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George Martin: el genio que hizo realidad nuestros deseos

por admin

Ni siquiera la magia sucede por arte de magia. Siempre hay alguien atrás o adelante. Depende de desde dónde se lo mire y de cómo se lo quiera ver. En el caso de los Beatles, esa persona era su productor musical, George Martin, un hombre serio y elegante que se metió por las orejas del mundo y le revolvió la cabeza ///

 Apertura

Por Eduardo Varas C. ///

Londres, 29 de diciembre de 1966

—Podríamos unir las dos tomas para hacer el máster —dijo George Martin.

—Pues hagamos eso —respondió John Lennon.

—Pero hay un problema, las dos tomas están en tonos y en velocidades distintas.

Con esto, el productor de los Beatles quería decir que el resultado sería como escuchar dos canciones diferentes haciéndose pasar por la misma.

—¿Sí? —preguntó Lennon antes de decir—: Entonces, arréglalo.

Y Martin lo arregló.

Meses atrás, en agosto de ese mismo año, los Beatles renunciaron a las presentaciones en vivo porque los gritos de sus fans les impedían escuchar su propia música. Volvieron al estudio de grabación en noviembre y empezaron a trabajar en canciones nuevas que cambiarían para siempre el alcance artístico de la música popular. En el proceso George Martin revolucionó, también para siempre, la forma en la que se hacen los discos con métodos que 70 años después siguen siendo referencia. O quizás, como dijo Nigel Godrich, productor de Radiohead: George Martin inventó el oficio.

El productor era un profesional respetuoso que no intervenía en los experimentos de la banda a menos que se lo pidieran. Al contrario, alentaba la inclusión de sonidos desafiantes, ya fuese con instrumentos exóticos y ajenos al género, pistas reproducidas al revés —de atrás hacia delante—, arreglos inspirados en las polémicas armonías del compositor alemán Karlheinz Stockhausen o de plano importados de India. Las opiniones de George Martin aparecían al final, cuando el camino empezaba a perderse: finalmente, la banda era un negocio y necesitaba cierta dirección.

Strawberry Fields Forever, la canción imposible a la que se referían Martin y Lennon en aquella conversación, tuvo tres versiones armadas con veintiséis tomas diferentes a lo largo de un mes. La toma 10 estaba muy bien, Paul McCartney usa un mellotrón, esa especie de teclado mecánico que le da a la canción su sello particular, pero la segunda mitad de la toma 26 era perfecta para cerrar: tenía los arreglos de cuerdas compuestos por Martin y esos golpes de Ringo Starr que suenan como los seis brazos de tres bateristas tocando a la vez.

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Para unir ambas partes, Martin desarrolló una hipótesis que probó con la ayuda del ingeniero Geoff Emmerick: si aceleraba la primera toma y desaceleraba la segunda, algo podría solucionarse. Llevó varias máquinas al estudio y empezó a cambiar las velocidades de las cintas, poco a poco, como si se tratara de un telar. Así produjo la primera versión de Strawberry Fields Forever que conoció el mundo. Nadie sintió el corte. Nadie supo, hasta mucho después, que se trataba de dos pistas distintas. Cuando haces bien tu trabajo nadie se da cuenta.

 

El joven que quería ser Rachmaninov

George Martin nació en el distrito de Highbury, en el centro de Londres, el 3 de enero de 1926. Su padre era carpintero y la familia tenía un estilo de vida muy discreto. Su madre cuidaba de él y de su hermana mayor, Irene. Cuando el pequeño George tenía seis años, los Martin compraron el único piano que podían pagar y ya nada fue igual. “Apenas lo vio, su cara se iluminó”, comentó alguna vez Irene.

Su primer ídolo fue el compositor y pianista ruso Rachmaninov, pero en su primera banda, The Fortune Tellers (acaso uno de los mejores nombres para ejercer un oficio que suele cambiar la vida de la gente), George Martin tocaba el piano y tocaba swing en fiestas para adolescentes como él, que tenía catorce años. Cuando terminó el colegio, en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, Martin se enlistó en la flota aérea de la Marina Real de Inglaterra. Estuvo asignado en la entonces colonia británica de Trinidad. Ahí formó parte de un regimiento en el que varios soldados tenían su mirada puesta en el mundo del arte y se interesó por el ballet y la ópera.

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Hay una foto de esa época en la que los jóvenes militares representan El lago de los cisnes y Martin, como bailarina principal, aparece encima de una torre de compañeros: lleva un vestido blanco y una sonrisa. Dejó el servicio en 1947 sin haber participado en ninguna batalla y volvió a Londres, donde, como todos los miembros de las Fuerzas Armadas, empezó a frecuentar The Union Jack Club. Una de esas noches, Martin se acercó al piano y tocó una de sus composiciones. Tuvo suerte. Entre el público estaba Sidney Harrison —pianista, profesor musical y presentador ocasional de la BBC—, quien le recomendó aprovechar su estatus de veterano para entrar a la Guildhall School, la academia de música y artes dramáticas donde estudió piano y oboe por tres años.

Sidney Harrison es un personaje trascendental en la historia musical del siglo XX, pues fue él quien le consiguió a George Martin su primer trabajo en Parlaphone, una pequeña disquera subsidiaria de EMI Records, donde años más tarde conoció a los Beatles.

El hombre serio de saco y corbata

Para 1950 su presencia en Parlaphone era constante. Era el asistente de Oscar Preuss, la cabeza de la compañía, y se había convertido en la quintaesencia del estereotipo británico: culto, alto y bien vestido. Entró a trabajar en la época en que los ingenieros de sonido y productores musicales usaban batas de laboratorio; pero él prefirió la elegancia del traje de sastre. Además, dejó su acento cockney —que delataba su origen humilde, el mismo acento que el actor Jason Statham hizo famoso en películas como Snatch— y empezó a hablar como un profesor de gramática. En 1955 reemplazó a Preuss y se convirtió, a los veintinueve años, en el director de un sello discográfico más joven de Inglaterra.

Su nuevo cargo incluía tareas administrativas, desde la búsqueda de nuevos talentos hasta la producción de proyectos de distintos géneros. Entre ellos, discos de música clásica, música instrumental ligera —esa música de ascensor— y álbumes de comedia. Martin, por ejemplo, trabajó con The Goons, la famosa troupe de los cincuenta que contaba con Peter Sellers entre sus integrantes y que hoy se considera el antepasado inmediato de Monty Python, el canon del humor británico contemporáneo.

Los discos de comedia fueron fundamentales en la carrera de Martin, se convirtieron en éxitos de ventas y le enseñaron a crear atmósferas con intenciones narrativas, su oído, desde entonces, fue un misil teledirigido a la experimentación. Además, esos discos, que tomaban mucho tiempo, obligaron a Martin a descubrir e inventar los trucos del oficio.

En cinco años, el productor hizo de la pequeña Parlaphone la disquera más redituable de EMI Records, pero eso no fue suficiente: le faltaba un hit en los charts del pop. Su ejemplo a seguir era el de Norrie Paramor, jefe de la disquera Columbia, que había descubierto a varios artistas jóvenes y producía éxitos en serie. Hasta 1961 ninguno de los artistas producidos por George Martin había conseguido un número uno en las listas.

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En enero de 1962 se reunió con Brian Epstein, mánager de los Beatles, y para mayo ya tenía firmada a la banda. Un mes después, el 6 de junio de 1962, en el estudio tres de Abbey Road, Martin extendió su mano a cuatro veinteañeros de Liverpool. Luego de mostrarles la cabina, la sala de grabación y de presentarles a los ingenieros, ocurrió otra conversación memorable.

—¿Hay algo con lo que no estén contentos? —preguntó Martin.

—Bueno, para empezar, no me gusta su corbata —respondió George Harrison.

Una bomba de silencio cayó sobre la sala. Martin retrasó su reacción y con ese gesto invisible produjo nervios espesos entre los presentes. Luego agarró su corbata, la miró y empezó a reír. La risa contagió a todos. Las bromas siguieron, una tras otra, durante casi diez años.

En una foto tomada alrededor de 1966, mientras los Beatles preparaban Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, su disco —en teoría— más ambicioso, Martin aparece junto a John, Paul y George: lleva un cigarrillo en la mano, viste saco y corbata oscuros y el cabello corto, peinado hacia atrás, parece un casco de elegancia sobre su presencia adulta. Los ojos claros y la gran nariz hacen un juego perfecto sobre su rostro, casi simétrico. En esa foto, George Martin mira a la cámara con la seguridad de un dandi. Si hubiera sido parte del grupo, él hubiese sido el beatle más guapo.

 

La vida post Beatles

Sumando las horas de grabación, los Beatles llenaron 365 días trabajando en estudio. Martin permaneció la mayor parte del tiempo con ellos, salvo durante la grabación de Let It Be, el último disco oficial de la banda, producido por Phil Spector bajo pedido expreso de Lennon y Harrison, y lanzado en 1970, cuando la banda ya estaba disuelta.

En algún momento, las técnicas que Martin utilizó en el estudio eran, por decir lo menos, extrañas. Conectó el bajo de McCartney directo a la consola de sonido corriendo el riesgo de arruinarla; compuso el caos sinfónico que se escucha en A Day in the Life, haciendo que los músicos tocaran todos los tonos posibles al mismo tiempo, como si fuese el fin del mundo; distorsionó las trompetas de Savoy Truffle; tapó desafinaciones jugando con los controles de volumen; hizo pasar a la tecnología de cuatro canales como si fuese de 32 mezclando todo lo grabado en un canal y dejando los demás libres para seguir sumando capas. Y puso en cinta los pedidos más descabellados: “Quiero que esto suene como el Dalai Lama cantando en una montaña”, le dijo Lennon refiriéndose a su voz en Tomorrow Never Knows.

Cuando los Beatles se separaron Martin era un hombre joven de 44 años de edad a quienes muchos consideraban un genio. En los primeros meses de 1974 entró al estudio con la banda America y ese fue el inicio de una relación que duró varios años, discos y canciones eternas como Sister Golden Hair. En 1975 Jeff Beck le pidió que produjera su segundo álbum como solista, Blow by Blow. El resultado le dio a uno de los guitarristas más famosos del mundo un disco adorado por críticos y fans: “A Jeff Beck le dije que el 99% de su sonido lo iba a obtener en la sala (…) que yo no iba a hacer magia, ni a darle sonidos que no estuvieran en él”, dijo Martin en 1978.

En 1980 trabajó con Cheap Trick en su disco All Shook Up. En 1985 produjo el álbum Heart of the Matter, de Kenny Rogers. Para 1994, un poco antes de trabajar de nuevo con los Beatles en las reveladoras Antologías (es en esos seis discos, más que en cualquier otro, donde su trabajo queda puesto en evidencia), Martin comandó un tributo a la obra de George Gershwin llamado The Glory of Gershwin, en el que colaboró con Sting, Sinéad O’Connor, Elvis Costello y Peter Gabriel. Su versión de Rhapsody In Blue, en la que Larry Adler toca la armónica, es quizás el punto más alto de la grabación.

También trabajó con Celine Dion, Neil Sekada y Elton John, es más, produjo Candle In The Wind, el tema que Elton John cantó en el funeral de la princesa Diana de Gales y que, dicho sea de paso, es el sencillo más vendido en la carrera del artista. En dos ocasiones intervino las canciones temáticas de James Bond, Goldfinger, cantada por Shirley Bassey, y Live And Let Die, interpretada por Paul McCartney, y hasta reemplazó al mítico John Barry como compositor de la saga en 1973.

Desde 1980 tuvo una sorpresiva relación con el heavy metal. Colaboró con la banda UFO en su disco No Place To Run y en 1993 fue el productor de un disco solista de Yoshiki, pianista, baterista y compositor de la banda X Japan. En 2010 hizo de productor ejecutivo —ya no estaba en el estudio, pero estampó su firma— del primer álbum del grupo Arms Of The Sun, que juntaba a miembros de bandas tan pesadas como legendarias: Pantera y King Diamond.

La lista sigue; no es interminable, pero sí es grande, sobre todo por asociación. Si bien no los produjo, artistas como The Police, Pink Floyd y The Rolling Stones utilizaron las instalaciones del Associated Independent Recording (AIR), el estudio de grabación que fundó en 1965. Con AIR, Martin consiguió mayor libertad económica y creativa. Si quería trabajar con alguien, lo hacía ahí y bajo sus condiciones. Si grupos más famosos que otros querían grabar en el estudio del productor de los Beatles, pues tenían que reservar un cupo como cualquiera.

En 1996, a los 70 años de edad, fue nombrado caballero del imperio británico. Por esos días sus oídos habían escuchado demasiado y ya no trabajaban con la misma fidelidad de la juventud. Fue entontes cuando su Giles entró en la escena como punto de apoyo. “Me llevaba al estudio y me preguntaba si las trompetas estaban afinadas”, dijo alguna vez Giles, ahora también productor musical. Juntos realizaron el último trabajo producido por George Martin, Beatles Love, de 2006, la banda sonora del show del Cirque du Soleil. Al final del día, sus oídos se cerraron y él se retiró con discreción, como el caballero que siempre fue.

“La gente me pregunta qué fue lo que realmente hizo George Martin por nosotros. Solo tengo una respuesta, ¿qué esta haciendo ahora? No trato de rebajarlo, pero esa es la verdad”, dijo John Lennon durante una entrevista en 1971 de la que terminaría arrepintiéndose públicamente. “Hubo una época en que estaba realmente cansado de ser identificado como el productor de los Beatles, como si no hubiera hecho nada más en mi vida. Pero el tiempo calma muchas cosas y me di cuenta de que eso era algo de lo que debía estar orgulloso”, dijo el productor en 1998. También dijo, diez mil veces, que prefería que el título de Quinto Beatle se lo dieran a Neil Aspinall, el primer chofer de la banda, que llegó a ser presidente de Apple Corps, la empresa que maneja todo lo relacionado con el grupo, pero Paul McCartney dio el nombramiento definitivo en el tributo que le hizo apenas se supo la noticia de su muerte, el pasado 8 de marzo, a los 90 años: “Si hay alguien que se merece el título de Quinto Beatle, ese es George Martin”.

Mire aquí un video tomado de DrSotosOctopus

When George Martin met The Beatles:

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