Baréin, la primavera árabe que nunca fue - El Orden Mundial - EOM
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Baréin, la primavera árabe que nunca fue

Cinco años después de que la primavera árabe llegara al archipiélago de Baréin, la tensión social sigue dominando el panorama nacional bajo un discurso sectario y críticas veladas a la familia real. El mantenimiento en el poder de la dinastía Al Jalifa o su derrocamiento puede tener efectos impredecibles en las relaciones regionales, sobre todo para la disputa hegemónica entre Irán y Arabia Saudí. 
Baréin, la primavera árabe que nunca fue
Manama, Baréin, 19 de febrero de 2011. Foto: John Moore/Getty Images

Madawi se levanta temprano esa mañana. Prefiere ir andando a casa que coger el coche; la televisión pública ya anunciaba ayer que Manama iba a sufrir importantes restricciones y cortes en las calles. Pasa silenciosamente por delante de las habitaciones, llega a la cocina y coge la comida que su madre le tenía preparada para llevar a casa de sus abuelos. Baja por las escaleras del piso de cuatro plantas, donde solo viven familias chiíes y unos trabajadores pakistaníes. Ya no se para a mirar la puerta destrozada del 2.º B; hace unos días la policía entró a medianoche y se llevó a dos hermanos de 17 y 20 años, supuestamente por pertenecer a un grupo revolucionario iraní. No se ha vuelto a saber nada de ellos y la familia decidió mudarse a otro barrio.

Hoy en las principales arterias de la capital solo se ven dispositivos policiales, militares y los coches de los occidentales, que se dirigen hacia el centro financiero. Cuando Madawi apenas ha andado unos pocos metros, se encuentra el primer control: dos hombres subidos en un carro blindado —cortesía estadounidense— y otros dos parapetados tras unos sacos. La miran a los ojos con desdén; solo le piden la identificación, le revisan el bolso y la cachean un poco. Después de cinco minutos, puede retomar el paso, aunque a menos de 300 metros ya ve las figuras de otros policías.

Como si fuera una especie de peregrinación que algunos ciudadanos hacen espontáneamente, Madawi decide acercarse hacia la Glorieta, como es fantasmagóricamente conocida ahora; cuando era niña, se la llamaba Plaza de la Perla y en 2011, durante unos pocos meses, fue bautizada como Plaza de la Revolución. En cada esquina hay grupos de policías que la observan atentamente, pero ella no tiene miedo; hace mucho tiempo que dejo de tenerlo. Cruza la plaza y se acerca a la rotonda donde antes estuvo el monumento de la perla. Se saca del bolso una flor blanca y otra roja, los colores de la bandera nacional; los deposita junto a más flores que han dejado otros ciudadanos. Continúa su marcha ante algunos insultos y gritos de los policías.

Para ampliar: The Chaos in the Middle East, 2014-2016, Neville Teller, 2016

Hoy el país luce sus mejores galas, se refuerzan las medidas de seguridad y se disfraza de aparente tranquilidad y orden una población que está en constante ebullición y tensión, todo en el día de la visita oficial de la primera ministra de Reino Unido, Theresa May. El Gobierno de Baréin no quería encontrarse ante situaciones incómodas cuando llegara su histórico aliado, por lo que días antes llevó a cabo varias operaciones para detener a todo sospechoso de operar en contra de la monarquía. El emirato que visitará May durante dos días aparecerá enormemente distinto al que conoce Madawi.

Theresa May con el rey de Baréin, Hamad bin Isa al Jalifa (2016). Fuente: Press Association

Cuba 1962, Baréin 2011

Se considera que la crisis de los misiles de Cuba en octubre de 1962 fue el momento más crítico de la Guerra Fría, cuando los dos grandes polos hegemónicos estuvieron a punto de sumergirse en el caos nuclear. En ese momento, los hermanos Castro y muchas naciones del Movimiento de Países No Alineados comprendieron que sería muy complicado escapar de la lógica bipolar y que cualquier movimiento interno o alianza internacional tendría una fuerte respuesta por parte de Moscú o Washington. Cuando a mediados de marzo de 2011 centenares de tanques y vehículos blindados sauditas cruzaron el puente de La Calzada del Rey Fahd, que une la península arábiga con la isla de Baréin, Madawi y el resto de ciudadanos que protestaban en las calles de Manama comprendieron que su lucha transcendía más allá de ellos. La pequeña isla de Baréin y el conjunto de islotes que la rodean en medio del golfo tienen una importancia vital para los intereses estadounidenses, británicos, sauditas e iraníes. Es, pues, un campo más de batalla en Oriente Próximo donde se dirimen las capacidades de unos y otros por mantener sus márgenes de influencia tras el estallido de la primavera árabe.

A principios de 2011, Madawi estaba en su primer año de Medicina en la universidad. Gracias a su buen expediente académico, pudo acceder a una de las cuantiosas becas que daba el Gobierno a pesar de venir de una familia chiita de origen humilde. Era de las pocas afortunadas que, sin tener ningún apellido relevante ni familiares en altos cargos de la Administración Pública, podía aprovecharse de ciertas ventajas que ofrecía un Estado tan rico como el de Baréin. Estando en clase, le empezaron a llegar vídeos al móvil de las protestas que se sucedían en Túnez, Libia o Egipto. Algunos estudiantes comenzaron a reunirse clandestinamente para debatir lo que ocurría en aquellos países y qué podían hacer ellos en el suyo.

Aunque pronto el Gobierno de Baréin dio a las protestas un cariz sectario tachándolas de burda injerencia de Irán para derrocar del poder a los sunitas, lo cierto es que en los primeros instantes Madawi nunca escuchó en esos encuentros referencia alguna a la cuestión religiosa. Los estudiantes que empezaron el movimiento hablaban de democracia, luchar contra la corrupción, la falta de oportunidades o una distribución más equitativa de la riqueza y acabar con los privilegios de la familia real. En esos primeros encuentros había jóvenes de distinta procedencia: chiitas, sunitas y alumnos extranjeros de otros países árabes.

Una manifestante protesta frente a la policía (Manama, 2011). Fuente: Getty Images

Pese al temor de perder su beca o de poder meter en problemas a su familia, Madawi, junto a dos de sus hermanos mayores, decidió participar en las protestas que se organizaron a través de las redes sociales. En un principio, las autoridades se sintieron desbordadas —habían infravalorado el poder de convocatoria—, pero eso no fue óbice para que desde el Palacio Real se dieran órdenes de disolverlas con todos los medios que fueran necesarios. Los primeros heridos, detenidos y muertos fueron cayendo y eso no hizo más que insuflar el ánimo de gran parte de la ciudadanía. Ya no serían solo los universitarios quienes alzarían la voz contra el Gobierno.

Algunos clérigos chiitas animaron desde sus mezquitas a unirse a las protestas, lo que se convirtió en el mejor pretexto para que el Gobierno culpara a Irán de estar detrás de la revuelta. Cuanto más aumentaban las movilizaciones en las calles, más duros eran los mensajes lanzados desde los medios públicos tachándolos de golpistas y acusándolos de querer someter a la población sunita.

En Baréin más del 60% de la población es creyente chiita; el resto son sobre todo sunitas, incluida la familia real. Hasta el estallido de las revueltas en 2011, la convivencia entre ambos había sido cordial: existían matrimonios mixtos y barrios donde convivían. El problema fundamental fue que desde hacía años una gran parte de la población chiita se quejaba de sufrir discriminación y exclusión mientras solo los miembros del clan monárquico y unas pocas familias afines disfrutaban de los réditos de ser uno de los grandes exportadores de gas del mundo. En cuestión de acceso a la universidad, puestos de trabajos en la Administración, empresas estatales, Ejército o Policía, los ciudadanos de condición chiita lo tenían muy difícil. De hecho, el Gobierno se había preocupado desde principios de los noventa de solo admitir inmigrantes sunitas para intentar reequilibrar la balanza demográfica.

El monarca Hamad bin Isa al Jalifa propuso a finales de febrero de 2011 crear un diálogo nacional donde estuvieran reunidos los principales representantes de la sociedad civil. Sin embargo, los manifestantes, cada vez más numerosos, ampliaban su agenda de protestas: mejoras en las condiciones laborales para funcionarios, combatir el desempleo juvenil, libertad de prensa e información, más inversión en los sistemas educativos y sanitarios, etc. Muchas de estas medidas podrían haber llegado a ser admitidas por el Gobierno, pero por lo que no iba a pasar el jefe de Estado era por un proceso constituyente que derivara en una forma de monarquía con menos poderes.

La policía carga en la Plaza de la Perla (Manama, 2011). Fuente: Mohamed C. J.

Cuando a principios de marzo de 2011 los enfrentamientos con la policía se volvieron cada vez más virulentos y crecía el número de personas que acampaban en la Plaza de la Perla, el monarca decidió llamar a Riad y al resto de socios del Consejo de Cooperación del Golfo. Tanto los dirigentes sauditas como las otras dinastías de la zona temían el contagio a sus países y, sobre todo, que Irán pudiera sacar provecho de estas circunstancias y mejorar su situación geoestratégica. Por eso, a los pocos días, un millar de soldados sauditas y unos quinientos policías de los Emiratos Árabes llegaron a Baréin con el firme propósito de acabar con la insurrección popular.

Madawi aún recuerda el picor de sus ojos ante el gas lacrimógeno que comenzó a llover en todas direcciones. Las bolas de goma de la policía y las carreras de la multitud desconcertada marcaban el final de un movimiento que había sido capaz de paralizar al país entero. Entre el humo de las tiendas que ardían, Madawi se alejaba de la plaza y se adentraba en las calles de Manama esquivando coches de la policía y ayudando a los heridos que quedaban en el suelo. Unos días después, los operarios retiraron el monumento de la perla a petición expresa del rey, quien creía que sin símbolo ya no habría revolución.

Para ampliar: Saudi Arabia: a kingdom in peril, Paul Aarts y Carolien Roelants, 2015

Tensión en las calles y en los palacios

Baréin había sido un pequeño puerto comercial dedicado a la pesca y recolección de perlas hasta la década de los cuarenta, cuando comienza una explotación a gran escala de los pozos de petróleo y gas. Su historia está estrechamente ligada a Irán y Reino Unido: durante siglos fue una provincia más del Imperio persa, pero a finales del siglo XVIII una dinastía árabe asentada en la isla, los Al Jalifa, consiguen la independencia y hacerse con el control del archipiélago bajo el protectorado de Reino Unido. Desde entonces el clan ha gobernado el pequeño país con la inestimable asistencia de los británicos y bajo los recelos iraníes.

Aunque Baréin consigue su independencia en 1971, nunca ha dejado de estar bajo el influjo de Londres. Tras la revolución iraní de 1979, los Al Jalifa, temerosos de algún movimiento por parte de los ayatolás, deciden entrar en el Consejo de Cooperación del Golfo y quedar dentro de la atmósfera saudita; desde entonces, se han convertido en un argumento recurrente en la disputa hegemónica entre iraníes y sauditas. A principios de los noventa, Estados Unidos construye en Baréin una de las mayores bases de la Quinta Flota en la zona. De esta forma, el país y la monarquía de los Al Jalifa han estado sostenidos por los intereses británicos, sauditas y estadounidenses. Estas tres potencias no quieren dejar caer este enclave estratégico en manos de Teherán.

En marzo de 1999 muere el emir Isa bin Salman al Jalifa, considerado el padre fundador del Estado moderno bareiní. Le sucedió su primogénito, Hamad bin Isa al Jalifa, que junto con su hijo y príncipe heredero Salman bin Hamad ha sido el artífice de profundas transformaciones y modernizaciones en tan solo una década. El objetivo de sus políticas ha sido transformar el país de un punto de exportaciones de recursos energéticos a un importante centro financiero y turístico.

Para ampliar: Sectarian Gulf, Bahrain, Saudi Arabia and the Arab Spring that wasn’t, Toby Matthiesen, 2013

Al mismo tiempo que mostraba su faceta más aperturista y occidental al mundo, la monarquía Al Jalifa no había dado atisbos de querer democratizar las instituciones hasta la primavera árabe. Existen, por tanto, dos facciones enfrentadas en la familia real: la liderada por el monarca y su hermano, el primer ministro Jalifa bin Salman al Jalifa, quienes han sido los máximos responsables de la represión ejercida en los últimos años y se han mostrado impertérritos ante las demandas de cambios políticos; por otro lado, el príncipe heredero y los miembros más jóvenes de la dinastía, que han recibido formación en Estados Unidos y Europa, son aparentemente los más partidarios de introducir reformas e ir favoreciendo progresivamente la democratización del pequeño emirato.


De izquierda a derecha, el empresario Bernie Ecclestone, el exrey español Juan Carlos y el príncipe heredero Salman bin Hamad (GP Baréin, 2015). Fuente: Getty Images

La perla perdida en la arena

Aunque en abril de 2011 parecía que la perla revolucionaria que había emergido meses antes se había perdido en la arena, aquellas movilizaciones han dejado una población mucho más polarizada y enfrentada. Para la joven Madawi y el resto de bareiníes, nada ha vuelto a ser lo mismo: el miedo en gran parte de los ciudadanos se ha perdido y, pese a que la censura intente silenciarlo, las manifestaciones se suceden recurrentemente en Manama mientras en sus grandes rascacielos se intenta dar una sensación de normalidad.

Las promesas de cambio anunciadas por el príncipe heredero no se han visto aún plasmadas y no parece que vayan a suceder a medio plazo. La monarquía Al Jalifa se siente fuerte: tiene detrás el respaldo de los Gobiernos británico, estadounidense y saudita, que saben que una alternativa a esta dinastía sería seguramente un Gobierno chiita afín a las pretensiones de Irán. Aunque el sectarismo ha mostrado su peor cara en el conflicto sirio, lo cierto es que también su lógica ha calado en Baréin, promovida fundamentalmente por los propios mandatarios.

A sus 67 años, Hamad bin Isa al Jalifa parece contar con un buen estado de salud y no da visos de querer ceder el poder a su hijo, de 47 años. Esto indudablemente lleva a pensar que los deseos de las generaciones más jóvenes de cambiar profundamente la nación no se verán realizadas en los próximos años. Baréin siempre aparecerá como la primavera árabe que nunca fue mientras se mantenga el statu quo de alianzas en la región. Al mismo tiempo que Madawi y sus compatriotas siguen luchando día a día por un futuro algo más digno, desde Irán y Arabia Saudí se mira al archipiélago como una pieza más de su tablero de ajedrez.

Para ampliar: The arab spring & the gulf states, time to embrace change, Mohamed A. J. Althani, 2012

David Hernández

Madrid, 1991. Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Europea de Madrid. Miembro del Taller de Estudios Internacionales Mediterráneos (TEIM). Doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid. Interesado en dinámicas políticas y sociales en el norte de África y Oriente Próximo y el impacto del deporte y la cultura en la política internacional.