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Big Science: Laurie Anderson y el conflicto de la vida moderna

Laurie Anderson Big Science

El 19 de abril de 1982 la polifacética artista multimedia neoyorquina hizo su sorprendente debut discográfico

Laurie Anderson
Big Science

Warner Bros. 1982. EE. UU.

La historia es más o menos la siguiente: el minimalismo neoyorquino le debía una obra al pop norteamericano. El asunto entonces era cómo hacer accesible a todos la cosa nostra de los círculos avant-garde más selectos de la escena de Manhattan.

“Well…This is the time, and this is the record of the time!”

Adelantándonos al final de esta historia, tenemos que una canción como O Superman” es hoy por hoy una pieza emblemática de la década de los 80. Nada mal para una artista plástica que le debía más a Philip Glass y Steve Reich que a The Human League y Devo.

La electrónica no sólo podía ser “popular”, sino tener otra raíz que no fuese la robótica de Krafwerk (además de no venirle nada mal un rostro femenino).

Es muy neoyorquino ser polifacético: ser poeta, pintor, músico, mujer, hombre, indigente y famoso. Es también neoyorquino no tener otro estilo que aquel que escapa a las etiquetas. Aunque esto, honestamente, muchas veces ha derivado en mediocridad e impostura (la misma Anderson ha corrido por facetas calamitosas). A veces Nueva York la acierta como un accidente que captura la atención de todos los esnobs del Village.




Big Science es el irónico accidente que le viene como anillo al dedo a esa vida pletórica en electrodomésticos y artefactos superfluos. Laurie Anderson es algo así como la Woody Allen de la electrónica: es lo suficientemente satírica como para que sus teclados suenen a gestos de mimo, y lo bastante neurótica para obstinarse artísticamente del American way of life del que goza.

Pero a pesar de todo, Big Science tiene ese chispazo de ingenio, esa capacidad que tienen artistas como Lou Reed –quien fuese su esposo hasta que la muerte los separó- para ponerlo todo al servicio de un sonido cautivante y genuino.

Sin importar todo lo artsy que pueda Laurie Anderson ser, su concepto no es engorroso y convence con pocas notas. De lo contrario, cómo se explica que los 8 minutos y medio de hipnótico vocoder de “O Superman” sea hoy una de las canciones más populares de los 80, y no otro monólogo de un advenedizo que ambiciona comerse al mundo del arte con la primera morisqueta.

Pero antes de la emblemática “O Superman”, el álbum arranca con un uso prolijo del vocoder sintetizado con “From the Air”: es un despegue con una rutina mínimo de batería, teclados, y saxofones con clarinetes.

Le sigue el aullido del lobo en tanto nos adentramos en el bosque inhóspito de la tecnología con la canción que le da título al álbum: “Big Science”. La percusión primitiva y tribal marca un ritmo seco mientras Anderson emite otro monologo sarcástico sobre la sociedad de consumo.

Sweaters” es un interludio en el que lo minimalista se vuelve primitivo y rudimentario. La voz casi infantil de Anderson se enhebra junto a las gaitas escocesas.

Walking and Falling” sería música de relajación si no fuese por el contenido: Anderson narra la experiencia de caminar y caer al mismo tiempo. Poco a poco, se revela como un enigma en mitad de una instalación sonora.

Born, Never Asked” sigue con el primiti-minimalismo, como si se tratara de un ritual pagano alrededor del altar que provee un teclado sintetizador, marcando los tonos bajos en un baile Klezmer.

Example #22” suena a Polka para robots embriagados, ¿o más bien, cortocircuitados? Los pasajes en alemán contribuyen con esa impresión.




La robótica primitiva continua con “Let x=x”: un algoritmo tautológico que hace evidente que este álbum echa mano de lo más elemental de la repetición en música.

Seguidamente, emerge “If Tango”, que hace una sólo pieza con la anterior y finaliza el álbum. Aspira a ser un Tango, pero se difumina como un desfile de clausura por una empedrada de tambores tomtom, timbales, metrónomo electrónico y palmas.

Es así como Anderson demuestra la receta minimalista, con repique repetido, sobre el que se despliegan escalas de cuerdas y texturas de sintetizadores, también puede enganchar al gran público.

No es cuestión de Big Science conquistar a las masas, sí lo es conquistarlas con medios tan cercanos a ellas que le sean inusitados. Para quien está acostumbrado al áspero chasquido de una guitarra eléctrica, una caja de secuencias le puede parecer algo así como un canapé de huevas de esturión.

Lo que consiguió Laurie Anderson en un disco como Big Science es que esa caja de secuencias y ese sintetizador no sean muy distintos a la máquina contestadora y al horno microondas de cualquier hogar americano.

Pero, ¡oído al tambor!: se trata de música minimalista para una vida desbordada de aparatos. Lo poco común a los oídos de todos es que con tan pocos aparatos se pueda hacer tanta música.

Big Science refleja bien el conflicto implicado en la vida hiper-moderna: aquella que no encuentra cómo simplificarse por mayores y más efectivos que sean los medios para facilitarla.

Para una metrópolis como Nueva York, pero cualquier otra metrópolis, Big Science puede parecer repetitivo pero vertiginoso, innovador pero cotidiano, tal como la vida de cualquier hombre en la urbe moderna.

José Armando García
garja76@hotmail.com


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