Josefa de San Agustín, la monja indígena que marcó un hito para la Iglesia Católica virreinal
Nacida como una ‘india noble’, Josefa de San Agustín fue de las pocas mujeres indígenas que pudo ingresar a uno de los conventos más exclusivos de Nueva España. Ésta es su historia de lucha, clase y raza.
Paula Jacinta Gómez nació en el pueblo de Chalco, cuando todavía estaba rodeado por bosques, ríos y haciendas poderosas. En el año 1712, su familia administraba el cacicazgo de la zona, que contaba con amplias tierras de cultivo, y proveía de granos a la Ciudad de México. Nunca se imaginó que tendría que dejar su lugar en la élite indígena para ingresar a un convento católico, y abandonar su nombre para siempre. Ésta es la historia de cómo una mujer indígena de una familia poderosa se convirtió en monja de claustro, bajo el nombre de Sebastiana Inés Josefa de San Agustín.
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De ‘princesa’ indígena a monja de claustro
De acuerdo con los registros que se conservan de la época, los abuelos de Paula eran líderes políticos y religiosos indígenas. “Don Andrés Gómez y don Francisco de los Reyes”, documenta la historiadora Xixián Hernández de Olarte, “fueron fiscales del cabildo indígena de Chalco y se dedicaron a impartir justicia entre los demás indios”. Por lo cual, además de contar con el apoyo y respeto de la comunidad originaria, también eran reconocidos como líderes influyentes entre los españoles.
La otra parte de su familia se dedicaba a cultivar “maíz, haba, trigo o calabaza”, documenta la especialista, que eran los principales granos que alimentaban a la capital. A partir del ingreso que recibían de la Iglesia y de sus sembradíos, los abuelos y padres de Paula Jacinta Gómez se habían convertido en una familia de abolengo en Nueva España. Por esta posición de privilegio entre los indígenas, fue que la niña aprendió a leer y escribir desde muy temprana edad.
A pesar de provenir de una familia de indios, como se les conocía en la época, Paula Jacinta profesó la fe católica. Su madre y abuela, según la investigación de Hernández de Olarte, la instruyeron en “las creencias católicas, oraciones, ejercicios de piedad, así como virtudes como la humildad y la obediencia”. Iban a misa con frecuencia, y observaban las fiestas de su pueblo con diligencia. Por eso, fue motivo de júbilo cuando la niña expresó su interés por entregar su vida a la contemplación religiosa. Específicamente, como monja de claustro.
Cuando cumplió 12 años, su familia entró en contacto con el convento Corpus Christi, que se había fundado recientemente en la capital. Éste era uno de los pocos claustros en los que se admitían novicias indígenas. Desde el siglo XVI, los españoles prohibieron que las indias se convirtieran en monjas. La premisa era simple: no podían ingresar a la vida monástica porque “se les consideró neófitas en la fe”. Incluso este principio racista no fue obstáculo para las influencias políticas y religiosas de su familia.
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‘Morir en santidad’ y otras tareas de las monjas virreinales
Para la historiadora del arte Maira Montenegro, quien realizó una investigación con perspectiva de género en retrato de aparato novohispano, los retratos civiles de sus hijas “eran como un trofeo” para las familias de las religiosas. Ésa sería la última imagen que tendrían de ellas antes de ingresar a la vida monástica, explica la especialista.
Una vez que comenzaran su trayectoria como religiosas, se les realizaban retratos de monjas coronadas. Se acostumbraba representarlas en momentos icónicos de sus vidas, como el inicio de su actividad conventual y su día de fallecimiento. En general, estas piezas se quedaban al interior del convento, “como una manera de mostrar ejemplos” para las demás madres que llevaban una vida monástica, sobre cómo había aquellas que “podían morir en santidad”.
En el retrato de aparato, la gente podía leer el estatus y origen de las personas representadas a través de una variedad de elementos pictóricos. La tela del hábito, la pedrería, e incluso los animales de compañía que acompañaban a la monja revelaban quién era, a qué se dedicaba e incluso a qué orden pertenecía. Todo dependía, también, de los valores que querían exaltarse de la persona retratada: “el retrato era una manera de presentar al personaje”, detalla la historiadora del arte.
Por ello, además de morir en santidad, el retrato de monjas coronadas era una más de las tareas que se esperaban de Josefa de San Agustín. A fin de cuentas, como monja indígena, ella tenía más presión para representar la más alta excelencia monástica. Sobre todo, porque no era común que ellas fueran retratadas de esa forma. “La representación de las mujeres racializadas en Nueva España”, apunta Montenegro, “estaba ligada a la jerarquización social”.
Las pinturas de castas se encargaron de clasificar todas las pigmentaciones de piel de quienes vivían en la colonia española. Estas pinturas eran una especie de intersección, abunda la historiadora del arte, entre la clase social y el color de la piel de las personas. “Siempre desde la mirada europea”, enfatiza la especialista, “de una representación del Otro”.
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Josefa de San Agustín: una monja indígena en una orden española
Sebastiana Inés Josefa San Agustín cristaliza el sincretismo novohispano. “En la imagen”, publica el Museo Franz Mayer desde sus redes sociales, “se aprecia la riqueza del atuendo mestizo que combina el huipil con accesorios europeos”. Así como era una doncella de la nobleza chalca, también era una mujer respetable entre la comunidad religiosa en la élite clerical novohispana.
A pesar de ser de procedencia indígena, Sebastiana Inés Josefa de San Agustín tenía un nombre puramente peninsular. Se le asignaron nombres cristianos, seguidos de la orden religiosa a la que pertenecía: los agustinos. Incluso el mismo retrato de la monja es un ejemplo claro de sincretismo: se pintó bajo el canon europeo, pero los rojos están “elaborados a partir de la transformación de la grana cochinilla”, documenta Google Arts&Culture, un pigmento que se obtenía a partir de insecto mexicano.
El retrato de monjas coronadas era una manera en la que las mujeres virreinales se presentaban a sí mismas en sociedad. No sólo frente al clero y sus colegas religiosas, sino ante la mirada de otras familias y grupos de influencia. Aunque Montenegro reconoce que influía mucho qué imagen querían proyectar los familiares de su hija, “también era una manera de autorepresentarse como ellas querían ser percibidas”. Hasta ahora, Montenegro sólo ha logrado identificar 3 obras de este tipo. Por eso fue tan importante que el convento Corpus Christi quisiera representarla como una miembra destacada de su comunidad.
Maira Montenegro estudió la carrera de Historia del Arte en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México. Desde entonces, ha trabajado en galerías de arte y museos de la capital, y actualmente es maestrante del programa de Estudios Curatoriales en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).