Crítica sin spoilers - Civil War (2024)

Crítica sin spoilers - Civil War (2024)

No es ningún secreto que vivimos tiempos convulsos, sojuzgados por una creciente polarización que resquebraja las sociedades occidentales, entre las cuales EE.UU. se lleva la palma; dudoso honor para un gigante con pies de barro. Hace más de 20 años nombramos a Internet nuestro nuevo mesías, el faro que iba a guiarnos a través de un siglo de paz y prosperidad. Sin embargo, el progreso nunca resulta fácil, más aún cuando nuestro estilo de vida da un giro copernicano: en tres décadas, nuestra forma de concebir el mundo, de comunicarnos, de informarnos e incluso de pensar han cambiado radicalmente.


Smartphones, redes sociales, big data, IA…todas estas innovaciones han derribado la puerta para instalarse definitivamente en nuestro modus vivendi. La tecnología avanza a una velocidad tan desorbitada que supera con creces nuestra capacidad para entenderla; son programas y chips diminutos los que nos atropellan el cerebro, no los robots de Terminator (1984) o Chopping Mall (1986). Da miedo pensarlo, pero la realidad es tozuda: somos esclavos del avance.

 

Cuando las noticias nos estimulan sin interrupción; cuando la dopamina que libera un like somete la voluntad del individuo; cuando esa falta de atención genera un círculo vicioso de ansiedad y depresión que se extiende como un virus por cada hogar, aula y despacho de este ancho mundo nuestro, entonces tenemos un grave problema. Estamos seriamente perturbados, divididos sin remedio, exaltados sin reparo; el odio corroe la tierra que pisamos, aniquilando cualquier atisbo de lucidez, anulando el sentido común. Vemos al rival como un enemigo a batir, con los ojos inyectados en sangre y echando espumarajos por la boca, mientras propinamos insultos; a veces incluso temo que algunos se alzarían en armas, fuese su ignorancia mayor que su cobardía. Como decía, el progreso no resulta fácil.


 

Esta es la filosofía que predica Civil War (2024), la nueva y anticipada obra del cineasta británico Alex Garland, un impactante thriller bélico ambientado en un EE.UU. asolado por la guerra civil que enfrenta al Ejército nacional con el Frente Occidental de Texas y California. En medio de esta lucha fratricida, los periodistas Lee Smith (Kirsten Dunst) y Joel (Wagner Moura) arriesgan sus vidas a cambio de una instantánea o una declaración que pueda cambiar el curso de la Historia.

 

La carrera de Alex Garland ha estado en constante evolución desde que se diera a conocer a mediados de los noventa con la publicación de su primera novela, La playa, la cual llevaría al cine Danny Boyle. Aunque no participó en la adaptación, le sirvió para guionizar más tarde 28 días después (2002) o Sunshine (2007), además de otros proyectos como la infravalorada Dredd (2012). De esta guisa, se fue labrando una reputación entre los amantes de la ficción distópica, quienes veían en sus lúgubres universos el futuro de un género sufrido. Debutó en la dirección con la inquietante Ex_Machina (2014), una obra visionaria donde ya advertía sobre los peligros de la inteligencia artificial; desde entonces, sufre el mal de Orson Welles. 

 

En esta oportunidad, Garland vuelve a asociarse con la productora A24 en un intento por atrapar de nuevo el genio en la botella. Para lograrlo, contará con un reparto sensacional en el que destacan estrellas del cine independiente como Kirsten Dunst o Jesse Plemons y talentos emergentes como Cailee Spaeny, reciente ganadora de la Copa Volpi en el Festival de Venecia por Priscilla (2023). Cuenta además con su equipo de confianza, entre los cuales cabe mencionar al director de fotografía Rob Hardy, conocido por trabajos de bellísima factura como Misión Imposible: Fallout (2018) o Devs (2020) —serie que recomiendo encarecidamente.


 

Civil War es de lejos la película más visceral de Garland, también su mayor proeza técnica, aunque no la obra que mejor lo representa. Como apuntaba antes, su cine se ha servido de la ciencia ficción para plantear cuestiones morales de candente actualidad; nos hacía partícipes de una discusión que reverberaba más allá de la sala. En esta ocasión, hace justo lo contrario: incrementa los fuegos de artificio en detrimento de un mensaje que no hace justicia a su formidable premisa y que aturde la mente más que la estimula con preguntas. El triunfo audiovisual sacrifica, en buena medida, el intelectual, algo imperdonable dado su currículum y el potencial subyacente del guion. 

 

Un guion escrito como de costumbre por el mismo Garland, quien aprovecha el morbo que provoca el hundimiento de una gran institución como cimiento para construir su hipótesis sobre un futuro sumido en el caos. No en vano, Civil War se promocionó con el eslogan 'Todos los imperios caen', una declaración de intenciones de un film pretendidamente elevado que cae en el típico sensacionalismo de un vendedor de carnaza informativa —como titular asustaviejas desde luego no tiene precio—. A pesar de lo cual, vista la cartelera, sería injusto tacharla de subproducto vendehúmos, pero sería igual de injusto equipararla con sus mejores obras. Garland vuelve a patinar sino como director, donde despliega todo su arsenal creativo, sí como autor ya que, al meter el bisturí en su ampuloso discurso, no se advierte más que ruido.

 

Verla en cines fue una experiencia ambivalente: por un lado, quedé absorto con el excelente suspense que ofrecen tanto Garland como su montador Jake Roberts, los cuales nos someten a un desgaste incesante gracias un manejo meritorio de la tensión, que va in crescendo hasta culminar en un tercer acto que es pura dinamita; por el otro, no dejaba de preguntarme si alguna vez abordaría alguno de sus temas con seriedad. Civil War conmociona con escenas de una crudeza terrible, ilustrando el horror de la guerra desde una perspectiva cuasi-documental como hiciera Los gritos del silencio (1984) o Salvador (1986). Nos introduce en las fauces de un lobo llamado Hombre y acto seguido nos abandona, sufriendo a cada paso que damos en esta 'road movie'  macabra, observando la depravación del ser humano a 24 fotogramas por segundo. Cuál fue mi sorpresa cuando, una vez despejada mi mente, me di cuenta que la brutalidad de sus imágenes palidecía en comparación con un subtexto dócil e inocuo.


 

Desgraciadamente, este machaque constante al que asistimos, aunque sea un material de primera para yonkis de la adrenalina, apenas tiene matices que justifiquen visionados posteriores y menos aún que nos lleve a reflexionar sobre el estado de las cosas. En ese sentido, Civil War es una soflama incendiaria de mecha corta, propia de un universitario que sufre ataques de verborrea precoz influido por el embrujo etílico. Y es que, a la hora de la verdad, sus personajes —tan misteriosos y sugerentes— no pueden evitar verse arrollados por las contundentes escenas de acción, mientras su supuesta tesis, que en un principio parecía el núcleo de la historia, queda reducida a una rabieta del director tras ver al radical cabeza de búfalo paseándose por el Capitolio como Pedro por su casa. Resulta frustrante que un ataque tan furibundo esconda una crítica tan mansa; la polarización es un hongo que pudre las raíces del árbol, eso todos lo sabemos, la cuestión es cómo combatirlo. 

 

La película jamás ahonda en los motivos que detonaron esta guerra ficticia. Tanto es así que, llegados los créditos finales, me era imposible explicar qué bandos participaban en la contienda ni qué diablos defendían —un descalzaperros, vaya—. Garland trufa el guion con conversaciones escuetas donde da leves indicios sobre el mapa político del país, como que Portland ha sido tomada por los maoístas —eso sí que es tirarse un triple, desde la cocina no, ¡desde el sexto anillo de Saturno!— o que al gobierno de la nación le ha dado el venazo autoritario —vete tú a saber por qué— y su presidente (Nick Offerman) se ha convertido en un enigma para la mitad de la ciudadanía y en el enemigo público número uno para la otra. Pero, ¿qué antecedentes empujaron a una nación sedentaria y moderna a matarse entre sí? Esta indeterminación nos hace creer la chiquillada de que las guerras ocurren porque sí, porque lo hizo un mago, pero la Historia, guerras incluidas, no es ningún truco de magia sino el resultado de una serie de sucesos explicados y explicables.


 

No obstante, más allá de las diferencias que tengo con su enfoque, reconozco que Civil War supone un salto directoral deslumbrante, que sitúa a Garland como uno de los realizadores con mayor pulso en Hollywood. Me recuerda, salvando las distancias, a otras cintas desasosegantes del estilo de Nightcrawler (2014) o Sicario (2015), las cuales creaban una atmósfera malsana y opresiva de la que era imposible escapar. Además, cuenta con el metraje perfecto: una hora y tres cuartos que funcionan como un tiro —más películas así, por favor—. Por su parte, la banda sonora mezcla la psicodelia electrónica de Silver Apples con el punk macarrilla molón de Suicide o la guitarra country del gran Sturgill Simpson en un batiburrillo excéntrico que apenas desfallece; Garland debió de divertirse buceando en su colección discográfica.

 

Por último, el apartado interpretativo es el que menos luce, precisamente por esa preponderancia de lo técnico sobre lo narrativo. De hecho, antes destacaría unos efectos de sonido magníficos: no recuerdo una ráfaga de pistola o de fusil que me afectara tanto como las que se escuchan en Civil War. Es un sonido atronador y de una fisicidad potentísima que produce auténtica congoja; me quito el sombrero ante el equipo de postproducción. Volviendo al terreno actoral, Kirsten Dunst comparte el peso dramático con una sorprendente Cailee Spaeny, ambas muestran complicidad en pantalla, aunque el guion desperdicie mayormente su talento. Más de lo mismo ocurre con el brasileño Wagner Moura y Stephen Henderson, encorsetados en papeles secundarios de escaso brillo. Distinto es el rol de Jesse Plemons, también secundario pero increíblemente efectivo; lo borda en los escasos minutos que interviene.

 

Civil War mira de reojo a obras maestras del género como Masacre. Ven y Mira (1985), Apocalypse Now (1979) o La infancia de Iván (1962), experiencias estremecedoras que mutilan el alma y sobrecogen el corazón. Lamentablemente, su evocador ensayo sobre el periodismo kamikaze en las guerras se ve menoscabado por un realizador sumido en la indefinición, incapaz de sobreponerse a sus ansiedades políticas. Estoy convencido de que Garland quiere contarnos algo, aunque no termine de expresarlo quizá por miedo a iniciar un conflicto, algo incomprensible cuando el espíritu de la película es visiblemente político. En su defecto, opta por cubrirnos de vísceras, mientras grita a los cuatro vientos “¡horror, horror!” en un alegato antibélico tan inocente como tu hijo de cinco años preguntándote por qué hay guerras en el mundo; oh Garland, hijo mío, no te preocupes por eso y sigue jugando con tus cámaras.


 

6/10: LA INSOPORTABLE VACUIDAD DE LA GUERRA.

2 comentarios:

  1. Anónimo4/30/2024

    Crítica genial !!!

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  2. Muchísimas gracias!! Me alegra que te haya gustado la lectura :) Saludos!!

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