Victoria I de Inglaterra. La era victoriana

Victoria I de Inglaterra

La era victoriana

El Reino Unido conoci� una �poca de m�ximo esplendor durante la segunda mitad del siglo XIX, per�odo que coincide con el dilatado reinado de Victoria I (1837-1901), la llamada "era victoriana". Gran Breta�a se convirti� en la primera potencia mundial por la prosperidad de su econom�a y la extensi�n e importancia de su imperio colonial, que culmin� con la proclamaci�n de la reina Victoria como emperatriz de la India (1877).

En Inglaterra, el pacto constitucional tra�do por la revoluci�n hab�a relegado a un papel puramente subsidiario el car�cter o la val�a de los reyes como factor hist�rico. Gran Breta�a acababa de vencer a Francia en la gigantesca confrontaci�n que enmarc� las guerras de la Rep�blica francesa y de Napole�n. Era due�a de los mares y, por consiguiente, del comercio, y estaba inmejorablemente preparada para el despegue industrial y t�cnico, que hab�a emprendido con mucha antelaci�n al continente. Los soberanos ingleses reinaban pero no gobernaban, algo todav�a ins�lito en la �poca. Pero no por ello puede, y menos en el caso de Victoria, negarse todo peso e influencia hist�rica a su figura.

Las reformas pol�ticas

El constitucionalismo en aquella Inglaterra de principios del siglo XIX estaba muy lejos de las acepciones que luego ir�a revistiendo el t�rmino. En realidad, era la correa de transmisi�n de una oligarqu�a de notables, repartida entre las fracciones m�s emprendedoras de la nobleza derrotada por la revoluci�n y las capas superiores de la burgues�a, los grandes comerciantes e industriales. El reparto del poder se efectuaba mediante un r�gimen electoral censitario (s�lo votaban los poseedores de las rentas m�s elevadas), asegurado con mil procedimientos irregulares.


La reina Victoria (retrato de Alexander Melville, 1845)

En 1832, cinco a�os antes de la coronaci�n de Victoria, se hab�a procedido a una reforma pol�tica trascendental, bastante imperfecta todav�a, pero que ampli� sensiblemente el cuerpo de electores y suprimi� los abusos m�s evidentes. El ininterrumpido aumento de la poblaci�n urbana y los cambios operados en el tejido social a consecuencia de la Revolución Industrial hicieron ver a algunos pol�ticos l�cidos la necesidad de incorporar a la vida pol�tica activa los sectores surgidos de tales transformaciones, particularmente el proletariado urbano y las clases medias. A pesar de las reservas de sectores poderosos, las clases medias y bajas tomaron conciencia de sus derechos ciudadanos con la guerra de Secesi�n americana: el triunfo norte�o alent� a las clases trabajadoras brit�nicas en la conquista de sus reivindicaciones en materia de sufragio.

Los dos grandes partidos, el Liberal y el Conservador, representantes en l�neas generales de los antiguos whigs y tories, respectivamente, fueron tomando forma al iniciarse el reinado de Victoria I, y el sistema parlamentario bipartidista se consolid� definitivamente en torno a 1850. Los liberales, con Palmerston a la cabeza, y los conservadores, con Peel como l�der, presidieron la pol�tica del primer periodo victoriano. Las dos figuras de la segunda mitad del siglo fueron el liberal Gladstone y el conservador Disraeli. El partido liberal tom� como bandera la necesidad de ir reformando las estructuras del Estado y de ir avanzado hacia el ideal de la plena democracia. Su lucha pol�tica, basada en el liberalismo pol�tico, estuvo contestada por la siempre rigurosa oposici�n de los conservadores, convertidos en los defensores de los valores del pasado, en amparadores de los intereses del medio rural y en valedores del proteccionismo econ�mico. Disraeli cambi� la imagen del partido orient�ndolo hacia el reformismo y la defensa del librecambio. Con la amplia pol�tica de reformas llevadas a cabo por ambos partidos, iniciada en torno a los a�os treinta, se promovieron nuevas actuaciones de car�cter secularizador y democr�tico muy adelantadas para su �poca. Con todo, el periodo no estuvo exento de dificultades internas y de agitaci�n social.

La senda que hab�a de llevar a una nueva reforma electoral estaba sembrada de obst�culos. Planeada en un principio por los c�rculos m�s progresistas del partido liberal, la oposici�n de las esferas m�s reaccionarias de �ste determin�, parad�jicamente, que fueran los tories los que finalmente la materializaran. No sin desgarros ni escisiones internas en sus alas m�s ultras, Benjamin Disraeli consigui� que por fin su primer ministro lord Derby diera luz verde durante su tercer ministerio a la ley de reforma electoral (15 de agosto de 1867). Con la nueva ley, bastaba la condici�n de propietario o de inquilino urbano para acceder al derecho al sufragio; con ello se dobl� el n�mero de ingleses con derecho al voto. Pero aunque en los distritos rurales se rebaj� el censo requerido para ejercer el derecho al voto, �ste permaneci� inalcanzable para los peque�os campesinos.


Benjamin Disraeli

El salto en el vac�o que hab�an pronosticado los cr�ticos de la reforma electoral nunca llegar�a a producirse; la reforma no depar� m�s que beneficios de cara a la mayor integraci�n social del pa�s y para el desarrollo de un r�gimen de libertades y de democracia efectivas. La redistribuci�n de esca�os en favor de las grandes circunscripciones urbanas y el consiguiente aumento del voto obrero en las ciudades no condujeron a la dictadura obrera parlamentaria vaticinada por las esferas nobiliarias y altoburguesas de la naci�n.

Seg�n una paradoja corriente en la vida pol�tica brit�nica, el partido conservador fue desplazado del poder en las elecciones del a�o siguiente, que registraron una abrumadora victoria de los liberales, presididos por una personalidad de excepci�n: William Gladstone. Su larga y brillante carrera como parlamentario y gobernante (en especial, como hacendista del gabinete Palmerston) le otorg�, sin discusi�n, la jefatura del partido whig a la muerte de Palmerston. La primera etapa del gabinete de Gladstone se caracteriz� por traducir a realidades cotidianas el esp�ritu triunfante de la reforma electoral de 1867.

No obstante sus firmes convicciones religiosas, y pese a las recomendaciones de la reina Victoria, el l�der liberal efectu� la separaci�n de la Iglesia y el Estado en la Irlanda protestante y obtuvo igualmente del parlamento una ley agraria para todo el territorio de esta isla, con el prop�sito de proteger a los colonos contra los desahucios abusivos. La pacificaci�n de Irlanda avanz� con esas medidas, aunque el verdadero significado de la actuaci�n del ministerio descans� en que, por fin, todos los sectores interesados en resolver la cuesti�n irlandesa comprendieron que en Gladstone exist�a la decidida voluntad de entregarse a la tarea pacificadora con toda energ�a.


William Gladstone

Su voluntad de reforma se evidenci�, igualmente, en el tratamiento del tema universitario, sobre el que Gladstone hab�a meditado largamente. En los inicios de los a�os setenta, las pruebas religiosas fueron abolidas en Cambridge y Oxford, y los centros de ense�anza superior abrir�an sus puertas en adelante a todos los alumnos, independientemente de creencias espirituales. Una trascendental ley de Educaci�n estableci�, en 1870, la obligatoriedad de la asistencia a la escuela de todos los ni�os menores de 13 a�os, creando adem�s los medios necesarios para hacerla efectiva.

En el �mbito de la justicia, se adoptaron igualmente disposiciones para simplificar y modernizar los procesos. El establecimiento de un �nico Tribunal Supremo, as� como la promulgaci�n de una ley Judicial, fueron los instrumentos m�s importantes de esta profunda reforma. No menos trascendental fue la operada en el ej�rcito. Las disfunciones y m�culas en su sistema de reclutamiento, en la direcci�n, la intendencia y la sanidad hab�an quedado flagrantemente al descubierto en la guerra de Crimea. Tambi�n en este trienio del primer gabinete de Gladstone, considerado por sus jefes como una insuperable m�quina gobernante, se cre� el famoso Civil Service, que dar�a a Gran Breta�a la administraci�n que demandaba su posici�n en el Mundo y el gigantesco desarrollo de su vida colonial.

El movimiento obrero

Por supuesto, la presi�n de la clase obrera tuvo que ver con la implantaci�n de las reformas pol�ticas y sociales. El desenga�o que produjo en la clase trabajadora el conservadurismo de la Ley de Reforma de 1832, sobre todo en lo que hac�a referencia a sus reivindicaciones en demanda de una mayor participaci�n pol�tica, tuvo como consecuencia la formaci�n de nuevos movimientos obreros.

En 1836 dos dirigentes moderados, Lovett y Hetherington, fundaron la Asociaci�n Londinense de Trabajadores. Constituida por artesanos cualificados, obtuvieron un gran �xito de afiliaci�n. En 1838 dirigieron al parlamento, con la colaboraci�n del tambi�n sindicalista Francis Place, la famosa Carta del Pueblo, en la que se reivindicaban, entre otros derechos, el sufragio universal masculino. Sobre su contenido coincidir�an otros movimientos radicales y obreros, pero los cartistas, como se les denomin�, fueron conquistando mayores parcelas de protagonismo gracias al respaldo de la masa obrera, y radicalizaron sus protestas en contra de los abusos empresariales y del paro originado por el maquinismo. Poco a poco la represi�n policial y los despidos y represalias de los empresarios hicieron mella en buena parte de la clase obrera. El movimiento cartista empez� a perder apoyos, sobre todo cuando empezaron las divisiones internas entre sus dirigentes.

Superados los momentos cr�ticos de los a�os centrales del siglo, y ante la prosperidad econ�mica de las siguientes d�cadas, representantes sindicales y l�deres obreros comprendieron la inutilidad de mantener continuadas reivindicaciones pol�ticas. As�, fueron orientando sus actividades a potenciar las Asociaciones de Ayuda Mutua o Trade Unions. Sus intereses ser�an asumidos y defendidos en el parlamento por el partido Liberal, pero las Trade Unions nunca olvidaron ejercer presi�n sobre la patronal. En 1875 consiguieron que se aprobara el derecho de huelga y la implantaci�n de un sistema de sanidad p�blica. Estas asociaciones empezaron a cobrar nuevas dimensiones pol�ticas y sociales con la Primera Reuni�n Internacional de Trabajadores que se celebr� en Londres en 1864. All� se elabor� por primera vez un programa conjunto de actuaci�n basado en principios socialistas, los mismos que propugnaban pensadores como Marx y Engels.

La pol�tica exterior y el imperio colonial

La Gran Breta�a de mediados de siglo continu� el sendero trazado en pol�tica exterior por el vizconde de Palmerston, cerebro y ejecutor de toda ella desde los inicios de la d�cada de los treinta. Cuando la Revoluci�n de 1848 puso de manifiesto el poder y el ascendiente rusos, Gran Breta�a procur� debilitarlos para impedir, sobre todo, que el imperio de los zares se interpusiera en el camino de la India y llegara a convertirse en un serio rival en la zona. La guerra fue un expediente favorable para que Londres desplegara su estrategia sin descubrir en exceso sus cartas. Desde este conflicto, Palmerston domin� sin disputa tanto la pol�tica interna como la exterior de su pa�s. En la �ltima vertiente, continu� fiel a su ideario pronacionalista sin atisbar el peligro que para el equilibrio europeo implicaba la imparable ascensi�n alemana. Obsesionado por el recuerdo napole�nico, Palmerston prest� m�s atenci�n a las pretensiones francesas que a las de la Alemania bismarckiana, que, a ra�z justamente de la muerte del famoso pol�tico brit�nico (1865), comenz� la marcha irrefrenable hacia su unidad.

El imperialismo brit�nico adopt� nuevos m�todos pol�ticos. En 1830 surgi� un grupo de reformadores que vieron en la administraci�n racional de las colonias una salida para el r�pido crecimiento de la poblaci�n del Reino Unido. John Stuart Mill, Charles Buller, Edward Gibbon y Lord Durham consideraron que era una oportunidad para la creaci�n de nuevas comunidades basadas en principios de autogobierno responsable. Con ellas se har�a posible un nuevo ideal de cohesi�n del imperio brit�nico basado no en el control ni en las medidas restrictivas, sino en la independencia y en la libertad. En 1865, el Acta de validez de las leyes coloniales declar� que las leyes aprobadas por las legislaturas coloniales s�lo ser�an anuladas cuando chocaran abiertamente con las leyes del parlamento imperial. Esto constituy� una seguridad general de autogobierno interno para todas las legislaturas coloniales, consideradas soberanas aunque subordinadas al parlamento brit�nico. Ello ser�a el principio de la futura Commonwealth.

La parte m�s extensa del imperio, la India, fue reorganizada por estos reformadores coloniales. Se introdujeron nuevos modelos de competencia y de rectitud que a su vez influyeron en el mismo sistema administrativo del Reino Unido. En 1860 entr� en vigor el c�digo penal redactado por Macaulay, el mismo que introdujo las reformas administrativas. En 1876 se proclam� en Delhi a la reina Victoria como emperatriz de la India, un hecho cuya intenci�n �ltima era la de afianzar de cara a la comunidad internacional el tr�fico de mercanc�as con la metr�poli.


El imperio colonial británico

Durante el reinado de Victoria I, los brit�nicos siguieron colonizando nuevas tierras: Nueva Zelanda en 1840, Hong Kong en 1842 y amplias zonas de Malasia. A finales del siglo XIX el gobierno de Robert Gascoyne-Cecil, marqués de Salisbury, anexion� territorios de Zambeze y Zanz�bar, junto a otras zonas de la regi�n de los somal�es. Tambi�n Benjam�n Disraeli, durante el �ltimo tercio del siglo, se dedic� a estimular el imperialismo, afianzando la posici�n de Gran Breta�a en el Mediterr�neo y en China. La filosof�a general de este desarrollo, tanto en la metr�poli como en las colonias, quedaba compendiada en los sistemas de defensa imperial concebidos en 1870. En caso de guerra, la armada brit�nica ten�a como misi�n cardinal la de bloquear los puertos enemigos y mantener abiertas las rutas vitales que enlazaban las bases navales y comerciales del imperio.

La prosperidad econ�mica

El reinado de Victoria I coincidi� con una segunda fase de la revoluci�n industrial que conducir�a al establecimiento de los postulados del liberalismo econ�mico y del gran capitalismo. En la base de todo este proceso se hallaba la exaltaci�n de la libertad. El Reino Unido redujo en lo que pudo su papel intervensionista, limit�ndose a promover actividades econ�micas de car�cter abierto y aut�nomo.

Desde mediados de siglo, �poca dorada de la prosperidad econ�mica, se adoptaron los fundamentos de la filosof�a del librecambio, aboliendo aranceles y suprimiendo las antiguas Actas de Navegaci�n del siglo XVII. El mercado empez� a regularse por la libre competencia y por las leyes de la oferta y la demanda. Se promovieron desde el gobierno tratados comerciales estrat�gicos con otros pa�ses; el Reino Unido trataba de importar cereales a buen precio y mantener as� los precios del pan, colocando a cambio en el extranjero sus excedentes textiles y metal�rgicos.

En todo este proceso se empez� a vislumbrar la acumulaci�n de capital como un elemento imprescindible para el impulso de la industrializaci�n. Ello empez� a favorecer el crecimiento espectacular de algunas empresas que abandonaron su dimensi�n local o nacional para convertirse en verdaderas potencias multinacionales. Las peque�as sociedades de accionistas de finales del siglo XVIII se sustituyeron desde 1840 por compa��as capitalistas cuyos socios ten�an una responsabilidad limitada: no estaban obligados a cubrir con su fortuna personal una ocasional quiebra; solamente perd�an sus acciones o ve�an bajar su valor. La banca inglesa multiplic� exponencialmente sus actividades y activos, sobre todo gracias a sus operaciones de empr�stito a la industria, que necesitaba important�simas sumas a consecuencia de los elevados costos de producci�n, distribuci�n e innovaci�n tecnol�gica. La solidez de la libra esterlina marc� m�ximos en las cotizaciones, y fue durante el siglo XIX la divisa internacional. El Banco de Inglaterra se convirti� en el primer banco del mundo.

Hubo tambi�n quiebras importantes y algunas crisis c�clicas de �mbito internacional. La crisis de 1873 a 1879 se inici� en Viena a consecuencia de la escasa rentabilidad de los ferrocarriles, que repercuti� en las industrias del hierro y de la extracci�n de carb�n. Se extendi� por Alemania y Francia, y lleg� al Reino Unido da�ando esencialmente al sector textil, cuya producci�n cay� en picado, generando salarios bajos y p�rdida de empleos. Estos descalabros econ�micos y sociales, probablemente inherentes al sistema capitalista, se repitieron peri�dicamente.

Las crisis provocaron la desaparici�n de muchas empresas; otras, avaladas por pr�speros negocios internacionales, consiguieron salir airosas y atraer a un mayor n�mero de accionistas. La acumulaci�n de capital les permiti� encargarse de servicios p�blicos esenciales: ferrocarriles, puertos o suministros de agua y gas. Se crearon grandes monopolios administrados a menudo por poderosas familias capaces de decidir acontecimientos en varios continentes a la vez. Hab�a nacido una forma de imperio capitalista, todav�a inadvertida por el hombre de a pie y preocupante para pol�ticos y juristas. El enorme poder econ�mico de determinados empresarios brit�nicos determin� en gran medida las l�neas pol�ticas de algunos gobiernos.

La sociedad victoriana

La prosperidad econ�mica experimentada durante la �poca victoriana favoreci� en l�neas generales las condiciones de vida de la sociedad brit�nica. El afianzamiento de la hegemon�a en el �mbito internacional, junto a la recuperaci�n del prestigio de la monarqu�a como s�mbolo de cohesi�n nacional, conformaron un modelo social en el que las clases medias fueron imponiendo conductas basadas en la sobriedad y discreci�n de las costumbres. El conformismo de esta clase social (middle class) hicieron del culto al dinero, de la exaltaci�n al trabajo y del reconocimiento al esfuerzo individual los elementos fundamentales para alcanzar la prosperidad econ�mica. El orden y la estabilidad se concretaron en el ideal dom�stico y en la independencia del hogar, centro de la vida familiar y templo de una estricta observancia religiosa favorecedora de la templanza y contraria a las inclinaciones desordenadas.

Pero en realidad, la sociedad victoriana sigui� siendo una sociedad con profundos contrastes y desigualdades. En los m�s alto de la sociedad segu�a manteniendo un papel protagonista la nobleza, propietaria de las grandes fincas y heredera de los viejos valores sociales. Los nobles se emparentaron, ahora mucho m�s, con la alta burgues�a capitalista due�a de negocios e industrias que prefiri� unirse a las aspiraciones y modos de la llamada upper class para acceder a sus t�tulos a trav�s del capital y del matrimonio. La clase media restante fue creciendo durante el �ltimo tercio de siglo: comerciantes mayoristas, altos funcionarios, profesionales liberales... Fueron �stos los que en verdad adoptaron los principios puritanos que caracterizaron a la sociedad victoriana: vida discreta y ordenada, austeridad econ�mica, metodismo religioso y conservadurismo pol�tico.


La reina Victoria en 1894

En las clases bajas (lower classes), los artesanos especializados, con salarios suficientes y una buena reputaci�n profesional, formaban un grupo aventajado que supo mantener su preeminencia gracias al peso de sus asociaciones laborales, autorizadas incluso antes que los sindicatos. El �ltimo pelda�o lo ocupaba el proletariado, muy numeroso como consecuencia de la industrializaci�n. Se trataba de un colectivo que viv�a con grandes carencias, paliadas en parte a partir de 1850. El paro y las muchas bocas que alimentar provoc� que muchas hijas de estos asalariados entraran a formar parte del servicio dom�stico de la nobleza, de la alta burgues�a y clases medias; as�, la servidumbre se duplic� en el �ltimo tercio del siglo XIX. Las mujeres de la clase media tampoco tuvieron muchas oportunidades laborales; la mayor�a de las que quer�an tener una carrera profesional se colocaron como institutrices o profesoras. Las condiciones de vida del proletariado fueron infames. En las afueras de las ciudades, cerca de las f�bricas, se construyeron barrios obreros (slums) que, a consecuencia del continuo crecimiento de la poblaci�n, r�pidamente se quedaban peque�os. Las familias se hacinaban en h�medas y peque�as viviendas en donde la falta de higiene origin� graves enfermedades y epidemias.

En otros asuntos sociales como la educaci�n tambi�n se incrementaron las intervenciones p�blicas. El resultado fue un perceptible avance de la alfabetizaci�n y una reducci�n del absentismo escolar ocasionado por la necesidad de trabajar. A otro nivel, como consecuencia de las nueva realidad econ�mica y social, se fundaron nuevas universidades como la de Manchester en 1851 y se reformaron con nuevos estatutos las viejas universidades de Oxford y Cambridge. La sociedad victoriana, o al menos las clases altas, se transform� gradualmente en una sociedad culta, aunque sin grandes desvelos intelectuales, que gustaba de la lectura y de asistir al teatro y los conciertos. La proliferaci�n de colegios para los hijos de familias aristocr�ticas permiti� la implantaci�n de un modelo educativo muy selectivo basado en un ideario de corte conservador.

C�mo citar este art�culo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].