«La tierra prometida (The Bastard)» (2023): cine clásico, cine moderno | Crítica - Revista Cintilatio

La tierra prometida (The Bastard)
Cine clásico, cine moderno

País: Dinamarca
Año: 2023
Dirección: Nikolaj Arcel
Guion: Nikolaj Arcel, Anders Thomas Jensen
Título original: Bastarden
Género: Aventuras. Drama
Productora: Koch Films, Nordisk Film, SVT, Zentropa, Plaion Pictures, Nordisk Film, TV2
Fotografía: Rasmus Videbæk
Edición: Olivier Bugge Coutté
Música: Dan Romer
Reparto: Mads Mikkelsen, Amanda Collin, Simon Bennebjerg, Melina Hagberg, Kristine Kujath Thorp, Gustav Lindh, Thomas W. Gabrielsson, Søren Malling, Jakob Ulrik Lohmann, Magnus Krepper
Duración: 127 minutos

País: Dinamarca
Año: 2023
Dirección: Nikolaj Arcel
Guion: Nikolaj Arcel, Anders Thomas Jensen
Título original: Bastarden
Género: Aventuras. Drama
Productora: Koch Films, Nordisk Film, SVT, Zentropa, Plaion Pictures, Nordisk Film, TV2
Fotografía: Rasmus Videbæk
Edición: Olivier Bugge Coutté
Música: Dan Romer
Reparto: Mads Mikkelsen, Amanda Collin, Simon Bennebjerg, Melina Hagberg, Kristine Kujath Thorp, Gustav Lindh, Thomas W. Gabrielsson, Søren Malling, Jakob Ulrik Lohmann, Magnus Krepper
Duración: 127 minutos

La película de Nikolaj Arcel, protagonizada por un gran Mads Mikkelsen, es un wéstern a la escandinava que sabe fusionar las influencias del cine clásico con la esencia del cine moderno para crear una pieza única.

Hoy en día existe entre la crítica un culto casi religioso hacia los directores con un acentuado estilo personal. Concretamente, nos referimos a aquellos autores que ven las historias poco más que como un vehículo para realizar un ejercicio de estilo individual que resalte su enorme capacidad como artistas. En ocasiones esto funciona y nos da obras en las que el estilo sirve para agrandar la historia que se nos cuenta, como en el caso de Pearl (Ti West, 2022), y en otras nos da una decepción como en Saltburn (Emerald Fennell, 2023). Lamentablemente, esto implica que muchas veces no se presta atención a la otra forma de hacer cine, aquella que pone por encima de todo la historia y adapta el estilo a ella. Esto no ha de confundirse con hacer un cine sin estilo, impersonal, plano o que no tome decisiones arriesgadas, de hecho muchas veces es todo lo contrario, hablamos de directores que no tienen miedo de convertir su estilo en un vehículo para contar la historia de la mejor forma posible. Desde sus primeras películas, Nicolaj Arcel es uno de esos directores y su última película, La tierra prometida (2023) es la máxima expresión de esta filosofía de dirección cinematográfica.

La película narra la historia de Ludvig Kahlen, un veterano del ejercito danés en el siglo XVIII que pide permiso al rey para cultivar unas tierras yermas del norte del país con patatas y fundar un nuevo poblado. Aunque su deseo, en principio, se ve obstaculizado por la dureza del territorio y el escepticismo de las autoridades, poco a poco su trabajo comienza a dar frutos. Es entonces cuando Ludvig se gana la enemistad de Frederick Schinkel, el señor feudal de la zona que desea hacerse con la propiedad de esas tierras para agrandar sus dominios. Comenzará entre los dos hombres una pugna sin cuartel al tiempo que Ludvig ha de plantearse si su obsesión por cultivar esas tierras merece la pena.

La película sabe mezclar una narrativa visual muy poderosa con una historia fascinante.

La tierra prometida es ante todo un híbrido, una mezcla entre cine clásico y cine moderno. Del cine clásico, toma el estar sustentada esencialmente por su historia y su guion. Es por ello que cuando más brilla la película es cuando profundiza en sus personajes. Ludvig, el protagonista, hijo bastardo de un aristócrata y una sirvienta, que aspira de una forma obsesiva a convertirse en un noble a pesar de su modesto origen, es la perfecta representación de esta forma de entender a los personajes que plantea el director y que, además de ser totalmente tridimensionales, crean su propio microcosmos narrativo en el que sus motivaciones, su psicología y sus dilemas, si bien nunca se dan mascados a la audiencia, sí que hablan por sí mismos y dotan a la historia de una personalidad propia sin que los efectismos estilísticos sean necesarios para aderezarla. Arcel tiene claro que el guion es el cimiento de la película y construye todo lo demás sobre dicho elemento.

Una obra de arte que se siente atemporal, tan clásica como moderna, que se adscribe a los cánones de su género pero a la vez es tremendamente original.

Se suele decir que la magia de un guion cinematográfico consiste en crear un conflicto entre lo que un personaje quiere y lo que realmente necesita. Arcel demuestra traer la lección aprendida y nos da personajes en los que estas dos fuerzas (aquello que desean y aquello que en verdad necesitan para crecer como seres humanos) están en permanente conflicto. El caso más evidente es el del protagonista, que quiere ser un noble para vengarse de un padre aristócrata que nunca le reconoció como hijo legítimo, pero que lo que realmente necesita es dejar atrás sus fantasmas del pasado y aprender a construir relaciones humanas con otras personas. Pero prácticamente cada personaje tiene su propia batalla interna, lo cual se suma a un argumento que sabe jugar las cartas para conmover al espectador sin necesidad de recurrir a grandes alardes estilísticos.

Eso no quiere decir que la película no tenga una identidad estética y un estilo cinematográfico incuestionablemente propio, siendo de hecho esta una de sus grandes virtudes. La fotografía, llena de planos generales editados con pocos cortes que hace que el espectador se empape del entorno, los diálogos parcos que favorecen los silencios, profundamente expresivos, e incluso el diseño de arte, que constantemente contrapone el suntuoso lujo de los aristócratas con la dura vida del campesinado de la época, trabajan en conjunto para darle a la película un estilo visual único, que toma prestado elementos del wéstern, del cine épico de época y en ocasiones incluso del thriller para crear un conjunto único y perfectamente equilibrado que se nota fruto de un director que domina perfectamente la historia que está contando.

Uno de los puntos fuertes de la película son las interpretaciones de todo el reparto.

Uno de los aspectos más importantes y mejor manejados de la película a nivel narrativo es, sin duda, la relación entre el protagonista, Ludvig y el antagonista, Frederick. Es una tendencia común en los últimos años que muchísimas películas actuales presenten a antagonistas con algún pasado trágico, con los que el espectador pueda empatizar y hasta coincidir parcialmente o, incluso peor, que le hagan plantearse quien es realmente el antagonista. La tierra prometida sabe que, si en algunas ocasiones esto puede ser una gran decisión, en otras lo que mejor le va a una película es tener como antagonista a un total hijo de puta (con perdón de la expresión) al que el espectador quiera degollar cada vez que sale en pantalla, de esos cuya muerte en pantalla se celebra como si fuera un gol en la prórroga. Frederick es exactamente eso, pero lejos de convertirse como consecuencia de esta decisión en un villano caricaturesco, la película explora con todo detalle su naturaleza perversa para darnos un personaje tan siniestro como rico en matices, profundo sin caer en la complejidad innecesaria. Y lo que es más importante, su relación con Ludvig está brillantemente escrita. Cada uno representa lo que el otro quiere ser, casi como su cada uno de estos personajes fueran una encarnación del subconsciente del otro, lo cual los convierte en dos fuerzas de la naturaleza destinadas a chocar en una historia que está constantemente aumentando la tensión entre ambos pasando en su tramo final la frontera entre el drama histórico y el thriller nórdico al que tan acostumbrados estamos. Por si esto fuera poco, la película también tiene espacio para capturar la realidad del periodo histórico que refleja de forma más que correcta, desde los abusos de los nobles sobre sus siervos hasta las tensiones y desigualdades entre diferentes grupos étnicos. Todo ello de una forma madura y seria que trata a sus personajes como seres humanos reales, con sus virtudes y sus defectos.

Pero si algo hay que destacar es, sin duda, la sobresaliente interpretación de Mads Mikkelsen, algo que a estas alturas ya no debería sorprendernos pero que parece lograr superarse a sí mismo con cada película, regalando en esta ocasión una interpretación que se aleja de extremismos para abrazar en su lugar la sobriedad y la sutileza, y llena a su personaje de matices, silencios y miradas que expresan más que cualquier diálogo. El resto del reparto está a su altura y ayuda a tejer una telaraña de personajes que hacen que la historia atrape al espectador y le encierre en su pequeño mundo. La tierra prometida se une a la ya larga lista de títulos de una calidad excelente que han llegado a nuestras pantallas desde tierras escandinavas en las últimas dos décadas, dando fe de la calidad de una nueva generación de directores del norte de Europa. Esta película brilla cuando mezcla las grandes virtudes del cine clásico (la atención a la historia que se cuenta por encima de lo estético) con las fortalezas del cine de autor contemporáneo (la búsqueda de un estilo único que la diferencie del resto de películas) dando como resultado una obra de arte que se siente atemporal, tan clásica como moderna, que se adscribe a los cánones de su género pero a la vez es tremendamente original.

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