Allá por el sombrío año de 1985, cuando Konstantin Chernenko murió apenas trece meses después de Yuri Andropov, y un tal Mijail Gorbachov se convirtió en el jefe de la URSS, que entonces todavía era un país que supuestamente duraría para siempre, Jiří Dienstbier, uno de los más inspiradores disidentes de la Carta 77 en la fenomenalmente gris Checoslovaquia de Gustav Husak, escribió un ensayo encantador y sumamente utópico titulado Snění o Evropě [Soñar con Europa].
La esencia de su utopía era la visión de un continente sin dos bloques de poder, sin Pacto de Varsovia ni OTAN, donde todos los ciudadanos disfrutarían de una vida pacífica en una "casa común de Europa": los checoslovacos, los bálticos, los yugoslavos irían de la mano con los alemanes (¡unidos, por supuesto!), los noruegos, los británicos; créase o no, en ese momento incluso soñaba con que los rusos se unieran a la gran familia europea.
En un giro mágico de los acontecimientos, Jiří Dienstbier necesitó menos de cinco años para ocupar el puesto de ministro de asuntos exteriores de Checoslovaquia después de la revolución de 1989, que fue llamada "suave" o "de terciopelo" debido a su naturaleza pacífica y civil.
La imagen de un país que posiblemente cuenta con la tradición de izquierda democrática más inspiradora de todo el antiguo bloque del Este, sin que ahora queden partidos de izquierda significativos
Uno de los eslóganes más comunes que se veían en las pancartas de hechura manual que adornaban las plazas checoslovacas en aquellos inocentemente ingenuos días de noviembre era de naturaleza bastante contradictoria, ya que decía "Regreso a Europa" o "De vuelta a Europa", lo que parece no tiene sentido en un país descrito geográficamente como centroeuropeo.
Pero ahí estaba, declarando la ambición de hacer realidad la utopía del atrevido libro de Dienstbier. Aunque fueron necesarios quince largos y turbulentos años -que probablemente trajeron más decepciones y pérdidas que ganancias y alegrías- para cumplir el sueño, …