'Versace': Todo lo que sabemos sobre el suicidio de Andrew Cunanan

El asesino de Gianni pone fin a su matanza en el último episodio de 'American Crime Story'. Pero, ¿qué pasó en realidad?

Darren Kriss, caracterizado como el inquietante Andrew Cunanan.

Cordonpress / FX

En el último episodio de American Crime Story: The Assassination of Gianni Versace el asesino en serie Andrew Cunanan se refugia en una casa flotante de Miami, donde se queda absorto con el brillo de la pantalla de un televisor. Allí, un avance informativo afirma que le han identificado como el sospechoso de la muerte de Gianni Versace. Cunanan no se deja llevar por el pánico del criminal a punto de ser atrapado. En vez de eso, ** se relaja mientras bebe champán en la azotea de la casa** y disfruta su momento de infamia.

Mientras las autoridades estrechan el cerco al asesino, el personaje de Max Greenfield, Ronnie, expresa conmovido la causa más probable de la racha asesina de Cunanan : “Andrew quería que todo el mundo se enterase de su dolor”, afirma, invocando el estigma de la orientación sexual de Cunanan y sus traumas infantiles. “Andrew no se esconde”, prosigue Ronnie. “Quiere que le vean”.

En la vida real, el FBI vino a decir más o menos lo mismo en una rueda de prensa poco después de la muerte de Cunanan, revelando que, incluso cuando las fuerzas del orden estaban a punto de capturar al asesino, este “salía a mediodía y por las tardes. Vivía de forma visible, no era un recluso, no se encerró”.

Pero, en ese caso, ¿por qué se suicidó Cunanan tras conseguir lo que buscó tan desesperadamente? Es una pregunta a la que tanto la estrella de la serie, Darren Criss, que interpreta a Cunanan, como el guionista y productor ejecutivo de American Crime Story ** Tom Rob Smith** le han dedicado su tiempo.

“Tom señaló con mucho acierto que [Andrew] habría estado vivo cuando el funeral de Versace”, nos cuenta Criss. Si hubiese visto la despedida del diseñador italiano, que tuvo lugar un día antes del suicidio del asesino, “ [Cunanan] habría visto en televisión en primera fila a Elton John, a la princesa Diana, a Trudie Styler, a Sting... En la práctica, su funeral soñado. Algo que pudo vivir literalmente a través de la muerte de otro”, prosigue Criss.

La colaboradora de Vanity Fair Maureen Orth, autora del libro Vulgar Favors en el que se basa la serie, contaba que alguien se había colado en un velero cercano más o menos durante el mismo período que Cunanan estuvo a la fuga en Miami. Su propietario descubrió también que habían dejado “periódicos abiertos por las páginas que hablaban del asesinato de Versace, incluyendo el diario de la ciudad natal de Versace, el Corriere della Sera milanés.”

“Así, [Andrew] habría visto su cara en cada revista y en cada periódico. Si piensas que todo lo que él quería era fama y reconocimiento... Estaría al nivel de ** [Charles] Manson**”, explica Criss, dibujando un escenario en el que Cunanan no se hubiese quitado la vida. “Podría haber ido a juicio, podría haber ido a prisión, podría haberse convertido en un asesino en serie legendario para el resto de su vida”. El productor de la serie Brad Simpson opina de forma parecida: “Ahora mismo podría ser una especie de Charlie Manson. Un O.J. Simpson. Pero al final eligió el sucidio. Andrew es la última víctima de la serie. Y discutimos sobre cómo mostrar a alguien que pasa del regocijo a la desesperación total”.

Pero como señalaba Ronnie en este último episodio, las consecuencias de asesinar a alguien tan famoso como Gianni Versace eran muy distintas de asesinar a gente menos conocida. Cunanan llevaba casi tres meses escapando de la policía porque sus otros asesinatos en varios estados se habían investigado con bastante torpeza por en jurisdicciones distintas por cuerpos que no se comunicaban entre sí. Una vez que Cunanan hubo acabado con la vida de un famoso internacional, la investigación se volvió mucho más agresiva y ordenada, hasta el punto de implicar a unos 1.000 agentes a lo largo del país. Según el FBI, fue esta intensidad la que “llevó a Cunanan a aislarse, le obligó a cambiar sus patrones”.

De pronto, Cunanan estaba atrapado en la parte isleña de Miami Beach, con los aeropuertos en alerta máxima y controles policiales en cada paso elevado con salida al continente. Los medios cubrieron la historia con tanto ahínco que, según Orth, la madre Cunanan, MaryAnn, tuvo que ser evacuada de su casa por el FBI y refugiada en el programa de protección de testigos.

Según un reportaje del New York Times, Cunanan pasó sus últimos días en un estado de desesperación, afirmando que supuestamente “telefoneó frenéticamente a un conocido para que le consiguiese un pasaporte falso con el que poder escapar”. Aunque, al contrario de lo que muestra la serie, no hay pruebas de que Cunanan llamase a su padre Pete, o de que viese ninguna entrevista televisada con él. En su libro, Orth contaba que Pete no regresó a Estados Unidos -para ver si podía vender los derechos de su historia para libros o películas- hasta que Cunanan se suicidó. Rodeado y sin posibilidad de escapar, Cunanan se vio obligado a decidir al momento su destino. Y, en vez de disfrutar de su infamia criminal, Cunanan se pegó un tiro con el arma que le robó a su primera víctima en cuanto escuchó que alguien entraba en su escondrijo -a sólo 41 manzanas al norte de la mansión de Versace-.

Esa persona era el vigilante de la casa flotante, Fernando Carreira. Cuando Carreira hacía la ronda, se alarmó al ver que el cerrojo estaba quitado, las luces encendidas y las cortinas abiertas. Dentro, vio un par de sandalias y un sofá que alguien habia convertido en una cama improvisada. En ese momento escuchó un disparo en el dormitorio principal de la segunda planta. Corrió al exterior y llamó a su hijo, que llamó a la policía. Los agentes llegaron en menos de cuatro minutos, seguidos por un batallón de helicópteros, lanchas y perros.

Unas cuatro horas después, “la policía disparó ocho salvas de gas lacrimógeno y granadas cegadoras dentro de la casa flotante. Gritaron ‘¡Salga fuera! ¡Salga fuera!’. Finalmente, ocho agentes protegidos con escudos asaltaron la vivienda”. Lo que encontraron dentro fue el cuerpo de Cunanan, con una herida de bala autoinfligida, en el dormitorio principal. Orth describía así la escena en Vulgar Favors: “Andrew, con los ojos abiertos y barba de varios días, yacía sobre un charco de sangre sobre una almohada apilada sobre otra. Se había disparado en la boca. La sangre de sus orejas, nariz y boca había coagulado y empapaba la almohada”.

“¿Vergüenza? ¿Soledad? ¿Desesperación? No lo sabemos”, nos cuenta la productora Nina Jacobson. “No queríamos proyectar arrepentimiento o vergüneza sobre él porque no tenemos pruebas de que se sintiese así. No sabemos en qué estaba pensando. Siempre querremos entenderle, pero sin glorificarle. Es tanto el protagonista como el villano de esta historia”.

Hoy, una búsqueda cualquiera en Internet puede llevarnos al metraje tomado dentro de la casa por la policía tras el desenlace: una temblorosa secuencia en vídeo por la última guarida de Cunanan. Un salón en el piso inferior donde faltan los cojines de un sofá blanco. Una mesita de café con alcohol, gasa, un vendaje ensangrentado y una botella de Tylenol vacía (para una herida en el estómago) , así como una pila de revistas incluyendo su amada Vogue. Una bañera llena de envoltorías de comida rápida. Un contraste sombrío a las lujosas condiciones de vida que Cunanan había llevado junto a Norman Blachford. Un panorama difícilmente soportable para un hombre que tanto mentía sobre la riqueza en la que se había criado.

Orth racionaliza los asesinatos y la muerte de Cunanan al final de su libro:

En un esfuerzo para evitar la humillazón de su propia vida fallida, Andrew Cunana, que había desperdiciado sus dones y vivido resuelta y superficialmente, se desató. Alimentado por las drogas y el odio, su proceso de ruina absoluta le llevó también a destruir a otros, incluendo a la única persona que posiblemente hubiese amado. Con la excepción de William Reese, cada una de las víctimas de Cunanan -Jeff Trail, David Madson, ** Lee Miglin** y Gianni Versace- era como un troz de sí mismo. Al final, Andrew Cunanan sólo existía como triste testamento de unas aspiraciones vulgares y sin cumplir. El chico que soñaba con una casa grande con vistas al mar murió sobre el océano, con un arma por toda compañía.

Criss, al intentar entender por qué Cunanan se suicidó, tiene otra perspectiva: “Tiene que haber habido algo más en él, algún tipo de sentimiento de culpa o remordimiento. Algo que se me ocurre es que si hubiese alargado más la situación, ya no habría sido el dueño de su propia narrativa. Habria escapado a su control y pasado a formar parte de los medios. Si quitarse la propia vida es la medida definitiva de control, entonces el suyo es el acto final de su ‘esta es mi historia’. Y lo consiguió: míranos, estamos aquí 20 años después hablando sobre él. Así que al final, de una manera retorcida, consiguió lo que quería”.