A la hora de analizar la Revolución Rusa y su consiguiente guerra civil suelen distinguirse dos grandes bandos asimilados a colores: el rojo y el blanco, representantes de los comunistas y antirrevolucionarios respectivamente. Pero se trata de una simplificación. Lo cierto es que aquel proceso fue un auténtico puzzle de ideologías enfrentadas y el arco cromático se ampliaba al menos a otros dos tonos. Uno era el negro de los anarquistas y otro, que vamos a tratar a continuación el verde, que identificaba a la resistencia armada de los campesinos ante las requisas de los demás contendientes.

El Ejército Verde no surgió por casualidad. El estallido revolucionario inicial afectó fundamentalmente a las zonas urbanas, donde se localizaba el proletariado que, organizado en soviets, constituía la principal fuerza antizarista. El mundo rural, más conservador y apegado a sus tradiciones, permaneció a la expectativa, sin oponerse al movimiento pero, a la vez, sin sumarse abiertamente. Tras la Revolución Bolchevique y la consecuente organización de los primeros núcleos reaccionarios, el llamado Ejército de Voluntarios de Mijaíl Alekséyev y Lavr Kornílov, germen del Ejército Blanco, y los cosacos, empezó la contienda civil.

Sin embargo la suerte les fue adversa y los revolucionarios consiguieron imponerse, sólo que no lo hicieron con claridad y el conflicto siguió latente, enquistándose de manera progresiva. Mientras, el nuevo gobierno decretó el comunismo de guerra en 1918, bajo la dirección del Vesenja (Consejo Superior de Economía), como método para intentar garantizar el suministro de productos agrarios. La razón estaba en que ya desde 1916 se registraba escasez, debido a que los campesinos solían retener el grano para garantizarse su autoabastecimiento, provocando el efecto contrario en las ciudades. Algo que se agravó cuando el ejecutivo impuso el monopolio agrícola en la primavera de 1917.

Máxima expansión del Ejército Blanco durante la Guerra Civil rusa/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

La llegada de funcionarios a las granjas con la doble misión de recoger el cereal y el ganado, así como reclutar gente, fue muy mal recibida y se respondió ocultando la producción. Eso obligó al gobierno a aplicar la Prodrazvyorstka, es decir, la incautación obligatoria. Lamentablemente, para ello empleó a un verdadero ejército de obreros de variada catadura que desempeñaron esa labor, a menudo quemando las aldeas reticentes e incluso condenando a los vecinos bajo la acusación de ser kulaks (grandes propietarios rurales), cuando en realidad la mayoría eran bednyáks (humildes campesinos asalariados) o serednyáks (de clase media, dueños de su granja).

A ese malestar se unieron la puesta en marcha del proceso de colectivización y la fusión de los kombéds (abreviatura de komitety bednoty, es decir, comités de campesinos pobres) con los sóviets locales, para llevar a cabo las incautaciones directamente. Entre la espada y la pared, muchas de aquellas gentes abocadas al hambre y la pobreza dejaron sus casas para ocultarse en los bosques, pero otras organizaron su propia resistencia en bandas, ayudados a veces por obreros urbanos desencantados. Al principio de forma improvisada, sin organización ni un plan concreto, limitándose a atentar bárbaramente contra los bolcheviques que capturaban porque la mayoría carecían de formación para plasmar sus reivindicaciones en el plano teórico.

Cuando por fin articularon un ideario, se acercaba al de los eseristas del Partido Social-Revolucionario que lideraba Víctor Chérnov. Eran socialdemócratas, partidarios de la socialización paulatina y pacífica de la tierra, repartiéndola en usufructo según el tamaño de cada familia, frente a la nacionalización y colectivización del bolchevismo. También querían libertad de mercado para sus productos y reclamaban la descentralización administrativa. En suma, los eseristas, abogaban por una etapa revolucionaria intermedia, con cambios que resultaban un poco inconcretos pero atractivos para el campesinado.

Símbolo usado por el Partido Social-Revolucionario durante las elecciones de 1917/Imagen: Dahn en Wikimedia Commons

Por tanto, los verdes -se llamaba así a los campesinos rebeldes por enarbolar banderas de ese color (aunque a veces las usaban negras o combinando ambos tonos)- fueron identificados por el gobierno como bandidos hostiles a la revolución y adscritos el Ejército Blanco. Algo erróneo porque sus reivindicaciones no eran tanto políticas como socioeconómicas y, de hecho, cooperaron más con los anarquistas en el plano estratégico ¿Por qué no hubo una confluencia? Porque muchos líderes blancos, con notables excepciones como la de Piotr Wrangel, defendían el antiguo régimen zarista, negándose a aceptar reforma alguna y aplicando también un trato marginal al campesinado.

Eso se debió en parte a la incapacidad de los mandos blancos para crear una administración, lo que obligaba a sus tropas a aprovionarse sobre el terreno a costa del mundo rural. Los cosacos se distinguieron especialmente en ello, con saqueos a las aldeas, a pesar de los intentos por contenerlos que realizaba su cabeza más prominente, Antón Denikin. En otras palabras, los blancos parecían hacer todo lo que no debían para ganarse las simpatías de aquellos posibles aliados, así que el movimiento verde se mantuvo al margen de ellos, rechazándolos casi igual que a los bolcheviques.

Cuando éstos se impusieron a sus enemigos blancos a principios de 1920, dejándolos prácticamente como un problema residual, ya no necesitaban tantos efectivos en el ejército. Siendo la mayor parte de ellos soldados reclutados en el campo, entre los que fueron licenciados y la deserción masiva, las guerrillas de campesinos rebeldes recibieron un enorme caudal humano para incorporar a sus filas. Se les intentó combatir con métodos expeditivos que incluían el castigo a sus familias, pero fue inútil y el Ejército Verde creció y creció hasta superar en número tanto al Rojo como al Blanco.

Soldados campesinos del ejército de Kolchak/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El campesinado, que consideraba opresores a ambos bandos, empezó por fin a organizarse gracias al contacto con los eseristas. Al contrario de lo que pasaba con los sóviets, los líderes verdes carecían de formación y no había intelectuales de fuste entre ellos, así que fueron miembros de ese partido o del anarquismo los que se convirtieron en referentes teóricos. Se podría destacar a Aleksandr Antónov, del Partido Social-Revolucionario, o a Néstor Majnó, anarquista. Otros, como Danilo Terpilo o Nikífor Grigóriev, eran meros atamanes cosacos, nacionalistas y antisemitas.

Pese a todo, el movimiento verde fue descoordinado y, fruto del acentuado carácter autonomista de cada grupo, ineficaz. Se manifestó en forma de diversos brotes inconexos, unos de pura guerrilla y otros más serios, movilizando a miles de individuos. Del primer tipo, comúnmente conocido como bunt, el más destacable fue la Rebelión de Livny: los eseristas de Iván Klëpov consiguieron reunir unos doce mil hombres, entre kulaks, militares y aristócratas, para asaltar la ciudad homónima; tras una sucesión de combates a lo largo de agosto de 1918, terminaron fracasando, a pesar de que sólo había dos centenares de bolcheviques para su defensa, que lograron resistir hasta recibir refuerzos.

Otro bunt reseñable fue el que tuvo lugar en Izhevsk-Vótkinsk en la misma fecha, aunque en este caso se prolongó hasta noviembre. Aquí los campesinos fueron ayudados por los obreros de las fábricas de armamento, pero fue inútil. El Ejército Rojo se impuso y la represión acabó con la vida de casi un millar de personas, huyendo el grueso de la ciudadanía para unirse a las fuerzas blancas del almirante Aleksandr Kolchak. Paralelamente, los cosacos reunieron treinta mil hombres y, junto a milicias verdes del Cáucaso, campearon por el Kubán, el Don y Ucrania hasta ser derrotados en 1919, dispersándose entonces en partidas menores muy debilitadas.

Más importante fue la Rebelión Chapán, nombre derivado del caftán de piel ovina que usaban los rebeldes. Se desarrolló en Kúibyshev (actual Samara), después de que las autoridades bolcheviques fueran depuestas y sus soldados condenados por intentar llevarse más grano del estipulado. Los campesinos hicieron caso omiso de los ultimátums de la Cheka y, dirigidos por un veterano de la Primera Guerra Mundial llamado Alekséi Dolinin, tomaron otras localidades, adueñándose de buena parte de la cuenca del Volga y protagonizando así el primer vosstaniye o insurrección a gran escala. El ejército los aplastó al cabo de un mes, en abril de 1919. Hubo un segundo intento en 1921, pero apenas duró tres días.

Néstot Majnó, en el centro sentado, junto a su mujer, dos hermanos y su estado mayor/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En febrero de 1920 se produjo en Baskorkostán (Siberia) la Rebelión de las Horcas contra los abusos de los prodotriady (los encargados de aplicar la Prodrazvyorstka), agravados por el hecho de que se impusiera la cría de cerdos a toda la población, buena parte de la cual era tártara musulmana. Hasta treinta y cinco mil baskires se alzaron en armas, rechazando no sólo las ofertas de negociación del gobierno sino atacando salvajemente a cualquier representante de éste que apresaban, a sus simpatizantes y a las familias de éstos. Tras casi dos meses, el ejército los sometió sin demasiadas dificultades y entonces se invirtieron las tornas de la represión.

No fue el único episodio siberiano. Es más, la mayor revuelta verde ocurrió en la parte occidental en enero de 1921 y se prolongó casi dos años. Irónicamente, empezó como un movimiento campesino contra Kolchak, cuando éste cometio la torpeza de restablecer los privilegios de los terratenientes. Mucha gente se unió a los bolcheviques y otros organizaron guerrillas que debilitaron al caudillo blanco, lo que aprovechó el Ejército Rojo para expulsarlo de la zona. Pero entonces fueron los comunistas los que repitieron el error de soliviantar al campo con el comunismo de guerra.

Unos cincuenta y cinco mil verdes tomaron el control de siete ciudades y cortaron la ruta del Transiberiano. Una vez más, las tropas gubernamentales salvaron la situación y tomaron durísimas represalias, con miles de muertos e incautación de la mayor parte de las cosechas, lo que provocó una terrible hambruna. A cambio, se aceptó eliminar la Prodrazvyorstka, aunque el odio permaneció y por eso cuando la Alemania nazi invadió la URSS, muchos habitantes de esa región recibieron con simpatía a la Wehrmacht.

Ahora bien las insurrecciones más sonadas fueron la Majnóvschina y la Antónovschina. La primera debe el nombre a su impulsor, el anarquista Néstor Majnó, que en 1918 había creado una república comúnmente conocida como Majnovia: Territorio Libre, el sureste de Ucrania, en la que se hizo un auténtico ensayo a gran escala de sociedad comunal. No había partidos políticos ni estado propiamente dicho, sino una autogestión de los trabajadores a través de asambleas y consejos populares, lo que chocaba con el programa bolchevique. Y así, aunque habían luchado juntos contra los blancos de Denikin, las diferencias ideológicas terminaron por enfrentarles.

Área donde se desarrolló la Rebelión de Tambov/Imagen: Memnon335bc en Wikimedia Commons

El Ejército Negro, como se llamaba al anarquista, estaba en precario al comienzo pero luego se equipó adecuadamente y además contaba con numerosos efectivos, entre ellos los cosacos de Grigóriev, inicialmente aliado y luego asesinado por defender unirse a los blancos. Sin embargo, como en los casos anteriores, dos ejércitos bolcheviques acabaron con aquel sueño, ejecutando a dos mil jefes anarquistas y obligando a Majnó a exiliarse en Rumanía en agosto de 1921.

El verano de 1920 fue movido porque también entonces brotó la Antónovschina, también conocida como Rebelión de Tambov por el lugar donde se produjo el primer estallido, al que, cómo no, se asignó un color: el azul, por el color de los caftanes de la tropa. Su líder fue el eserista Aleksandr Antónov (de ahí el otro nombre), que en 1919 se había unido a las guerrillas para evitar ser reclutado por los prodotriady y dotó al subsiguiente ejército verde de algo que no tenían los demás: un corpus ideológico y un programa cuyo último fin era desplazar a los bolcheviques del gobierno. Beneficiados porque éstos estaban ocupados en combatir a Wrangel y los polacos, cerca de dieciocho mil azules mal armados marcharon sobre Tambov, dispuestos a ocuparla, pero fueron dispersados a tiros de ametralladora.

No se desanimaron y continuaron expandiendo su causa por otras urbes, ganándose la confianza de mucha gente (era una región muy poblada y con tierras ricas a las que el ejecutivo comunista no había sabido sacar provecho). Su número creció tanto que sumó decenas de miles de hombres y, aunque no lograron nunca actuar coordinadamente, careciendo además de armamento pesado, pusieron en aprietos al gobierno, que les empezó a considerar un serio peligro y envió a someterlos a los generales Mijaíl Tujachevski y Ieronim Ubórevich, ambos bajo el mando de Vladímir Antónov-Ovséyenko (el periodista que dirigió el asalto al Palacio de Invierno).

Los bolcheviques superaban ampliamente a los azules en número y hasta contaban con caballería, vehículos blindados y un avión; también gases, con los que limpiaban los bosques de adversarios. Haciendo tenaza, sus fuerzas fueron diezmándolos poco a poco y culminaron su labor en junio, dedicándose entonces a aplastar los últimos focos de resistencia. Se calcula que murió un cuarto de millón de personas, entre combatientes y civiles. Decenas de miles de supervivientes fueron hechos prisioneros y repartidos por los gulags, pero, al igual que otros casos, al final se intentó aplacar los pocos ánimos que quedaban suprimiendo las requisas de grano.

Soldados azules ucranianos practicando una carga/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La violencia gratuita con que se emplearon a menudo los verdes se volvió en su contra, ya que no sólo impidió cualquier posible negociación con el gobierno sino que desvió la atención de fijar un objetivo concreto y pragmático. Teniendo en cuenta que casi todo el país era campesino, el gobierno se vio en serios aprietos para garantizar el aprovisionamiento de las ciudades, lo que derivó en motines en éstas; pero los rebeldes fueron incapaces de aprovechar esa ventaja. Asimismo, el fuerte espíritu autonomista hizo que sus acciones no traspasaran las regiones donde se producían o que abandonasen las ocupadas sin establecer una administración local, lo que dificultaba el establecimiento de una línea de suministros para los suyos y facilitaba su reconquista por los bolcheviques.

De todas formas, a los verdes les resultaba todo un problema ponerse de acuerdo, al carecer de un programa definido y ramificarse en varias tendencias. En ese sentido, los bolcheviques tomaron buena nota y no dejaron pasar la ocasión para eliminar a la oposición de izquierda, como los mencheviques y los eseristas. No obstante, también entendieron que el comunismo de guerra resultaba demasiado conflictivo y terminaron sustituyéndolo por la Nueva Política Económica, el apodado «capitalismo de estado», que en lo referente a la cuestión suprimió la Prodrazvyorstka en favor de un impuesto fijo en especie, pudiendo los campesinos vender el resto, además de contratar empleados o arrendar.

Así fue cómo retornaron la paz y la tranquilidad al campo durante unos años, hasta que los planes quinquenales aplicados por Stalin en 1928, que volvían a colectivizarlo, desataron una nueva oleada de motines en la parte oeste de Ucrania y norte del Cáucaso. Pero esta vez los agricultores estaban aún menos organizados y, aunque eran muchos, no tuvieron tiempo casi para nada, siendo reducidos pronta y fácilmente. La revolución se asentaba de forma definitiva, aunque aún habría de superar inesperados obstáculos como el que supuso la Rebelión de Kronstadt.


Fuentes

Blancos contra rojos. La guerra civil rusa ( Ewan Mawdsley)/Breve historia de la Revolución rusa (Iñigo Bolinaga Irasuegui)/The Russian Civil War 1918–22 (David Bullock)/The Russian Civil War (Evan Mawdsley)/Bandits and partisans. The Antonov movement in the Russian Civil War (Erik C. Landis)/La Revolución rusa (1891-1924). La tragedia de un pueblo (Orlando Figes)/Tormenta roja. La Revolución Rusa 1917-1922 (Carlos Canales y Miguel del Rey)/Wikipedia


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