Antonio Moya, el guitarrista flamenco que más idiomas habla

MÚSICA

Antonio Moya, el guitarrista flamenco que más idiomas habla

ENTREVISTA

Músico, políglota y figura esencial del acompañamiento al cante, ha pasado toda una vida junto a las figuras más destacadas: desde Fernanda de Utrera al Lebrijano e Inés Bacán

Antonio Moya, guitarrista nacido en Francia y recriado en Utrera ABC

Luis Ybarra

El día que Antonio Moya conoció a su mujer, la cantaora Mari Peña, le sangraban las manos. Él era un chaval. Como ella. Jóvenes los dos, no se atrevieron a intervenir demasiado en aquella fiesta, lejana ya a estas líneas. Estaban, como reinas del encuentro, Fernanda y Bernarda de Utrera, también Gaspar y otros referentes de lo genuino. «Hoy ese respeto a los mayores no tiene tanta importancia como antes», dice. Pero ahí estaba él, acercando su sonanta a los mayores con prudencia y atención. Tanto se centró en la música de aquel espontáneo espacio escénico que, ya de madrugada, se vio todo manchado de cadmio y de fiesta. «Tenía los dedos ensangrentados de tocar, pero seguí. En ese ambiente utrerano conocí a mi mujer. Aquel día no cantó, eso fue más adelante».

Antonio Moya nació en Nimes en 1965. Sus padres protagonizaron en sus carnes y maletas una de las últimas grandes oleadas de inmigración española al país limítrofe: «A principios de los 60 se marcharon en busca de oportunidades. Mi padre, en concreto, trabajaba de albañil, como tantísimos españoles. Y en Francia estuve hasta que cumplí los dieciséis años. Había ambiente flamenco. Muchos gitanos. Empecé a tocar la guitarra desde niño e hice mis primeros pinitos cuando tuve edad. Viajé bastante, sobre todo a España».

En una de esas andanzas se vio junto a Fernanda de Utrera. La primera vez fue en un bautizo. Más tarde la acompañó en el Festival de Nimes: «Para mí era lo máximo a lo que podía aspirar». Y así fue entrando en contacto con las casas de gitanos de allí abajo: los Peña, El Lebrijano, Bambino, Pepa de Benito, Inés Bacán… A todos fue conociendo, abriéndose camino como un guitarrista fundamental en el acompañamiento al cante. Testigo de una época ya pasada que tiene su eco en el presente, el cual enfrenta con una mezcolanza de positividad y nostalgia en su almirez: «El flamenco refleja muy bien cada momento histórico, y el presente es raro, ¿no? Pues así está el flamenco».

Políglota por qué

De manera paralela, Antonio Moya, todo un personaje desde que de joven se bajó definitivamente a Utrera para asentarse, se formó en la universidad. «En el colegio tuve un profesor magistral, Levy, que me incentivó a la hora de estudiar inglés. Aprendí mucho más con él que en la carrera de Filología Hispánica e Inglesa, la verdad. Gracias a él puedo decir que soy bilingüe». Pero eres, le corrijo, políglota, Antonio. «Francés también hablo, claro». Y alemán, me han dicho, le dejo caer... «Eso ya bajo tortura, pero sí. Lo entiendo y soy capaz de responder, con eso basta para viajar. Uno empieza a estudiar un idioma y desarrolla mucha facilidad para los otros, como sucede con los instrumentos. Hay puntos en común. Puedo decir algunas palabras en caló, en ruso…».

Domina, por tanto, múltiples expresiones más allá de la estrictamente musical. Desde que en una fiesta conociera a la cantaora Mari Peña, su mujer y su devoción como pareja artística, no se ha bajado de los escenarios más destacados de todo el planeta: Aviñón, Mont de Marsán, Madrid, Sevilla… A todas las figuras mencionadas hasta estas líneas ha acompañado, pero también a Chiquetete, Chano Lobato, Manuel Agujetas, Cancanilla, El Funi, La Tana, Tomás de Perrate, Manuel de Paula, Curro Malena, José de la Tomasa, Carmen Ledesma, Pedro Bacán y un extensísimo etcétera después de un rosario de décadas. Hoy sigue en activo y con notable presencia en peñas, festivales y teatros. Aunque, asegura, ya nada es como antes.

Europa era una fiesta

«Una vez, con Gaspar de Utrera, Morao, Niño Josele, La Macanita, Pepa de Benito, Tío Pedro Peña, la Sinfónica de Santiago, los Calle Nueva y otros tantos actuamos en un teatro en Lucerna. Al día siguiente nos llevaron a un parque para actuar. Morao sacó la guitarra, puso un periódico con un puñado de monedas, empezamos a tocar de cachondeo y la gente se arrancó a echarnos dinero como loca. Tuvimos que pararlos, claro, que estábamos de broma. Otra vez, también con Morao, en un festival con gitanos de todo el mundo, Hungría, Rumanía, Francia, India…, vimos bajarse de un autobús a todo un elenco cargando bolsas de panderetas. Estos eran de Egipto, que yo no sabía que allí había gitanos. 'Pa' qué llevarán tantas, me pregunté. Al terminar el espectáculo las vendieron casi todas. Allí descubrí el merchandising. ¡Vamos a vender algo!, pensamos nosotros».

Mari Peña y Antonio Moya en el Flamenco On Fire de Pamplona 2022 flamenco on fire

¿Qué le parece la deriva que han tomado los grandes escaparates de esta música, el festival de Nimes, que usted vio nacer, el de Jerez, la Bienal de Sevilla…: «Muchos artistas tienen miedo a pronunciarse al respecto. Creen que le van a cerrar las puertas. Pero, hombre, les digo, qué puerta nos van a cerrar si no nos contratan a ninguno. Me tendrán que abrir alguna primero para que me la pueda cerrar», ríe. «No comparto las líneas de programación. Mi concepto del flamenco es totalmente diferente. Y cada vez tiene menos sitio. Antes los mejores eran los que más trabajaban. Parece una obviedad, pero hasta eso ha cambiado. Primaba la expresión y se creaba como consecuencia de esa expresión. Hoy el proceso es diferente: muchos artistas se sientan en una mesa y dicen: 'Vamos a crear'. Y crean. Y es esa creación lo que tiene más peso en esas programaciones, pero me sigue sorprendiendo que el teléfono de Inés Bacán o José de la Tomasa no esté sonando cada día. Antes se creaba sin tanta intención creativa. Se creaba creando, no por crear», apunta.

En 2018 grabó un disco junto a su mujer, 'Mi tierra'. Con perspectiva, dice estar contento con la venta: «La verdad es que sí. Por lo menos hemos vendido uno o dos», vuelve a reír, porque es el humor el sustituto perfecto del insulto y la desgana que le provocan ciertas situaciones. Antonio Moya ha visto a Fernanda de Utrera, su ídolo, romperse cien veces en una misma soleá mientras él le colocaba los bordones para que ella caminara por letras como esta: «Si yo tuviera la luna/se la daría a mi mare/que siempre se acuesta a oscuras». Su arte no está en los libros. Y el flamenco será lo que a él le dé la gana.

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