Alfonso I de Aragón y I de Pamplona, el Batallador - Revista de Historia

Alfonso I de Aragón y I de Pamplona, el Batallador

Alfonso I de Aragón y I de Pamplonael Batallador (1073 – 1134) fue Rey de Aragón y de Pamplona entre 1104 y 1134. Hijo de Sancho Ramírez I de Aragón y Navarra, sucedió a su hermano Pedro I, muerto sin descendencia a causa del fallecimiento de su hijo, Pedro Pérez. Alfonso I recibió el remoquete del Batallador por su ánimo aguerrido que marcó todo un período de la Historia de España. Misógino, pues no hay noticias de que tuviera trato íntimo con mujeres, endurecido en batallas desde su juventud, hizo de su vida el arquetipo de monje-soldado, entregándose con ardor a la misión reconquistadora. Su carácter influirá decisivamente en las desavenencias con su esposa Urraca de Castilla, lo que constituyó una de las causas del estallido de la guerra civil en Castilla-León.

Aventajado guerrero, que ya había demostrado su valía en las acciones bélicas que llevó a cabo bajo el reinado de su hermano, se lanzó al combate desde los primeros días de su ascenso al trono, conquistando Tauste (Zaragoza), Líter (Huesca) y Egea (Zaragoza) en 1105. La ayuda que prestó al conde de Urgell, Ermengol VI, para recuperar Balaguer (Lérida) se tradujo en una fuerte amistad entre el Monarca aragonés y el conde catalán. En 1107, Alfonso I conquistó las plazas de Tamarite y San Esteban (Huesca).

Alfonso I el Batallador

En 1109, Alfonso I contrajo matrimonio con Urraca –  en el castillo de Monzón de Campos (Palencia) – Reina de Castilla, León y Galicia, hija del difunto Alfonso VI, el Bravo y viuda de Raimundo de Borgoña, de quien tuvo a Alfonso Raimúndez, Alfonso VII. Desde el principio, diversas fuerzas políticas se opusieron a este matrimonio: la nobleza gallega; Gelmírez, obispo de Santiago; el clero borgoñón; los condes de Portugal, Teresa y Enrique. Todo parecía que se iba a desarrollar como Alfonso VI el Bravo lo había planeado: la unión de dos poderosos reinos bajo un mismo cetro.

Toledo resistió con éxito la acometida de los almorávides, consiguiendo que su emir Ali-ben-Yusuf, se retirara. Alfonso I venció llevándose por delante a al-Mustaín de Zaragoza en la batalla de Valtierra (21-1-1110), mientras Urraca acudió con un ejército castelloleonés en apoyo de su esposo, pero las desavenencias conyugales y las dificultades políticas surgieron muy pronto entre los dos bisnietos de Sancho Garcés III el Mayor de Navarra. Urraca, de 29 años, apasionada y celosa, ya conocía el matrimonio y la política. Alfonso I era feliz entre sus soldados, viviendo como un cruzado y en lucha permanente contra el Islam. Dos caracteres tan opuestos chocaron desde un principio sin que ninguno tratara de contemporizar, sin tener en cuenta los beneficios que una unión política y territorial reportaría a ambos reinos. El hijo que no engendraron podría haber solucionado todos estos problemas.

Urraca I de León

Durante cinco años, Alfonso I se vio inmerso en disputas, en intrigas y en la guerra civil que se desató en Castilla-León a causa de la sucesión. La vida conyugal entre Urraca y Alfonso estuvo plagada de desavenencias, rupturas y reconciliaciones, según las conveniencias políticas del momento, hasta que Alfonso I decidió aceptar la resolución papal de anular su matrimonio en virtud del grado de parentesco habido entre los cónyuges. En 1114, Alfonso se separó definitivamente de Urraca renunciando a intervenir en los asuntos internos de Castilla-León. A partir de esa fecha, volverá a ser exclusivamente Rey de Aragón y Navarra, aunque mantuvo en su poder importantes zonas de Castilla y sin renunciar al título de “Emperador”.

Liberado ya de intervenir en los asuntos castellanoleoneses, Alfonso I dedicó todos sus recursos a la Reconquista y, sobre todo, a terminar la obra de su hermano Pedro I: la conquista de la ciudad blanca, Zaragoza. En el Concilio de Tolosa, en 1118, consiguió que los franceses participaran en la cruzada para tomar Zaragoza. Contingentes de tropas galas, catalanas, castellanas y vizcaínos aliados del aragonés se unieron a las navarroaragonesas. Para no dejar desguarnecido el reino, Alfonso I encomendó a los almogávares – con tropas muy ejercitadas en la guerra – la salvaguarda de las fronteras. El largo y difícil sitio de Zaragoza se inició en 1114, ya que antes tuvieron que ser conquistadas las plazas de Gurrea (Huesca), Tudela (Navarra), Belchite (Zaragoza) y Sariñena (Huesca). El 18 de diciembre de 1118 capitulaba Zaragoza. La toma de la ciudad trajo consigo el sometimiento de Ricla (Zaragoza), en la ribera del Jalón. De allí pasó a Borja (Zaragoza), que ocupó; finalmente tras un corto asedio cayó Tarazona. En el verano de 1120, los almorávides intentaron recuperar Zaragoza, pero fueron vencidos estrepitosamente en Cutanda (Teruel) por las tropas del Batallador. Luego avanzó por el valle del Jalón, ocupó Calatayud y rindió la plaza de Daroca (Zaragoza).

Alentado por la llamada que le hicieron los mozárabes de Granada, dispuestos a ayudarle desde dentro para que tomara la ciudad, inició en 1125, la famosa expedición por tierras de Valencia, Murcia y Andalucía. Aunque logró una importante victoria en Arinsol, cerca de Lucena (1126), no consiguió apoderarse de ninguna plaza importante. Lo más sobresaliente de esta expedición residió en el efecto psicológico que causó en el pueblo musulmán, en el rico botín que capturó y en los 14.000 mozárabes que se le unieron, con los que pudo repoblar las tierras conquistadas al Sur del Ebro.

En 1126, falleció la Reina Urraca de Castilla, y su hijo, Alfonso VII, inició una política tendente a recuperar las tierras castellanas que permanecían en poder de Alfonso I, quien se dispuso a enfrentarse con su hijastro. El Batallador levantó su campamento en Támara de Campos (Palencia); Alfonso VII en Isar (Burgos), preparados para enfrentarse, pero las hábiles negociaciones llevadas a cabo por Gastón de Bearne y su hermano menor Céntulo de Bigorra, súbditos del Monarca aragonés, consiguieron la firma del pacto de Támara (1127) por el que Alfonso VII recobraba las tierras castellanas que el aragonés retenía en su poder y renunciaba al título de “Emperador”.

En 1130, Alfonso I se embarcó en una empresa transpirenaica contra las ambiciones del duque de Aquitania y en defensa de los derechos de su fiel súbdito Gastón de Bearne[1], que disputaba el Señorío de Labourd, en el País Vasco Francés, al de Aquitania. Alfonso I llevó su Ejército hasta Bayona, cercándola durante un año, hasta que muerto Gastón, en 1131, levantó el asedio y regreso a su Reino.

Las últimas campañas se circunscribieron a la zona de Lérida y Fraga (Huesca). Inició la campaña con la conquista de Mequinenza (Zaragoza) en junio de 1133, a la que bloqueó por el Ebro con galeras, con la intención de llegar a Tortosa (Tarragona) e impedir que los musulmanes recibieran ayuda por vía fluvial. En el otoño de 1133, inició el cerco de Fraga, estratégica plaza fuerte por su situación y sus defensas. En socorro de los sitiados llegó un Ejército almorávide, lo que obligó a Alfonso I a luchar en dos frentes: contra los sitiados que salieron a atacarle y contra los que venían en socorro de la plaza. Alfonso I tuvo que emprender una retirada que resultó desastrosa. Esta derrota no impidió que el infatigable Monarca pusiera sitio al castillo de Lizana, en Huesca, en al año 1134. Sintiéndose muy enfermo se retiró hacia Almuniente (Huesca), donde falleció el siete de septiembre de 1134.

Alfonso I, el Batallador hizo dos testamentos: el primero, en 1130, durante el cerco de Bayona, y el otro en Sariñena (Huesca), pocos días antes de morir. Por último, legaba su Reino a las Órdenes Militares del Temple y de los Hospitalarios. Tan extraño testamento, en contradicción con el derecho navarroaragonés, planteó un problema jurídico y sucesorio de extrema gravedad, por lo que nadie estaba dispuesto a cumplirlo. Los aragoneses eligieron por Rey a Ramiro II, el Monje, hermano de Alfonso I, y los navarros a García Ramírez, hijo de Ramiro de Navarra, nieto del Cid Campeador y bisnieto de Sancho Garcés III el Mayor, de Navarra.

El testamento de Alfonso I el Batallador significó la definitiva separación de Navarra y Aragón, y la unión, a corto plazo, de Aragón con Cataluña.

Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es

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