La boda de Woody Allen y Soon-Yi: el escándalo de una relación hoy longeva sobre la que pesará una sombra para siempre

“Woody Allen se casó con su hija” es una frase errónea que permanece en la memoria colectiva. Cómo vemos su relación habla más de nosotros que de ellos mismos. Esta es su historia.

Woody Allen y Soon-Yi durante su luna de miel en París.

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Fue el colofón de un escándalo voraz que galvanizó al planeta. El 23 de diciembre de 1997 Woody Allen y Soon-Yi Previn se casaban por sorpresa y en privado en Venecia. No querían ser de nuevo protagonistas de la noticia, pero lo fueron. ¿Cómo no iban a serlo? Su historia, su matrimonio y sus consecuencias desafían lo establecido y nos hacen preguntarnos por los límites de nuestros valores, de lo que creemos y de lo que jamás podremos conocer. Y parece que será así hasta el final de sus días.

“Woody Allen se casó con su hija”. Eso es lo que ha pasado al imaginario popular, lo que permanece en la memoria colectiva tras el escándalo y el juicio que sacudió a la opinión pública internacional a principios de los 90. En realidad, Woody Allen se casó con la hija adoptiva de su novia, con la hermana de sus hijos, lo que ya transgrede bastantes normas morales sin entrar en el marco de lo que es el incesto en un sentido estricto. El romance se mezcló con la acusación de Mia Farrow de que Allen había abusado sexualmente de su hija Dylan cuando tenía siete años, y desde entonces ambas cosas han permanecido mezcladas, porque verlas como entes separados no es posible. Todo el mundo tiene una teoría sobre lo que sucedió o no, a quién creer y a quién no, y los mismos implicados en la historia dan versiones opuestas. Desentrañar la verdad es una maraña inalcanzable, porque en ella se mezclan testimonios muy distintos, nuestros propios prejuicios y valores, el poder de la prensa y cómo evaluamos y todavía estamos reconsiderando nuestra propia historia durante los últimos 30 años. Hay un hecho cierto: hoy Woody y Soon Yi aparecen como una pareja estable y casi convencional, pero sus inicios fueron cualquier cosa menos eso.

Mia Farrow y Woody Allen iniciaron un romance en el 79. Nunca se casaron y nunca llegaron a vivir juntos. Por entonces Farrow estaba divorciada de Frank Sinatra, y del músico André Previn con quien tenía tenía seis hijos, tres biológicos – Fletcher y los gemelos Matthew y Sascha– y tres adoptados –las niñas vietnamitas Lark y Daisy y Soon-Yi–. La niña había sido adoptada por la pareja dos años antes, en Corea del Sur. El relato de su infancia no puede ser más conmovedor: una pequeña abandonada por su madre, una prostituta, que vagaba por las calles de Seúl, alimentándose de la basura, hasta que fue recogida por varios orfanatos. Ni siquiera se sabía con exactitud su edad, se fijó que había nacido en 1970 pero podía haberlo hecho un año antes o uno después.

Aquí es donde entramos ya en la disparidad de relatos. Según cuenta la propia Soon-Yi, su vida en el privilegiado mundo de sus padres fue mejor que la que tenía en Corea, pero estaba muy lejos de ser una infancia feliz. En declaraciones –a veces contradictorias– a Vulture en 2018, habla de Mia con rabia y desprecio y dice ser incapaz de recordar una sola escena feliz de su infancia con ella. Define su relación como muy distante –“éramos como el agua y el aceite”–, aparte de haber empezado ya con mal pie desde la primera vez que se quedaron solas en el hotel coreano al que fueron tras la adopción: “Nunca me había bañado sola, porque en el orfanato había una bañera enorme y todos nos metíamos en ella. Allí, era para una sola persona, y yo estaba asustada por tener que meterme en el agua sola. Así que en lugar de hacer lo que se hace con un niño normalmente –ya sabes, quizá meterte en el agua, poner algunos juguetes, poner tu brazo para probar que el agua esta correcta y no es peligroso–, ella me lanzó sin más”. Tras el divorcio de Mia y André Previn en el 79, los niños se establecieron con su madre en Martha’s Vineyard y luego en Nueva York. Soon-Yi describe a una Mia impaciente y furiosa que le grita cosas como “¡Mira lo que has hecho! ¡Nunca escuchas! ¡Debería internarte!” y que ante el desorden de aprendizaje de la niña, le escribía palabras en los brazos –“era tan humillante que siempre llevaba camisetas de manga larga”–, la llamaba estúpida, le daba bofetadas, la azotaba con cepillos del pelo y, para que se volviese lista según algunos chiflados consejos, “me cogía y me ponía con la cabeza bocabajo para que la sangre me llegase a la cabeza”.

También acusa a su madre de dejarles solos por las noches, sin la supervisión de ningún adulto, las veces que ella dormía en el apartamento de Woody Allen. Cuenta que empezó muy pronto a ejercer el papel de criada de la casa junto a una de sus hermanas, mientras Mia se afanaba en redecorar, comprar por catálogo, hablar por teléfono o trabajar en su álbumes de recortes. “Hacíamos la compra desde tercer grado (8-9 años) para toda la familia. Lark y yo escribíamos la lista de lo que había que comprar, lo pagábamos, lo metíamos en bolsas. En Connecticut, Lark cocinaba y todos hacíamos el baño, fregábamos los platos, limpiábamos y barríamos. Cuando Woody empezó a venir a esa casa, yo planchaba las sábanas de Mia”. Woody entró en la vida de Mia cuando Soon-Yi tenía diez años, y según ella, “no estaba interesado en los niños. Y el sentimiento era mutuo, nosotros no estábamos interesados en él. Le odiaba porque estaba con mi madre, y no entendía por qué alguien podría estar con una persona tan malvada y desagradable. Pensaba que él debía de ser así también”. Y aclara: “No pensábamos en él como un padre, y él ni siquiera tenía ropa en nuestra casa, ni siquiera un cepillo de dientes”.

Woody Allen y Mia Farrow en Paris en 1980.

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El primer acercamiento real se produjo cuando Soon-Yi se rompió un tobillo en undécimo grado –16-17 años– y Woody intercedió por ella diciendo que tenía que ir al médico. Por aquella época el director iba a la casa familiar cada mañana a ver sus dos hijos, Dylan –adoptada en el 85 por Mia y luego también por él– y Satchel, el único hijo biológico de la pareja, nacido en el 87. Según Allen y Soon-Yi, la relación entre Farrow y Allen ya estaba rota. El director describe a su entonces novia como obsesionada con el pequeño Satchel, encerrada en su habitación con él, y Soon-Yi declara: “Nunca fue capaz de amar a más de una persona a la vez. Recuerdo que ella estaba dentro de la habitación con la puerta cerrada, cuidando a Satchel o durmiendo con él, y Dylan estaba fuera de la puerta, llorando”. La versión de Mia es que era Woody el que estaba obsesionado con Dylan y que ella pasaba mucho tiempo en su dormitorio recuperándose de un parto difícil que había terminado en cesárea. Por aquel entonces Woody y la hija de su novia comenzaron a acudir como público a los partidos de los Knicks. “Era una muchacha muy tranquila y yo no tenía el mínimo interés en ella. Entonces, una noche, cuando ella ya había cumplido 20 o 21 años, yo no tenía con quién ir a un partido de baloncesto”, contó él en una entrevista en Man en febrero del 95. “Ella me dijo que le gustaría ver un partido de cerca y vino conmigo. Hablamos y nos lo pasamos bien. Lo más curioso es que dijo ciertas cosas de la familia que me impresionaron. Volvimos a ir juntos a un partido al cabo de un tiempo y, gradualmente, fuimos desarrollando una relación basada en la conversación. Solo después de que acabase mi relación Mia empezó a hacerse más íntimo lo que había entre nosotros”.

El momento en el que la relación de amistad pasó a ser en clave sexual no está claro, y el que la relación con Mia se acabase de forma oficial, tampoco. En septiembre del 91 Soon-Yi empezó la universidad. Es en el artículo de Vulture donde narra la primera vez que ocurrió algo físico entre ellos: “Fue durante unas vacaciones de la universidad. Él me enseñó una película de Bergman, creo que era El séptimo sello, aunque no estoy segura. Hablamos sobre ella y debí de impresionarle porque me besó y creo que ahí empezó todo. Éramos como dos imanes, nos atraíamos mucho”. Como señala la autora del artículo, “suena como a una escena sacada de una película de Woody Allen”.

En aquel momento la relación parecía algo pasajero, aunque Soon-Yi insiste en que supo desde el primer momento que él era el hombre con el que ella quería estar. Era consciente de que, pese a considerar que la relación entre Mia y Woody solo se mantenía por los niños, aquello era “una gran traición por nuestra parte, algo terrible, un terrible shock para ella”. Woody Allen insistía en que ella conocería a alguien en la universidad, el lío terminaría y, en un rasgo de ingenuidad un tanto sorprendente, declaró que pensaba que Mia y el resto del mundo “Nunca lo sabrían”.

Entonces, el 13 de enero del 92, mientras esperaba a que Satchel saliese de psicoterapia, Mia Farrow encontró en el apartamento de Woody Allen unas polaroids de Soon-Yi desnuda en posturas eróticas o pornográficas. Fue un cataclismo. El que las fotos fuesen visibles y encontrables es algo que haría a Freud retorcerse las manos de gusto. Mia llamó por teléfono desde el piso de Woody a Soon-Yi, que negó el affaire, a lo que su madre respondió “Tengo fotos”. Después de una discusión ya en casa, la joven cuenta que su madre llamó todos sus amigos para contárselo, y gritaba en medio de la noche durante horas. El 18 de enero, según cuenta en sus memorias Hojas vivas, escribió una carta colectiva a sus hijos que empezaba con un “Se ha cometido una atrocidad contra nuestra familia”, y comparaba el horror que sintió con el que había experimentado en su infancia ante la idea de haber contagiado de polio a lo que más quería, su familia. Solo que ahora la enfermedad era Woody Allen.

El hilo de los hechos es difícil de reconstruir (aunque aquí se desarrolla una excelente cronología), porque todo depende de a quién se quiera creer. Y hay muchísimos testimonios. Según la pareja de Matthew Previn, Priscilla Gilman, Woody Allen le aseguraba a Mia que su romance no significaba nada y le rogaba que volviesen juntos. Según Soon-Yi, Mia la echó de casa. Según la familia Farrow, le dieron a elegir entre quedarse con ellos o continuar su romance con Woody, y ella eligió a Woody. Esto supuso el alejamiento total y radical de todos los que habían sido su familia durante los últimos 15 años, la única que conocía. Incluso su padre, André Previn, zanjaba sobre ella: “No existe”. Por supuesto, entre medias había psicólogos contratados por distintas partes dando versiones contradictorias sobre lo que estaba ocurriendo.

Pero quizá lo más paradójico es que esta ruptura violenta se desarrollaba en el final del rodaje de la película Maridos y mujeres, cuyo argumento versaba sobre una pareja madura –interpretada por Mia Farrow y Woody Allen– que se disuelve a la vez que el marido se enamora de una de sus alumnas, una estudiante de 21 años –Juliette Lewis en el filme–. Mia se ausentó del rodaje durante más de una semana, pero en un alarde de profesionalidad volvió para interpretar la última escena, en la que el matrimonio es capaz de recordar sin dolor los buenos momentos de la relación justo antes de que él intente besarla de nuevo y se produzca el siguiente diálogo: “No hagas eso”, dice ella. “¿Por qué no?”, pregunta él. “Porque se ha acabado y los dos lo sabemos”. “

Maridos y mujeres fue escrita dos años antes de que Mia y yo lo dejáramos”, declararía después Woody Allen. “No hay ninguna relación”. Pero analizando la trayectoria del director y todas las veces en las que su persona y personaje se han unido de forma innegable, resulta difícil de creer. Además, el personaje de Mia resulta muy similar a la idea púbica que existe sobre la actriz, desarrollado también en Hannah y sus hermanas (esa película que indignó a Maureen O’Sullivan, madre de Mia, por el clamoroso parecido con la realidad): una mujer pasivo agresiva que bajo su aparente preocupación constante por los que la rodean se las arregla para conseguir siempre lo que quiere. En palabras de su personaje de Hannah, “¿asquerosamente perfecta o algo así?”. En Maridos y mujeres, además, el personaje de Woody no besa a Rain, la inteligente estudiante, hasta que su esposa le ha dejado, y es él el que decide no iniciar un romance con la joven. Una especie de ficción corrigiendo a la realidad, tal vez.

Durante el verano del 92, Mia Farrow habla con la piscóloga Susan Coates, y define a Allen como “satánico y maligno”. También le ruega que “encuentre una forma de pararle los pies”. Según Letty Aronson, la hermana de Woody Allen, Mia la llamó y le dijo “Él me ha quitado a mi hija. Ahora yo le quitaré la suya”. Según Dylan Farrow, de entonces 7 años, el 4 de agosto de 1992, durante una visita a la casa de Mia en Connecticut, su padre adoptivo se la lleva al desván, le toca los genitales y abusa de ella. Mia lo descubre al día siguiente, durante una visita al psicólogo, y graba en una cinta el testimonio de su hija. Una semana después, el día 13, Woody Allen demanda a su ex pareja para conseguir la custodia de Dylan, Satchel y Moses, sus hijos en común. También emite un comunicado negando los abusos, además de reconocer su relación son Soon-Yi y declarar estar enamorado de ella. “Solo supe que me amaba cuando dio la conferencia de prensa y lo dijo públicamente”, cuenta ella. “Hasta entonces no estaba segura, nunca nos habíamos dicho esas palabras el uno al otro”. A finales de mes Soon-Yi dio un comunicado a Newsweek en el que declaraba que Woody Allen nunca había sido una figura paterna para ella y que “la acusación de que él haya molestado a Dylan es tan ridícula que no voy a darle crédito con un comentario”. Y terminaba diciendo “No soy una pequeña flor retrasada y menor de edad que haya sido violada, molestada y mimada por un padrastro malvado. Soy una estudiante de psicología de la Universidad que se enamoró de un hombre que resultaba ser el ex novio de Mia. Admito que es extraño, pero no nos pongamos histéricos. La tragedia aquí es que por culpa del victimismo de Mia, los niños van a sufrir. Siempre tendré un sentimiento de amor por ella por las oportunidades que me dio, pero es duro perdonar mucho de lo que vino después”.

La acusación de abuso sexual por parte de Dylan es una piedra de toque de nuestros debates sobre política y género todavía hoy. Saber qué es lo que ocurrió es complicado (aunque cualquiera puede tener su versión) porque en el juicio cada parte presentó un ejército de cuidadoras o psicólogos, pruebas del polígrafo y exámenes médicos que planteaban escenarios diferentes. El hecho es que en la batalla legal por la custodia de los hijos, Woody perdió frente a Mia, pero de los abusos sexuales quedó absuelto. La cinta en la que Mia grababa a Dylan quedó desestimada por tener cortes y no resultar creíble, pero no se le permitió seguir viendo a sus hijos.

Woody Allen y Mia Farrow con Ronan Farrow, Dylan Farrow, Moses Farrow y Soon-Yi Previn.

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Los que creen a Mia dicen que la propia idea de insinuar que por una venganza sentimental una mujer haría creer a su hija que sufrió abusos sexuales es perversa en sí misma. Recuerdan que hablar de denuncias falsas en un mundo donde éstas suponen una mínima parte de las que se presentan –frente a una realidad en la que la inmensa mayoría de los abusos, sobre todo a menores, nunca llegan a ser denunciados–, es el recurso fácil, igual que llamar a Mia “loca” o “histérica”, que es lo que hizo su ex en su día. Explican que la sentencia judicial absolutoria, en un mundo de sentencias injustas, no tiene por qué significar nada, aparte de que Mia decidió no seguir litigando para no traumatizar más a sus hijos. Rememoran que Mia declaró que la relación de Woody con Dylan ya era malsana y extraña antes de que empezase el romance con Soon-Yi y recalcan que Dylan, ya como una mujer adulta, ha reiterado su acusación en múltiples ocasiones.

Los que creen a Woody Allen se aferran al veredicto y esgrimen que se trata de una acusación falsa, de una idea que Mia metió en la cabeza de su hija para vengarse por la afrenta sufrida. Aducen que todo el relato resulta ilógico, que la idea de que en medio de un cruento litigio por una custodia un padre decida abusar por primera vez de su hija, en una casa llena de nannys y personal a sueldo de su expareja, resulta, a secas, absurdo. Además, señalan que un pedófilo lo es de forma compulsiva, cuando no ha podido encontrarse ningún otro testimonio de un menor o un adulto que denuncie un comportamiento inapropiado por parte del director, ya sea en un rodaje o en su vida privada. En un giro sorprendente y perverso entre realidad y ficción, Dory Previn, exmujer de André Previn –a la que éste dejó por Mia– defiende que el relato de Mia es una traslación tal cual de lo que ella cantaba en una de sus canciones, With My Daddy In the Attic, sobre el abuso que sufrió por parte de su padre en el ático de su casa.

Dylan y Mia Farrow en la gala de los 100 personajes de Time en 2016.

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En medio de la polémica, Maridos y mujeres se estrenó en 80 cines de Estados Unidos –cuando lo normal es que lo hiciese en unos 15– con un éxito de crítica considerable. En la actualidad se habla de cómo las denuncias de este tipo pueden acabar con la carrera de cualquiera, pero la trayectoria de Woody Allen es una muestra de que durante mucho tiempo no fue, o no es así. Siguió haciendo una película por año, y las de esa etapa –Misterioso asesinato en Manhattan, Balas sobre Broadway, Poderosa Afrodita, Desmontando a Harry– se cuentan entre las mejores y más populares de su filmografía, aparte de prestarse a ser analizadas con lupa en ese juego entre realidad y ficción habitual.

Woody Allen y Soon-Yi se casaron en Venecia en el 97. Fue un martes por la mañana, en una ceremonia oficiada por el alcalde Massimo Cacciari en una sala del Palacio Cavalli. La prensa y el público se enteraron por un comunicado, del que trascendió también que habían firmado un acuerdo prenupcial. Los recién casados se alojaron en el hotel Gritti y a la mañana siguiente dieron un paseo en góndola antes de volar a París. Ese mismo año, Mia Farrow publicó sus memorias, en las que escribía sobre Soon-Yi: “Al final, da igual cuáles sean sus sentimientos o la falta de ellos, solo puedo amarla como a mi hija y no hay nada que se pueda hacer con eso. Ya no quiero verla, pero durante el resto de mi vida la echaré de menos”. En el 99, el matrimonio adoptó a una niña de seis meses a la que llamaron Bechet Dumaine en honor del músico de jazz Sidney Bechet. En el 2000 adoptaron a otra niña, llamada Manzie Tio en honor a Manzie Johnson y Lorenzo Tio. Su vida conyugal transcurre en la estabilidad más absoluta, y él ha declarado sobre ella a Eric Lax: “Ojalá la hubiera conocido cuando era más joven. Siempre andaba saliendo de una relación para entrar en otra, sin que ninguna de ellas me acabara de convencer, ni a mí ni a la otra persona, y, de repente, de la manera más absurda y fortuita me meto a trompicones en una relación con una joven coreana con la que apenas tengo nada en común y la cosa funciona a las mil maravillas. En el terreno de las relaciones mi teoría siempre ha sido que por mucho que lo intentes tienes que estar de suerte, y yo he tenido suerte. Si no, ¿qué hago con una mujer que tiene un máster en educación especial, interesada en dar clases a niños con dificultad de aprendizaje, que nunca ha visto Annie Hall ni tres cuarta partes de mi filmografía y que (ríe) a la hora de comer piensa en una tostada de atún y queso?”.

La acusación de abusos sexuales a Dylan ha vuelto con periodicidad en los últimos años, porque tras el #metoo, la revisión de nuestro pasado se ha convertido en una suerte de obligación, y haciéndola descubrimos cómo se normalizaban u olvidaban cosas que hoy nos parecen increíbles. La cascada de actores que han declarado que hoy no trabajarían con Woody Allen nos hace preguntarnos si lo hacen por una cuestión de hipocresía, que tienen que sumarse a la condena por miedo a que no hacerlo les traiga fama negativa, si de verdad no conocían uno de los escándalos más publicitados de nuestra época o si es que tras pensarlo de nuevo, el director había pasado de inocente a culpable para ellos. Cada cierto tiempo, o cada vez que Woody Allen estrena –últimamente con dificultades– una película, se reaviva la polémica.

En 2018 Moses Farrow, hijo adoptado por Mia y Woody, publicó una conmovedora y controvertida carta abierta en la que daba su versión de lo sucedido. En ella negaba que el abuso a Dylan hubiese tenido lugar, afirma saberlo porque él estaba allí y Allen y la niña no se quedaron solos en ningún momento, acusaba a Mia de haberles lavado el cerebro a sus hijos, y corroboraba la visión de su madre que tenía Soon-Yi. Describe a una mujer iracunda que maltrata los niños, incluso a los que padecen enfermedades graves o eran discapacitados. Dice que la misma infancia de Mia estuvo marcada por la disfuncionalidad, con un padre alcohólico, un hermano condenado por pederastia, otro que se había suicidado, y elaboraba un doloroso repaso de sus hermanos que ya habían muerto en penosas circunstancias o suicidándose. Dylan respondió diciendo que su hermano “era una persona con problemas”. Ronan Farrow, llamado así tras cambiar su nombre de Satchel, también reaccionó defendiendo a su madre y su hermana. Por si el candelero mediático no estuviera lo bastante agitado, Ronan es un ganador del premio Pulitzer por su labor de denuncia de los abusos de Harvey Weinstein y a su vez fue protagonista de nuevo de la noticia cuando Mia comentó que tal vez fuese hijo biológico de Frank Sinatra y no de Woody Allen, porque nunca había dejado del todo de tener relación con su primer marido.

Woody Allen y Soon-Yi en una galería neoyorquina en febrero de 2018.

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Con sus más de veinte años de matrimonio, pese a lo grotesco de su inicio, Allen y Soon-Yi forman hoy una pareja asentada en nuestro imaginario. “Resulta irónico que mi matrimonio con ella, que muchos vieron como algo de lo más irracional, sea para mí la única relación de mi vida que ha funcionado; después de muchos años aquí estamos, felices y con dos hijas maravillosas”, escribía él. Pese a que no pueda desvincularse de las acusaciones de Dylan –coincidieron en el tiempo y, según quién lo vea, fueron una consecuencia de éste–, nadie pone en duda ya la realidad de su relación, plasmada por Soon-Yi en un “Sería ridículo que hubiese estado con un hombre durante 20 años solo por vengarme de mi madre”.

Cuando renace de nuevo este asunto, casi todo vuelve sobre la acusación de abuso de menores, y se deja de lado la enorme diferencia de edad y las implicaciones morales que tuvo el inicio de la relación, consentida, entre Soon Yi y Woody Allen. En este sentido, quizá uno de los testimonios más interesantes y menos publicitados haya sido el de Babi Christina Engelhardt, la mujer que con solo 16 años se embarcó en un romance con Woody, que entonces, en 1976, tenía 41. La historia no tiene los titulares que suelen interesar a los tabloides: no hay violencia explícita, no hay malos tratos físicos ni psicológicos. Es el relato de una joven bella y segura de sí misma que aborda a Woody Allen, ya famoso, con el objetivo de seducirle. Lo consigue, y se convierten en amantes durante ocho años. Incluso se considera que es la inspiración para el personaje de Tracy en Manhattan –aunque otra mujer de la misma edad, Stacey Nelkin, declaró lo mismo–.

Lo que le ocurre a Christina es que el recuerdo un poco agridulce de aquel romance secreto se vuelve algo más perverso y desasosegante cuando lo examina, 40 años después, a ojos del #metoo. Se da cuenta de que en realidad siempre fue él el que tuvo el poder de una relación que, por su propia naturaleza, nunca podía ser entre iguales. Que siempre fue un complemento de su mundo, nunca una persona real, y tenía que estar oculta en lo clandestino, al revés que la Tracy de Manhattan. Es consciente de que su aparente seguridad a la hora de conquistar al inteligentísimo y popular Woody Allen solo encubría a una presa deseosa de protección tras haber sido violada en varias ocasiones años antes. Leyendo el artículo del Washington post en el que se diseccionan sus archivos y se le describe como a un hombre obsesionado con las mujeres adolescentes –algo por cierto presente en infinidad de sus obras–, Christina concluye: “Me hizo darme cuenta de que formaba parte de un patrón”. Recuerda su dolor cuando, a los 4 años de romance, él le presentó a su novia Mia Farrow, con la que acabó formando parte en tríos sexuales de los que guardaba un buen recuerdo hasta que dejó de serlo: “Ella era hermosa y dulce, él era encantador y atractivo, yo era sexi y cada vez más sofisticada en este juego. No fue hasta después cuando me di cuenta que yo era poco más que un juguete”. Y, cuando se enteró de la relación con Soon-Yi, declara: “Sentí pena por Mia. Pensé, “¿no ha tenido Woody suficientes “extras”, con o sin ella, que lo último que le quedaba por hacer era ir a por algo que era enteramente de ella?”.

Christina se niega a estar airada y se siente incómoda con la idea de que casi todo el mundo espere que tenga que tirar por tierra a Woody. Lo que hace es evaluar su propia vida y sus experiencias, y darse cuenta de que tal vez el relato que se había contado a sí misma no era real. La historia de Woody Allen y Soon-Yi Previn solo les pertenece a ellos, pero cómo reaccionamos ante ella, lo que nos hace plantearnos, disculpar, odiar o comprender incluso sobre nuestras vidas, nos interpela de forma directa a nosotros.