Faltan pocos días porque las calles de pueblos y ciudades de Cataluña se llenan –además de los libros- de rosas para regalar. El 23 de abril es uno de los días más señalados del calendario catalán. Ahora bien, ¿de dónde viene la celebración del día de Sant Jordi como día de la rosa? Según la leyenda –en una de sus versiones–, la historia se remonta en siglos atrás a la villa de Montblanc, en la comarca de la Conca de Barberà. Un dragón feroz, con un aliento fétido y venenoso, se instaló en una pequeña cueva en las afueras del pueblo. Cada día, la bestia, famélica, tragaba las manadas de corderos de los campesinos y ganaderos de la villa y contaminaba el agua del riachuelo de la zona. Atemorizados por la presencia del dragón, el rey de la comarca convocó todo el pueblo en la plaza central para buscar una solución, porque si la bestia continuaba comiéndose los animales y contaminando los ríos, no podrían sobrevivir.
Ante el desconcierto, los ciudadanos de Montblanc acordaron entregarle cada día dos corderos para satisfacer las necesidades del dragón. Una medida que, aparentemente, funcionó, puesto que la bestia dejó de atacar las manadas de los montblanquinos y se quedó atrincherado en su cueva. Cada día le entregaban dos corderos. Y cuando ya no quedaban más, empezaron con bueyes y caballos. Ahora bien, cuando ya no quedaban más, los aldeanos se vieron enfrentados a un nuevo reto. El rey volvió a convocar todos los habitantes de Montblanc en la plaza del pueblo. Esta vez, pero, para sortear quién de los montblanquinos sería el escogido para convertirse en la ofrenda del dragón. La hija del rey era la encargada de hacer el sorteo. En medio de la plaza, cercada de todo el pueblo, la mano inocente de la princesa extrajo el nombre del primer habitante destinado al sacrificio. ¡Era el suyo! La princesa, pero, cumplió con su destino y, entre llantos, se despidió de sus padres y la gente de la corte.
Según relata la leyenda, la princesa llenó su zurrón y puso rumbo a la cueva del dragón, preparada para entregar su vida. De repente, pero, un joven caballero, de nombre Jordi, armado hasta los dientes y cabalgando un caballo blanco, se interpuso en su camino. A pesar de que la princesa le pedía que diera marcha atrás, Jordi hizo ver que no la sentía y, lanza en mano, puso rumbo a la madriguera de la bestia. El dragón, al ver que el hombre quería hacerle frente, empezó a montar en cólera. La lucha, según la leyenda, fue cruda y enconada. Entre las llamas y el aliento fétido de la bestia, pero, Jordi consiguió clavarle su lanza bajo el ala izquierda, justo en el punto en que se encontraba el coro del dragón.
La rosa roja que floreció de la sangre
Después de la estocada precisa, el caballero ligó la bestia con el ceñidor de la princesa y lo llevó, arrastrado, por los bosques y caminos que llevaban en Montblanc. Allá, todos los habitantes se habían concentrado en la plaza por plañir la muerte de la joven doncella. Al verlos llegar, pero, se llevaron una grata sorpresa. La bestia, malherida, ya no era una amenaza. Ante las miradas de los montblanquins, Jordi levantó su lanza y la clavó en el coro de la bestia, la estocada que fue mortal. Según la leyenda, de la balsa de sangre que se formó a los pies del dragón, nació instantáneamente un rosal rojo. Sant Jordi se arrodilló para cosechar una, la entregó a la princesa y marchó, tierras allá, hasta casa suya. Había muerto el dragón. Siguiendo esta leyenda, cada día de Sant Jordi, las calles de pueblos y ciudades de Cataluña se llenan de rosas para celebrar el mito del patrón de Cataluña y continuar con la tradición de regalar rosas.
