Alfonso Guerra: «La tendencia al cesarismo en el PSOE es evidente, y eso no es democrático»
THE OBJECTIVE
Entrevista (primera parte)

Alfonso Guerra: «La tendencia al cesarismo en el PSOE es evidente, y eso no es democrático»

El exvicepresidente del Gobierno repasa la actualidad política española con motivo de la publicación de su último libro

Alfonso Guerra es una de las voces más respetadas de la política española, por eso cualquier frase suya siempre es examinada con lupa y, si es una crítica, acaba provocando fuerte marejada, sobre todo en su partido, el PSOE. En estos días de incertidumbre, cuando aún se desconoce si habrá nuevas elecciones o si Pedro Sánchez sucumbirá a las peticiones de los independentistas, una declaración de Guerra se cotiza alto en el mercado periodístico. La expectación es máxima, especialmente después de que el PSOE haya expulsado a Nicolás Redondo Terreros en mitad de la ola de voces críticas que se están levantando contra la posibilidad de aprobar una amnistía para el denominado ‘procés’.

Guerra atiende a THE OBJECTIVE con motivo de la publicación de su último libro, La rosa y las espinas (La esfera de los libros), que es la transcripción del documental que sobre su figura realizó hace unos meses Manuel Lamarca. Ahí habla mucho de política, pero también de cine, de teatro, de literatura… de todas esas facetas quizás más desconocidas de la vida del que fuera vicepresidente del Gobierno durante nueve años.

La cita tiene lugar en el imponente torreón del Hotel Palacio Pinello de Sevilla, con la Giralda al fondo y mientras un sol de justicia cae sobre la capital andaluza en un septiembre que casi parece julio. Guerra responde a todo con la calma que dan los años, pero con la socarronería de siempre. Fiel a su estilo, claro y directo, llama a las cosas por su nombre y, aunque es muy crítico con su partido y con quienes lo dirigen, explica por qué lo sigue votando.

He aquí la primera parte de la conversación:

El libro lleva como subtítulo «El hombre detrás del político». ¿Tiene usted la sensación de que la imagen que tenemos de Alfonso Guerra no es la correcta, que el Guerra que va a pasar a la Historia es muy distinto al real?

Sí, lleva razón. Se fabricó un cliché que funcionó muy bien políticamente, pero ese cliché tiene muy poco parecido con la persona auténtica, la persona real. Lo que pasa es que una vez que el cliché funciona, borrarlo o cambiarlo es imposible.

¿Y ese cliché se lo impusieron los medios y la sociedad o fue fabricado por ustedes porque les venía bien?

No, fabricado no fue, nos lo encontramos, y los medios tuvieron una importancia grande. Quizá también la sociedad intervendría, pero nosotros nos lo encontramos y empezó a funcionar muy bien aquello del bueno, el malo y tal. Pero nosotros lo veíamos como algo completamente ajeno a cualquier obra voluntaria por nuestra parte.

Hay que recordar, sobre todo a la gente más joven, que Felipe González hacía de poli bueno y que usted era lo que se suele llamar un poli malo, todos teníamos la sensación de que efectivamente era un tirano, un hombre duro, el látigo del Gobierno. Porque usted también tenía unas intervenciones muy fuertes y agresivas…

Lo que pasa es que yo decía lo que pensaba y eso en política no se da. En política se suele elaborar y, claro, mis frases, si usted las analiza, nunca tienen oraciones subordinadas, mientras que el político vive de las oraciones subordinadas. Yo siempre he dado oraciones cortas, fuertes, y eso causa una impresión que no tienen los otros, que son más melifluos porque elaboran la cosa y al final uno se pierde. Políticos claros hay muy pocos.

Usted habla en el libro de su gran pasión por el teatro y de que le ayudó a ser un buen político, a intervenir en público.

Sí, porque toda intervención pública tiene algo de representación. Entonces, cuando uno sube a una tribuna a hablar, es muy parecido a subir a un escenario. Ciertas claves, lo que llaman en el teatro tablas, tener tablas, ayuda mucho. Al principio de la época democrática, cuando empezábamos a hablar en público con grandes masas de gente, normalmente era lógico que los políticos, que estábamos todos iniciándonos, temblaran antes de subir a la tribuna. Pero yo no. Y no es que yo fuera superior a ellos, es que yo tenía mucha costumbre de subir al escenario. A mí no me ponía nervioso eso. Además, lo había compaginado también con muchas clases. Entonces, entre las clases y el teatro a mí no me asustaba el escenario.

Alfonso Guerra responde a las preguntas de Álvaro Nieto en el Hotel Palacio Pinello de Sevilla. Fotografía: Víctor Ubiña

¿En su vida política usted tuvo que fingir mucho?

No, yo no he fingido nunca.

¿Nunca se ha sentido actuando, representando una función?

Ni en el gobierno ni en mi vida personal. Yo seré más tonto o menos listo, pero yo nunca he hecho un teatro falsificando mi sentimiento. No, porque además me parece absurdo… La vida es democratizadora, nos pone todo al mismo nivel. ¿Para qué engañar a la gente?

Precisamente en el libro destaca que la gran diferencia entre la política de entonces y la de ahora es que «antes la mentira se castigaba más que un crimen». Yo tengo la sensación de que ahora mismo la mentira casi te hace ganar votos.

Sí, y además han encontrado un álibi fantástico, que cuando dicen algo distinto a lo anterior, arguyen que han cambiado. Dicen «hemos evolucionado». Oiga, pero ayer decía usted una cosa y hoy dice lo contrario, explíqueme. La mentira tradicionalmente era muy castigada. Hoy no, hoy se puede mentir tranquilamente. Y a veces hasta te jalean: «Sigue, sigue, sigue por ahí».

«La expulsión de Redondo Terreros no se puede entender. En democracia el delito de opinión no existe»

También subraya que ahora los líderes políticos son peores que los de entonces. ¿Por qué cree usted que se ha producido ese deterioro?

Si uno hace una relación de los políticos del 77, los líderes de los principales partidos, y los compara con los de ahora, pues te das cuenta que hay una diferencia con Adolfo Suárez, Felipe González, Miguel Roca, Santiago Carrillo… Aquí ha pasado algo. La primera impresión que uno puede tener es que la generación de ahora es mucho peor, pero yo creo que no, yo diría que es mejor: esta generación está más informada, tiene mucho más recursos para saber de todo… ¿Y entonces?, ¿qué pasa con la política? Pues que en el año 77 las mejores cabezas de la empresa, de la universidad, de los talleres, de las fábricas y de los despachos de abogados fueron a ayudar a sacar esto adelante. Y se metieron en política. Hoy las mejores cabezas no quieren ir a la política.

¿Por qué cree usted que es así?

Primero, no hay tanta pasión como entonces había por traer la democracia. Y segundo, porque ahora en cuanto pisas el terreno de la política ya eres sospechoso de algo. Y oye, ganas poco dinero respecto a lo que puedes ganar en la vida privada y encima te están todo el día mirando. Así que dices: «Yo no voy a la política».

En el caso del PSOE, ¿la peor calidad de los líderes puede ser porque se han impuesto las primarias como método de selección?

Lo de las primarias es un engaño. Parece lógico pensar que si cada militante echa una papeleta se elige lo más democráticamente posible. Pero oiga, la persona que sale elegida en primarias es la única nombrada por ese método, mientras que en la dirección del partido que se nombra después, donde habrá 30 o 40 personas, ninguna es elegida así, sino que las elige el elegido en primarias. Es decir, que la tendencia al cesarismo es evidente. Cuando eliges al líder por ese procedimiento, puede hacer lo que quiera y eso no es democrático. Se llega a tal punto que los partidos, cuando eligen a sus representantes para un congreso, en realidad no los eligen: la lista la hace el líder. La lista completa no se elige, sino que se designa. Hemos perdido una calidad democrática tremenda y hoy no hay debate en los partidos políticos. El debate está en los periódicos porque las sedes de los partidos están prácticamente cerradas. Y cuando no hay debate no puede ser que nos haya tocado el más listo en cada partido, el súper hombre. Cuando no hay debate, la calidad desciende. Y además es poco democrático.

Parafraseando una de sus citas más célebres, ¿diría usted que desde que está Pedro Sánchez al frente del PSOE al partido no lo conoce ni la madre que lo parió?

Pues más o menos. Cuando se renovó la dirección del partido, el líder dijo: «Esto es el nuevo PSOE». Y yo dije: «No, es otro PSOE». Cada generación tiene derecho a tener su propia estrategia, pero los demás también tenemos derecho a opinar. A mí me hace gracia porque algunos, para intentar callarme, dicen que ya pasó mi hora. Yo ya sé que pasó mi hora, pero la hora de España no pasa. Y los problemas que yo veo que afectan a España, eso no pasa nunca. Entonces uno tiene la libertad y yo diría la obligación de estar en la opinión pública diciendo lo que cree, cuando son cosas importantes, no minucias.

«Sé que ha pasado mi hora, pero la de España no, por eso tengo la obligación de decir lo que creo cuando se trata de cosas importantes»

¿Es Sánchez el peor presidente de la democracia?

Ese juego es un poco complicado. Yo creo que aquí ha habido dos presidentes importantes de verdad, Adolfo Suárez y Felipe González. Sobre los demás, mejor no entrar en detalles.

Precisamente González desveló hace unos días que el 23-J votó a Sánchez. ¿Usted qué hizo?

El Partido Socialista Obrero Español es mi partido y seguirá siendo mi partido siempre. Además, este partido quizás pueda ser más mío que de otros, porque yo le he dedicado mucho trabajo y mucho esfuerzo. Así que siempre será mi partido y nunca podré votar otra cosa que no sea el PSOE.

Es decir, que entiendo que si se repiten las elecciones votará usted también al PSOE.

Es mi partido. Pero bueno, el voto todavía no ha llegado y además es secreto.

¿Qué le parece que Nicolás Redondo Terreros haya sido expulsado del PSOE por discrepar de Sánchez?

No se puede entender. En democracia el delito de opinión no existe.

Redondo Terreros es una de las voces socialistas que están criticando estos días la posible amnistía. Aparte de opinar, ¿se puede hacer algo más para impedir que Sánchez acabe cediendo ante los independentistas?

Manifestarse con la palabra o con concentraciones o con documentos. No hay más que se pueda hacer: si se pasa de ahí es forzar, es violentar, y eso justamente es lo que queremos que no se amnistíe, la violencia. Nos quieren engañar con discutir si cabe o no cabe en la Constitución. Pero hay una pregunta anterior que hay que hacerse: ¿es justo?, ¿lo merecen? ¿merecen ser amnistiados señores que dicen que lo harán otra vez cuando se trata de un delito gravísimo como es levantarse contra la Constitución para crear una nueva entidad, la república catalana? Es como si uno que está en el corredor de la muerte y está esperando que lo indulten, llega y dice: «En cuanto salga voy a matar a otro». Pues esto es lo mismo, ¡cómo vamos a amnistiar a quien está diciendo que lo va a hacer otra vez!

¿Usted cree que cabe la amnistía en la Constitución?

No, hay argumentos de sobra de tipo jurídico. No está en la Constitución porque no se quiso que estuviera. Este asunto se debatió en su momento, se presentaron dos enmiendas para que hubiera derecho de amnistía y los constituyentes dijeron que no, que la Constitución no puede decir eso. Este asunto ya fue examinado. Y el derecho de autodeterminación igual: se presentó una enmienda, se debatió y se votó en contra. ¿Cómo es posible que alguien diga ahora que cabe en la Constitución? Los juristas que dicen eso me recuerdan a los italianos de principios de los años 70, que hablaban del uso alternativo del derecho. Es decir, que el derecho dice esto, pero si tenemos que beneficiar a alguien pues vamos a retorcerlo. Eso llegó a España durante la dictadura y el uso alternativo del derecho era un instrumento muy poderoso. Cuando llegó la democracia, los juristas abandonaron eso… ¡y ahora ha vuelto!

«¡Cómo vamos a amnistiar a quien está diciendo que lo va a hacer otra vez!»

De hecho, creo recordar que hay una magistrada del Tribunal Constitucional que hace poco se refirió a esa doctrina. Y precisamente en el libro usted habla del riesgo de que el Constitucional se convierta en una tercera cámara legislativa, es decir, que vaya más allá de sus competencias.

Los tribunales constitucionales siempre tienen la tentación de legislar. Y esa no es su función. La función del Constitucional es tomar un calibre y ver si una norma pasa o no pasa por la Constitución. Pero tienen la tendencia a la expansión, a decir «no pasa, pero tendría que decir esto otro para que pasase». Oiga, esa no es su función: dígame si es o no constitucional. Pero ante la presión de los medios y de los partidos, quieren explicarse. Y cuando se explican lo que hacen es intentar legislar, decirle al legislador lo que tiene que escribir. Esa no es su función.

Respecto a la amnistía, ¿usted es partidario de que se celebren manifestaciones para tratar de impedirla?

Es un derecho constitucional.

Bueno, pero habrá visto usted que el Gobierno ha llamado golpista a José María Aznar por llamar a movilizarse.

Aznar fue un presidente divisivo para la sociedad española, así que tiene poco que presumir de alentar a que todos se unan, porque él fue un divisivo importante. No está muy legitimado para eso. Pero bueno, es su derecho. El derecho de opinar y el derecho de manifestarse son derechos constitucionales que nadie puede negar.

¿Y qué le parece la respuesta que le dio el Gobierno tildándolo de golpista?

Cuando en un país se calientan las cosas, el Gobierno tiene que enfriar, no calentar más. Yo creo que no es muy prudente.

Sociedad Civil Catalana ha convocado una manifestación el día 8 de octubre en Barcelona. ¿Tiene usted pensado acudir?

No, en principio no.

¿Y si se lo piden?

Lo pensaré.

Lo digo porque la última vez que hubo una gran manifestación convocada por Sociedad Civil Catalana allí estuvieron socialistas como Josep Borrell o Miquel Iceta.

Sí, pero todos ellos eran políticos catalanes. Y por cierto, en la primera manifestación no estuvieron. Fueron a la segunda, cuando vieron el éxito, porque todo hay que cronometrarlo. Sociedad Civil Catalana convocó por dos veces millones de personas en contra de la discriminación que el nacionalismo hace con los no nacionalistas. Ojalá tuviera un éxito extraordinario ahora, sería fantástico.

A propósito de esa discriminación, usted aborda en el libro el tema de la lengua y lamenta que se trate al castellano en Cataluña de esa manera…

[Interrumpe] Que se persiga.

Precisamente estos días el Congreso de los Diputados ha tomado una decisión un tanto controvertida, pues se va a poder hablar a partir de ahora en cualquier lengua cooficial. ¿Qué le parece a usted esto?

Las lenguas están para comunicarse. ¿Los que hay en el Parlamento se pueden comunicar todos con el castellano? Sí, pues todo lo demás es un poco superfluo. ¿A qué viene eso de ponerse el pinganillo para escuchar cuando todos ellos se entienden perfectamente? Además, cuando salgan al pasillo seguirán hablando en castellano. A mí me parece ridículo.

Parece todo puro teatro, ¿no?

Un teatro nocivo, tóxico.

En el libro usted habla del 23-F con mucha extensión y destaca que fue una vacuna para la democracia española. ¿Tiene usted la sensación de que Sánchez está intentando que el ‘procés’, que iba camino de ser otra vacuna gracias al discurso del Rey y a la sentencia del Supremo, deje de serlo?

Yo diría que hoy día no hay en la sociedad española una conciencia muy clara de la gravedad de lo que está pasando con los nacionalistas. Yo creo que hay una mayoría extraordinariamente grande en contra de esas experiencias del independentismo catalán, aunque no veo una conciencia militante. Pero llegará.

Entiendo que usted da por hecho que después de la amnistía seguirán las cesiones.

Sí, detrás de la amnistía viene el derecho de autodeterminación, que ni es derecho ni es nada.

¿Y también la desvertebración de la nación?

Sí, hay que ser conscientes de que si el nacionalismo catalán lograra, hipótesis que yo en principio no contemplo, separar Cataluña de España ¿cuánto tardaríamos en que pasase lo mismo en el País Vasco? ¿Y en Baleares? ¿Y en Valencia? ¿Y en Canarias? ¡En Canarias su presidente ha dicho que le gusta lo del Estado Libre Asociado del Plan Ibarretxe! Aquí hay un problema enorme entre los políticos de representación regional: para afirmarse, creen que hay que negar el conjunto. Y eso no es así. Mira, en 1770 Edmund Burke escribió una carta a los electores de Bristol que siempre está viva: «Un Parlamento no es una asamblea de embajadores donde cada uno negocia para llevarse algo para su sitio. Esto es una asamblea deliberativa para buscar los intereses del todo, no de la parte tal o de la parte cual». Y aquí estamos en lo contrario.

¿Y cuál es la solución? ¿Debe abstenerse el PSOE para que gobierne Feijóo? ¿Una gran coalición PP-PSOE?

No es necesaria una gran coalición, bastaría con un acuerdo, con pactos en cosas fundamentales. Entre los dos grandes partidos tienen casi tres cuartas partes de la Cámara. El PNV, que tanto se ve en política, tiene el 1,1% de los votos, ¡el 1,1%! Junts tiene el 1,6%. Y todos los nacionalistas juntos, incluyendo los de Cataluña, Euskadi y Galicia, tienen el 6%. Y el 6% manda hoy más que el 94%. Esa es la verdad. Y yo no sé cómo llamar a ese sistema. Un sistema en el que el 6% manda sobre el 94%, que cada uno le ponga el nombre que quiera, pero el nombre nunca será bonito. Tanto el Partido Socialista como el Partido Popular están haciendo algo que me recuerda a un personaje que había en Andalucía cuando yo era niño, el encalaor o blanqueaor. Tanto el PSOE como el PP se dedican a blanquear. El PP blanquea a Vox y el PSOE blanquea a los nacionalistas, a los independentistas y a los de Podemos. Y además, siempre que dos se alían se piensa que hay una ósmosis de manera que se pasan criterios o conceptos de uno a otro. Pero eso no es verdad. Siempre el que infiltra las cosas es el desconsiderado, el maleducado… De tal manera que en esa alianza ha habido una transmisión de criterios podemitas al otro, no de los socialistas a los podemitas. Y ahí tenemos a esa señora [Yolanda Díaz] que se va a hablar y a besuquearse con un prófugo de la Justicia que ha dado un golpe de Estado. Oye, y al PSOE le parece extraordinario. En estos días he hablado con alguno de la Comisión Europea y del Parlamento Europeo y cuando han visto que se han estado haciendo esfuerzos para quitarle la inmunidad a Puigdemont, por la presión de los españoles, y ahora de pronto ven a la vicepresidenta del Gobierno que va allí a besuquearse, a reírse, a negociar. Algunos piensan que los españoles se han vuelto locos. Y en España hay gente que esto lo ve con naturalidad. ¿Cómo va a ser normal que la vicepresidenta se plante en Bruselas para hablar con un forajido? Eso no tiene nada de normal.

«Cada uno tiene derecho a cultivar su propia identidad, pero los que gobiernan tienen que tener un discurso globalizador dirigido a toda la población»

Las minorías están imponiendo su agenda.

Pues sí, porque los partidos, no sólo en España sino en todas partes, han tomado un camino un poco extraño. Y es que su discurso va siempre dirigido a las minorías y no hay un discurso general para toda la población. Se han sustituido las grandes pasiones, los grandes principios, por la identidad de sexo, de territorio, de cultura. Y eso fragmenta mucho la sociedad. Cada uno tiene derecho a cultivar su propia identidad, pero los que gobiernan tienen que tener un discurso globalizador dirigido a toda la población.

Centrarse en lo que nos une y no poner énfasis en lo que nos separa.

Esto es lo que decía antes, que los dirigentes regionales se dan cuenta de que tienen que diferenciarse y se afianzan negando el todo. Y hay un caso absolutamente exótico. El presidente de la Generalitat catalana es el máximo representante del Estado en Cataluña. Cuando va allí el jefe del Estado, dice que no quiere darle la mano cuando llega, incumpliendo sus propias obligaciones y luego, cuando hay una cena, dice que ahí sí quiere una silla. ¡Anda que le iba yo a dar de comer a ese! Es de chiste.

¿Y no sería el momento de cambiar la ley electoral para que esas minorías regionalistas no tuvieran tanto peso en la gobernabilidad?

Los dos grandes partidos que se dedican a blanquear a los extremos podrían ponerse de acuerdo en cosas muy concretas. Una de ellas, por ejemplo, es reducir el peso que tienen los nacionalismos, los pequeños grupitos, en la política nacional. Esa sería una de las posibilidades, pero no pueden ni hablar porque algunos hicieron un pacto en diciembre de 2003, el pacto del Tinell, por el que acordaron un cordón sanitario para aislar, no a los extremos, sino a un partido constitucionalista. Además, esos grupos sólo actúan en una parte, en una región o comunidad autónoma que ya tiene su propio Parlamento. O sea que en realidad sus discusiones ya las tienen en su propio Parlamento.

¿La democracia está en peligro?

Sí, está pasando ya en todo el mundo. Yo escribí en el año 96 un libro que se llamaba ‘La democracia herida’. Recientemente ha habido unos norteamericanos que han escrito un libro que se llama ‘Cómo mueren las democracias’. Es decir, hemos pasado de que estén heridas a que estén muriendo. Lo que hay es una dejación de responsabilidades de los demócratas en todo el mundo.

¿Por qué?

Por comodidad, porque el mundo se ha hecho muy complejo, las clases sociales ahora ya no están tan perfectamente definidas, los problemas de identidad han eliminado algunos principios básicos como por ejemplo el principio de igualdad… Fíjese que ahora sólo existe el principio de igualdad entre el hombre y la mujer, lo cual me parece fantástico, pero qué pasa con la igualdad social, que era el cemento del sindicalismo. Eso ha desaparecido. Los partidos tienen secretarías de igualdad, pero sólo se dedican a la igualdad entre un hombre y una mujer. Todo lo demás se ha ido abandonando y entonces penetran las malas hierbas. Y tenemos una situación en la que en Francia podríamos tener a Le Pen presidiendo el país, en Alemania la AFD va subiendo, también en Hungría, en Polonia… Ha habido un momento en que las tres grandes potencias del mundo estaban dirigidas por un autócrata: Donald Trump, Xi Jinping y Putin. En España afortunadamente ha habido una bajada de la extrema derecha.

Usted se refiere a Vox, ¿pero no ve algunas semejanzas entre Sánchez y Trump?

Todos los políticos europeos han tomado alguna cosa de Trump. Eso es lo malo: todos rechazan a Trump pero luego envenena un poco a todo el mundo. Hacer de gobierno y de oposición es muy cómodo. Por ejemplo, estos que hemos estado comentando antes que en sede gubernamental se dedican a criticar a la oposición no están haciendo su función, que tiene que ser gobernar. Y la oposición está para criticarle, esas son las reglas del juego. Y eso lo han copiado de Trump.

Yo veo algunos parecidos entre Sánchez y Trump, como por ejemplo la demonización sistemática de los medios de comunicación o el cuestionamiento de los resultados electorales. ¿Qué le parece por ejemplo que el PSOE recurra ante el Constitucional para intentar recontar los votos nulos?

Sí, es raro lo que ha pasado ahí, porque que se admitió a trámite una cosa así, cuando había un argumento muy claro para no admitirla. ¿Ha habido algún incidente? ¿Ha habido reclamaciones? No. Pues entonces si no ha habido incidentes, puestos a recontar habría que recontarlo todo. Pero se admitió a trámite por parte del Constitucional y en poco tiempo han decidido por unanimidad que no. Hay gente con un poquito de mala intención que dice que quizás esto ha sido una maniobra para mostrar independencia del Gobierno y que luego cuando venga lo fuerte ya se emplearán a fondo.

Cuando venga la amnistía.

Eso es. Hay gente que está diciéndolo. Yo no lo sé porque yo tengo respeto al Tribunal Constitucional. ¿Podrá el Gobierno poner en fila al Constitucional? Ojalá que no, yo espero que no, pero todo pasa en la vida.

¿Qué opinión tiene usted sobre su presidente, Cándido Conde-Pumpido?

No lo conozco. Yo sé que ha tenido fluctuaciones. Durante una etapa era muy antiPSOE, después se hizo proPSOE… pero vamos, que yo no he hablado nunca con él.

¿Y del señor Feijóo qué opinión tiene?

Me parece que ha equivocado la estrategia electoral. Murcia ha esperado para formar un gobierno con Vox a después de las elecciones del 23 de julio. ¿Y las demás por qué no? Desde el punto de vista electoral, de lo que a él le interesaba, le convenía esperar. Y llegó un momento en que el valenciano actuó rápido mientras la de Extremadura decía que ni hablar. Y yo me pregunto: ¿y ahí quién manda? Porque alguien tiene que mandar, alguien tiene que poner orden, coordinar. En el PP se crearon unas expectativas de que Feijóo era más serio que el anterior, y ahora la cosa está un poco ‘flou’.

«Creo que Feijóo ha equivocado la estrategia […] Se crearon unas expectativas de que era más serio que el anterior, pero ahora la cosa está un poco ‘flou'»

¿Hace bien en presentarse a la investidura?

Es que no tenía más remedio. Es que aquí la gente no lee la Constitución o la lee muy mal. Feijóo tenía que decirle al monarca a quién iba a votar él, y Sánchez lo mismo. Cada grupo le fue diciendo su voto y el Rey hizo la cuenta. ¿Qué ha pasado esta vez? Que varios grupos no han ido a ver al monarca y por tanto sus votos no entran en la cuenta. No comprendo cómo hay gente tan ignorante en la vida pública, gente con cargos importantes, que dice que en cuanto un candidato diga los votos que tiene detrás ya le tienen que encargar formar gobierno. Eso no es así. El Rey tiene que contabilizar lo que le digan los grupos, y si hay grupos que no van, la suma no sale.

Lo que pasa es que no sé si sirve de algo una sesión de investidura cuando no tienes los votos.

Ha habido muchas así. La primera, la que hizo Felipe González contra Suárez en la que yo di precisamente el discurso de censura. Una investidura de ese tipo sirve para poner en causa lo que está pasando y también para dar a conocer un proyecto. Y eso es muy bueno para la nación, ya que cada día hay menos debate. Ese debate es muy rico.

[LEA AQUÍ LA SEGUNDA PARTE DE LA ENTREVISTA CON ALFONSO GUERRA]

Fotografía y vídeo: Víctor Ubiña

Agradecimiento: Hotel Boutique Palacio Pinello de Sevilla

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