El lado más siniestro de Enrique VIII antes de decapitar a su esposa: «Ana Bolena siente alegría y placer ante la muerte»

El lado más siniestro de Enrique VIII antes de decapitar a su esposa: «Ana Bolena siente alegría y placer ante la muerte»

El Rey de Inglaterra acuso a la Reina de haberle sido infiel con varios hombres de su corte y organizó un juicio urgente para acabar con su vida cuanto antes

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Enrique VIII trajo a un verdugo francés para decapitar a Ana Bolena
Israel Viana

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El divorcio con Catalina de Aragón le valió a Enrique VIII la ruptura con la Iglesia católica. Gracias a ello, el Rey de Inglaterra se convirtió de facto en la cabeza visible de la Iglesia anglicana. La Reina, por lo menos, conservó su vida, algo que no consiguió Ana Bolena, la triste protagonista de la historia que vamos a contarles hoy, que fue decapitada el 19 de mayo de 1536, en Londres. Tenía 35 años y había sido detenida solo tres días ante para ser sometida a un juicio urgente y con muy pocas garantías.

A pesar de todas las crueldades que Enrique VIII cometió a lo largo de vida, Tracy Borman publicó una nueva biografía del Rey en noviembre de 2018, en la que la especialista en la dinastía Tudor intentaba mostrar su cara más amable y humana. La historiadora basó su investigación en los documentos relativos a personajes de la corte que se habían relacionado con el monarca y a cuyos testimonios no se había prestado mucha atención antes. Por ejemplo, los de sus barberos, médicos y bufones, que retrataban a un hombre «vulnerable, inseguro y leal», según explicó a 'The Guardian'.

Borman los encontró entre los fondos de los Archivos Nacionales y la Biblioteca Británica, así como de varias colecciones privadas. Había cartas del bufón William Somer, quien tenía una buenísima opinión del gobernante por los cuidados y el cariño que le profesó toda su vida. También de su médico, William Butts, a quien trató como a un gran confidente a pesar de las críticas del resto de la corte sobre el trato preferente que recibía. Sin embargo, en 2020, la historiadora estaba visitando los Archivos Nacionales para estudiar los documentos del juicio de Ana Bolena, otras de las esposas de Enrique VIII, cuando el archivero Sean Cunningham le llamó la atención sobre un pasaje que había descubierto en uno de los libros de la Casa Real inglesa.

Durante el juicio contra la Reina, Enrique VIII ordenó que se siguieran sus instrucciones hasta el más mínimo detalle. Insistió en que Bolena debía ser decapitada y no quemada en la hoguera para que sufriera menos. Además, se le debía cortar la cabeza tal y como explicaba él, hasta el punto de enviar a Francia al condestable de la Torre, Sir William Kingston, para contratar a un espadachín que hiciera las veces de verdugo. La decisión tenía cierto sentido dentro de esa extraña piedad suya, si tenemos en cuenta que las decapitaciones solían hacerse con un hacha. Esta solía requerir más de un golpe, lo que proporcionaba a la víctima una agonía terrible que el Rey le quiso evitar a su todavía esposa.

Un «tirano cruel»

El Papa Pablo III debía estar al corriente de esta y otras tropelías, porque definía a Enrique VIII como «un tirano cruel y abominable». Para el embajador francés Charles de Marillac era «un codicioso al que no satisfacen ni todas las riquezas del mundo».

En el último momento, el Rey de Inglaterra cambió el lugar de la ejecución al patio del Edificio de Waterloo, el mismo que hoy alberga las joyas de la corona de Inglaterra. Un día antes de su ejecución, Bolena mandó llamar a Kingston para comunicarle que ella prefería morir por la mañana temprano, para evitar el sufrimiento, en vez de al mediodía como se había establecido. «Le respondí que no sentiría mucho dolor, sino muy poco, y entonces me dijo poniendo sus manos alrededor del cuello y riendo a carcajadas: 'Oí que el verdugo es muy bueno y yo tengo un cuello fino'», contó el condestable. «He visto a muchos hombres y mujeres ejecutados. Todos han sentido un profundo dolor, pero hasta donde yo sé, esta dama siente alegría y placer ante la muerte», añadió después.

El día 19, cuando fueron a recogerla a su celda para ir al encuentro del verdugo, los testigos aseguraron que parecía estar serena y caminaba con mucho aplomo. Así describió la escena Sir William Kingston, encargado de organizarlo todo: «Cruzó el patio y el enorme portón detrás del cual la esperaba la multitud, pues su muerte causaba sensación. Ella mostró tal valentía y habló tan convincentemente en el patíbulo que esa multitud empezó a murmurar que era inocente».

«Rezo a Dios»

Cuando empezó a subir las escaleras con la ayuda de Kingston, parecía que estaba alegre y hasta sonriendo. Algunas crónicas describen a Ana Bolena mirando hacia los lados como esperando el indulto, pero al final se dio cuenta de que este no iba a llegar y se dirigió a los presentes con las siguiente palabras: «No he venido aquí para acusar a nadie, solo rezo a Dios para que salve a mi Rey soberano, que le dé mucho tiempo para reinar, pues es uno de los mejores príncipes en el mundo, quien siempre me trató tan bien que no podía ser mejor. Por lo tanto, me someto a la muerte con buena voluntad, pidiendo humildemente el perdón de todo el mundo».

Cuatro damas de honor la hacían compañía en todo momento, llorando sin parar. Una de ellas le quitó la capa de piel blanca que tenía en los hombros. Vestía un traje negro con una enagua roja, el color que simbolizaba el martirio de los católicos. Con ese gesto quiso subrayar por última vez su inocencia. Después le quitaron la capucha y ella misma se quitó el collar. Otra de las damas se encargó de vendarle los ojos. Bolena se arrodilló y empezó a rezar mientras el verdugo blandió su espada y le cortó el cuello de un golpe. Las asistentas recogieron la cabeza por un lado y el cuerpo por otro para envolverlos en una manta blanca.

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