El mito de Meleagro y Atalanta

El mito de Meleagro y Atalanta

El mito de Meleagro y Atalanta es uno de los mitos clásicos en la mitología griega, es un mito de amor, aventuras y traiciones. En Calidón, país de Etolia, el rey Eneo y su esposa, Altea, tuvieron un hijo llamado Meleagro, cuando el pequeño no tenía ni una semana de vida aparecieron en la corte de Eneo tres ilustres invitadas las Moiras o Parcas, las grandes videntes de la mitología griega.

Cuando miraron al recién nacido profetizaron los siguiente: “Será un hombre bueno como su padre” dijo la primera.” Será un héroe reconocido en todo el mundo” murmuró la segunda. Peró la tercera de las Moiras profetizó “ Vivirá, hasta que se consuma la tea del hogar”

Altea la madre, que escuchó ansiosa estas palabras, esperó hasta que las enigmáticas peregrinas se marchasen, cogió la tea, y la apagó con agua. Después envolvió la tea en una tela y la guardó junto con las reliquias familiares, en un arcón secreto.

El Héroe Meleagro

El jovial Meleagro creció tal como se había dicho, era el orgullo de su padre y de su madre. Se convirtió en un gran héroe y cazador, pues fue uno de los héroes que se dirigió con Jason a buscar el vellocino de oro, pero su hazaña más gloriosa estaba por venir.

En la ausencia de Meleagro, su padre el rey Eneo, se había ganado la ira de una diosa. Después de un año dichos en frutos y cosechas, el rey ordenó ofrendas a Demeter, Dionisio y Atenea. No pensó en Artemisa, y claro está, pagó caro su despiste.

La venganza de Artemisa

Meleagro el héroe

Artemisa diosa de la caza, envió a un monstruoso jabalí a Calidón. El jabalí tenía el tamaño de un elefante, era un bestia terrorífica, de su boca brotaba espuma y tenía los dientes del tamaño de una espada. Dondequiera que estuviera todo lo destrozaba. Aniquilo las cosechas, mató a los rebaños y asoló las viñas.

Cuando el joven Meleagro regresó de su gesta con el vellocino de oro, encontró la tierra de su padre devastada por el terrorífico monstruo. Pero el joven era infatigable y jamás le faltaba el valor.

Consiguió reunir a un grupo de cazadores y sabuesos para seguir el rastro de la bestia, como ningún hombre había hecho. Entre el grupo de cazadores había una mujer llamada Atalanta, que también era la hija de un rey.

Atalanta fue abandonada por su padre recién nacida, peró un grupo de cazadores encontró a la niña y la criaron a su forma de vivir. Ella creció con un chico fuerte, no le temía a nada, su destreza con el arco y la lanza eran inigualables, a su vez creció con una belleza sin igual.

Ella veía a los hombres como camaradas, dentro de su corazón no existía nada más que la caza y su destreza con las armas. Tuvo muchos pretendientes, pero todos obtuvieron respuestas negativas.

Cuando Meleagro la contempló por primera vez, quedó prendado de Atalanta “Feliz el hombre que pueda encontrar tal compañero” pensó el joven Meleagro, el porte de una diosa, el cuerpo esbelto y atlético, y con el arco y el carcaj a su espalda parecía la imagen de la propia Artemisa.

Otros compañeros de batida, sin embargo, no ocultaron su enfado e incluso rencor por la presencia de Atalanta, decían que no era lugar para una mujer. El propio Meleagro tuvo que intervenir y defendió el valor de Atalanta, al tiempo que apremió a sus compañeros a encontrar el jabalí.

No fue difícil encontrar al jabalí, que pronto vino furioso a través del bosque para encontrarse con sus perseguidores. Los intrépidos cazadores extendieron redes y trampas y los perros furiosos se revolvían ante la temible bestia. 

Pero el jabalí de Calidón enviado por la diosa Artemisa no era cualquier jabalí, las redes se quebraron y los perros antes furiosos huyeron con el rabo entre las piernas, fue entonces, cuando una lluvia de dardos alcanzaron al jabalí, el primero de ellos fue el de Atalanta que le alcanzó con una lanza, que hirió de gravedad a la bestia.

Enloquecido por las heridas, rechinando como bestia que era, el jabalí lejos de acobardarse atacó a los cazadores con más fuerza, sin darles un respiro. Los pocos perros que fueron fieles a sus dueños atacaron en vano al jabalí, que les hizo volar por los aires.

El jabalí era incansable, y desgraciadamente muchos de los cazadores perdieron la vida ante las embestidas de tan terrible animal. Cuando un joven cazador atacó al jabalí, resbaló en la hierba mojada por la sangre y cayó desvalido ante el monstruo. Cuando parecía que la suerte del joven estaba a punto de acabar la valiente Atalanta alcanzó al jabalí nuevamente, esta vez con una flecha.

“Bravo, mujer, eres el mejor hombre de todos nosotros” exclamó Meleagro, sin ningún ápice de envidia, Atalanta le había cautivado. El resto, avergonzados de ser vencidos por una mujer, se centraron en atacar. 

Una veintena de heridas llevaron al monstruo a tierra, se paró, se tambaleó y rodó cegado por la sangre. El jabalí estaba debilitado y fue entonces cuando Meleagro insertó su espada hasta la empuñadura, ese fue el golpe final, la bestia jamás aterrorizó a nadie más.

Atalanta la cazadora

Cortaron deprisa la cabeza de la bestia y Meleagro dio ese trofeo a Atalanta, ya que fue la única y merecedora de ese premio. Fue entonces cuando, por primera vez, algó cambió en el corazón de la joven, y fue así como por primera vez sintió el amor por un hombre.

Pero los problemas no habían acabado, pues hubo cazadores que reclamaron para sí el trofeo, alegando que no era un trabajo para una mujer, ni el premio para una doncella. Fue aquí cuando los codiciosos tíos del propio Meleagro empezaron una reyerta.

La sangre de los cazadores todavía hervía de la ferviente batalla, y así Meleagro se puso de parte de Atalanta, tan fuerte llegó la disputa que el propio Meleagro derramó la sangre de ambos parientes, que habían despreciado a la bella cazadora.

El fin de Meleagro y Atalanta

Todo la alegría se tornó en amargura, el dolor hizo mella en el grupo de cazadores. Pronto las noticias de la muerte del jabalí llegaron a la casa del rey Eneo. La madre Altea salía del templo después de dar las gracias, cuando en el camino se encontró con el séquito mortuorio que llevaba a sus hermanos a su pira funeraria.

Cuando supo la verdad de lo sucedido, se golpeó fuertemente el pecho y se arrancó el pelo con gritos salvajes, una locura maldita se apoderó de ella. Renegó de su propio hijo al que maldijo una y otra vez, perdió la razón por completo.

En un acto desesperado volvió a su casa corriendo, en busca de la tea apagada que tantos años había conservado en el más absoluto secreto. Llevó la tea a la pira funeraria de sus hermanos. No era capaz de razonar es su mirada solo estaban los cuerpos ensangrentados de sus hermanos.

La locura de Altea

Con la mano temblorosa y la cara desencajada arrojó la tea a la llama. Fue en ese preciso instante cuando su rabia, se convirtió en un arrepentimiento desgarrador, pues poco a poco la tea fue consumiéndose en la pira.

Meleagro de vuelta al hogar acompañado de Atalanta quisó darle las nuevas a su padre y presentarle a la joven que había robado su corazón. De repente, sus pasos desfallecieron y sus ojos se tornaron para no abrirse nunca más.

El corazón del joven héroe dejó de latir y su cuerpo se marchitó como una hoja seca, nadie comprendía que era lo que sucedía allí. La joven Atalanta gritó de dolor desconsolada, fue así como se cumplió el decreto de las Moiras.

Cuando Altea, comprendió lo que había hecho, decidió terminar con su vida en el fuego, junto con sus hermanos y la tea maldita de su propio hijo, al que había quitado la vida. Así acaba el mito de Meleagro y Atalanta, un mito de amor, pérdida, venganza y como no tragedia.

Influencias del mito de Meleagro y Atalanta

El mito de Meleagro y Atalanta ha sido representado en muchas obras de arte, incluyendo la pintura «Meleagro y Atalanta» de Peter Paul Rubens, una de las obras más famosas del artista. También aparece en el cuadro  del pintor belga Jacob Jordaens realizado en 1618

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