Las dos bodas de Sofía Loren y Carlo Ponti

La primera, por poderes y en México, desató una tormenta porque él seguía casado. Para la segunda, ella, él y su primera mujer tuvieron que ponerse de acuerdo para pedir la nacionalidad francesa y así poder divorciarse. Esta es su historia.
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En septiembre del 57 Sofía Loren se encontraba en Hollywood junto a su pareja, el productor Carlo Ponti. Ambos desayunaban en el hotel Beverly Hills leyendo la prensa del día cuando ella se topó con una noticia insólita en el Herald Express: Louella Parsons informaba de que la Loren y Ponti se habían casado el día antes por poderes, en México. “El abogado que representaba a la sensual Sophia Loren tenía barba y bigotes”, apuntaba Parsons. Ni Sophia ni Ponti sabían nada de esa ceremonia. ¿Cómo habían llegado hasta esa situación?

A menudo, en sus memorias Ayer, hoy y mañana, Sofía Loren se refiere a su vida como un cuento de hadas. Su primer encuentro con el que sería el único amor de su vida, Carlo Ponti, ocurrió en un entorno que desde luego parecía el escenario de un relato moderno. Fue en septiembre de 1951 en Roma, en un restaurante que daba al Coliseo, en el Colle Oppio. Se celebraba allí un concurso de belleza, Miss Lacio o Miss Roma, la actriz no lo recuerda con claridad porque por una vez, no era ella que se presentaba. En la Italia de la posguerra, los concursos de misses eran una forma de promoción laboral tan exitosa como publicitada. De ahí habían salido Silvana Mangano, Lucia Bosé o Gina Lollobrillida. Ella misma, que entonces respondía al nombre artístico de Sofía Lazzaro, aunque en realidad se apellidaba Scicolone, se había presentado a Miss Italia el año anterior, donde obtuvo el título de Miss elegancia con un vestido prestado a última hora por una amable tendera.

Aquella noche en Roma Sofía estaba presente como comensal y no como concursante, acompañada de una amiga y dos jóvenes que las escoltaban. De pronto recibió una nota firmada por Carlo Ponti, que estaba presente también en el evento. El poderoso productor cinematográfico loaba su aspecto y la invitaba a participar en el desfile. Ella rechazó la nota, él envió un segundo escrito y sus amigos insistieron en que le hiciese caso, que podía ser bueno para su carrera. La joven acabó accediendo y obtuvo el segundo puesto, lo que era habitual en su currículum como concursante de belleza. Al final de la noche, Carlo Ponti se acercó a ella y se presentó: “Como se apresuró a decirme, había descubierto a grandes estrellas como Gina Lollobrigida, Sylva Koscina y mi adorada Lucia Bosé”. Sobre Lucia Bosé, escribía Sofía: “durante mucho tiempo fue un modelo para mí. Llevaba el pelo corto para parecerme a ella y, en efecto, un aire sí que tenía. Lucia también era la protagonista de un cuento de hadas porque de dependienta de la famosa pastelería Galli de Milán había pasado a convertirse en una actriz que trabajaba con los directores más importantes de la época. Un cuento que pertenecía a todas las chicas de mi generación y que hablaba de renacimiento, de gloria y de felicidad”.

Ambos fueron a pasear por un jardín cercano y la joven se preparó para el habitual cortejo en estas circunstancias. La diferencia de edad no parecía un impedimento en ese ambiente, aunque él tenía 39 años y ella estaba a punto de cumplir 17. Pero Carlo no se dedicó a loarla, sino que se interesó por su carrera y le preguntó qué aspiraciones profesionales tenía. “Me transmitió una sensación de seguridad y de familiaridad, como si nos conociésemos de toda la vida”. El productor le pasó sus datos para que fuera al día siguiente a su estudio a hacer una prueba de cámara. Sofía se encontró desfilando en bañador con un pitillo en la mano, cuando no había fumado nunca y era consciente de estar haciéndolo fatal. Un técnico protestaba: “Don Carlo, es imposible hacerle fotos. Tiene la cara demasiado corta, la boca demasiado grande, la nariz demasiado larga”. Ponti le sugirió que debería retocarse la nariz para acortarla un poco; ella se negó en redondo, consciente de que su belleza no se componía de intachables rasgos armónicos, pero existía y era notable. Un maquillador acabó por mover las luces de un modo adecuado para su rostro y la prueba dio sus frutos. Carlo y Sofía firmaron un contrato que acabaría siendo el germen de una historia que se prolongaría hasta el final de sus días.

Desde luego, que Carlo Ponti se hubiese fijado en la anónima joven podía considerarse un estupendo golpe de suerte. En los 50 Carlo, nacido en 1912 en una familia bien de Magenta, llevaba tiempo trabajando en el cine con éxito. Su película Pequeño mundo antiguo le había valido una condena en la cárcel por su presunto mensaje antifascista, pero había sido un éxito y había lanzado a su protagonista, Alida Valli. Ponti se había asociado con el influyente Dino de Laurentiis, que a su vez tenía el éxito de Arroz amargo a sus espaldas (protagonizada por Silvana Mangano, con la que se acabó casando) para crear una de las productoras estrella de su época, con estrellas como las ídolas de la joven Sofía o el famoso Totó. También era, cumpliendo el tópico del productor del cine de la época, bastante mujeriego. Poco después de conocer a Sofía, tuvo una relación con la rubia sueca Maybritt Wilkens, a la que le acortó el nombre a May Britt. Su nombre se acabaría haciendo famoso, más que por las películas, por ser la esposa de Sammy Davis Jr durante los años 60, en un matrimonio interracial que levantó ampollas en la sociedad de su época.

Dino Di Laurentiis con los dos Oscar que ganó junto a Carlo Ponti por 'La Strada'.

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Si Ponti encarnaba al productor por antonomasia de su época –bien relacionado, nieto del alcalde de su ciudad, licenciado en derecho, un hombre de mundo–, Sofía encarnaba otro, el de la joven que solo tiene para huir de la miseria su belleza y su talento. “Nací sabia y pobre”, declararía ella. Y, como en todo culebrón romántico que se precie, la historia melodramática empezaba incluso antes de que ella hiciese su aparición en el mundo. Su madre, Romilda Villani, era una típica mamma italiana de amor tan protector como asfixiante, pero no se parecía en nada a las exuberantes maggioratas que acabaría interpretando su hija. En vez de morena y de formas rotundas, Romilda era rubia y esbelta, y en vez de tener los brazos llenos de harina hasta los codos moldeando pasta, solían estar al piano, instrumento del que era concertista. De joven, Romilda había ganado un concurso de dobles de Greta Garbo organizado por la Metro Goldwyn Mayer, con la que tenía un evidente parecido. El premio era iniciar una carrera en el cine, pero sus padres, protectores y temerosos, se negaron para estupefacción de estudio y rabia de la propia Romilda. Cuando cumplió la mayoría de edad, se trasladó a Roma contra los deseos paternos para conseguir lo que soñaba: ser actriz. Lo que sucedió a continuación era tan habitual que llevaba siendo durante un siglo material para óperas, novelas y folletines de varios países y culturas. Romilda se enamoró de un joven atractivo, Riccardo Scicolone, vagamente emparentado con la nobleza siciliana. Convivieron durante unos meses, pero cuando ella se quedó embarazada, él se negó a casarse con ella o formalizar su relación. Sofía nació en el 20 de septiembre de 1934 en un hospital para madres solteras de Roma. Su padre sí le dio, tras hacerse de rogar, el apellido a la niña, a la que bautizaron Sofía como su aristocrática abuela paterna, en un intento inútil de congraciarse con la más acomodada familia Scicolone. Romilda tuvo que volver al piso familiar del pueblo napolitano de Pozzuoli sin recibir ningún tipo de ayuda de Riccardo. Sofía sufrió lo que en su época se consideraba una mancha indeleble, ser hija bastarda, y su padre apenas se preocupó por ella; de hecho, la niña no le conoció hasta que cumplió cinco años. Se sumaba al drama el que Romilda nunca dejó del todo la relación con Riccardo, tanto era así que tres años después volvió a quedarse embarazada de nuevo. En el 37 nació María, y en esta ocasión el padre no se dignó ni a darle su apellido. María Villani creció todavía más acomplejada que su hermana por este hecho, anhelando el contacto con un padre que la rechazaba, atormentada por una vergüenza que no podía ni compartir con su hermana. Cuando Sofía ganó su primer millón de liras rodando Aída, le entregó una parte a su padre a cambio de que le diese el apellido a su hermana. “Para mí su apellido era un cascarón vacío y para mi hermana la salvación”.

La segunda guerra mundial marcó de forma dramática a Sofía, como a toda su generación. La zona napolitana fue de las más castigadas por los bombardeos aliados, y la familia de la niña pasó muchas noches resguardándose de las bombas en los túneles del tren, rodeados de ratas. El relato que hace Sofía de aquellos años es de hambre, miedo, violencia, piojos y enfermedades, vagar como refugiados de guerra y buscar refugio de los distintos avatares del conflicto que desangraba el país. Muchos años después, ya adulta, se interpretaría a sí misma y también a su madre en un biopic titulado Sophia Loren: Her Own Story. Warren Harris recogió la opinión de la inefable Romilda Villani sobre cómo la interpretó su hija en la producción para televisión: “La odio. Es una película absurda y equivocada. Nunca he sido una mujer corriente y estoy representada como una campesina ignorante. Era delgada y tenía una belleza clásica, ahí están las fotografías que lo prueban. Fui votada como la doble de Garbo en 1932, así que ¿cómo sería mi aspecto? Quizá los guionistas no lo sabían, pero Sofía sí. No sé cómo ha podido hacerle esto a su propia madre”. Sobre sus recuerdos de la guerra, cabe preguntarse si los tenía un tanto disfrazados o buscaba pintar las cosas mejor de lo que fueron: “Estoy ofendida y ultrajada. Mi hija nunca caminó sin zapatos, nunca vagué como una campesina y desde luego nunca llevé las medias desenrolladas por debajo de las rodillas”.

En un evidente deseo de realizar a través de su hija su sueño frustrado de ser artista, cuando se anunció en Nápoles que iba a celebrarse el concurso de belleza de la Reina del Mar, Romilda animó a su hija mayor a presentarse. Sofía fue elegida una de las “12 princesas de la Reina del mar” y obtuvo el sustancioso premio de 23.000 liras –una fortuna para ella–, papel de empapelar paredes, una mantelería con doce servilletas y un billete de tren con destino Roma. Allí se mudaron madre e hija en el 49, dejando a María con sus abuelos hasta que pudo mudarse con ellas algún tiempo después. Gracias a su porte, madre e hija consiguieron trabajar como extras en Cinecittà, en el rodaje de la superproducción Quo vadis?, y Sofía pronto comenzó a protagonizar fotonovelas, muy populares en su época. En 1950 tuvo lugar uno de los episodios que Sofía recordaría con mayor bochorno y tristeza: su propio padre las acusó de prostituirse para intentar que se volviesen al pueblo. Se había casado y tenía otros dos hijos y la presencia de su ex y su primogénita en la capital le molestaba. Romina y Sofía tuvieron que demostrar ante la policía que sus ganancias venían de trabajar como extras en Quo vadis?. Poco después, Carlo Ponti entraba en su vida gracias al encuentro casual en un restaurante.

Sofía abrazada a su madre, Romilda, y a su hermana, María.

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Según cuenta Sofía en sus memorias, su relación durante unos años fue estrictamente profesional: “Yo disfrutaba de la suerte que suponía tener a mi lado una persona que me entendía, que me escuchaba y me aconsejaba a la hora de elegir mis papeles, lo cual es fundamental para cualquier actor. Tenía mucho que enseñarme y yo quería aprender”. Él la educaba, la enseñaba a comportarse en público, la aconsejaba sobre cómo vestir y le procuraba papeles en películas cada vez de mayor enjundia. Sofía también contaba que casi siempre salía de noche solo con él, aunque especifica que su romance no empezó hasta el verano del 54, cuando rodaron La chica del río. Y se ve que fue tan intenso este enamoramiento que el último día de rodaje, el 20 de septiembre, cuando Sofía cumplía 19 años, Carlo le entregó un anillo de compromiso de diamantes. La situación hubiese sido perfecta de no ser porque, ay, Carlo ya estaba casado y tenía dos hijos. Se había casado con Giuliana Fiastri en el 46, aunque según la Loren su matrimonio ya estaba acabado. A Romina este detalle no le sirvió; puso el grito en el cielo al temer ver a su hija repetir sus mismos errores. Además de las más de dos décadas de diferencia de edad, el contraste era obvio: Carlo era un poderoso productor bien relacionado, Sofía una jovenzuela inexperta que apenas estaba empezando a vivir. Y en cuanto al físico, Carlo era calvo, bajito y orondo, y Sofía era considerada como una de las maravillas de su tiempo. Tanto era así que le habían puesto el nombre de Lazzaro en un primero momento, antes de cambiárselo a Sophia Loren, porque su cuerpo “resucitaba a los muertos”. Ella misma reconoce que se enamoró de Carlo al encontrar en él un protector que sustituía esa figura paterna que le había faltado y que solo había aparecido para darle disgustos.

En su biografía de la artista, Silvana Giacobini recoge un testimonio de Sofía un poco distinto, de donde se deduce que su relación amorosa o sexual comenzó antes del verano del 54: “De vez en cuando nos fuimos encontrando, volvimos a vernos y con el tiempo esta historia fue importante para mí, y después, también para él. Así, había pasado más de un año de aquel primer encuentro. Dado que estaba casado, yo no me sentía en condiciones de darle un ultimátum, también porque a esa edad, yo entonces tenía solo dieciséis años, a esa edad no se pueden hacer esas cosas. Y además me disgustaba. Luego, cuando rodaba La chica del río, lo nuestro se convirtió en un vínculo más importante”. Tal vez Sofía cambió la versión de la historia para disimular que era menor cuando empezó a acostarse con Carlo, o para aparentar que cuando se inició el romance el matrimonio de Carlo con Giuliana ya era solo efectivo sobre el papel, porque los hijos de la pareja, Guendalina, y Alessandro, nacieron en el 51 y en el 53, cuando Sofía ya había entrado en la vida del productor pero, según ella, todavía no como amante.

En cualquier caso, Sofía y Carlo se convirtieron en pareja semioficial, aunque el divorcio no era legal en Italia y un matrimonio solo podía disolverlo la iglesia. Carlo comenzó las gestiones para obtener la anulación del tribunal de la Rota y mientras, se dedicó en cuerpo y alma a la carrera de su protegida, sin descuidar su labor al frente de otros éxitos como La Strada, las sempiternas comedias de Totó o Guerra y paz, que marcaría el final de su asociación con De Laurentiis, en lo que la prensa se apresuró a apuntar a una antipatía entre sus respectivas parejas-estrellas, Silvana Mangano y la Loren. No faltaba quién apuntaba también a una rivalidad entre la Lollobrigida y Sofía, acrecentada porque cuando la primera se negó a hacer la tercera parte de la popular saga Pan, amor y…, fue la segunda la que heredó su papel. A Sofía estas comparaciones entre estrellas italianas pronto se le quedaron pequeñas, porque Hollywood llamaba a su puerta. Primero fue un pequeño papel en La sirena y el delfín, y pronto, en el 56, se embarcó en el rodaje de Orgullo y pasión en España, donde conoció a Lucía Bosé y a Dominguín. En la película trabajan varios pesos pesados de la industria americana. Dirigía Stanley Kramer y la protagonizaban un Frank Sinatra atribulado por sus peleas con Ava Gardner, a la que Sofía sustituyó, y, sobre todo, Cary Grant. Cuando conoció a la jovencísima Sofía, Grant la ridiculizó llamándola de broma “Lorbrigida”, lo que a ella no le hizo ninguna gracia. Pero en poco tiempo, a vistas del resto del equipo, Cary Grant se quedó prendado por Sofía. La verdadera pregunta que todo el mundo se hacía, como dice Silvana Giacobini, era ¿cómo podía un gay enamorarse de una mujer? Hoy se da por hecho –nunca probado– que la relación del actor con el también actor Randolph Scott fue sexual, pero más allá de los mentideros de Hollywood, en los 50, Cary era considerado hetero porque actuaba como tal, y tampoco es que existiese mucho espacio en la meca del cine para comportarse de otra manera. En el 56 Cary se había casado tres veces, obviamente con mujeres, era mayor incluso que Carlo Ponti y comenzó a intentar conquistar a Sofía con todos los medios a su alcance.

Cary Grant, Carlo Ponti y Sofía Loren, en el festival de Taormina en 1960.

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Según ella, nunca ocurrió nada serio entre ellos, dando a entender que no se acostaron, pero su vínculo se estrechó aún más cuando Sofía llegó a Hollywood, en compañía de su hermana María, en abril del 57. De su primera velada en la ciudad una fotografía ha pasado a la historia, esa en la que se ve a la voluptuosa Sofía mirando con desaprobación a la todavía más voluptuosa Jayne Mansfield. La escena tuvo lugar en el restaurante Romanoff y así lo recuerda la actriz en sus memorias: “Parecía un volcán en erupción. Mientras gesticulaba, me encontré de repente su teta en mi plato. La miré fijamente, aterrorizada. No le dio ninguna importancia, recobró la compostura y se fue. La rapidez de reflejos de un fotógrafo inmortalizó la escena, que dio la vuelta al mundo. Me negué a autografiarla. El reino encantado de Hollywood ocultaba aspectos grotescos que no lograba aceptar y con los que no quería tener nada que ver”.

Mientras Sofía –Sophia para los americanos– trabajaba en varias películas con desiguales resultados, su hermana María disfrutaba de los encantos de América de otro modo. Se dedicó a estudiar música y cantar cuando tenía ocasión, con tanto talento que incluso Frank Sinatra se quedó impresionado y le comunicó a Sofía que estaba dispuesto a ayudar en la formación de su hermana y acompañarla en su debut. Parecía que una carrera propia se abría ante el horizonte de María, siempre a la sombra de las poderosas mujeres de su familia, pero ese sueño no llegó a cumplirse. María volvió a Italia, según explica Sofía en sus memorias, porque le faltaba arrojo para construirse una carrera, pero en su propio libro La mia casa è piena di specchi, María brinda una versión mucho más amarga: “Mi madre, Romilda, había quedado sola en Roma y me acribillaba a llamadas. Se quejaba de que la habíamos abandonado, que podía morirse, que estaba muy enferma. Lloraba al teléfono y me decía “Si me dejas también tú, me quedo sola. ¿Qué será de mi vida, abandonada por todos como un perro?”. Yo me sentía mal y ella seguía infundiéndome sentimientos de culpa. Sofía tenía su carrera y yo pensaba: “Alguien debe pagar por el éxito”, y sabía que quien debía pagarlo era yo”.

Su famosa hermana tenía la cabeza hecha un lío. El tribunal de la Rota se había negado a disolver el matrimonio de Carlo Ponti, así que sabía que si se quedaba con él, nunca podrían casarse, sería para siempre la amante, la querida, una concubina, lo que revivía el sentimiento de humillación que había pasado de niña por ser hija de madre soltera. Y Cary no dejaba de insistir, enviarle flores y sacarla a pasear, todo en medio del rodaje de una película en común, Cintia. Él mismo seguía casado, pero en Estados Unidos un divorcio se disolvía en un momento. Cuando su esposa Betsy Drake sobrevivió al naufragio del barco Andrea Doria –no así 45 pasajeros que perecieron ahogados, ninguno de primera clase–, el matrimonio estuvo de acuerdo en que había que acelerar los trámites. Carlo Ponti, escamado por ese cortejo tan directo que le hacían a su novia, se plantó en Hollywood sin preocuparse de los rumores. No era solo la elección entre dos hombres, sino entre dos mundos: el fascinante y desconcertante Hollywood y la represiva y mojigata Italia, que era también su hogar. “Cary pertenecía a un mundo que yo no conocía, que me daba miedo”, diría ella mucho después en una entrevista, “Soy napolitana, muy italiana, y no podía imaginarme mi vida en ese otro mundo al que no estaba habituada”. Entonces, dos días antes de terminar el rodaje de Cintia, Carlo y ella descubrieron que ya se habían casado por poderes en México, y el tema pareció resuelto. Carlo dijo no saber nada del asunto, aunque había puesto a sus abogados a intentar resolver el tema y ellos al parecer lo habían hecho de forma muy eficaz. Cary, contrariado, le deseó mucha felicidad y acto seguido él y Sofía tuvieron que interpretar la escena final de la película. En ella sus personajes se casaban en una boda como dios manda, Sofía con un vestido de encaje blanco que nunca podría llevar en la vida real. A pesar de lo sucedido, siguieron siendo amigos y sería él, exultante el que le comunicaría por teléfono que había ganado el Oscar por Dos mujeres, el primero concedido a una actriz en lengua extranjera. Ella estaba tan nerviosa que no pudo ni acudir a la ceremonia.

La boda, en vez de la solución, fue el principio de una pesadilla con tintes surrealistas. En su edición del domingo siguiente, el periódico del Vaticano, L’Osservatore Romano, tildaba a la pareja de adúltera, de matrimonio ilícito, de ser unos pecadores que no podrían de ahora en adelante recibir los sacramentos e incluso podrían ser excomulgados. La boda sería válida en México, pero no en Italia, donde el matrimonio de Ponti seguía existiendo. La vergüenza, que era justo lo que la actriz había querido evitar, se cernía sobre ella en forma de humillación a escala planetaria. Una asociación de amas de casa de su propio pueblo, Pozzuoli, la denunció por atentado a la moral, y la cosa pasó a mayores cuando una tal Luisa Brambilla les denunció en nombre de una asociación para la protección de la familia por bigamia y concubinato. El 59, llegó otra denuncia, del alcalde de un pueblo de los Abruzos llamado Orlando di Nello. Al final, sobre Carlo pendía una condena de entre uno y cinco años de prisión, y ella podía ser acusada de complicidad y concubinato. A ojos de la mitad de Italia, eran unos adúlteros y unos sinvergüenzas, a ojos de la otra mitad, víctimas de las leyes y su amor. Giuliana Fiastri, la otra protagonista del escándalo, se negó a dar entrevistas o a comparecer en prensa, guardando siempre un silencio respetuoso. “Ponti en aquellos días no estaba bien de los nervios”, escribe la biógrafa de la actriz Silvana Giacobini sobre un incidente que ocurrió cuando tomaron un vuelo a Londres para rodar una película, rodeados de periodistas entre la expectación internacional. “Ella hizo un comentario, que a Ponti no le agradó, sobre la comida ofrecida a bordo. Sofía, cansada y estresada por los acontecimientos, no controló sus palabras, que irritaron desmesuradamente al productor. Ponti se giró hacia ella y le dio una bofetada. Por la violencia con que había sido infligida, Sofía tuvo durante bastante tiempo en la mejilla la señal de los cinco dedos de Carlo”. La versión de Sofía es un poco diferente: “Ya dentro del avión, mientras empezaba a relajarme, se me escapó una frase inocente. O quizá no lo era tanto. 'Cary me ha mandado un ramo de rosas amarillas antes de partir. ¿Amarillas como los celos? Es un encanto…'. Carlo se volvió hacia mí de golpe y me dio un bofetón delante de todo el mundo. Me sentía morir, pero en lo más profundo de mi ser sabía muy bien que me lo había buscado. Y no me arrepentía”. Continúa “A los veinte años hay que aprender a vivir y el amor de Cary me había dado mucho. Quizá también el valor para elegir una vida normal al lado de Carlo. Por otra parte, tenía veinte años pero no era tonta. Comprendía que esa bofetada, que hoy en día es difícil comprender, era el gesto de un hombre enamorado que se había visto amenazado por otro hombre, que había corrido el riesgo de perderme y se estaba reponiendo del susto, de la amargura. No sabía dónde mirar, pero en el fondo estaba contenta. Por fin tenía la prueba que buscaba desde hacía tiempo: Carlo me quería. Yo lo había elegido y había acertado”.

Pese a esto, los recién casados (o no) decidieron volver a Italia y vivir cada uno en su casa, manteniendo una existencia en común casi clandestina. No se exhibían juntos, entraban y salían por separado de los sitios y evitaban a los fotógrafos. Llevaban una vida como de novios ocultos impropia de las personas adultas y famosas que eran. Pese a todo, Sofía estaba entregada a su relación con Carlo, al que guardaba fidelidad de italiana tradicional.

O puede que no tanto. En 2017 Pilar Eyre se hacía eco en su columna en Lecturas del testimonio que el restaurador Lucio brindaba en su biografía. En ella, el tabernero escribía que cuando la Loren rodaba El Cid en España y residía en la Torre de Madrid, “se enamoró de la periodista Encarnita Molina. ¡Fue la primera vez que supimos que a esta impresionante señora le gustaban las mujeres!”. Un artículo posterior de Núria Navarro indagaba sobre la figura de Encarnita Molina. Esta periodista murciana de solo 18 años cayó en gracia a Sofía durante el rodaje de otra película, Madame Sans-Gêne, acabarían siendo amigas íntimas hasta el punto de ir a visitarla a su casa de Roma. Los testimonios de las personas cercanas a ellas son contradictorios, desde un “fue una relación de muchísima confianza, como la que tuvieron Isabel Pantoja y Encarna Sánchez” a un “solo eran muy amigas”. Encarnita, que obtendría también su propio título de reina de la belleza, el de Miss guapa con gafas, se convertiría en una periodista influyente y bien relacionada con la farándula de la época. Falleció de una leucemia con solo 30 años, un mes después de casarse con otro murciano. Sofía Loren no ha hecho nunca mención a esta historia en entrevistas ni en ninguno de sus libros.

Si la polémica boda por poderes en México no había sido muy ortodoxa, pronto la familia Scicolone tendría la ocasión de celebrar la ceremonia que la vida les había negado a Sofía y a Romilda. Esta llegó a volver a juntarse con Riccardo durante unos meses con desastrosos resultados; Riccardo acabaría usando el nombre de su famosa hija para conquistar jóvenes imprudentes con vanas promesas de alcanzar una posición como actrices. María anunció que quería casarse con el hombre al que amaba con locura, que resultaba ser Romano Mussolini, hijo, sí, de Benito Mussolini. Romano era un músico de talento y cotizado pianista de jazz que había trabajado con los grandes del género en Estados Unidos, y su conexión con el espíritu musical de María fue inmediata. Sobre su disposición a serle fiel a su pareja, él mismo declararía “Yo estaba enamorado, aunque siempre he sido sentimentalmente inestable”. Pese a las pegas que Sofía encontraba en el carácter voluble del joven, demasiado amante de la noche, la juerga y otras mujeres, María se empeñó y terminaron sellando el compromiso. Así, Sofía se convirtió en pariente de un personaje histórico, Rachele Mussolini, la primera esposa del Duce a la que él había abandonado por su amante Clara Petacci, dejándola tan desconsolada que había llegado a intentar suicidarse bebiendo lejía, aunque la salvaron in extremis. La Rachele que conoció Sofía era una señora muy agradable de pelo blanco, aunque guardaba como reliquias en su casa un ojo y un trozo de cerebro del que había sido su esposo, extirpados de su cadáver después de que le colgasen desnudo junto a Clara Petacci al final de la guerra. María y Romano se casaron en el 62 con la pompa requerida en estas circunstancias y alguna anécdota para el recuerdo, como cuando Romano llegó con un considerable retraso al altar, se desmayó y tuvieron que reanimarlo. Pero el día terminó con una tragedia. El Rolls Royce en el que Sofía y su madre regresaban a Roma embistió a un joven profesor que iba en vespa, Antonio Angelini, que falleció en el accidente. “Fue uno de los momentos más terribles de mi vida y no tengo palabras para expresar lo que sentí”, escribe Sofía.

Sofía Loren, con su sobrina Alessandra en brazos, ante la mirada de Romano Mussolini y la presencia de su hermana María.

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Nueve meses exactos tras la boda nacía la pequeña Alessandra Mussolini, futura cantante, modelo, actriz, médico y política. María quiso que Sofía fuese la madrina, decisión a la que algunos pusieron pegas por la situación irregular en la que se encontraba. A la actriz le habían negado incluso la posibilidad de donar sangre, afirmando que por su condición “estaba impura”. Estaba claro que había que resolver el embrollo católico-burocrático como fuera. “La paradoja es que Giuliana, la primera mujer de Carlo, también deseaba recobrar la libertad y, como la abogada que era, estudiaba la ley buscando una solución”, escribe Sofía. La solución parecía una incongruencia: lo primero, había que anular el matrimonio de México. En agosto de 1960 la pareja compareció ante el juez, declarando que no estaban casados. Un rosario de penalidades burocráticas todavía les quedaba por pasar cuando se perdió el expediente matrimonial de Ciudad Juárez, que cuando apareció un año después se supo que lo había robado un paparazzi. A continuación, fue Giuliana la que ofreció la solución: que los tres adquiriesen la nacionalidad francesa para divorciarse y volverse a casar. Así, en el 64 los errantes Carlo y Sofía se trasladaron a París. “Francia nos concedió la nacionalidad honoris causa por nuestra aportación al cine mundial y Giuliana la obtuvo por matrimonio. Era tan absurdo que solo podíamos tomárnoslo a broma: una italiana conseguía la nacionalidad francesa por matrimonio para poder divorciarse de ese mismo hombre”.

La boda, esta vez sí, con todas las de la ley, se produjo el 9 de abril del 66 en Sèvres, en las afueras de la capital francesa. Había muchos periodistas y pocos familiares, fue sencilla, rápida y expeditiva. Por fin, después de tantos años y de una situación por la que casi habían sido expulsados de su país, Sofía y Ponti lograban regularizar su situación. “Me sentía rara con mi traje de chaqueta amarillo y un ramo de muguete en las manos”, recordaría ella. “Rara, cansada y feliz. Y me eché a llorar, a llorar y a llorar”.

Carlo Ponti y Sofá Loren, en su segunda boda.

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Pero aún le quedaba algo para obtener la felicidad completa: tener hijos. A los 29 años, en el 63, rodando Ayer, hoy y mañana, se había quedado embarazada, pero sufrió un aborto a los tres meses y medio que le dejó una terrible tristeza. Ser madre acabaría siendo para ella un deseo obsesionante y una fuente de frustración y dolor. “El recuerdo más doloroso de aquella noche sigue siendo la mirada despreciativa y acusadora de las monjas. Una mirada obtusa, sin humanidad, sin sentimiento”, evocaría ella sobre la noche de su aborto, rodeado de mujeres que la condenaban por no estar todavía casada de forma oficial. Se había quedado embarazada de nuevo cuatro años después, mientras rodaba Siempre hay una mujer junto a Omar Sharif. En aquella ocasión, el prestigioso doctor que la atendía no hizo caso de sus quejas y contracciones, y acabó perdiendo al bebé de nuevo a los tres meses y medio de embarazo. El médico sentenció: “Tiene buenas caderas, pero nunca podrá tener un hijo”. Sofía sentía que su vida había quedado vacía y sin sentido y se encontraba sumida en una profunda depresión. Al final, gracias a un médico de Ginebra que le recetó inyecciones de estrógenos y un seguimiento riguroso, consiguió volver a concebir. La prensa seguía su embarazo con una mezcla de morbo y sincera preocupación. La revista ¡Hola! anunciaba triunfal en su portada: “Sofía Loren ha superado su cuarto mes de gestación”. Al final su primer hijo Carlo Ponti Junior nació el 29 de diciembre del 68 en el hospital de Ginebra en el que Sofía vivía recluida y tranquila. Le pusieron Hubert de segundo nombre en honor del ginecólogo que había logrado que naciese. Para Sofía, su nacimiento fue el momento de mayor felicidad de su vida, junto con el de su segundo hijo Edoardo en el 73.

Carlo Ponti y Sofía Loren, con sus dos hijos, Carlo Jr. y Edoardo.

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Carlo y Sofía formaban una pareja en apariencia todo armonía y estabilidad, aunque los rumores nunca dejaron de acecharles desde el comienzo de amor. La extraordinaria conexión de ella con Marcello Mastroianni hizo pensar a muchos espectadores que tenían algo más que química en pantalla, algo negado por ambos siempre. Peter Sellers y Sofía también encajaron a la perfección e incluso grabaron un par de canciones de éxito, pero mientras ella declaraba que nunca habían pasado de reírse mucho juntos, él afirmaba que “Si Carlo Ponti se hubiera muerto, Sofía se habría casado conmigo”. También se insinuó que Richard Burton, en plena separación en su tormentosa relación con Elizabeth Taylor, tenía algo con Sofía. Menos suerte tuvo Marlon Brando, que intentó meterle mano a la actriz en su primera escena juntos en La condesa de Hong Kong, a lo que ella le paró los pies de forma fulminante.

Por parte de Carlo, los rumores sobre que una vez con Sofía siguió teniendo romances y aventuras por su cuenta fueron bastante más persistentes. En su libro sobre la diva, Silvana Giacobini resalta algunos de los más importantes: Marilù Tolo, Dalila Di Lazzaro y Julie Christie. Esta última acabó protagonizando uno de los mayores hits de la carrera de Ponti, Doctor Zhivago, papel que según las malas lenguas había obtenido por su relación con el productor. Marilù Tolo había sido novia de juventud del modisto Valentino antes de que este asumiese su homosexualidad, y luego se había convertido en actriz de cierto éxito. Incluso tuvo un papel secundario en Matrimonio a la italiana, protagonizada por Sofía. Dalila di Lazzaro tenía un pasado capaz de poner los pelos de punta incluso a los menos sensibles: a los seis años la había violado un primo; a los quince huyó de unos padres maltratadores en compañía de su novio, con el que un año después tendría un hijo, Christian, que fallecería a los 22 años en un accidente de coche. Tras romper con su primer marido, la secuestró un hombre que la tuvo retenida durante tres días, violándola y maltratándola. Todavía muy joven, en Roma, Carlo Ponti se fijaría en su belleza rubia de ojos azules. “Fue mi Pigmalión”, diría ella sobre él, del mismo modo en el que lo había sido de Sofía, aunque Dalila negaría siempre que hubiese una relación más allá de lo laboral con el productor que le sacaba cuarenta años. Sí acabaría contando que mantuvo una relación de diez años con Jack Nicholson y otras más cortas con Richard Gere o Alain Delon. Dalida acabaría rechazando el papel de Domino en Nunca digas nunca jamás, que al final recayó en Kim Basinger. En su biografía, Giacobini señala que en ocasiones Sofía llamaba a su piso de Nueva York y era Dalida la que contestaba el teléfono, tomándose la libertad incluso de entrar en la habitación de la casa prohibida para ella, que era donde la mujer de Ponti guardaba su colección de pelucas y postizos.

De puertas hacia fuera, la sangre nunca llegó al río. Según escribe Manuel Román, eran una pareja muy compenetrada, en la que ella “Nunca padeció complejo alguno cuando comparecía con su marido, Carlo Ponti, que le llegaba físicamente un poco más arriba de la cintura. Y tampoco éste nos dio la impresión de sentirse disminuido o ridiculizado a su vera”. Mucho más tangibles fueron los problemas fiscales de la pareja. En 1982 Sofía llegó a ingresar 17 días en la cárcel por evasión fiscal, delito que ella siempre dijo que había sido por culpa de errores de sus asesores y abogados. Entre dejar Italia para siempre, sin poder regresar, o cumplir una breve condena y poder seguir viviendo o visitando el país, Sofía eligió esto último. Con gran revuelo mediático, ingresó en una pequeña prisión de Nápoles, a donde se desplazó su hermana María para hacerle compañía en las visitas y que no se quedase sola. Sobre la experiencia, que calificaría como muy dura, recordaría en una entrevista: “Vives en un mundo de sufrimiento continuo. Gritos, niños pequeños encerrados con sus madres… Por fortuna estaban las monjas, que fueron siempre muy amables. Incluso cociné pare ellas, les hice un caldo”.

Al revés que su contemporánea Brigitte Bardot, nacida también en el 34 e icono sexual y erótico europeo y mundial, Sofía nunca se cansó de ejercer de estrella. Mientras la salud se lo permitió, siguió trabajando, visitando países de todo el mundo, recibiendo homenajes, acudiendo a todo tipo de eventos y actos promocionales siempre maquillada, con gafas de sol y una flamante peluca, o comparecía orgullosa de sus dos hijos y sus nietos, ejerciendo de ese papel de mamma italiana que tan bien le iba. A los 80 años, declaraba orgullosa “¡Me gusto mucho! ¡Soy guapa! Siempre me he gustado mucho, me sigo viendo muy guapa”. Carlo falleció en 2007 a los 94 años de edad. “Cuántas veces pienso en lo bonito que sería que Carlo estuviera vivo. Pienso mucho en él, en la pena que me da que no disfrute conmigo todas estas cosas tan bonitas que han seguido sucediendo tras su muerte”. Tal vez los secretos del matrimonio Ponti-Loren no los conozcamos nunca, pero a Sofía, pese a ciertos actos que, como ella misma decía, hoy son difíciles de entender, aquel hombre poco atractivo que le doblaba la edad la hizo feliz, hasta el punto de lograr borrar la sombra de abandono de su nacimiento. Sobre su atormentada relación con su padre, la diva exclamaría triunfal: “En el fondo a mí me ha marcado positivamente. Siempre he querido formar una familia como las que tenían los demás. Y lo conseguí. ¡He vencido yo!”.

Sofía Loren con sus dos hijos en el funeral de Carlo Ponti.

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