Drogas, violencia y represión sexual: la boda de Whitney Houston y Bobby Brown

El chico malo y la novia de América se casaron en 1992 culminando así la que parecía una historia de amor sana y equilibrada. Nada más lejos de la realidad: era el inicio de una tragedia griega que ni siquiera terminó con la muerte de la cantante.

Whitney Houston y Bobby Brown en 1996.

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Fue uno de los casos de más acentuado contraste entre el más brillante éxito público y la tragedia íntima. Cuando Whitney Houston y Bobby Brown se casaron el 18 de julio de 1992, parecían estar en la cima de sus carreras. El chico malo y la novia de América eran la pareja perfecta, pero lo que escondía aquella boda era un cúmulo de mentiras amargas que acabaron llevándoselos por delante. Esta es una historia sobre raza, clase, género y canciones inmortales.

Estaba escrito que una relación que fue diseccionada y se exhibió en trozos ante el mundo tenía que empezar en un entorno a la vista de todos. Fue en los Soul Train Awards de 1989, los premios del famosísimo programa musical centrado en los artistas afroamericanos. Su primer encuentro fue, literalmente, un golpe casual. “Le pegué en la cabeza", recordaba Whitney para un artículo en Vanity Fair en 1992. “Yo estaba hablando con unos de mis queridos amigos, los Winans, que estaban sentados detrás de él. Yo les abrazaba y golpeaba a Bobby en la cabeza. Y Robyn, mi asistente ejecutiva, se da la vuelta y me dice: “Deja de golpear a Bobby en la cabeza. No creo que le guste”. Lo miré, se dio la vuelta con esa frialdad que tenía y le dije: “Bobby, lo siento mucho”. Él dijo: “Está bien”. Y así fue”. Tras aquel encuentro, Whitney le invitó a la fiesta de su 26 cumpleaños; a continuación, él la llevó a un concierto de los Winans, y la relación comenzó a rodar de forma imparable.

La situación de ambos la noche de los Soul Train ilustra además a la perfección su estatus en la industria, algo que marcaría de forma ineludible su romance. Por un lado estaba Bobby cantando sobre el escenario My prerogative con su despliegue de energía, baile y descaro marca de la casa, una actuación aplaudidísima. Y luego estaba Whitney, una superestrella… abucheada. Cuando se anunciaron las nominaciones a mejor videoclip, categoría en la que competía contra Janet Jackson y Michael Jackson, y se la mencionó por su vídeo de I wanna dance with somebody, se escucharon de forma clara silbidos y pitidos mezclados con aplausos. Esto había ocurrido ya en la anterior edición de los galardones. ¿Por qué una de las estrellas más exitosas del momento, responsable de dos discos multiventas, era insultada por su propia comunidad? La respuesta larga es compleja y obliga a una larga disertación sobre raza, clase y la representación de las mujeres en la industria del entretenimiento, pero la respuesta corta es: por ser demasiado blanca.

Whitney Houston y Bobby Brown en 1992.

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“Cuando salí por primera vez, los negros sintieron 'ella nos pertenece'” contaba la misma artista. “Y de repente llegó el gran éxito y sintieron que ya no era de ellos, que no estaba a su alcance. Parecía que me estaba haciendo más accesible para los blancos, pero no era así”. A la joven Nippy, como la llamaban los íntimos, la había descubierto Clive Davis, de la discográfica Arista, aunque era cuestión de tiempo que alguien decidiese explotar semejante voz. Además había ilustres antecedentes en su familia: su madre, Cissy, había sido corista respetada, y su prima era nada menos que Dionne Warwick, la famosa cantante de soul. Davis la lanzó como una artista pop para todos los públicos, lo que incluía presentarla como una especie de ángel asexuado, neutro, inofensivo, sin ningún tipo de declaración polémica, siempre correcta, siempre perfecta. Existían otros artistas negros de radiofórmula, pero el éxito de Whitney fue tan arrollador que estos aspectos se hacían demasiado visibles. Fuese justo o no, Whitney era percibida a finales de los 80 como un producto de marketing que traicionaba a su raza. “Whitney no bailaba”, explicaban en un artículo de la extinta Gawker dedicado a analizar el fenómeno: “no tenía raperos invitados, no vestía con correas de cuero y hacía videos de prestigio callejero con Scorsese, no cantaba sobre la injusticia social como Janet... Tenía cero credibilidad callejera”.

Y de pronto apareció a su lado Bobby Brown, que si algo tenía era credibilidad callejera. Su imagen, en su caso de “chico malo”, obedecía a algo real, no a una estrategia comercial. Criado en los barrios bajos de Boston, a los 12 años le habían metido un tiro en la rodilla por flirtear con una chica con novio. A los 23, ya tenía tres hijos. Contaba anécdotas como que en una ocasión se puso a cocinar pollo frito para su familia y en vez de empanarlo en harina, se equivocó y lo rebozó con cocaína. Cuando un amigo suyo murió apuñalado en una reyerta con solo 11 años, Bobby se propuso salir del gueto con fiereza. Formó junto a otros adolescentes New Edition, modelados para ser “los nuevos Jackson 5”, y ya su primera canción fue un hit. Aquel grupo de críos se vio rodeado de fans y comenzaron a disfrutar de las mieles del éxito, pero Bobby era un inconformista que decidió lanzarse por su cuenta. En su caso, además, no todo era una cuestión de actitud: bailaba, sus conciertos eran un espectáculo total y era capaz de lanzar temazo tras temazo. Su álbum Don’t be cruel fue el más vendido del 88; ganó 30 millones de dólares en dos años. Para cuando conoció a Whitney en el 89, Bobby era un ligón afamado que había tenido flirts con estrellas como Janet Jackson o Madonna, repartía dinero a su alrededor con la generosidad de un millonario y entre sus posesiones se contaban una colección de coches que incluía dos Rolls Royce y una mansión en Atlanta que le había comprado al rey del porno por 2,2 millones de dólares.

La energía electrizante de Bobby “era refrescante”, reconocía ella, “porque en otros aspectos mi vida estaba totalmente controlada. Nos divertíamos mucho. Me enseñaba a bailar y a mover las caderas”. A nadie pasó desapercibido que aquello parecía una mezcla tan chocante como complementaria. “Whitney y Bobby son lo contrario de Fred Astaire y Ginger Rogers”, escribía Lynn Hirschberg en el citado artículo de Vanity Fair. “Al igual que Ginger, Bobby le ofrece una carga sexual a la imagen pura de Whitney (Fred), mientras que ella lo adorna con un toque de clase”. Esto no quiere decir que la atracción entre la pareja no fuera real, pero sí tenía consecuencias más allá de las sentimentales, y todos los implicados eran conscientes de ello. Cuando se casaron, aquello se hizo más patente y peliagudo todavía. “Esta boda es beneficiosa para él en lo personal”, decía el manager de Bobby. “Pero en lo profesional tenemos que minimizarla. Su imagen es el joven chico malo que es guapo y que mueve sus caderas, y a las chicas les encanta eso. No puede perderlo. Así que tiene que mantener su vida privada en privado. El problema es que él es bueno para la imagen de Whitney. Esa es la batalla”. Al final, lo que ocurrió en su matrimonio, la fama de Whitney y su propia decadencia arrasaría con el Bobby artista, convertido para la mayoría en “el marido de ella”, algo que él no sería capaz de aceptar sin problemas.

Claro que todo esto solo es la punta del iceberg de algo mucho más complejo. La vida de Bobby y Whitney hay que contarla en varios planos: el primero, lo que se quería transmitir en su momento; el segundo, lo que se sospechaba que estaba pasando, y el tercero, lo que con los años hemos sabido –o empezado a saber– que ocurría realmente. Todavía se está reescribiendo la historia. Para empezar, Whitney no era solo esa aura seráfica de princesita con la que se la vendía al comienzo de su carrera. Era cierto que cantaba en la iglesia y que estaba muy implicada con la vida religiosa tal como se publicitó. También es cierto que venía de un mundo mucho más problemático; en su familia y su entorno las drogas eran una constante, y ella comenzó a consumirlas a los 14 años con su hermano Michael. Con el paso de los años, este problema avanzaría hasta destruirla. También estaba el tema de la vida sentimental de Whitney, casi inexistente en apariencia hasta que llegó su muy escrutada relación con Brown. Antes, la joven había tenido un breve flirt con Jermaine Jackson, el hermano de Janet (ex a su vez de Bobby) y un romance intermitente con otro “chico malo” de la industria, el actor Eddie Murphy. Pese a que él ha negado en ocasiones que llegasen a salir en serio, varios testimonios afirman que Whitney estaba muy colgada por él e incluso que siguieron saliendo cuando su noviazgo con Bobby ya había empezado, pero que la estrella de Superdetective en Hollywood la dejó plantada en varias ocasiones y eso aceleró que se decantase por el cantante. En cualquier caso, Brown también seguía viéndose con su novia recurrente Kim Ward, madre de su segundo hijo. Tanto se seguían viendo que cuando Kim se enteró de que Bobby y Whitney se habían prometido, estaba embarazada de nuevo, de dos meses.

Y luego estaba el elefante en la habitación, el rumor persistente desde el principio de su carrera que ella negó una y otra vez y solo en 2019 hemos confirmado del todo: su relación con otra mujer, la misma Robyn que ella citaba al hablar de su primer encuentro con Bobby Brown. Robyn Crawford era una constante en la vida de Whitney, una mezcla de asistente, manager y mejor amiga cuya presencia levantaba algunas cejas. “Existen persistentes rumores de que Houston es gay”, decían en Vanity Fair en el 92. El documental Can I Be Me fue para muchos la revelación de que aquel rumor del pasado era verdad, pero ha sido la publicación del libro de Robyn A Song for You: My Life with Whitney Houston el que nos ha ayudado a comprender todo lo que ocurrió. Whitney y Robyn se conocieron trabajando en un centro comunitario en Nueva Jersey en el verano de 1980, cuando la primera tenía 17 años y la segunda 19. “Nuestra amistad fue íntima a todos los niveles”, escribía Robyn, que confirmaba que también habían sido amantes en un plano físico. “Nunca hablamos de etiquetas como lesbiana o gay. Simplemente vivíamos nuestras vidas, y esperaba que pudiese seguir así para siempre”. La familia de Houston nunca vio a Robyn con buenos ojos. Whitney no necesitaba anunciarle a su madre lo que ocurría para saber cuál sería su reacción. “Me dijo que su madre le había dicho que no era natural que dos mujeres fuesen tan cercanas. Pero nosotras éramos muy cercanas. Aún, muchos años después, en una entrevista, le preguntarían a Cissy si le hubiera molestado si su hija hubiese sido gay, a lo que ella respondió “absolutamente”, y aseguraba que no lo hubiera aprobado. Todo esto ocurría además en un entorno y una época en la que la homosexualidad estaba mal vista y la heterosexualidad se daba por supuesta. Robyn y Whitney fueron novias durante dos años, justo cuando ésta firmó su contrato con Clive Davis en el 82. Entonces acudió a casa de su todavía pareja, le entregó una biblia y le explicó que tenían que dejar de tener relaciones sexuales “porque haría nuestro viaje aún más difícil”. Añadió: “si se enteran, lo usarán contra nosotras”.

Whitney y Robyn en un fotograma del documental 'Can I be me?'.

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El sexo desapareció de la ecuación, pero no el profundo vínculo que les unía. La presencia de Robyn al lado de la cantante se explicaba porque era una de sus empleados, una de las encargadas de llevar su carrera desde el primer momento, pero todo el mundo se daba cuenta de la conexión casi telepática que compartían. Y el aspecto de Robyn, con sus ropas masculinas, su amor por el baloncesto y sus gestos desabridos, eran los del estereotipo de una bollera. “Si alguna vez fueron amantes o no (Houston lo niega), su relación es fascinante por su feroz intensidad”, escribía Lynn Hirschberg. Parece obvio que Whitney era bisexual, porque sí se enamoró de hombres, pero es innegable que reprimió una parte de su naturaleza por conveniencia, obligada por un mundo y una industria homófoba, y que de no ser por eso, su romance con Robyn hubiera sido mucho más largo, quién sabe cuánto. Robyn tendría que ver, para su dolor, como su ex salía con hombres antes de formalizar su estado junto a Bobby Brown, con el que convivió muy de cerca y al que nunca pudo ver. La antipatía era mutua. Hasta qué punto los rumores sobre el lesbianismo o bisexualidad de Whitney provocaron que el noviazgo con Brown se afianzase es algo que el propio Bobby pone sobre la mesa: “Nuestra relación estaba condenado desde el principio. Creo que nos casamos por todas las razones equivocadas”, escribiría él en sus memorias Every Little step. “Ahora me doy cuenta de que Whitney tenía una agenda diferente a la mía. Creo que su agenda era limpiar su imagen, mientras que la mía era ser amado y tener hijos. Los medios la acusaban de tener una relación bisexual con su asistente. En la situación de Whitney, la única solución era casarse y tener hijos. Eso acabaría con toda especulación, ya fuera cierto o no”.

La boda, celebrada el 18 de julio del 92, consistió en un fiestón por todo lo alto celebrado en la finca de la casa de Whitney en New Jersey. Entre los 800 invitados había ilustres –o no tanto– nombres como Patti LaBelle, Gladys Knight, Gloria Estefan o Donald Trump. Ella lucía un vestido blanco de encaje valorado en 40.000 dólares, con velo y un icónico casquete; él, un traje blanco a juego. Todo parecía un día de felicidad absoluta, pero tres elementos ocultos que destrozarían a sus protagonistas estaban allí ya presentes: las drogas, la violencia y la represión sexual. Bobby escribiría que la primera vez que vio a Whitney meterse cocaína fue minutos antes de caminar hacia el altar. Robyn contaría que la misma mañana de la ceremonia “Eddie Murphy llamó a Whitney para decirle que estaba cometiendo un error, pero ella siguió adelante”, y según ella, Houston regresó de su luna de miel con una cicatriz de siete centímetros en un lado de la cara; le dijo que eran el resultado de un vaso arrojado durante una pelea. Toda una metáfora de lo que sería aquel matrimonio: una fachada glamourosa que intentaba ocultar un mundo de problemas.

D. R.

Pero antes de que todo se resquebrajase, Whitney todavía tenía que tocar techo. En diciembre del 92 se estrenó El guardaespaldas y los récords que ella ya había pulverizado se hicieron añicos de nuevo. Su versión del I will always love you de Dolly Parton se convirtió en un hit atemporal (Saddam Hussein la utilizó en su campaña electoral, sigue siendo un básico en cualquier concurso de cantantes), la película la segunda más taquillera del año, la banda sonora colocó varios números 1 consecutivos y Whitney se hizo todavía más famosa. Rompió el molde de lo que se esperaba de una estrella negra y femenina, y con ello, aumentó la presión que ya la ahogaba. Su entorno familiar y laboral sabía que aquella “orquesta en la garganta” que se encargaban una y otra vez de recordarle que era un don de dios era también una máquina de hacer dinero. Y si Whitney se paraba, la máquina dejaba de producir. Así ocurrió cuando la estrella sufrió un aborto rodando El guardaespaldas. “Fue muy doloroso en lo emocional y lo físico. Es algo que me hubiera gustado sobrellevar por mí misma. Pero no me dieron la oportunidad. Volví al set al día siguiente. Y se acabó”, reconocía todavía herida en una entrevista, antes de añadir, “Pero tuve a Bobbi Kristina al año siguiente y me siento bendecida”. En efecto, la niña nació en marzo del 93; las exigencias laborales de Whitney hicieron que tuviese que ser el padre, Bobby, el que daba un paso atrás en su carrera para que ella pudiese seguir triunfando, aunque muchos dirían que esto no lo hizo motu propio sino obligado por el propio estancamiento de su trayectoria. “Traté de menospreciarme”, explicaría Whitney años después en una famosa entrevista con Oprah. “Decía “Soy la señora Brown, no me llames la señora Houston, soy la señora Brown”. Creo que en alguna parte, algo le sucede a un hombre cuando su mujer alcanza tanto poder y fama”.

En aquella pareja se mezclaban demasiados elementos conflictivos a la vez. Los rumores sobre la orientación sexual de la cantante no se disiparon con la boda ni con el nacimiento de Bobbi Kristina. “No soy lesbiana. Soy madre, esposa, hija, lesbiana no soy. Ese título no me pertenece”, seguiría esgrimiendo ella en entrevistas. Bobby siempre sospecharía que entre Robyn y su esposa todavía había algo (algo negado por la primera), además de afirmar que Whitney tuvo aventuras con otros productores y artistas, aunque solo da el nombre de uno que también está muerto y no puede confirmar ni desmentir, Tupac Shakur. Por su parte, él sí le fue infiel en múltiples ocasiones, como reconocería en su libro: “Las mujeres siempre te echan encima. Solo soy humano, así que a veces mordía el anzuelo y cometía errores. Dejaba que la testosterona se hiciese cargo”.

Si Whitney era aficionada a las drogas blandas antes del estreno de El guardaespaldas, luego la cosa, en sus palabras, “fue a peor. Durante (el rodaje de) La mujer del predicador, el consumo era diario. Iba a trabajar pero después consumía a diario. Durante uno o dos años. No era para nada feliz”. En su libro, Robyn reconoce haber sido compartido adicción a la cocaína con ella: “Whitney solía decir “la cocaína no puede ir a donde estamos yendo”. Pero todavía no estábamos listas para dejarla”. Entonces ella le parecía algo inocente y nada problemático, algo que hacía todo el mundo, pero hoy reexamina aquellos días a tenor de a lo que condujeron después, en el caso de su amiga al menos, y encuentra que aquellas fiestas y anécdotas de noches locas no eran tan graciosas como le parecían entonces.

Tanto fue así, que en el año 2000, cuando Robyn comenzó a encontrar cucharas quemadas por la casa, forzó a su amiga a que acudiese a rehabilitación. No lo hizo, y Robyn la abandonó. Dos años después, la artista dio una entrevista a Diane Sawyer que se convertiría en parte de su leyenda de forma instantánea. Frente a la periodista, confirmaba que había consumido drogas pero negaba hacerlo con una muy concreta, el crack: “Dejemos una cosa clara: el crack es barato. Gano demasiado dinero como para consumir crack. No consumimos eso. Crack is whack (el crack es una mierda)”. La frase se convirtió en un meme instantáneo, parodiado por humoristas y cómicos, y pasó a la cultura popular con razonable fortuna, lo que ilustra de forma bastante clara cómo suelen tomarse las adicciones y trastornos de este tipo por la mayoría de la gente: como un chiste, en el mejor de los casos. Desde luego el entorno no era el más favorable como para ver que lo que estaba ocurriendo no era normal. Su marido era detenido con cierta frecuencia por posesión de estupefacientes. Aunque en su biografía aduce que nunca había consumido cocaína hasta que conoció a Whitney y que jamás se drogó delante de Bobbi Kristina (algunos lectores lo ponen en duda), explica de que cocinaba crack y esnifaba heroína en la cocina del hogar familiar. También incluye el testimonio de su hija La’Princia, que diría haber visto a Whitney fumando marihuana con su hija y Nick Gordon, un adolescente que tenían en acogida, en un coche.

Whitney Houston y Bobby Brown, de vacaciones en San Bartolomé en 1996.

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La violencia de la que Robyn había visto una primera señal en la luna de miel también era una constante en la vida marital, y la gente acabó por tener constancia de ello. “Cuando estaban de vacaciones en la isla italiana de Capri, Whitney Houston y Bobby Brown tuvieron que ir al hospital” escribía Diego Feijoo. “Los paparazzi la fotografiaban a ella con una venda en la cara tras recibir 2 puntos por un corte en la mejilla. Whitney dijo a los médicos que se había cortado mientras nadaba al chocar contra una roca. Su representante dijo que la cantante se resbaló mientras comía y se cortó con un plato que se rompió. Los medios daban a entender que el corte era resultado de los malos tratos de su marido”. Como había ocurrido en el caso de Tina Turner 20 años antes, la violencia de género no se consideraba un problema más allá de un “altercado doméstico”, y, al estar protagonizada por afroamericanos, se le daba todavía menos importancia, como si fuese una cuestión cultural, “algo que los negros hacen”. La propia Whitney contaba que los golpes eran mutuos y disculpó siempre a su marido en este aspecto, presentándose para apoyarle cuando tuvo que enfrentarse a la justicia por ese tipo de episodios. “Empezó a escupirme”, contaría en una entrevista. “Mi hija estaba bajando las escaleras y lo vio. Fue bastante intenso porque yo nunca crecí con eso. Me puso contra la pared, me quiso agarrar y yo estaba al teléfono. Cogí el teléfono y se lo lancé a la cabeza. Se cayó al suelo, hubo sangre… todo fue muy dramático, mi hija bajaba las escaleras gritando “¡Papá!”.

Durante los 90 y 2000, Whitney era una de las mujeres más famosas del mundo, con lo que el escrutinio de los fans y la prensa añadía todavía más presión a una situación que muchos encontraban enfermiza. “Cuando la gente acampa debajo de tu casa con cámaras es demasiado”, se quejaría ella. “Cuando siguen a tus hijos al colegio. Ahí es cuando sabes que es demasiado. Y quieres pelear. Es intrusivo, irrespetuoso y grosero”. Con tales precedentes, a muchos pilló por sorpresa que la cantante aceptase participar en un reality show que su marido, con una carrera ya en horas muy bajas, había decidido protagonizar. Being Bobby Brown, estrenado en 2005, acabó siendo un ejercicio de relaciones públicas desastroso que produjo un cambio trascendental en la percepción que la gente tenía de aquella pareja. Él quedaba como un artista egocéntrico, enamorado de sí mismo, con serios problemas con el alcohol, y la vida imaginada, glamourosa y sofisticada que se suponía que llevaban aparecía como una cosa cutre, decadente, objeto de chistes sin ninguna piedad. La pareja discutía ante las cámaras dejando claro que no se tenían ningún respeto y todo atisbo de dignidad por parte de Whitney había desaparecido. Para ella, fue devastador. Muchos cayeron en la cuenta de que la cantante impoluta y aséptica que se habían vendido al principio de su carrera nunca había existido en realidad. Que era mucho más trash y tenía mucho de esa “basura de gueto” que el mainstream despreciaba, aparte de estar en sus horas más bajas. “La verdadera Whitney Houston", escribía Juan Sanguino en Vanity Fair, “es la que en 1991, desde la habitación de su hotel en La Coruña, le gritaba a su asistente en la calle que le trajese pollo frito. La que come pizza en un hotel de cinco estrellas llevando un abrigo de pieles mientras imita a Shaft. La que recrea con su marido una escena de la película Tina en la que Ike Turner veja a su mujer en una cafetería restregándole pastel por la cara”.

Whitney, Bobby Brown y Bobbi Kristina Brown en 1998.

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Tal vez Being Bobby Brown, por lo que tenía de tocar fondo públicamente, le sirvió para darse cuenta de algo. Se negó a salir en la segunda temporada, intentó impedir que el programa se editase en dvd y, al final, solicitó el divorcio de su esposo en 2006. Según ella, fue consciente de que tomaba drogas y le descubrió siendo infiel. Lo que podía haber sido el comienzo de una nueva vida nunca llegó a serlo del todo. Rodeada de bocas que alimentar y que reclamaban a la estrella (su propio padre la había demandado años atrás por 100 millones de dólares), por su contrato con la discográfica aún le quedaba un disco por grabar, que acabaría siendo el último. I look to you salió en 2009, presentado como el regreso triunfal de una voz prodigiosa. En una ya legendaria entrevista con Oprah con motivo del lanzamiento, Whitney admitía haber fumado marihuana mezclada con cocaína, y haberse pasado días encerrada en su habitación viendo la tele y drogándose.

Quizá hablar de ello en pasado no era del todo exacto. Con el disco, Whitney se embarcó en una gira mundial, la primera en diez años, en la que se presentaba en los escenarios en tan mal estado, temblequeante y sudorosa, que muchos fans reaccionaban con abucheos. Su antigua amiga y manager Robyn escribiría: “Cuando escuché que estaba de gira y miré las fechas, supe que no debería estar haciendo algo así. No estaba en buena forma para hacerlo”. Internet se llenó de vídeos con la voz de Whitney, ese “regalo de Dios”, quebrándose incapaz de llegar a las notas altas que en sus buenos tiempos alcanzaba sin dificultad. Algunos le reprochaban haber echado a perder aquel increíble instrumento suyo, como si en realidad nunca le hubiese pertenecido a ella sino al mundo, y la prensa se hacía eco de las críticas más mordaces con malsano deleite. “El concierto fue risible”, decía un asistente en Australia. “No podría entretener a una rata muerta”, afirmaba otro. No todos pensaban así: “No nos dimos cuenta de que había tanta belleza en verla intentando cantar en 2010 como en verla llegando a la octava más alta de I will always love you en 1992”, escribía María Garrido en Vanity Fair, “solo que era una belleza distinta, hecha de algo mucho más humano que aquella voz milagrosa: la honestidad. Porque, cuando desamparada, enferma y frágil como solo puede estarlo alguien que ha perdido por completo el control de su vida decidió subirse a un escenario de nuevo, quizá dejó de ser aquella estrella de la canción colmada de virtudes técnicas, pero, a cambio, se convirtió en una persona a quien no le importó descubrir que había sido abandonada incluso por su don”.

Aquella decadencia era un objeto de consumo más, carne de tabloide que seguía vendiendo, si no entradas, sí noticias morbosas que aducían a su delgadez o su aspecto descuidado. Y aunque muchos predecían que Whitney iba a acabar mal, cuando apareció muerta el 11 de febrero de 2012 el shock del mundo fue enorme. La encontraron en la habitación del hotel de Beverly Hills en el que estaba alojada mientras se preparaba para actuar en los Grammy. Las circunstancias, en el caso español, sonaban muy similares al de otra estrella caída de triste recuerdo, Carmina Ordóñez. Ambas fueron encontradas muertas en la bañera, un concepto que por supuesto pasó a ser regurjitado por el lenguaje popular para expresar sorpresa por algo. “Me he quedado muerta en la bañera”, reía incluso La Veneno, otra ídola que se iría de forma prematura. Las causas en el caso de Houston fueron definidas como una ahogamiento accidental por los efectos de una enfermedad aterosclerótica y del consumo de cocaína. Nadie podía decir que no lo había visto venir.

Solo ahora estamos empezando a desentrañar el enigma de Whitney, una persona a la que su personaje acabó devorando, una metáfora de tantas cosas –los ambientes tóxicos que te persiguen aunque seas rico, los peligros de la fama, la homofobia que reprime tu verdadero ser, el poder destructor de los medios– que a veces se nos olvida que había una muer real detrás. Los recientes documentales Can I be me? y Whitney han arrojado luz sobre los aspectos más desconocidos de su vida. Este último, de HBO, contaba que además Whitney había sufrido abusos sexuales de niña por parte de una mujer, su prima Dee Dee Warwick. Eran su ex Mary Jones y la cuñada/ex gerente /productor ejecutiva Pat Houston las que lo aseguraban, y su hermano Gary lo confirmaba diciendo que también le había ocurrido a él entre los 7 y los 9 años. Sin embargo Robyn Crawford, en su biografía, lo desmiente: “Si hubiese algo de verdad en eso yo lo habría sabido”. “Contrariamente a lo que se ha dicho, Whitney amaba a Dee Dee. Hablaba mucho con su prima y mantenía lazos muy estrechos con la familia Warwick antes incluso de ser famosa”. Este tipo de discordancias sobre Whitney no son extrañas, porque puede decirse que hay una guerra soterrada entre la familia y, más o menos, todos los demás. Robyn, a quien los hermanos y madre de Nippy nunca pudieron ver, ha permanecido muchos años callada hasta dar su versión, en la que los Houston y allegados no quedan bien parados. Después de la muerte de la cantante le preguntó a su agente de entonces, que no era otra que su cuñada Pat Houston, por qué había salido de gira cuando todavía tenía dificultades. “Ella me contestó: “Porque ella y su hija se habrían quedado en la calle” escribe. “Y mi respuesta fue: ¿Es eso lo que le dijisteis a ella?”. En su biografía, Bobby Brown también dispara contra su antigua familia política, a los que acusa de haberle hecho parecer como el malo de la película pese a que los problemas con las drogas de su ex ya venían de mucho antes, y sus mismos hermanos habían sido responsables de ello casi tanto como Whitney.

Bobby se había vuelto a casar meses antes del fallecimiento de la cantante con su manager y madre de dos de sus hijos, Alicia Etheredge, con la que tendría otro más, sumando un total de siete vástagos. También de 2012 es su hasta ahora último disco. Pese que a hubo un tiempo en el que era el artista más exitoso de su escena, el nombre de Bobby está ligado para siempre a Whitney, y vive a su sombra. La mala fama que alimentó, apoyada en innumerables detenciones por conducir borracho o violar la condicional, parece haberle cansado. En su biografía, declara: “Al principio, cimenté mi reputación como “el chico malo del r&b”. Y funcionó. Durante mucho tiempo, durante 30 años, la abracé. Era divertido hacerlo cuando era joven y tonto. Pero ahora la etiqueta parece demasiado unidimensional”. En el caso de Whitney, pese a todo, lo que ocurrió no ha conseguido opacar su enorme talento y brillante carrera musical.

La historia de Whitney y Bobby acabó teniendo un colofón si cabe todavía más trágico y absurdo. Tras la muerte de la estrella, se supo que Bobbi Kristina, Kristi, la hija de ambos, mantenía un romance con su hermano adoptivo Nick Gordon. Nick había sido adoptado –no de forma legal– a los 12 años por Whitney cuando su padre entró en prisión y su madre, antigua amiga de la cantante, declaró que no podía cuidar de él. El joven había convivido bajo el mismo techo que Bobbi, que entonces tenía 8 años, hasta que una relación en principio fraternal pasó a ser algo más. Pese a no tener ningún vínculo de sangre, el tabú del incesto seguía estando ahí, por lo que la transgresión de verles juntos les convertía en una pareja chocante, escandalosa y hasta sórdida. Llegaron a anunciar que se habían casado en enero de 2014, algo que fue negado por la familia a posteriori. Ni su abuela Ciccy ni su tía Pat Houston, con la que Kristi vivía tras la muerte de su madre, aprobaron el romance. Por supuesto, las masas eran partícipes de la intimidad de todo el círculo porque podían presenciarlo a través del reality show The Houstons: On Our Own. Ya en el primer episodio, Bobbi anunciaba a los suyos su amor por su hasta entonces “hermano”. Ciccy y Pat criticaban la decisión de Kristi de aparecer en un reality apenas tres meses después de la muerte de su madre, pero participaban en él, igual que otros miembros de la familia y el resultado era grotesco. La joven que con solo 19 años había perdido a su madre se ponía a grabar un programa en el que su duelo, sus errores y equivocaciones, quedaban grabados para siempre. La sobreexposición contra la que Whitney había luchado –y a la que se había prestado a participar– la repetía su hija. Si el público había sintonizado Being Bobby Brown porque sabían que era el punto más bajo del matrimonio y querían disfrutar de la carnaza y reírse de ella a la vez que horrorizarse con su decadencia en un ejercicio morboso, el final trágico de todo aquello les había hecho conscientes de que más que entretenido, era desagradable a secas. “Hay cosas que no deberían ser documentadas”, fue la crítica general sobre el programa. La familia de la finada estrella aparecía como un grupo de vampiros disfuncionales que no cuidaban de verdad de la joven Kristi. Se la veía beber alcohol con frecuencia, y en ciertos episodios algunos espectadores aseguraban que parecía drogada. Con todo, lo peor estaba por llegar. El 31 de enero de 2015 Bobbi Kristina fue encontrada inconsciente en la bañera de su casa, en una escena tan calcada del final de su madre que la tragedia griega estaba escrita. Después de pasar seis meses hospitalizada y en coma, falleció el 26 de julio, con solo 22 años.

Bobbi Kristina Brown y Nick Gordon en un estreno en Los Ángeles en 2012.

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Se desató una frenética especulación sobre la responsabilidad de Nick Gordon en el deceso; se dijo que Bobbi tenía golpes y magulladuras, y se habló de abuso físico. Bobby Brown parecía convencido de su implicación y así lo declaraba a los medios. En el programa de televisión del Dr. Phil, Gordon dijo que le resultaba extraño que Bobbi se hubiese metido en la bañera porque le tenía miedo desde lo que le había ocurrido a su madre, y en una revelación inesperada, contaba que la noche antes de la muerte de Whitney había sido Bobbi también la que había bebido tanto que se quedó dormida dentro de la bañera, hasta que su madre la encontró. En 2016, Gordon fue condenado a pagar 36 millones de dólares a los familiares de su novia por negligencia. Se le acusó de haber servido a la joven un “cóctel tóxico” de cannabis, alcohol, morfina, cocaína y medicamentos para tratar la ansiedad y de haberla dejado inconsciente en el baño. Y esperen, que todavía hay más: tras ser noticia varias veces más por denuncias de violencia por parte de su novia, el 1 de enero de 2020 Nick Gordon murió por sobredosis. Tenía 30 años. El final de una tragedia americana.