NOSTALGIA

Carole Lombard: el icono de Hollywood que ganó seguridad en sí misma gracias a una cicatriz

Discreta en lo personal y lo profesional, Carole Lombard fue un icono demasiado breve en un Hollywood ávido de su estela feminista. Su potente autoestima la generó, curiosamente, una cicatriz en el rostro
Carole Lombard
Carole Lombard‘Collage’: Óscar Germade. Foto: Getty Images.

“La verdad sobre Carole Lombard es que se toma en serio las cosas serias de la vida y las ligeras a broma, se ríe de los chistes, llora con los disgustos y ama enormemente todo, como una madre ama a su hijo, con sus defectos, sus virtudes, sus rabietas y sus talentos”. Así describía a Carole Lombard la célebre periodista Gladys Hall en Motion Picture Magazine. Corría el año 1938 y la Lombard, que ya andaba a vueltas con Clark Gable (vueltas discretas, eso sí), estaba en pleno rodaje de Lazo Sagrado a las órdenes de John Cromwell. Por aquel entonces ya era la reina de las screwball comedies (comedias alocadas, muy populares en la Gran Depresión) y trabajaba para modificar su registro actoral de cara a la galería. Era una comedia romántica, sí, pero con otra ambición. Aún no estaba a la altura de la que sería su gran película, Ser o no ser, estrenada póstumamente (falleció en un accidente de avión meses antes, en 1942). Pero ya tenía las cosas claras.

Durante su tiempo en Hollywood (casi dos décadas), Lombard entregó decenas de entrevistas. En todas se vislumbraban destellos de protofeminismo (como describiría más tarde la historiadora Olympia Kiriakou), con frases como “no creo en que deba de haber un mundo de hombres” o “vivo bajo la lógica de que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres”. No dudó en hablar sobre los bulos que rodean los hábitos alimenticios de las celebrities (un tema del que aún se sigue hablando hoy en día, apelando a la idea de dieta milagro) por considerarlos temas que podían poner en riesgo la salud del público general. Y, por supuesto, habló largo y tendido sobre sus ‘secretos’ de belleza. ¿Un spoiler? Era todo autoestima.

A principios de su carrera, en 1926, tuvo un accidente de coche (los detalles no están claros) que le dejó una gran cicatriz en el rostro. Su vida no corrió peligro en ningún momento, pero el médico le cosió veinticinco puntos sin ningún tipo de anestesia porque tenía miedo a provocar una parálisis. Durante todo el proceso de recuperación, que coincidió con su despido de la Fox, no se quejó ni lloró. La masajista Sylvia Ulback diría años después a su biógrafa, Michelle Morgan: “¿Lloró y se quejó de la cicatriz? No lo hizo. No le prestó atención, siguió adelante. Y debido a su actitud, te digo que esa cicatriz es, en verdad, atractiva. Las chicas pueden aprender muchísimo de Carole”. 

El tema de la cicatriz se convirtió en una cuestión recurrente cuando ofrecía entrevistas. En una ocasión, en 1932, la periodista de sociedad Elisabeth Goldbeck le comentó que su cara había cambiado, ¿podría ser por el accidente? Rápidamente, la actriz se vio abocada a dar una completa explicación: "Tengo fotos de después del accidente que demuestran que no tiene nada que ver. Mi rostro era casi idéntico. Eso fue hace seis años y mi cara no ha empezado a cambiar hasta hace tres o cuatro. Pero ha cambiado del todo. Creo que lo ha hecho según yo iba evolucionando mentalmente. La edad te cambia, y también la experiencia. Ahueca y altera las facciones. El rostro no puede evitar reflejar todo lo que pasa por la mente. Todas las emociones que sientes, todos los problemas y angustias y el dolor que experimentas, dejan huella si eres actriz ".

En muchas ocasiones se maquillaba ella misma (hasta hay imágenes), pero en otras tantas ocasiones contó con la colaboración de estrellas del maquillaje como Max Factor. Con él tuvo una conversación en 1935 en la que hablaban de cuidados en el rostro. “No hay nada en este mundo que ayude a darle seguridad a la mujer (y esa increíble felicidad interior) como un poco de decoración ‘exterior’. Bueno, nada excepto el amor. Pero el romance depende de la belleza. Y no hablo de la que se ha convertido en un arte aplicada. Personalmente, creo que hay cinco puntos a tener en cuenta si quieres mejorar tu apariencia: limpieza, elegancia, cosméticos, armonía de color y evitar los extremos", enumeraba la estrella del celuloide. 

“Cuando llegué a Hollywood, me pareció que las mujeres estaban controladas por los cámaras y los técnicos de luces. Y con las primeras películas en color, tuvieron que soportar todo tipo de suciedad espantosa aplicada en sus rostros para verse atractivas a ojos de la cámara. Afortunadamente, esos días han pasado y muchas de las mejores actrices, incluida la señorita Lombard, se han hecho dueñas de sus propios regímenes de belleza, que incluyen la cosmética que eligen usar dentro y fuera de la pantalla, y con bastante razón”, añadía Max Factor, que ya había trabajado con Clara Bow, Jean Harlow y Joan Crawford, entre otras estrellas.

En el reportaje, el maquillador despiezaba los cuidados avanzados por Lombard, que hacía incisos del tipo "Hace tiempo descubrí que había una solución sencilla para mantener mi piel perfecta todo el año: ¡dormir bien y tomar al menos siete vasos de agua al día! ¡La clave está en pensar en el agua que bebes como una especie de baño interno!" o “He escuchado quejas de muchas amigas que alegan ser incapaces de ponerse la crema para pestañas [por aquel entonces, aún no se habían popularizado los tubos líquidos con aplicador que se emplean hoy en día] sin mancharse. El problema: no pueden mantener quietos los párpados. Mi secreto es abrir bien la boca mientras la aplico, apretando los músculos de la cara”. El artículo remataba con la cosmética que la Lombard, de nacimiento Jane Alice Peters, empleaba en su día a día: tres cremas (limpiadora, hidratante y fondo de maquillaje), dos labiales (uno para el día y un rojo potente para la noche), dos coloretes (efectivamente, con mayor intensidad nocturna), dos polveras, makeup blender para brazos y hombros, sombras, lápiz para las cejas y máscara de pestañas. 

En el libro Carole Lombard: Twentieth-Century Star, de Michelle Morgan, se confirma, además, que la actriz amaba la perfumería: “Realmente disfruto los perfumes. No los compro para que los frascos se conviertan en una decoración de mi tocador. Abro todos y cada uno de ellos y los uso hasta que me canso. Cambio de perfume una media de una vez por semana… muchas veces lo mejor es regresar a mis favoritos de siempre”. Dicen que entre ellos estaba Casma, de Caswell Massey, pero no hay confirmación real.

Sea como fuere, la estrella (que fue nominada al Oscar pero nunca lo consiguió) apostaba siempre por la discreción. Tanto en sus cuidados faciales, corporales y capilares, como en la vida. Nunca protagonizó un escándalo. Jamás se habló de que llevase una ‘mochila emocional’ a sus espaldas. Compañeros y periodistas aseguraban que rara vez se enfadaba. Se lo confirmó ella misma a Gladys Hall cuando le dijo que cuando se iba de un set rara vez era por un capricho de diva. Más bien por ser testigo de maltratos a otros compañeros (generalmente del área técnica), a quienes fue ayudando (condicionando su participación en las películas a que ellos también estuvieran involucrados). Fue una de las primeras estrellas femeninas de Hollywood en reivindicar su independencia más allá de los contratos cerrados de las productoras (lo que le permitió construir una carrera más personal y variada, evitando caer en clichés) y avanzó nuevas formas de remuneración (por beneficios, no un fee cerrado) para los de su oficio. Con su cicatriz invisible, fuente de toda autoestima, brilló como una de esas estrellas fugaces, tan luminosas como discretas. A las que, aún pasado un siglo, conviene seguir prestando la atención que merecen.