Reina de Inglaterra

Ana Bolena, pasión y tragedia en la corte de Enrique VIII

De simple dama de la corte, Ana Bolena se convirtió, por el amor de Enrique VIII, en reina de Inglaterra. Apenas tres años después pagó su ambición en el cadalso.

Bolena

Bolena

Foto: Dagli Orti / Aurimages

Desde la torre del campanario vi algo / que me ronda por la cabeza noche y día. / Allí descubrí, tras los barrotes, / que, a pesar de toda fortuna, poder o gloria, / también truena sobre los reyes». Un admirador de Ana Bolena escribió estas líneas desde detrás de una ventana enrejada de la Torre de Londres, conmovido por la decapitación de la segunda esposa de Enrique VIII. Los versos se atribuyen al poeta y cortesano sir Thomas Wyatt, quien no hay duda de que estuvo enamorado de Ana, aunque no hubiera nada entre ellos. Lo seguro es que la ejecución de Ana Bolena, el 19 de mayo de 1536, fue un acontecimiento de impacto. Una reina de Inglaterra, la mujer por la que Enrique VIII había roto con el papado dos años antes, era condenada a muerte por traición y decapitada.

Una tumba anónima

Una tumba anónima

Tras su ejecución, el cuerpo de Ana Bolena fue enterrado en la iglesia de la Torre de Londres. En 1876 se localizó su tumba y se señaló con el escudo que se muestra bajo estas líneas.

 

Foto: Bridgeman / ACI

Cronología

El astro de la corte inglesa

1500

Anne Boleyn, conocida en los países latinos como Ana Bolena, nace en torno a este año en una familia noble de Norfolk, al este de Inglaterra.

1521

Tras pasar en Francia su adolescencia vuelve con su padre a Inglaterra y empieza a participar en la vida de corte.

1526

El rey Enrique VIII se fija en ella y la corteja con regalos, cartas y diversiones varias, pero ella se niega a convertirse en su amante.

1527

Enrique VIII inicia el proceso para lograr la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón, pero el papado acaba rechazándolo.

1532

El rey de Inglaterra rompe con la Iglesia de Roma con una serie de medidas que culminan en el Acta de Supremacía de 1534.

1533

Tras casarse en secreto con el rey, ​Ana Bolena es coronada reina de Inglaterra. Poco después da a luz a la futura Isabel I.

1536

Ana Bolena es arrestada por orden de Enrique VIII, condenada por adulterio y traición y ejecutada en la Torre de Londres.

La vida de Ana refleja muchos de los grandes temas de la historia. ¿Fue una Ícaro femenina que pagó caro volar demasiado cerca del Sol? ¿Hay que considerarla una víctima más de las
guerras de poder, dominadas por los hombres, de la corte de Enrique? ¿Son los falsos cargos que se le imputaron un ejemplo histórico más de cómo los hombres castigan la sexualidad femenina? En otras palabras, ¿fue Ana Bolena una víctima?

La Torre de Londres

La Torre de Londres

El 2 de mayo de 1536, tras asistir a un partido de tenis, Ana Bolena fue arrestada y conducida a la Torre. Allí fue juzgada el 12 de mayo y ejecutada el día 19.

 

Foto: Alamy / ACI

Un toque francés

Nacida alrededor de 1500, Anne Boleyn fue utilizada desde buen principio por los hombres para promover sus ambiciones dinásticas. Su bisabuelo paterno había sido un próspero comerciante y alcalde de Londres. Gracias a su manifiesta lealtad a la Corona, su vástago se casó con la rica hija de un conde irlandés. Y el padre de Ana contrajo nupcias con la hija de un miembro de la poderosa familia Howard, la de los duques de Norfolk.

La familia de Ana quería progresar socialmente, y la ambición de su padre definió su educación. Thomas Boleyn ya había colocado en la corte a su hija mayor María y a su hijo pequeño George. Ana seguiría sus pasos. Su formación fue cosmopolita. Cuando su padre fue nombrado embajador en los Países Bajos, le encontró un puesto como dama de honor de la archiduquesa de Habsburgo, Margarita de Austria. En Bruselas, donde llegó en verano de 1513, la inteligencia de Ana causó una gran impresión. Pocos meses después se trasladó a París, donde se incorporó al servicio doméstico de la reina Claudia, primera esposa del rey francés Francisco I. Allí siguió hasta que otro giro de la rueda diplomática la llevó de regreso a Inglaterra a finales de 1521.

Todos reconocían que Ana no era una belleza extraordinaria. Tenía una buena cabellera morena, una mirada intensa y un cuello elegante. Y aunque no tuviera un sexto dedo en la mano derecha, como aseguraron posteriormente sus detractores católicos, es probable que tuviera una uña inusual.

El castillo familiar de Ana Bolena

El castillo familiar de Ana Bolena

El castillo de Hever acogió quizá los primeros galanteos de Enrique VIII a Ana Bolena.  Se trataba de un antiguo fuerte que se habilitó como mansión en el siglo XV. 

 

Foto: Jon Davison / Alamy / ACI

Ana compensaba con creces la falta de un físico arrebatador mediante su ingenio, su preparación y su capacidad para brillar en sociedad. Poseía un notable talento artístico. Se decía que cantaba como un «segundo Orfeo», y tocaba por igual el laúd, la flauta y el clavicordio. Era una bailarina consumada, e introdujo pasos y figuras que pervivieron largo tiempo. Practicaba también la poesía, en inglés y francés, y le gustaba rodearse de literatos que pasaban a veces por sus galanes. Pero lo que la caracterizaba más era la seguridad en sí misma que mostró desde su adolescencia; un aplomo que ocultaba en realidad una ilimitada ambición.

Con la politesse francesa y su gracia natural, Ana estaba destinada a ser la «esposa trofeo» por excelencia, la mujer que cualquier marido exhibiría complacido. De hecho, se habló de su enlace con dos jóvenes nobles, primero James Butler y luego lord Henry Percy. Pero entonces se interpuso el rey. Entrado en la treintena, Enrique VIII gozaba de todos los placeres de su corte, incluidas las aventuras femeninas. Una de sus conquistas fue precisamente la mayor de las hermanas Bolena, María. Concluida esta relación, en algún momento de 1526 Enrique se enamoró de Ana.

El primer encuentro

El primer encuentro

Este óleo de Daniel Maclise evoca la primera entrevista entre Enrique VIII y la joven Ana Bolena, bajo la mirada del poderoso cardenal Wolsey. 1835. Colección privada.

 

Foto: Alamy / ACI

El caballero y su dama

Comenzó de inmediato un asiduo cortejo. Se encontraban diariamente para jugar a las cartas, tocar música o recitar poesía. En los alrededores de sus numerosos palacios, como Hampton Court, Greenwich o Whitehall, el rey organizaba para su amada meriendas campestres o partidas de caza, pues Ana era también una diestra tiradora con arco. Cuando estaban separados se intercambiaban cartas, escritas en inglés o en francés, de las que conservamos 17 escritas por el rey y guardadas en la Biblioteca Vaticana. «Mi dueña y amiga, mi corazón y yo mismo nos rendimos en vuestras manos, rogándoos que nos tengáis en vuestro favor»; «En lo sucesivo mi corazón estará dedicado sólo a vos», le escribía en las misivas.

Enrique cubría a la joven de regalos de todo tipo, desde sillas de montar y caballos hasta vestidos y una enorme variedad de joyas; una lista incluía, entre otras, 19 diamantes para el pelo, 21 rubíes engarzados en rosas de oro y una sortija con esmeraldas. También le ofrecía aposentos completos en sus residencias o enjugaba sus deudas en el juego.

Cortejo epistolar

Cortejo epistolar

En esta carta en francés de 1527, Enrique VIII recuerda a Ana que «hace más de un año que le alcanzó el dardo del amor».

 

Foto: Bridgeman / ACI

La presencia de Ana Bolena junto al rey se fue haciendo cada vez más habitual, no sólo en el ámbito restringido de la corte, sino también en las giras que hacía Enrique por Inglaterra e incluso en sus salidas al extranjero. En 1532 la llevó consigo en su visita a Francia, aunque, para guardar algo las formas, hizo que Ana se quedara en Calais mientras él se dirigía a Boulogne para entrevistarse con Francisco I. Muchos decían que Ana se comportaba como una reina, humillando a la esposa oficial del monarca, Catalina de Aragón. Como solía suceder con las amantes reales que se exhibían públicamente, Ana fue objeto de duras críticas y no eran pocos los que la calificaban de «la prostituta del rey».

Pero en el caso de Ana había una particularidad: en realidad no era la amante del monarca. Pese a la insistencia de Enrique, ella le negó el acceso a su lecho. No por virtud, sino porque no quería correr la misma suerte que su hermana y porque su ambición era mucho mayor: en determinado momento pensó que, si jugaba bien sus cartas, en vez de amante real podría convertirse en reina de Inglaterra.

Casado desde 1509 con Catalina de Aragón, la hija de los Reyes Católicos, Enrique había tenido con ella varios hijos pero sólo había sobrevivido una chica. El monarca deseaba tener un hijo varón como fuera, y sabiendo que Catalina, por su edad, no podría tener más descendencia decidió instar a la Iglesia a que anulara su matrimonio. Para ello alegó que la suya era una unión incestuosa, dado que Catalina había estado casada con el hermano mayor de Enrique, Arturo, que murió al cabo de unos meses.

Palacio de Hampton Court

Palacio de Hampton Court

Enrique VIII gastó enormes sumas para acondicionar esta residencia próxima a Londres, adquirida en 1529, y satisfacer así la sed de lujo de su esposa Ana.
 

 

Foto: Shutterstock

En la corte se creía que Enrique, una vez lograra separarse de Catalina, se casaría con otra princesa extranjera, como marcaba la tradición de las cortes reales. Sin embargo, Ana tenía otros planes. En lugar de ser una más de las amantes del rey, dio a entender al monarca que sólo se entregaría a él si se comprometía a casarse con ella.

Al mismo tiempo, Ana empezó a mostrar una abierta simpatía por las ideas de la Reforma protestante, iniciada por Martín Lutero en Alemania en 1517. No era una radical, sino más bien una «evangélica» que criticaba a la Iglesia por derrochar en lujos en vez de ayudar a los pobres. También apoyaba la creación de una Iglesia de Inglaterra libre del dominio del papa de Roma. Justo lo que permitiría al rey desoír la oposición del papado y divorciarse de la reina Catalina.

La más feliz

Convencida de que, si quedaba embarazada, Enrique aceptaría casarse, Ana permitió por fin que el rey se acostase con ella. Para la Navidad de 1532 estaba segura de su embarazo. Se casaron en secreto en enero –pese a que el matrimonio de Enrique con Catalina sólo fue declarado formalmente nulo cinco meses más tarde–. En la Pascua de 1533, Ana fue reconocida como reina y en junio fue coronada a toda prisa, con una corona prestada por el propio rey. Como si proclamara su éxito, la nueva reina hizo bordar en su jubón y en los de sus damas un nuevo lema: La plus heureuse, ­«La más feliz».

El 7 de septiembre nació el primer hijo de ambos, que no fue el varón deseado por Enrique sino una niña, la futura Isabel I. Pero los sentimientos del rey por Ana no disminuyeron, aunque su nueva esposa hubiera alumbrado una hija: en su rápida fertilidad vio una señal divina. Estaba convencido de que Dios recompensaría la reforma que había hecho en la Iglesia inglesa con un vástago varón. Siguieron compartiendo lecho y Ana no tardó en volver a quedar embarazada, pero sufrió un aborto natural en agosto de 1534. Le seguiría otro aborto natural en enero de 1536.

Ana corría el mismo peligro que Catalina de Aragón: no satisfacer el anhelo del soberano por tener un heredero varón

El rey cambia de humor

Ana corría el mismo peligro que Catalina de Aragón: no satisfacer el anhelo real de un heredero varón. Además, en 1536 murió Catalina, lo que hizo temer a Ana que Enrique pudiera buscar una tercera esposa aceptable tanto para protestantes como para católicos, aunque para ello tuviera que desprenderse de ella. En el verano de 1536 era de dominio público que el rey volvía a estar abierto al amor.

Madre e hija

Madre e hija

Se cree que la reina Isabel I poseyó este anillo con dos efigies en miniatura, la suya y la de su madre Ana Bolena. Chequers Trust, Londres.
 

 

Foto: Bridgeman / ACI

La arrogancia y los exasperantes cambios de humor que caracterizaban a Ana la privaron de potenciales aliados en la corte. Además, justo entonces llegaron rumores de Francia sobre el comportamiento escandaloso con otros hombres que Ana había tenido durante su juventud, en los años que pasó en la corte francesa. Thomas Cromwell, el nuevo ministro de confianza de Enrique VIII, investigó con ahínco los supuestos adulterios de Ana para ofrecer a su amo el pretexto que necesitaba para librarse de otra esposa no deseada.

El profesor de música de Ana, Mark Smeaton, fue arrestado y torturado hasta que confesó el adulterio entre delirios. En los días posteriores, varios cortesanos, incluido Wyatt y el hermano de Ana, fueron detenidos como sospechosos de haberse acostado con la reina. No ayudaba que en aquella época las mujeres fueran consideradas, como la Eva bíblica, de sexualidad naturalmente promiscua. Tras ser recluida en la Torre, Ana fue sometida a juicio. Los cargos contra ella incluían pormenores escabrosos, como que había atraído a su hermano al lecho y se habían acostado «besándose con la lengua en la boca». También se la acusaba de tramar la muerte del rey para convertirse en reina junto a alguno de sus amantes.

A la espera de la ejecución

A la espera de la ejecución

En la vigilia de su ejecución, Ana juró dos veces sobre el Santísimo Sacramento que era inocente de los cargos que la habían llevado hasta la Torre de Londres. Óleo por P.-N. Bergeret. 1814. Louvre, París.

 

Foto: Erich Lessing / Album

No me toques...

¿Tenían algo de cierto aquellas acusaciones? Lo más probable es que, si Ana resultó culpable de algo, sólo lo fuese de emplear el lenguaje del amor cortés típico de la época. El poeta Wyatt así lo indica en otro de sus poemas sobre ella, titulado Noli me tangere, en el que hace decir al «grácil cuello» de la reina: «No me toques, pues del César soy». Aunque a Wyatt no le pasó nada, el 17 de mayo fueron ejecutados varios de los presuntos amantes de la reina, incluidos su hermano George y Henry Norris, amigo íntimo del rey. La suerte de la reina estaba echada. No habría compasión con ella. Salvo por una cosa.

Una reina en el patíbulo

Una reina en el patíbulo

Ya en el cadalso, Ana Bolena gritó a los asistentes: «Buen pueblo cristiano: no he venido aquí para dar un sermón; he venido aquí para morir». El verdugo usó una espada, no un hacha como en el grabado.

 

Foto: Alamy / ACI

Ya fuera por sentimiento de culpa por el asesinato judicial de una mujer joven o por una petulante concepción de su rectitud, Enrique mandó traer un verdugo de Calais para que le cortase la cabeza con una espada. Esa muerte debería ser menos dolorosa que la decapitación con una hacha inglesa. Desafiante, Ana exhaló su último aliento la mañana del 19 de mayo de 1536, dejando tras de sí una reputación mancillada y una hija de menos de tres años. Al día siguiente, Enrique, viudo de nuevo, se prometió con su próxima esposa, la joven Jane Seymour.

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Hacia un traumático divorcio

Ministros peligrosos

Thomas Cromwell

Thomas Cromwell

Thomas Cromwell, por Hans Holbein. Galería Nacional de Retratos, Londres. 

 

Foto: Bridgeman / ACI

Aun después de conquistar a Enrique VIII, Ana Bolena debió enfrentarse a sus ministros. Primero al cardenal Wolsey, a quien Ana terminó odiando por no obtener del papado la anulación del matrimonio del rey con Catalina. Luego a su sucesor, Thomas Cromwell, un hábil abogado que pergeñó los cargos de adulterio y traición que llevaron a Ana al patíbulo.

El horror de no tener un hijo varón

Isabel I

Isabel I

Isabel I de Inglaterra. Retrato en conmemoración de la victoria sobre la Armada de Felipe II.

 

Foto: Bridgeman / ACI

A principios de 1536, en un encuentro de Enrique VIII con el embajador español, Chapuys, éste le dijo que Dios lo castigaba no enviándole hijos varones. El rey contestó airado: «¿Acaso no soy un hombre como los demás hombres? ¿No lo soy? ¿No lo soy?». Juana Seymour, su tercera esposa, le daría ese heredero ansiado, pero Eduardo VI sólo reinó seis años. Lo sucedería la primera hija de Enrique, María, y luego la hija de Ana Bolena, Isabel I.

Este artículo pertenece al número 201 de la revista Historia National Geographic.