“La verdad sobre Carole Lombard es que se toma en serio las cosas serias de la vida y las ligeras a broma, se ríe de los chistes, llora con los disgustos y ama enormemente todo, como una madre ama a su hijo, con sus defectos, sus virtudes, sus rabietas y sus talentos”. Así describía a Carole Lombard la célebre periodista Gladys Hall en Motion Picture Magazine. Corría el año 1938 y la Lombard, que ya andaba a vueltas con Clark Gable (vueltas discretas, eso sí), estaba en pleno rodaje de Lazo Sagrado a las órdenes de John Cromwell. Por aquel entonces ya era la reina de las screwball comedies (comedias alocadas, muy populares en la Gran Depresión) y trabajaba para modificar su registro actoral de cara a la galería. Era una comedia romántica, sí, pero con otra ambición. Aún no estaba a la altura de la que sería su gran película, Ser o no ser, estrenada póstumamente (falleció en un accidente de avión meses antes, en 1942). Pero ya tenía las cosas claras.
Durante su tiempo en Hollywood (casi dos décadas), Lombard entregó decenas de entrevistas. En todas se vislumbraban destellos de protofeminismo (como describiría más tarde la historiadora Olympia Kiriakou), con frases como “no creo en que deba de haber un mundo de hombres” o “vivo bajo la lógica de que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres”. No dudó en hablar sobre los bulos que rodean los hábitos alimenticios de las celebrities (un tema del que aún se sigue hablando hoy en día, apelando a la idea de dieta milagro) por considerarlos temas que podían poner en riesgo la salud del público general. Y, por supuesto, habló largo y tendido sobre sus ‘secretos’ de belleza. ¿Un spoiler? Era todo autoestima.
A principios de su carrera, en 1926, tuvo un accidente de coche (los detalles no están claros) que le dejó una gran cicatriz en el rostro. Su vida no corrió peligro en ningún momento, pero el médico le cosió veinticinco puntos sin ningún tipo de anestesia porque tenía miedo a provocar una parálisis. Durante todo el proceso de recuperación, que coincidió con su despido de la Fox, no se quejó ni lloró. La masajista Sylvia Ulback diría años después a su biógrafa, Michelle Morgan: “¿Lloró y se quejó de la cicatriz? No lo hizo. No le prestó atención, siguió adelante. Y debido a su actitud, te digo que esa cicatriz es, en verdad, atractiva. Las chicas pueden aprender muchísimo de Carole”.
El tema de la cicatriz se convirtió en una cuestión recurrente cuando ofrecía entrevistas. En una ocasión, en 1932, la periodista de sociedad Elisabeth Goldbeck le comentó que su cara había cambiado, ¿podría ser por el accidente? Rápidamente, la actriz se vio abocada a dar una completa explicación: "Tengo fotos de después del accidente que demuestran que no tiene nada que ver. Mi rostro era casi idéntico. Eso fue hace seis años y mi cara no ha empezado a cambiar hasta hace tres o cuatro. Pero ha cambiado del todo. Creo que lo ha hecho según yo iba evolucionando mentalmente. La edad te cambia, y también la experiencia. Ahueca y altera las facciones. El rostro no puede evitar reflejar todo lo que pasa por la mente. Todas las emociones que sientes, todos los problemas y angustias y el dolor que experimentas, dejan huella si eres actriz ".