Los años dorados de Di Stéfano en Colombia

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Di Stéfano, el mejor jugador que ha pisado las canchas colombianas

Lanzó al fútbol colombiano al panorama mundial. Así lo recuerdan los aficionados.

 “Usted no puede opinar de su fútbol porque no lo vio. No-lo-vio. Alfredo Di Stéfano era un fenómeno. Era arte”. Esta frase la repiten aficionados, ya canosos, que vivieron en carne propia los tiempos de El Dorado en el estadio El Campín, cuando Millonarios era un ballet azul y aparecían por decenas los goles de este argentino que murió el 7 de julio, tres días después de haber cumplido 88 años. ¿De qué se habrán (nos habremos) perdido los que no vieron (no vimos) jugar a este hombre?
Usted no lo vio.
Un fenómeno.
Arte.
Di Stéfano llegó a Colombia en agosto de 1949, con 23 años y un apodo ya ganado: la ‘Saeta Rubia’. Se lo ganó por la velocidad y la puntería con que jugaba en el club donde empezó, el River Plate. Antes le decían el ‘Alemán’ (por su pelo rubio, por su cara blanca), pero ese sobrenombre duró poco. Sus apellidos, Di Stéfano Lauhle, venían de Italia por el lado paterno y de Francia e Irlanda por el materno. Era un muchachito de 16 años cuando llegó al River, primero en las inferiores y luego como parte de la famosa delantera conocida como ‘La máquina’, una de las más arrolladoras de la historia del fútbol argentino. Nacido en Barracas, barrio vecino de la Boca y Avellaneda (más futbolístico, imposible), Di Stéfano dejó los estudios para dedicarse a la pelota. A “su querida vieja”, como él la bautizó después. (Vea en imágenes: La despedida al gran Di Stéfano).
A finales de los años 40, los dirigentes del fútbol en Colombia buscaban fortalecer este deporte, que era débil, casi recién nacido, pero que contaba con seguidores fieles en medio de la violencia política que vivía el país. Esa intención coincidió con una huelga de jugadores en Argentina, que pararon la liga en aras de alcanzar mejores salarios. El entonces presidente de Millonarios, Alfonso Senior, aprovechó esa oportunidad para traer a jugar con la camiseta azul a los mejores del River. El primero en llegar fue Adolfo Pedernera, que aterrizó en Bogotá como ídolo, en junio de 1949. En los primeros partidos jugados, Pedernera se dio cuenta de que necesitaba apoyo y le propuso a Senior traer a más de sus compañeros argentinos.
En el primero que pensó fue en Alfredo Di Stéfano. Antes de aceptar, Di Stéfano buscó al presidente de River y le dijo que estaba dispuesto a viajar a Colombia si no le mejoraba el contrato. La respuesta que obtuvo fue: “Se puede ir. Y si se quiere morirse allá, muérase allá”. Di Stéfano viajó. Pero su experiencia en Millonarios fue bien distinta a la muerte. Su debut en canchas colombianas fue el 4 de agosto del 49 contra el Deportivo de Barranquilla.
Tenía 23 años.
Marcó dos goles.
Pero usted no lo vio.
“Yo sí lo vi –dice Ricardo Silva, un hincha de 85 años que tiene fresquita la memoria del fútbol de Di Stéfano–. Su mayor atractivo era la velocidad, y la manera como, a la carrera, driblando, disparaba al arco y era gol. Porque él no era de los que pateaba a cualquier parte. Él era gol”. Don Ricardo era adolescente por esos años y era uno de los miles que llegaban puntuales a ver al ‘Ballet Azul’ (dicen que fue Pedernera quien le puso ese apodo a Millonarios). Nadie quería perderse el espectáculo que brindaba ese grupo de jugadores, dentro de los cuales había otros argentinos, todos ellos del River: Néstor Raúl Rossi, Antonio Báez, Hugo Reyes, Raúl Pini y Julio Cozzi. En ese momento, El Campín tenía una capacidad que no superaba los veinte mil espectadores. Muchos hinchas llegaban desde la noche anterior al partido y se sentaban en las afueras para garantizar un lugar.
Los goles de Di Stéfano llevaron a Millonarios a ser campeón en 1949, 1951 y 1952. La cantidad de anotaciones que logró durante su tiempo en Millonarios es una leyenda casi como él: mientras algunos afirman que llegó a la cifra de 267 goles en partidos oficiales y no oficiales, los más conservadores aseguran que el argentino sumó 87 anotaciones en el torneo oficial. De todas maneras, fue el gran goleador, ganador del Botín de Oro en tres oportunidades.
Di Stéfano se convirtió en ídolo. Los aficionados lo buscaban a la salida de los camerinos para que les diera un autógrafo. Él los recibía, y firmaba, aunque dentro de su habitual seriedad. Era de pocas palabras y de no muchas sonrisas. Tímido. “Tenía un carácter fuerte –recuerda Edgardo Senior, hijo mayor de Alfonso Senior–. En la cancha, cuando los compañeros le hacían pases malos, los regañaba”. Cuando acababa su jornada escolar, Senior se iba hasta el club de Millonarios, que quedaba en la calle 25 con carrera séptima, en el centro de Bogotá. Le gustaba ver a sus héroes. Entre ellos, Alfredo Di Stéfano. Cuando los futbolistas empezaban a hacer bulla por los éxitos que habían logrado, la ‘Saeta Rubia’ los hacía callar. “Les decía que no hicieran alharaca, que todavía había que trabajar más –agrega Senior–. Era muy profesional”.
Otro de los lugares de encuentro con los jugadores era el Hotel Embajador, que quedaba cerca de la torre Colpatria. Allá hacía su concentración el equipo y era un buen espacio para recibir a los aficionados (de ahí vienen, cuenta la historia, el apodo de Millonarios como ‘equipo embajador’). “Había cercanía entre jugador e hinchas y muchos, además de recibir el autógrafo, se quedaban a tomarse un trago con ellos”, cuenta Carlos Ramírez, aficionado de Millonarios y otro de quienes pertenecen a esa suerte de linaje especial que vio jugar al ‘Ballet Azul’. Ramírez recuerda a Di Stéfano en el hotel, entregado a la lectura de un libro, mientras otros jugadores charlaban entre risas.
***
Durante su primera etapa en Bogotá, la ‘Saeta Rubia’ vivió en una residencia en el barrio Teusaquillo. En el libro Di Stéfano cuenta su vida, escrito por Rafael Llorente, el futbolista argentino recordaba esos tiempos: “Rossi y yo nos fuimos con Pedernera a una pensión familiar. Almorzábamos temprano allí, comida colombiana a base de arroz blanco, plátanos fritos, yuca y un plato típico denominado ‘piquete’. En la comida nunca faltaba la estupenda Bavaria o cerveza. Jugábamos a las cartas, hacíamos pequeñas excursiones e íbamos al cine y a bailar. Nada de lujos. Más bien en plan moderado”.
Su objetivo era el fútbol. Entrar a la cancha. Ganar. Su fútbol, y también su actitud ante él, fueron fundamentales en el desarrollo de este deporte en el país. Su compañero de equipo Néstor Rossi decía que “cuando se formó el ‘Ballet Azul’, el fútbol colombiano era muy atrasado; desconocía qué era un esquema o una táctica de juego”. Esto empezó a cambiar con la presencia de los extranjeros de Millonarios y de los que empezaron a llenar las nóminas de los equipos del país (en el año 49 había aquí más de cincuenta futbolistas extranjeros). Sin embargo, aunque fueran muchos nombres, las miradas las acaparaba el rubio que corría como liebre.
Su velocidad.
Eso es lo que más recuerdan.
Los que lo vieron.
“Di Stéfano tomaba la pelota antes de la media cancha y empezaba una carrera endemoniada. En ese momento el estadio se volvía un manicomio”, recuerda Ricardo Silva. “Era un jugador de toda la cancha –apunta Carlos Ramírez–. Recogía el balón en su campo y no lo soltaba hasta llegar al área contraria”. “Sus goles llegaban después de haber recorrido toda la cancha de sur a norte. Tenía una velocidad extraordinaria”, agrega también Edgardo Senior.
En Millonarios, Di Stéfano jugó con la camiseta número 9, aunque él –en una entrevista televisiva– comentó que había llegado a ocupar esa posición porque “los mayores”, los técnicos, lo habían decidido así. “Yo, en realidad, era todocampista”, explicaba. El periodista argentino Julio César Pasquato, ‘Juvenal’, mítico columnista del semanario El Gráfico, vio nacer en el fútbol a Di Stéfano, en su paso por el River, y decía sobre él: “Su campo de acción en el campo era de 105 metros por 70”. Era así: la ‘Saeta Rubia’ se paseaba por todo el terreno como si fuera suyo, aunque sin olvidar que formaba parte de un equipo, sin el egoísmo que con frecuencia aparece entre los que tienen talento de goleadores. “Ningún jugador es tan bueno como todos juntos”, era una de las frases que él solía repetir.
Lo suyo era el fútbol elegante, el buen trato al balón. Quedan algunos registros en video de sus jugadas, siempre en blanco y negro, algunas fotografías que, sin embargo, no permiten dimensionar del todo el talento de este futbolista considerado por la Fifa como uno de los cuatro mejores del siglo XX. Para muchos es el mejor. “Hoy nos hablan maravillas de Lionel Messi, pero a él solo le funciona la pierna izquierda. La otra no le sirve ni para subirse a un bus –dice don Ricardo–. A Alfredo Di Stéfano le funcionaban ambas piernas a las maravillas. Y la cabeza”.
Su elegancia.
Di Stéfano era arte.
Dicen los que lo vieron.
Que sea el mejor de la historia del fútbol es un debate abierto. En cambio en lo que parece haber consenso es en que Alfredo Di Stéfano ha sido el mejor jugador que ha pisado las canchas colombianas. Y en que su transacción, del Millonarios al Real Madrid, en 1953, ha sido el más importante movimiento del fútbol colombiano al exterior. La pretensión del club madrileño por el goleador de Millonarios empezó después de que el equipo bogotano fue a la cancha merengue y les ganó un partido 4-2, cuando se celebraban los 50 años de existencia del club madrileño. Dos de esos goles fueron anotados por la ‘Saeta Rubia’. A partir de ese momento, su llegada al Real Madrid fue un hecho resuelto (no sin controversias de por medio, porque también lo buscaba el Barcelona). En el Madrid, Di Stéfano no solo volvió a convertirse en goleador, sino que llevó de la mano al equipo hasta conseguir cinco ligas seguidas y otros tantos títulos de copas europeas. Joseph Blatter, presidente de la Fifa, afirmó sobre Di Stéfano: “Fue el inventor del fútbol moderno. El juego, como es ahora, se lo inventó él”, agregó.
En sus cuatro años en Colombia, Di Stéfano llevó a Millonarios a ser uno de los equipos más fuertes del país y a ganar el título de Mejor del Mundo, en 1953. Dejó al equipo matriculado entre los grandes. Por eso no hay hincha del equipo azul, lo haya visto en la cancha o no, que no le tenga cariño a su nombre. Alfredo Di Stéfano también decía que Colombia fue para él un lugar muy especial. “Allá pasé una de las mejores etapas de mi vida como futbolista” afirmó.
Y fue un cariño correspondido.
MARÍA PAULINA ORTIZ
Redacción EL TIEMPO
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