REAL ACADEMIA MATRITENSE DE HERÁLDICA Y GENEALOGÍA
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DE

HERÁLDICA Y GENEALOGÍA

El rey consorte Francisco de Asís Una aproximación en el

II centenario de su nacimiento

Por

Jonatan Iglesias Sancho

1

MADRID MMXXII

1 Licenciado en Historia por la Universidad de Málaga, cronista local de Villanueva de

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«¿Qué pensarías tú de un hombre que en la noche de bodas tenía sobre su cuerpo más puntillas que yo?» Esta pregunta, según se ha repetido en numerosas ocasiones, la formuló la reina Isabel II al marqués de El Muni, embajador español en París, ciudad en la que vivía exiliada. Dejando de lado que no existe prueba documental que la sustente, la frase encarna todo lo que el rey Francisco de Asís ha representado (y lo sigue haciendo) para el conjunto de la opinión pública. Su figura, igual que la de su esposa, ha sido tremendamente ridiculizada y caricaturizada a través del sexo: ella como una ninfómana y él como un marido engañado y homosexual. Triste, pero cierto. El rey Francisco es una figura casi invisible a pesar de haber vivido ochenta años, y aún en pleno siglo XXI es recordado por las famosas coplillas (que tampoco fueron tantas) o por el apelativo de Paquita (del que no hay constancia alguna que se usase).

Francisco, un hombre escasamente investigado, ha quedado arrinconado a un segundo plano, pues Isabel II se ha llevado siempre todo el protagonismo. Y peor aún, tantos bulos y chismes, unidos a esa típica leyenda negra que rodea a estos personajes, ha provocado que en el imaginario colectivo exista una imagen de él que, a veces, se aleja de la realidad.

¿Quién era Francisco de Asís? ¿Cómo es posible que nadie haya reparado en él a pesar de ser el único rey consorte que ha tenido España? ¿Qué hay de cierto en todo lo que se cuenta sobre él? Responder a estas preguntas, y a otras que puedan surgir, es complicado. Pero hoy, cuando se cumplen 200 años de su nacimiento, vamos a intentar sacar a Francisco de esa oscuridad en la que la historiografía lo ha sumergido y presentarlo bajo la luz de la investigación documental, aunque sea someramente.

Y para ello no podemos acercarnos a ninguna fuente bibliográfica, pues el único libro que existe sobre el rey es Francisco de Asís de Borbón y Borbón. La peripecia íntima, secreta y sentimental del esposo de Isabel II, un rey consorte afeminado y blando. Una obra publicada en 1995, medio novelada, con cartas mal transcritas y otras inventadas, que no hace sino repetir los mismos tópicos que se arrastran desde hace muchos años, con situaciones sacadas de la imaginación del autor.

Por eso, para tratar a Francisco debemos entrar en los archivos históricos, en la correspondencia personal, no solo de él sino de sus allegados, en los periódicos y memoriales, para poder dibujar al que fuera el marido de la reina por excelencia del siglo XIX español. No vamos a contar lo que es fácil de buscar, como que nació en el Real Sitio de Aranjuez el 13 de mayo de 1822 o quiénes eran sus padres. Eso cualquiera

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puede averiguarlo fácilmente. Vamos a intentar ir un poco más allá, pues ya que es poco lo que se sabe del rey Francisco, contemos aquello que es menos sabido o completamente desconocido.

Lo primero que debemos tener en cuenta es el seno familiar en el que nació. Como hijo de los infantes Francisco de Paula y Luisa Carlota, creció en una familia numerosa (fueron ocho hermanos), cuyos padres estaban rodeados de una leyenda que los

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por cuarta vez con la princesa duosiciliana María Cristina, tía materna de Francisco. Un matrimonio del cual nacieron dos hijas, la futura Isabel II y la infanta Luisa Fernanda, hecho que sería la antesala de las llamadas guerras carlistas.

Luisa Carlota, una mujer de armas tomar, planteó desde muy temprano que la princesa Isabel, destinada a convertirse en reina de España, tenía que casarse con uno de sus hijos, o bien Francisco, que por aquel entonces era duque de Cádiz, o bien Enrique María, duque de Sevilla. Unas maniobras que prosiguieron tras la muerte de Fernando VII en 1833, por las cuales Francisco de Paula y Luisa Carlota llegaron a rechazar para sus hijos a otras candidatas, como la princesa Januaria del Brasil.

Pronto llegaron las tensiones y la reina María Cristina, convertida en gobernadora de España durante la minoría de edad de su hija, tomó la decisión en 1838 de expulsar del reino a su hermana, cuñado y sobrinos. Así, con 16 años, Francisco de Asís vivió su primer destierro, pasando a vivir con su familia en el barrio parisino de Faubourg Saint- Germain. Esto llevó su vida a una dimensión distinta, pues él y su hermano Enrique fueron matriculados en el Lycée Henry IV (los primeros infantes en estudiar en una institución educativa) y empezaron a tener relación con la familia real francesa, pues la reina Amelia de los franceses era tía de la infanta Luisa Carlota.

Como durante el exilio el dinero escaseaba, apareció en el horizonte otra candidata idónea para Francisco en la persona de la princesa Clementina de Orleans, hija de los reyes de los franceses. Aunque eso no impidió que desde Francia sus padres siguieran intentando meter baza en la espinosa cuestión de los matrimonios españoles, como se llamó a todo lo que se movió alrededor del matrimonio de la joven Isabel II. Aquí entramos en una cuestión importante ¿Hasta qué punto Francisco tuvo que ver en estas maniobras? Difícil de saber, aunque algo de implicación tuvo.

En el año 1840 firmó con el londinense de origen bilbaíno Fermin Tastet, un curioso documento en el que pedía su influencia y sus contactos para fomentar el proyecto de enlazarse con su augusta prima. Y, entre otras cosas, el documento decía: «me obligo y me comprometo, además de las recompensas y distinciones que en el orden regular de las cosas, Tastet y sus cointeresados habrán de esperar de la Corona, a pagar a dicho Tastet, después de realizado mi matrimonio, tanto como indemnización por los servicios que ya me ha prestado y los que están por prestar, como para colmarle de los adelantos de dinero que algunos de estos servicios ya le han exigido, la suma de ocho millones de francos». En el documento constaban también las firmas del infante

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Francisco de Paula y del conde de Parcent, una especie de Godoy venido a menos que actuaba como jefe de la casa de los infantes.

Tastet fue uno de los curiosos personajes que siempre rodearon a Francisco, pues aseguró su apoyo a varios liberales, pero también hizo empréstito a los carlistas. En estos años la familia real carlista se encontraba exiliada en la ciudad francesa de Bourges, atentamente vigilada por el rey Luis Felipe. Puede que en el exilio las tensiones familiares se relajaran, pues Francisco de Paula y su hermano Carlos María (el Carlos V de los carlistas), entraron en contacto. Muy curioso este hecho, ya que Francisco de Asís, pese a haberse criado en el seno de una familia rodeada de esa leyenda liberal y apoyada por el sector progresista, y, pese a haber sido educado en la burguesa corte orleanista, fue durante gran parte de su vida un carlista convencido. Pero no adelantemos acontecimientos.

Francisco en esta época empezó a erigirse como un punto de apoyo para la mayoría de sus hermanos, sobre todo a raíz de un episodio que trastocó a la familia. La hermana mayor de nuestro protagonista, la infanta Isabel Fernandina, huyó con un conde polaco llamado Ignacy Gurowski, con una malísima reputación, siendo la comidilla de la buena sociedad parisina. Pronto esta historia corrió por las cortes europeas cual folletín decimonónico y, en un inicio, el único de la familia que dio apoyo a Isabel Fernandina fue Francisco, que acudió a Dover (Reino Unido) a la boda de su hermana con Gurowski.

Justo en momentos en los que sus padres volvían a España para fomentar su enlace con Isabel II. En mayo de 1842, Francisco fue nombrado capitán de los húsares de la princesa y entró a España con 20 años, tras cuatro años de exilio, advirtiéndole su madre en carta que tenía que «ser afable con todos sin bajeza, tener el mayor cuidado en que no te cojan en ningún compromiso político, pues nuestra posición, es menester no hacerse ilusión, es sumamente falsa y critica y de un paso imprudente puede resultar el que toda nuestra familia se hunda para siempre».

Ya a estas alturas estaba más que claro que el favorito de sus padres para la mano de la reina niña no era otro que Francisco, por ello fomentaron que Isabel II lo conociera.

Ella, tan necesitada de cariño, estaba encantada con las visitas de sus tíos, y cuando le fue entregado un retrato de Francisco, se ilusionó. Y esto es algo que casi siempre se omite: Isabel II se ilusionó al pensar que su primo quería casarse con ella, aunque lo

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recordaba vagamente, pues la última vez que lo había visto ella tenía 8 años. La prensa liberal sacó gran partido al posible enlace entre los primos:

“El infante de España don Francisco de Asis jóven de 20 años, instruido con las ideas liberales, capitan de caballería, comandante de la Milicia nacional, habiendo renunciado voluntariamente el grado de capitan general de los ejércitos, cuyo uniforme de la Milicia nacional se le vé frecuentemente llevar con orgullo, aquel distintivo de los ciudadanos armados por la libertad para defender los derechos del pueblo cuya amabilidad es tan justamente celebrada. Este Infante español es indudablemente el que conviene a los intereses de España y a su libertad: a sus intereses porque como verdadero español no puede menos de mirar para su patria porque debe conocer que la riqueza de una nacion no está en tener llenas las tesorerías y miserable al ciudadano, si es en que los ciudadanos se hallen con recursos para poder entregar las que las necesidades que el estado reclamen. Y a su libertad porque sabe que en España se debe el primer esfuerzo para restablecerla a la decision de sus padres en la Granja, en cuyas buenas ideas han continuado educándole, sabe a precio de cuanta sangre la hemos adquirido y que en el interés del trono al que la voluntad del pueblo le une, está tambien el conservarla y hacer felices a los pueblos”.

La proximidad de sus padres con el liberalismo hizo pensar a muchos que Francisco era liberal, algo que, por supuesto, fue aprovechado. La reina Isabel, que tenía unos 12 años, participó poco en estos asuntos, pero recibió de buen grado una pulsera de oro con piedras preciosas que le regaló su primo y que guardaba en su interior un mechón de pelo de Francisco. Ni que decir tiene que este regalo no gustó nada al entorno de la reina madre María Cristina, que recomendó a la joven soberana que no se pusiera la pulsera hasta que fuera mayor de edad.

No podemos entrar aquí a desmenuzar todo lo que se llevó a cabo alrededor del matrimonio de Isabel II. Basta decir que, en 1844, con la muerte de la infanta Luisa Carlota, parecía que las oportunidades de Francisco disminuían enormemente, hasta el punto que la reina madre vio la candidatura de su sobrino como totalmente acabada.

Pero se equivocaba, pues en 1846 ya estaba casi claro que Francisco de Asís sería el próximo rey consorte de España.

En eso tuvo mucho que ver la política de Luis Felipe de los franceses, que consiguió proponer en matrimonio a su hijo menor, Antonio de Orleans, duque de Montpensier, con la hermana de la reina, la infanta Luisa Fernanda, presunta heredera al trono.

Siempre se ha dicho que el rey francés sabía perfectamente que Francisco no podría

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tener descendencia porque era homosexual, asegurándose así que su hijo pudiera llegar a ser rey de España. Curioso que él, descendiente de aquel Felipe de Francia, duque de Orleans y hermano menor de Luis XIV, hiciera tal afirmación. Su antepasado era conocido por su homosexualidad, travestismo y excentricidad, teniendo varios amantes masculinos, pero también siete hijos de los dos matrimonios que contrajo. ¿Acaso un homosexual, por el mero hecho de serlo, no puede tener descendencia? Ese es un argumento demasiado pobre para afirmarlo así, aunque se haya repetido tanto que ya parezca verdad absoluta.

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Apartando la presunta homosexualidad de Francisco, que abordaremos líneas más abajo, tal vez se acerque más a la verdad la supuesta enfermedad que se le suponía. Se ha dicho que tenía hipospadias, que no es otra cosa que un defecto de nacimiento por el cual la uretra se encuentra en la parte inferior del pene, y, según dónde esté, puede dificultar la fertilidad del que la padece. De ser cierto, no sería el primer miembro de la realeza en tener esta enfermedad, pues el rey Enrique II de Francia también la padeció y gracias a sus médicos y a los tratamientos de esa época (siglo XVI) logró tener diez hijos con su esposa.

Sin embargo, podría ser necesario añadir una teoría más ¿Y si Francisco padecía algún tipo de intersexualidad (lo que se conocía como hermafroditismo)? En algunos casos puede producir infertilidad y, por supuesto, un desorden hormonal que puede provocar un sinnúmero de síntomas. Más aún en épocas en las que estos temas eran tabúes y no existía operación alguna. Tal vez de ahí venga la voz tremendamente aflautada de Francisco o su escaso vello. Ya se ha planteado esta hipótesis con la reina Cristina de Suecia, así que sería bueno pensar en ello con Francisco, aunque por supuesto, sin ningún tipo de estudio genético, es una mera hipótesis más.

Volviendo al tema de la boda, como hemos dicho más arriba, para 1846 ya era casi obvio el matrimonio. Se ha dicho también que el pueblo estalló en chismes, canciones y coplas, al saber que su reina, que disfrutaba de gran popularidad, se iba a casar con Paquita Natillas. Eso, al ser de tradición oral (pues en prensa no hay nada reseñado de esas chanzas o del enorme malestar popular que se asegura), es difícil de demostrar.

Realmente Francisco de Asís era tomado por liberal y era hijo de los infantes más populares de la casa real.

Pero en este asunto siempre se ha tratado de ridiculizar tanto a Francisco como a Isabel, igual que siempre se ha visto el desacuerdo de ella cuando le dijeron que se casaría con su primo: «¡Con Paquita no!», dicen que profirió (otra cosa imposible de demostrar, pero que se ha tomado como realidad sin pruebas). Si revisamos la correspondencia de Isabel II con su madre, en la que no nos podemos detener ahora, veríamos que la realidad fue otra. Cierto que Isabel II no quería casarse con su primo, pero los hechos no ocurrieron como la tradición popular ha transmitido.

Indudablemente la protagonista de una boda siempre ha sido la novia ¿pero qué pensaba el novio de todo esto? Veamos qué escribía Francisco a su primo carlista Carlos Luis, conde de Montemolín, tres meses antes de casarse con la reina:

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«Mi muy amado Primo: el cariño que en todas ocasiones nos has acreditado, y el sincero afecto con que yo correspondo a tus pruebas de amor, me dan, creo bastante libertad para hablarte de un asunto que habria dejado pasar siempre en silencio, si las circunstancias y mi conciencia no me obligasen a hacerte ocupar de él. […] Haceme dicho que uno de los pensamientos de la Corte de las Tullerias en las presentes circunstancias, es tu matrimonio con mi Prima. Creo que poniendo los ojos en ti, se ha dado un gran paso hacia la reconciliacion que tu debes desear ardientemente, sea como Cristiano, sea como Principe: Conozco tambien que para llegar a tan feliz resultado se consignan de tu persona costosos sacrificios, y jamas ni como hombre, ni como Principe te aconsejaré que consientas en cosas que pudieran manchar tu nombre, pero no puedo menos de hacerte observar que de ninguna manera debes dejar pasar ocasiones que una vez perdidas no buelben jamas. […] Si te empeñas en conseguirlo todo, todo lo pierdes; y nada estraño seria que los que hoy te apoyan al ver tu obstinacion se bolbieran acia mi, considerándome como el primero despues de ti ¿Que haría yo entonces? Perder esta coyuntura y dejar el puesto libre a un estranjero?

Jamás me decidiré a obrar de ese modo. Mientras mi querido Primo, en quien reconozco derechos superiores a los mios, esté delante de mi, me mantendre tranquilo como hasta ahora. Pero si tu matrimonio viniera a hacerse imposible por las causas que indico, creo que mi conciencia (no hablo de mi interés pues un Trono nada tiene de seductor) me manda, me obliga a no esponer la España a un nuevo conflicto. Te hablo con esta franqueza por que debo hacerlo, y por que si no lo hiciera, faltaria al amor que te profeso, y lo que mas a mi conciencia».

Toda una declaración de Francisco que dejaba dos cosas muy claras: la primera su acercamiento a la familia carlista; y la segunda, que acabó aceptando el matrimonio por meras convicciones de Estado e impedir que un extranjero (Leopoldo de Sajonia- Coburgo y Gotha), se sentara en el trono. Así, con los novios contrariados y sin muchas ganas de casarse, se realizó la boda en el Palacio Real el 10 de octubre de 1846; él tenía 24 años y ella cumplía ese mismo día los 16. Francisco de Asís se convertía en el primer rey consorte de la Historia de España.

Fue un matrimonio, como tantos otros en el mundo de la realeza, en el que la política y los intereses de la Corona pasaban por encima de cualquier otra cosa. Los reyes y príncipes se casaban sin rechistar. Con Francisco e Isabel II ocurrió algo parecido, pero en este caso, se unieron dos personas completamente opuestas y que no tenían casi nada en común. Y, como era de esperar, pronto empezaron los problemas.

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La cuestión de Palacio fue como se llamó a la separación de los reyes ocurrida en 1847, en la que Isabel II y Francisco de Asís pasaron a vivir en residencias separadas. Esto ha sido estudiado (aunque es poco conocido), así que no entraremos mucho en la cuestión, aunque sí hay que decir que esta separación sirvió, entre otras cosas, para romper la frontera entre la vida pública y la vida privada de la familia real. Durante esos hechos, la prensa informaba casi día a día del asunto de la separación y se hablaba sin tapujos de la relación entre la reina y Serrano, el llamado general bonito.

Como siempre, se le ha dado más importancia a Isabel II y la rebeldía en la que cayó en ese período, casi dejando a un lado a otro protagonista principal, que fue Francisco. Él marchó al palacio de El Pardo y hasta llegó a realizar un comunicado público a los españoles, explicando sus motivos por los que se mantenía firme en su actitud de no querer volver con su esposa. Apoyando y fomentando estas ideas estaba junto al rey un individuo llamado Martín Rodón. Este fue otro peculiar personaje que llegó a tener una extrema influencia sobre Francisco, pues ya no solo en la cuestión de palacio, que se solucionó con el alejamiento de Serrano de la corte y también de Rodón (aunque por poco tiempo), sino en otros asuntos.

En 1849 Francisco convenció a su mujer para que nombrara presidente del Consejo de Ministros al III conde de Clonard, del ala más conservadora del Partido Moderado. Este fue el llamado ministerio relámpago que duró unas veintisiete horas y que provocó un auténtico caos. Este ministerio sirvió casi para hacer pública a toda la camarilla del rey.

Y es que Francisco tenía a su alrededor a una auténtica camarilla, heredera de aquellas de Fernando VII, compuesta por personajes carlistas y conservadores, cada cual más extraño.

A las horas de ser destituido Clonard, muchos miembros de esa camarilla fueron arrestados, como el propio Martín Rodón (a quien no hacía mucho se le había concedido el ingreso en la orden de Isabel la Católica), el padre Fulgencio López (a quien le revocaron la gran cruz de Carlos III) y hasta la misteriosa sor Patrocinio, la famosa monja de las llagas. Aun así, Martín Rodón fue puesto en libertad y siguió siendo secretario del rey hasta 1851, cuando intentó hacer política en Barcelona.

Dentro del Palacio Real, Francisco quería tener su poder, pues hay que decir que la existencia de un rey consorte era algo nuevo en España, y en ningún momento se le dejó claro cuál sería su papel. No podemos entrar a pormenorizar la vida de Francisco como rey consorte, pues necesitaríamos mucho más espacio para ello debido a la

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complejísima vida política del reinado isabelino. Sí sería necesario dejar constancia que el rey, siempre que pudo, trató de entrar en contacto con los carlistas para o bien buscar un reconocimiento de su esposa por parte de ellos, o bien para tratar de unir a ambas ramas de la familia.

Y es que, como hemos dicho, Francisco no era nada liberal. Al contrario, cuando en 1854 estalló la revolución en Madrid y un enorme grupo de manifestantes se acercó al palacio entonando el himno de Riego, Francisco salió al balcón para ordenar al general Ahumada que hiciera retroceder de inmediato a la turba. Viendo el panorama, y según los memoriales entregados, espetó: «Vienen a buscarte a ti querida (señalando a su esposa) y a usted tía (señalando a la reina madre María Cristina). Yo aquí tengo poco que ver».

Mucho más polémico fue el asunto de los hijos que tuvo el matrimonio. Oficialmente, Isabel II tuvo con su marido doce hijos, aunque la mayoría fueron abortos, nacieron muertos o no pasaron de la infancia. Los que sobrevivieron fueron la infanta Isabel la Chata, el príncipe Alfonso (futuro Alfonso XII), la infanta Pilar, la infanta Paz y la infanta Eulalia. ¿Eran o no eran hijos de Francisco? Esta pregunta sin un estudio de ADN es imposible de responder. Pero aquí se mezclan también muchas historias que a veces se contradicen.

Por un lado, se ha dicho que el matrimonio nunca consumó, algo absurdo de pensar, pues intentarlo lo tuvieron que intentar. En su biografía Isabel II, reina de España, Pierre de la Luz señala que, con algunos nacimientos, Francisco ordenaba hacer una máscara de yeso para ver si el recién nacido se parecía a él ¿En qué quedamos entonces?

Puede que Francisco tuviera dudas de la paternidad, pero si las tenía era porque debían mantener vida conyugal, por mínima que fuera. Sí hubo un hecho remarcable y fue cuando casi se negó en 1853 a reconocer a la infanta María Cristina, cuarta hija del matrimonio y que solo duró dos días, pero no está claro si fue porque sospechaba de la ilegitimidad o si lo hacía para presionar a su esposa. Desde luego sí hay algo cierto en todo esto, es que Francisco presionaba a su esposa cada vez que podía. Caso aparte, en referencia a la legitimidad de sus hijos, es el de Alfonso XII, pues los rumores sobre que el rey no era su padre llegaron a la Santa Sede, a través del nuncio apostólico, hasta el punto de que el papa Pío IX tuvo sus reticencias para aceptar ser padrino del príncipe.

Pero algo que trajo no poco escándalo, aunque en ningún momento se hizo público el nombre del rey, fue el llamado asunto Meneses. Antonio Ramos de Meneses fue el personaje por excelencia al lado del rey Francisco, pero nadie se ha atrevido aún a situar

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nacimiento, tuvo cierta entrada en Madrid de la mano de una sobrina del papa Pío IX y hacia 1863 ya reclamó el título de duque de Baños, que según él le correspondía por familia y que le sería concedido años después.

A finales de ese año fue elegido diputado por el distrito de Valderrobres (provincia de Teruel), desplazando al unionista Ramón Membrado. Fue elegido por unanimidad de votos, lo que levantó muchísimas críticas porque hasta ese momento nadie conocía a Meneses de nada, aunque algunas voces afirmaban que detrás de él había una poderosa mano. Todos se preguntaban quién era aquel hombre que debía tener una renta de más de 12.000 reales de vellón (lo que pedía la ley electoral para poder ser elegible) y que hacía muchos viajes a Aranjuez. Llegaron a llamarlo en algún momento el sostén del ministerio, y para 1866 fue nombrado gentilhombre de Francisco y más tarde su secretario.

Por aquellos años era descrito como «un hombre alto, delgado, barba negra, ojos expresivos, algo pálido, porte de gran señor y sumamente correcto: un tipo de novela romántica». ¿Era o no el amante del rey Francisco? Eso es muy difícil de calibrar y menos aún afirmar categóricamente, sin antes hacer una buena labor de investigación.

Cierto es que desde que Meneses apareció en la escena pública y fue nombrado secretario del rey, no se separó de él más que para hacer algún que otro viaje puntual, pero siempre para representar a Francisco. Y en el exilio, Meneses lo acompañó, viviendo siempre juntos y viéndoseles pasear por las calles de París. Incluso Francisco eligió una señora que encontró apropiada como esposa para que Meneses regularizase una situación conyugal, Luisa Ernestina de Saint-Etienne.

Ahora bien, si queremos ceñirnos a la realidad, no podríamos decir que Meneses, en el caso de que hubiera algún tipo de relación más allá de la amistad entre ellos, fuera un amante cualquiera. Más que un amante sería una especie de pareja. Dentro de la categoría de amantes entraría Martín Rodón o incluso la soprano francesa Hortensia Schneider o la condesa de Campo Alange, de quienes también se afirmó que mantuvieron relaciones íntimas con el rey consorte. ¿Homosexual? ¿Bisexual? No resulta sencillo aclararlo.

En septiembre de 1868, estalló en España la Gloriosa, una revolución que vino a expulsar del trono a los Borbones. Isabel II, Francisco y sus hijos, no tuvieron más remedio que abandonar el reino y asentarse en Francia, bajo el amparo de Napoleón III y Eugenia de Montijo. En París Isabel II compró el conocido palacio Basilewski, en la

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avenida Kepler, que fue bautizado como Pavillon d’Isabelle (más tarde sería conocido como el palacio de Castilla). Francisco vivió poco tiempo en él, pues estaba decidido a hacer algo que no pudo hacer mientras vivió en España: separarse de su esposa.

Los abogados de ambos se pusieron de acuerdo en los términos de la separación, confirmados luego mediante una sentencia arbitral en 1870, por la que se establecía que Isabel II pagaría a su esposo una renta de 150.000 francos anuales y que Francisco tenía un régimen de visitas de sus hijos de dos veces por semana. A partir de aquí a Francisco casi se le pierde la pista. Los pocos y parcialmente estudios que hay sobre los Borbones en el exilio se han centrado en Isabel II y en el futuro Alfonso XII, apartando nuevamente a Francisco de la escena. Y lo poco que se ha (mal)contado, es muy confuso.

Francisco abandonó el palacio de Castilla junto a su medio hermano, el duque de San Ricardo (un hijo que el infante Francisco de Paula tuvo de un segundo matrimonio y del que el rey Francisco se hizo cargo como si de un padre putativo se tratara). Francisco y él marcharon a Múnich, donde vivía su hermana Amalia, casada con el príncipe Adalberto de Baviera. De allí pasaron al Reino Unido y después a Bélgica, donde se enteraron de los disturbios de la Comuna, que propició el descalabro del II Imperio francés.

En Bruselas alquiló un palacete en la rue de Maria Thérèse y se planteó quedarse a vivir en Manilas, pero finalmente en 1871 volvió a París, alquilando una residencia en la zona de Faubourg Saint-Honoré. Durante ese trasunto, ocurrió en España el famoso Duelo de Carabanchel, en el que el duque de Montpensier y el duque de Sevilla, hermano de Francisco, se batieron en duelo, muriendo el último. Enrique dejó a cuatro hijos totalmente desamparados, pero Francisco acudió en su auxilio, escribiendo un telegrama al mayor de sus sobrinos, diciéndole: «Cumple con tu deber, despues del duelo ven a Paris; mis brazos te aguardan».

También en ese año de 1870 se produjo en el palacio de Castilla la abdicación de Isabel II en su hijo Alfonso, un acto al que Francisco no acudió. La reina madre María Cristina recriminó a su hija que no se hubiera invitado a Francisco, pero la prensa pronto dijo que su ausencia fue debida a su negativa a acudir al acto. Poco después él negaría tajantemente esos rumores y escribió a Ignacio José Escobar, director del periódico La Época: «Es completamente inexacto haya tenido yo conocimiento, y menos aun participado, en el acto celebrado el sábado 23 del actual en el palacio de S.M. la Reina

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comuniquen respecto a mi persona antes de darlas al público, para evitarme tener que molestarle con mis rectificaciones».

Poco se inmiscuyó Francisco en asuntos políticos, aunque estaba bien informado de lo que sucedía en España a través de algunos amigos, como Ángel Vallejo Miranda, otro de esos personajes raros que lo rodeaban, muy cercano a Prim y afín a La Gloriosa.

Francisco prefería viajar de incógnito con su título de conde de Moratalla por Europa, visitando Londres, ciudad que le encantaba, o Viena, donde se reunió varias veces con el duque de Madrid, pretendiente carlista.

En otoño de 1872 pasó a residir en la rue Lesueur, en una propiedad de Meneses, donde su hermano San Ricardo murió en enero del otro año. Ya por esos entonces se trabajaba activamente por la restauración monárquica en la persona de Alfonso XII, que fue enviado a estudiar al prestigioso colegio Theresianum, en Viena, muy del gusto de Francisco. Para dar cierta imagen de unidad, se planteó que los reyes volvieran a convivir, cosa que Alfonso deseaba, aunque era imposible. El nuncio apostólico en París, sor Patrocinio y la propia Isabel se presentaron en la rue Lesueur para intentar convencerlo, pero Francisco se negó rotundamente.

Por fin en 1874 Alfonso XII fue proclamado rey de España y cuando entró en Madrid a lomos de su blanco corcel, allí estaba Meneses en representación de Francisco. No hubo una mala relación entre Alfonso XII y su padre en ningún momento, y aunque Francisco fue durante casi toda su vida un padre bastante ausente, a su forma se preocupaba de sus hijos, escribiéndoles consejos, enviándoles regalos y recibiéndolos siempre que quisieran verlo.

Solo hubo un punto en el que Francisco se enfrentó a su hijo: el reconocimiento del ducado de Baños que tenía Meneses. El ducado fue concedido poco antes de La Gloriosa, y Cánovas del Castillo quería suprimirlo, en su empeño de hacer olvidar los errores cometidos. Ahí sí que Francisco montó en cólera y escribió enfurecido al marqués de Novaliches para que indicara a Alfonso: «mi rompimiento absoluto con mi hijo y todas las demás consecuencias de ese hecho. Alfonso que entra en las mejores condiciones tiene sin embargo como la estatua de la biblia los pies de barro y no sería bueno una pequeña bolita que viniese a dar en ellos». Finalmente, Meneses siguió siendo el duque de Baños.

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Más allá de eso no hubo enfrentamientos. En 1878 Francisco volvió a España para acudir a la boda de su hijo con la infanta María de las Mercedes, actuando como padrino junto a su suegra, la ya anciana reina María Cristina, que moriría poco después, representada por la infanta Isabel. Ese año también, Francisco de Asís ostentó la representación de su hijo en la Exposición Universal que se realizó en París y, se acabó.

Aquí finalizaron las actuaciones de Francisco para con la Corona española restaurada.

Él quería vivir una vida retirada en París, sin molestar a nadie y sin que nadie le molestara. Incluso empezó a tener una buena relación con su esposa, con quien se le podía ver en el teatro, paseando por el parque o tomando café. Por esos años circulaba por Francia un extraño hombre, que a veces se hacía llamar conde de Blac, y que afirmaba ser hijo ilegítimo de Fernando VII. Más de una vez intentó acercarse a Francisco y empezó a fanfarronear en los salones diciendo que el rey padre lo llamaba primo. Inmediatamente Francisco se reunió con él para pararle los pies. No quería escándalos.

También fue durante toda su vida, y más en esta época, un eje de unión y un gran factótum de sus cinco hermanas, aunque con algunas tuvo sus más y sus menos. Se encargó de enviar mensualmente dinero a la mayor, Isabel Fernandina; tuvo buena relación con Luisa Teresa, duquesa de Sessa, a quien vio bastante durante el exilio ya que ella vivió mucho en Francia; con la infanta Pepita, su hermana liberal, tuvo algunos problemas, aunque prohijó a sus hijos, con quienes tuvo buena sintonía. Las dos que menos quebraderos de cabeza le dieron fueron su hermana Cristina, a quien quiso cuidar una vez se quedó viuda, y su hermana Amalia, princesa de Baviera. Estas hermanas son otras desconocidas para el gran público, enviadas al más oscuro ostracismo por la historiografía, pero como apunte decir que este año se publicará un libro conjunto de Ricardo Mateos Sáinz de Medrano y del autor de este artículo, que aborda con detalle las vidas de estas infantas.

Ya en la ancianidad, su pensamiento carlistón y conservador se fue moderando poco a poco y tal como él decía: «soy hijo del popular infante D. Francisco de Paula y de la inmortal doña Luisa Carlota, cuyos nombres no pueden ser olvidados de los que se precian de amantes de la libertad».

Un duro golpe vino en 1882. En abril de ese año, Meneses tuvo una especie de parálisis y una noche se arrastró hasta la cama de Francisco para pedirle ayuda. Un mes después,

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«Hombre de antecedentes misteriosos, de vida incomprensible y de hechos novelescos, ha logrado dejar el mundo con circunstancias tan extrañas como los actos de su vida;

subió desde simple particular, y sin que se sepa por qué, á millonario, á duque, á grande de España, y tuvo grandes cruces y cuanto quiso; su voluntad llegó á ser incontrastable». Fue enterrado en París (en mayo de 1885, su cuerpo y el de su esposa fueron trasladados a Morón de la Frontera, donde se hallan en la actualidad) y la misma noche del entierro, Francisco marchó a Épinay-sur-Seine, el último lugar donde residiría.

Recluido y olvidado, Francisco de Asís, pasó a vivir en el llamado château du Roi François, donde vivía como usufructuario al ser propiedad de Alfonso XII. En Épinay fue un personaje muy respetado, como un gran señor del lugar. Allí estuvo cuidado por Rafael Palomino, casado con una prima de Meneses, que se convirtió en el nuevo jefe de su casa, sustituido tras su muerte, en 1899, por su hijo, también llamado Rafael Palomino, que cuidó a Francisco hasta su muerte en abril de 1902.

Francisco murió de una pleuroneumonía, inválido, casi ciego y tal vez con principio de demencia. Al fallecer se encontraban con él su hija la infanta Isabel la Chata y Palomino, pues la reina Isabel II se hallaba en París con sus hijas Eulalia y Paz, dispuestas a partir a Épinay, pero no llegaron a tiempo.

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Como rey de España, su cuerpo fue trasladado a El Escorial, en medio de una gran ceremonia que se realizó en Épinay: «La aparición del féretro sobre el pórtico, frente al jardín, con árboles ateridos como si un viento helado soplara sobre todos, las almas y las cosas, fue algo conmovedor que removía las tristezas más hondas. Colocado el féretro en el coche fúnebre, las puertas del castillo volvieron a cerrarse. Por las avenidas del jardín, bajo las ramas todavía sin hojas, en medio una ceremoniosa soledad, la lúgubre comitiva, siguiendo la mortuoria carroza, desfiló en silencio hacia la estación próxima, también camino del Escorial».

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Francisco de Asís de Borbón y Borbón fue un auténtico juguete roto de la Historia de España. Lo que más ha destacado siempre de él para el común de los mortales ha sido su homosexualidad, por la que aún en nuestros días, sigue siendo ridiculizado. Igual ocurre con su esposa, tratada a veces con auténtica misoginia cuando se escribe sobre ella. Es más que necesario eliminar la leyenda negra que lo envuelve (a él y a todos los personajes que lo rodean), sin caer tampoco en la leyenda rosa, limpiando la imagen desfigurada que tenemos de la figura de Francisco, que, por cierto, nunca fue Paquita, sino Paquito.

Estamos ante un personaje muy difícil de investigar debido a su complejidad y también a la escasez de datos que han trascendido sobre él. No obstante, si se sabe buscar bien, encontramos mucha información que espera, dispuesta a ser contada. Aquí presentamos un resumen escueto de su vida. Sin duda, Francisco se merece mucho más que una repetición automática de tópicos sin contrastar.

Referencias

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