pensaba que ella sabía cómo cuidar de sí misma”.

También estaba el testimonio de Sally, una de las hermanas de Loretta. Ella contaba que al poco de nacer Judy, Loretta le contó que Gable se había acercado a ver a su hija por primera vez. “¿Y sabes qué hizo después de todo lo que ha pasado, de todo lo que hemos pasado? ¡En lugar de interesarse por su hija, trató de derribarme en la cama! ¿Te imaginas, Sally? ¡Ese bastardo! ¿Quién diablos se cree que es?”. En aquella ocasión, Gable le entregó 400 dólares a Loretta para la niña, pero aunque ella se puso en contacto con el abogado del actor para darle una cuenta en la que podía depositar dinero y una asignación, él nunca volvió a entregarle nada. Judy y Gable nunca mantuvieron ningún tipo de relación. Esta nueva versión de los hechos se hizo viral en 2015 a raíz de un artículo de Buzzfeed. Los biógrafos más halagüeños con Clark esgrimen que esto es solo un intento de preservar la imagen de Loretta como una perfecta católica, una víctima ingenua, y cargar las culpas sobre un Gable que tiene una bien ganada fama de mujeriego. También dicen que por la cláusula de moralidad de su contrato y por estar casado con Ria, él no podía reconocer a la niña, igual que Loretta no podía hacerlo y se tuvo que inventar toda la historia de la niña huérfana. Otras visiones aseguran que esta versión, en realidad, parece muy plausible y encaja con lo que se consideraba el comportamiento masculino normal de su época. No hay más que recordar las diversas ocasiones en las que en películas de aquel período que un hombre abuse de una mujer se presenta como algo deseable e incluso positivo. Sin ir más lejos, en la escena de la violación a Escarlata en Lo que el viento se llevó, ella se despierta feliz a la mañana siguiente de que su marido borracho la haya llevado al dormitorio mientras ella forcejeaba y gritaba que no (Rhett Butler, por el contrario, se levanta avergonzado de lo ha hecho). Era otro mundo en el que ese tipo de situaciones se veían de forma radicalmente distinta, ni siquiera se consideraban violaciones, sino escenas románticas. La perspectiva que arroja sobre el Hollywood clásico en general y las vidas de sus protagonistas en particular es revulsiva y lo cambia todo.

Clark Gable y Carole Lombard en 1940. 

©FIA/Rue des Archives / Cordon Press

Gable, igual que había engañado a sus esposas previas, le fue infiel a Carole. Mientras ella dejaba atrás sus días de juergas y amantes, él nunca abandonó del todo su estilo de vida promiscuo. Hasta qué punto lo hacía y hasta qué punto su esposa sufría por ello o le afectaba todavía no está claro. En el resumen de los escarceos de Gable en esta etapa, un nombre destaca sobre los demás: el de Lana Turner, apenas una veinteañera, con la que empezó a rodar en 1941 Quiero a este Hombre. La vida sentimental de Lana Turner fue, como mínimo, convulsa, y en su abundante historial amoroso es difícil diferenciar los rumores de las relaciones reales. Lana no duda en admitir por ejemplo romances con hombres casados, como el que mantuvo con Tyrone Power (padre de Romina https://www.revistavanityfair.es/sociedad/articulos/boda-romina-y-al-bano/50529), del que se quedaría embarazada, abortaría y siempre consideraría el amor de su vida. Sin embargo, siempre negó que hubiese habido algo amoroso con Gable, y escribiría en su autobiografía Lana: la dama, la leyenda, la verdad: “Dudo que Carole creyera las especulaciones desenfrenadas de la prensa sobre “fuegos artificiales” en el plató entre los dos “poderosos símbolos sexuales” que Gable y yo se suponía que éramos”. Sin embargo, sí hubo visitas de Lombard al rodaje que no eran sino intentos de vigilar a su marido, según algunos comentarios maledicentes. Robert Metzen da por seguro que Gable le fue infiel a su esposa con Lana, y rompe un poco la imagen de pareja romántica aludiendo a motivos más prácticos en su unión: “Gable era egocéntrico y nunca sintió la necesidad de tener autodisciplina cuando se trataba de sexo fuera de la relación. Y, realmente, ¿Carole iba a renunciar a todo eso? Era una lista mujer de negocios y conocía el poder de estar cerca de la estrella de cine más grande del mundo”.

En cualquier caso, fuera por interés, fuera por amor verdadero o por una mezcla de las dos cosas, la pareja seguía unida y lo que es más, convertida en un ejemplo para la sociedad. Tras el ataque japonés a Pearl Harbour en 1941, Estados Unidos entró en la guerra, y Hollywood lo hizo de pleno con el resto del país. Junto a proyectos como la Hollywood canteen, fueron muchos los actores y personajes de la industria que se alistaron en el ejército para cumplir con lo que consideraban su deber. En la retaguardia, las mujeres contribuyeron de forma decisiva al esfuerzo de guerra, y en el mundillo del cine, Carole se convirtió en una de las más activas. Siempre motivada y en acción, la activa rubia se embarcó en giras para vender bonos de guerra con los que sufragar el esfuerzo bélico en su estado natal, Indiana. Y se le daba de maravilla. Recaudó dos millones de dólares, y llegó el momento de volver a casa. Era el 16 de enero de 1942. El último día de la vida de Carole Lombard y de otras 21 personas.

Se ha escrito mucho sobre el accidente aéreo que se llevó a la actriz y a todos los pasajeros del avión TWA DC-3. Sobre todo, de los motivos por los que Carole cogió un vuelo en vez de viajar en tren, como estaba previsto. Aquí se abren dos teorías: o bien quería regresar con Gable cuanto antes, porque no soportaba estar lejos de su marido, o bien no podía soportar los celos por Lana Turner, con la que Gable estaba de nuevo rodando Somewhere I'll Find You. Aquí también entra otra idea que ahonda en cierta responsabilidad de él, la teoría de que Carole se centró tanto en vender bonos de guerra porque quería estar lejos de un marido al que amaba pero que le hacía sufrir. Según Metzen, la noche antes de partir hacia Indiana, el matrimonio tuvo una gran pelea, por lo que ella decidió volver cuanto antes a California para salvar su matrimonio.

El avión partió de Indianápolis, paró para repostar en Las Vegas y continuó su viaje. Todo parecía ir bien, pero cincuenta minutos después de despegar, se estrelló en la Table Rock Mountain. A bordo viajaban Lombard, su madre, el agente Otto Winkler –el que había conducido el día de su boda en Arizona– y varios pilotos; 22 personas en total. No hubo supervivientes. Los motivos del accidente no están claros, tanto que se le ha llamado “el misterio del vuelo 3”, aunque se han atribuido a un error del piloto, un apagón de una baliza de emergencia por la guerra y un plan de vuelo ligeramente equivocado. Una combinación de factores tocada por la mala suerte. Para añadir más sal a la herida, se ha rumoreado que antes de partir a Indiana, Carole y su madre visitaron a una vidente por diversión, que le recomendó a la joven que se mantuviese alejada de los aviones. Al parecer, Carole decidió si coger o no ese vuelo echando una moneda al aire.

La noticia dejó a Clark Gable devastado. Voló a Nevada con la viuda de Winkler y se empeñó en subir a lo alto de la montaña él mismo. Llegaron hasta el lugar del accidente, donde estaban los restos del fuselaje y los cadáveres, tan deformados que en el caso de Lombard tuvo que ser reconocida por las joyas. Los biógrafos de los protagonistas de esta historia aluden a esa infidelidad “congénita” del actor la gota que inclinó que el accidente mortal se produjese. “Era el hombre al que amaba pero en el que no podía confiar”, diría sobre Gable Michelle Morgan; “Gable aprendió de la manera más dura el coste de la fidelidad”, escribe Metzen.

La supuesta tercera en discordia en esta historia, Lana Turner, no evita las suposiciones sobre su implicación en el accidente. Así lo cuenta en sus memorias: “escuché un rumor espantoso de que ella tenía programado tomar el tren, pero decidió volar en su lugar; la razón, según esa historia, era su inquietud por mi trabajo con Clark. Clark estaba devastado por su muerte”. A continuación, refiere que Louis B. Mayer la instó a ser paciente con él y colaborar en el plan del estudio para que su estrella no se quedase solo (y poder terminar de paso la película que estaban rodando). Cuando Clark la invitó finalmente a cenar, ella refiere “Mientras comíamos, charlé animadamente, tratando de aliviar el dolor que se alineaba en su hermoso rostro. Pero nunca lo mencionó. Era cortés y cordial, y demasiado reservado para eso”. Lana cuenta que después de la cena, la limusina la llevó a su casa, y nunca ocurrió nada íntimo entre ellos. Pero no tiene más que palabras de respeto para él: “Después de esa noche, mi estima por él creció aún más. Esa fue la primera y única ocasión social que compartí con él, aunque hicimos sesiones de fotos juntos y siempre nos llevamos bien. Su voluntad de terminar la película mostró su decencia. Y aunque algunos dicen que pudieron ver una diferencia en la forma en que se comportó antes y después de la tragedia, yo, por mi parte, no pude detectarlo. Era un profesional consumado. No es de extrañar que lo llamaran el Rey”.

Pese a la opinión de Lana, el consenso es que aquella tragedia cambió a Gable para siempre. Abusó mucho más del tabaco y el alcohol, conducía de forma peligrosa y descuidada, se comportaba “de una forma suicida”. Vendió el Duesenberg porque en él había dado los primeros paseos con Carole y decía que ya no podía soportar mirarlo. Estar solo en su casa de Encino, llena de recuerdos, le era especialmente penoso. La muerte de la actriz y el efecto que provocó en su marido trastocó al Hollywood de su época. Muchos, por morbo, querrían también estar cerca de aquella terrible historia. Joan Crawford escribiría “la noche que siguió al día en que murió Carole, Clark llegó hasta mí. Estaba muy borracho y destrozado. Era terrible, terrible, no paraba de llorar y quería morir. El extraño que franqueó mi cuarto aquella noche no era Clark. Era un fantasma. Estaba como en otro mundo y, de verdad, no creo que el hombre que un día conocía haya regresado jamás a este”.

Gable se alistó en el ejército en agosto de 1942, confesándoles a sus amigos que no le importaba vivir o morir. Eso sí, no dejó sus hábitos de mujeriego. La joven a la que más frecuentó durante aquella época fue a la actriz Virginia Grey, “la geisha oficial del viudo”, según Joan Benavent, que llegaría a imitar a Carole en hábitos, estilo y perfume. Otras aspirantes de poco recorrido como Anita Colby o Dolly O’Brien también le acompañaron durante aquellos años penosos. Gable pasó la mayor parte de la guerra en el Reino Unido, voló en varias misiones de combate sobre Alemania y ganó condecoraciones por sus esfuerzos. Muchos, la Metro los primeros, pensaban que era demasiado valioso como para que arriesgase su vida de verdad; a él no parecía importarle mucho, pero vivió, y tuvo que seguir adelante.  Eso implicaba otras mujeres y, de forma eventual, otros compromisos.

Suele obviarse en la en apariencia historia de amor perfecta entre Gable y Lombard que él volvió a casarse tras el fallecimiento de ella. Dos veces, de hecho. La primera fue el 20 de diciembre de 1949, con Lady Sylvia Ashley. Ella era una antigua cabaretera que había ascendido socialmente al casarse con un duque y se había vuelto famosa cuando dejó al susdocicho duque por Douglas Fairbanks, que estaba entonces todavía casado con Mary Pickford. Tras enviudar de él, volvió a casarse con otro noble, se separó, y como seguía siendo amiga de personalidades del cine, como Norma Shearer o Loretta Young, así pudo conocer a Gable. La relación fue muy breve y la boda pilló por sorpresa incluso a sus allegados.

Fue Sylvia la que redecoró el rancho de Encino para que dejara de ser una especie de mausoleo dedicado a Carole. Clark no había cambiado nada en la habitación de su fallecida esposa, dejándola  tal cual estaba, buscando mantener incluso su olor, pero le pareció bien que Sylvia cambiase todos los muebles y pintase las paredes de rosa, el color que Carole odiaba.  Pero eran demasiado diferentes; ella era una socialité amante de la vida de relumbrón, y a él le gustaba la privacidad, la naturaleza y salir a cazar y a pescar como hacía con Carole (su personaje en Mogambo era un poco él mismo). El final llegó en una fecha señalada. Para el  51 cumpleaños de Gable, Sylvia mandó al cocinero que preparase pollo y albóndigas, pero lo hizo el día antes de la fiesta y se olvidó de guardarlos en la nevera. A la noche siguiente, a la hora de servirlos de menú, la comida olía fatal y estaba en mal estado. Merle Oberon, la actriz que estaba con Gable cuando inició su romance con Lombard, había seguido siendo una amiga cercana y estaba entre los invitados al cumpleaños. Presenció una fea escena en la que el actor, furioso, se negó a continuar con la fiesta. Aquella discusión con su esposa por el menú en mal estado fue el detonante de su divorcio, en el 52. Gable ya llevaba tiempo bebiendo de forma exagerada de nuevo, irritable y de mal humor. Sylvia tendría todavía otra boda efímera con el príncipe Prince Dmitri Djordjadze. Sobre su vida marital, declararía: “Mi matrimonio con Douglas Fairbanks fue perfecto. Era ideal, alegre, inteligente y encantador. ¿Mis otros maridos? No sería digno discutir sobre ellos”.

La quinta y última esposa de Gable fue Kay Williams, una antigua aspirante a estrella –había estado en Mujeres, de George Cukor– con varios matrimonios fallidos con millonarios a sus espaldas. Resulta que Kay había sido una de las mujeres con la que Clark salió en 1942, tras la muerte de Lombard. En aquel momento, la cosa no cuajó porque él desde luego no estaba en el momento óptimo de su vida para tener un romance estable. Según contaron, un día de 1954, sin un motivo previo, Clark llamó por teléfono a Kay, con la que llevaba diez años sin hablar. Ya no se separaron. El 11 de julio del 55 se casaron; ella estaba embarazada, pero perdió el bebé en noviembre. Kay tenía ya dos hijos, Bunker y Joan Spreckels  (él sería un pionero del surf), con los que Gable conectó muy bien, ejerciendo de padrastro cariñoso y dedicado. Por primera vez en mucho tiempo, Clark parecía feliz. Kay no eludía la sombra de Carole, a la que no había conocido, no parecía celosa y no buscaba borrar su recuerdo del rancho de Encino. “¿Por qué iba a redecorar?”, respondía. “Carole tenía un gusto excelente”. Y sucedió algo fuera de lo común: cuando Clark tenía 59 años y Kay 43, ella se quedó embarazada de nuevo. Él estaba entusiasmado, pero la vida, de nuevo, tenía otros planes. Clark Gable murió de un ataque al corazón el 16 de noviembre de 1960. Su última película, Vidas rebeldes, también sería la última de su coestrella, Marilyn Monroe, que había crecido admirándole en la pantalla. El 20 de marzo del 61 nació su hijo póstumo, John.

Fue Kay la encargada de que, tal y como había deseado, Clark fuese enterrado junto a Carole Lombard en el cementerio Forest Lawn, en Glendale, California. Todo el mundo sabía desde 18 años atrás que ella había sido su gran amor. Él, elusivo, evitaba profundizar en sus sentimientos y su herida cuando le preguntaban por el tema. Así lo había dicho en una entrevista: “Siento un gran respeto por Carole y el lugar que ocupó en mi vida. Quiero guardarlo para mí. No es para irlo contando. Yo soy el único que puede controlarlo y así es como lo hago”.

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