Amsterdam (2022), de David O. Russell

Nueva York, en 1933. Tras perder un ojo y sufrir temibles lesiones durante la Gran Guerra, el doctor Burt Berensen atiende a otros veteranos de la contienda, en una consulta rudimentaria de barrio. Su abogado y antiguo compañero de armas Harold Woodman le requiere para llevar a cabo la autopsia del General Bill Meekins, fundador del batallón en el que ambos sirvieron en Europa, ya que la hija del fallecido, Liz, sospecha que le han podido envenenar. Tras constatar que hay gato encerrado, y presenciar el asesinato de Liz, Burt y Harold investigan el asunto, con la ayuda inesperada de Valerie, enfermera que les atendió en Europa. Descubrirán una compleja conspiración.

El realizador y guionista David O. Russell se ha hecho de rogar, pues se ha tirado siete años sin entregar un largometraje, desde Joy, uno de sus mejores trabajos. Esta circunstancia, y que haya reclutado a uno de los mejores repartos de todos los tiempos presagiaban un peliculón de aúpa. Quizás por eso, la decepción sea mayúscula, hasta el punto de que gran parte de la crítica internacional coincide en que estamos ante una auténtica “gran estafa americana”, y en que el cineasta habría logrado un resultado más ameno poniendo a sus estrellas a conversar en una habitación.

El film no comienza mal, con un planteamiento de thriller clásico, y una esmerada reconstrucción de época, gracias a un diseño de producción apabullante. Pero pronto queda de manifiesto que se parte de un libreto torpe y errático, que desperdicia temas interesantes de fondo, como las consecuencias de la guerra en los combatientes, la discriminación racial que han sufrido soldados que han dado la cara por su país, los efectos de la Gran Depresión, y las causas que hicieron avanzar los movimientos fascistas. Esta vez Russell no acaba de encajar bien los golpes de humor, con gags absurdos, como un interminable discurso de un hombre de negocios sobre un asaltante de nidos de pájaros, que sólo ralentizan el ritmo, y elevan el metraje a dos horas y veinte.

Tiene mérito Christian Bale en su intento de construir otro personaje radicalmente diferente a los anteriores, pues su doctor Berensen es un tipo deforme con un ojo de cristal, enganchado a los analgésicos, pero esta vez no logra darle la humanidad que sí consiguió por ejemplo en The Fighter, a las órdenes del mismo realizador. Decepciona también aquí John David Washington, que se esfuerza por hacer creíble al desdibujado letrado Harold, no ha heredado la infalibilidad de su progenitor, Denzel, que se habría inventado algo para hacerle de carne y hueso. Margot Robbie parece forzada como la excéntrica Valerie.

Desconcierta Robert De Niro, encarnando a un general honrado, patriótico y enérgico que durante la mayor parte del metraje sólo aparece en una filmación, hasta que de repente se convierte en personaje principal del tercer acto. Tampoco acaban de funcionar los secundarios, como los cómicos Chris Rock, un camarada sarcástico de Bale y Washington, y Mike Myers, un emprendedor británico. Anya Taylor-Joy no logra hacer atractiva a la hermana de Robbie. Por último, Matthias Schoenaerts, Andrea Riseborough, Michael Shannon,  Taylor Swift, Alessandro Nivola, Timothy Olyphant, Rami Malek y Zoe Saldana tienen poco espacio, en personajes insulsos y olvidables que podría haber interpretado cualquier actor de reparto sin mucho caché. El título hace referencia a la ciudad en la que los protagonistas pasaron un tiempo feliz e idílico durante la postguerra, y que posteriormente añoran.