Las miembros de la familia real española y su relación de amor-odio con la peineta y la mantilla

Ninguna consorte se ha mantenido neutral ante el combo nacional.
La princesa Letizia con peineta en el 25 aniversario de la división rural de la Guardia Civil en 2005.
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El 13 de mayo de 2015, la reina Letizia rompió con la tradición de las mujeres de la familia real de vestir de luto y lucir peineta y mantilla en los actos castrenses. En esta ocasión concreta (fue durante la entrega de la enseña nacional a la 11ª Zona de la Guardia Civil en el País Vasco), la asturiana lució el vestido efecto abrigo de Felipe Varela que estrenó el junio anterior para la proclamación de su esposo como rey Felipe  VI en el Congreso de los Diputados, y cuyos cristales bordados en el cuello fueron interpretados como un guiño a la bandera tricolor republicana. Su posición con respecto al par de españolísimos complementos, la peina y la blonda, la conocimos un mes después de convertirse en consorte, cuando prescindió de ellos para asistir a la misa en honor al Apóstol Santiago el día de su celebración, el 25 de julio. De la teja ya se había deshecho en 2011 siendo aún princesa de Asturias y, por tanto, regida todavía por el protocolo juancarlista para participar como oyente en la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II. Doña Letizia no es la primera soberana que siente desafección por el combo nacional. 

Victoria Eugenia de Battenberg, nieta de la reina Victoria de Reino Unido e Irlanda y emperatriz de la India, de origen escocés circunstancial y única esposa de Alfonso XIII ante los ojos de Dios, se amoldó al protocolo real español y se tocó con teja y velo tantas veces como se lo exigió la norma. No lo hizo por gusto, sino por contentar a una corte dominada por su suegra, la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena, y su tía política, la infanta Isabel 'La chata'. Un ambiente de misa diaria, doble moral y falso casticismo presumido con garbanzos en el que cualquier sugerencia de cambio era advertida como una amenaza del enemigo liberal.  

Hay quien cuenta que la abuela del rey Juan Carlos I se deshizo de todas sus peinetas en el exilio. A la reina, ya sin trono, estos  ornamentos le traían recuerdos amargos. Es bastante probable que Ena, como se la conocía familiarmente, se topase con la obligación de tocarse con peineta y encaje, por primera vez, para asistir a la corrida de toros que el alcalde de Madrid, Alfredo Vicenti, organizó en la plaza de Las Ventas en mayo de 1906 con motivo de la boda de Victoria Eugenia y Alfonso XIII. Una afición de su país de acogida que detestó desde aquella tarde, hasta el punto de que numerosas publicaciones afirman que la consorte nunca miró al albero hasta que encargó un par de lentes totalmente opacas que le permitieron mantener la barbilla alta y no ver nada. Su suegra austríaca, con la que no compartía opinión sobre casi nada, tampoco era aficionada. Había sido La chata, durante el reinado de su hermano Alfonso XII, la que impuso la moda de tocarse con manto blanco para asistir a los palcos.

Victoria Eugenia, más amante de los sombreros y de las joyas, en ocasiones optó por convertir a la pareja peineta-mantilla en un trío, colocándose su tiara bandeau de Cartier sobre la frente por encima del velo. Un apaño que Carmen Polo, mujer del dictador Francisco Franco, hizo suyo en las bodas de sus nietas. Pese a su desprecio por el combinado hispano, quién sabe si el tocado le recordaba a las artistas sicalípticas con las que trajinaba su real esposo, la soberana fue retratada en numerosas ocasiones con él. Destaca la fotografía de Christian Franzen y las pinturas de Philip Alexius Laszlo de Lombos y Joaquín Sorolla. Precisamente el homenaje de este último sentó fatal en el palacio de Buckingham, pues el rey Eduardo VII de Reino Unido consideró que su sobrina había sido denigrada al vestir como una campesina en la obra del valenciano. 

 Victoria Eugenia de Battemberg, con mantilla de Philip Alexius Laszlo de Lombos

Museo del Prado

El origen de este chal se remonta a la cultura ibérica. Sin embargo, no fue hasta el siglo XVIII, como muestran muchas de las pinturas de Francisco de Goya, cuando se empezó a generalizar entre las clases altas el uso de la mantilla de encaje, hasta entonces una prenda de uso popular, combinadas con peinetas. Un cuerpo convexo con púas en el extremo inferior que originalmente estaban elaboradas en carey, un material procedente del caparazón de las tortugas. Actualmente el uso de este material está prohibido, salvo que cuente con el certificado del Tratado CITES (Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres). Aunque desde la invención del plástico prácticamente todas las tejas se elaboraron con este compuesto, no porque fuese más barato sino porque resultaba mucho más moderno.

Tras ser abolida la monarquía en 1931, la madrina de bautizo del rey Felipe VI visitó a los papas Pio XII y Juan XXIII en tres ocasiones. Las tres veces lo hizo vestida de negro y con manto de encaje prendido de una de sus diademas, como las reinas de su país de origen. Su hija, la infanta Beatriz, mantuvo el interés por la peineta en el exilio y su nieta, Sandra Torlonia, se tocó con una en la boda de su hijo Alessandro Lequio y María Palacios en 2008. La otra hija de Alfonso y Ena, la infanta María Cristina de Borbón y Battenberg, abandonó la costumbre patria en la juventud y no usó peina y mantilla ni en el casorio de la infanta Elena, celebrado en Sevilla en 1995, donde se adornó con teja hasta la afición hispalense, y la princesa Catalina de Grecia y lady Brandam de Reino Unido, tía de la reina Sofía. 

María de las Mercedes de Borbón y Orleans, esposa de don Juan de Borbón y, por lo tanto, nuera de Ena, no fue reina consorte  aunque fue enterrada (su cuerpo aún permanece en el pudridero) en la Cripta Real del Monasterio de El Escorial como una de ellas. La condesa de Barcelona fue una auténtica devota de la peineta y de la mantilla. Tan aficionada a ellas como a Curro Romero y al Real Betis Balompié. Para celebrar sus bodas de plata en 1960 en Estoril, decidió coronarse con teja y blonda azabache e instó a sus invitadas a imitarla. Muchas cumplieron con su deseo, incluida su suegra,  a quien todas las aficiones de María de las Mercedes le parecían costumbristas. También cooperó su cuñada, la infanta María Cristina. 

Al funeral de María de las Mercedes, fallecida en el 2000, todas las damas acudieron veladas y con peina, igual que hizo ella en el sepelio de su marido en 1993, dando lugar a una de las imágenes más tristes que se tiene de la abuela favorita de la infanta Elena. La infanta Pilar utilizó un paño bordado muy similar a éste de su madre, con flores y medallones, en las bodas de todos sus hijos, Juan, Bruno Fernando y Beltrán Gómez-Acebo, en las que ejerció de madrina.

Doña Maria de las Mercedes de Borbón durante el funeral de su marido, el conde de Barcelona en El Escorial. 

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La reina Sofía, como Ena, también tuvo que adjurar de su religión (aunque compartían con sus maridos el mismo dios) para ser reina de España. La escocesa lo hizo antes de su boda con Alfonso XIII y la griega poco después de contraer matrimonio con Juan de Borbón y Borbón, entonces conocido entre las cortes europeas como Juanito o ‘el chico de los Barcelona’.  La primera vez que la emérita visitó (bautizada como católica, apostólica y romana) al Papa Juan XIII fue el 4 de junio de 1962, en plena luna de miel. Lo hizo vestida de negro y con peineta y velo; probablemente, regalo o préstamo de su suegra, la condesa de Barcelona. Parecía estar contentísima con tan exótico atuendo. De su antecesora en el trono de consorte, aunque en aquel momento el futuro de Juan Carlos I era incierto, llevaba colgado al cuello el collar de seis vueltas que la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena le regaló a su nuera, Victoria Eugenia, cuando contrajo matrimonio con su único hijo varón  a comienzos del siglo XX.

Los reyes Juan Carlos y Sofía en la escalera de San Jerónimo el Real tras la misa de coronación en 1975.

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La madre de Felipe VI ha vestido teja y mantilla en numerosas ocasiones, incluso durante las corridas de toros que también detesta, como su abuela política y su nuera. Atesora velos blancos y negros, de blonda, chantilly y encaje de Granada, tul y seda natural. La que utilizó para la boda de su hija mayor, Elena de Borbón, es de encaje de seda oscura. Un regalo que doña Sofía recibió en 1994 del Concello de Camariñas (La Coruña). Las palilleras de la entidad de Rendas tardaron más de año y medio en confeccionarla y está inspirada en un diseño vestido por Ena de Battenberg y su valor en el mercado ronda los 7.000 euros.

La infanta Elena ha demostrado ser una enamorada de estos complementos patrios, como su progenitora y su abuela paterna. La mayor de los tres hijos del rey Juan Carlos, por ejemplo, se adornó con peineta y mantilla en la boda de su hermano. Un evento celebrado en Madrid en el que la mayoría de las convidadas olvidaron el pasado castizo de majas y manolas de la capital y eligieron tocarse con pamelas y sombreros en una intentona cosmopolita. Incluida la infanta Cristina, que ha presumido de peina y bordado siempre que se lo ha impuesto el protocolo. Como doña Letizia, que al igual que su suegra, se estrenó con peineta y mantilla poco después de su enlace,  el 28 de junio de 2004, en su primera visita oficial a la Santa Sede  siendo aún Papa Juan Pablo II. Lorenzo Caprile, diseñador del vestido azabache ajustado de escote cuadrado que lució aquella tarde la entonces princesa de Asturias, siempre se ha reconocido orgulloso de este trabajo por los “vetos” vaticanos a su imaginación. Una imagen, la de la reina con teja y blonda, que es probable que no vuelva a repetirse. 

Felipe de Borbón y Letizia Ortiz salen de su audiencia con el papa Juan Pablo II, 28 de junio de 2004.

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Fue la mantilla, precisamente, el arma que utilizaron las mujeres de la aristocracia madrileña en 1871 para mostrar su oposición al rey italiano Amadeo de Saboya, que vino a sustituir en el trono de España a la reina Isabel II. La conocida como Rebelión de las mantillas, tejida por la princesa Sofía Sergeïeva Troubetzkoy, finalmente resultó un fracaso porque la consorte, María Victoria dal Pozzo, se sumó a la manifestación de los mantones escoltada por un batallón de prostitutas. El encuentro terminó con las sublevadas abandonando el paseo del Prado como almas que lleva el demonio. Tal vez pronto, el uso de la peina y la mantilla vuelta a resultar subversivo.