La nueva reina era muy bella, pero orgullosa y altanera, y no podía sufrir que nadie la aventajase en hermosura. Tenía un espejo prodigioso y cada vez que se miraba en él, le preguntaba: ‘Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?’ Y el espejo le contestaba, invariablemente: ‘Señora reina, eres la más hermosa de todo el país’. La reina quedaba satisfecha, pues sabía que el espejo decía siempre la verdad.

Es imposible que haya alguien que no reconozca este fragmento, correspondiente a uno de los cuentos más famosos de los hermanos Grimm: Blancanieves. Walt Disney lo eligió en 1937 para el que fue su primer largometraje (Snow White and the seven dwarfs, que además fue el primero sonoro y en color de la historia del cine) y, como era habitual, tomó como modelo un personaje real para la imagen de la malvada y vanidosa reina: una mujer que vivió en el siglo XI y cuyo retrato escultórico, conservado en la catedral de Naumburgo, está considerado uno de los más significativos del gótico alemán. Se llamaba Uta von Ballenstedt.

Uta era natural de Ballenstedt, una localidad de lo que hoy es el estado federado de Sajonia-Anhalt (Alemania), donde nació en torno al año 1000. Pertenecía a la casa de Ascania, una dinastía de rancio abolengo que iniciaría su hermano Esico, siendo su padre el conde Adalberto de Ballenstedt y su madre Hidda, hija del margrave Hodo I de Lusacia (una marca lindante con Polonia y Silesia). Al menos eso se presume, ya que las fuentes de la época no reflejan esos parentescos.

La malvada reina de Blancanieves y los siete enanitos/Imagen: Disney

Con tanta sangre azul corriendo por sus venas, estaba inevitablemente abocada a un matrimonio de conveniencia, como era costumbre entonces para establecer alianzas políticas. Según las crónicas de Naumburgo, todas dos siglos posteriores, en 1024 Uta fue casada con Ecardo II, hermano menor de Germán I, margrave de Meissen, un territorio situado en la frontera oriental del Sacro Imperio Romano Germánico heredado tras el asesinato de su progenitor y la destitución de su tío (aclaremos que margrave es la castellanización de markgraf, el equivalente teutón de marqués).

Germán tenía una esposa llamada Regelinda, que falleció en 1014 sin descendencia y que, por cierto, también tiene su estatua en la catedral de Naumburgo junto a su marido.

Germán y Regelinda / Imagen: Linsengericht en Wikimedia Commons

En el año 1038, a la muerte de Germán y ante la falta de un hijo, el margraviato de Meissen pasó a manos de Ecardo, que lo sumó así al de Lusacia, que había obtenido cuatro años antes tras deshacerse de su cuñado Teoderico II (esposo de su hermana Matilde) y que se extendía por la actual Baja Lusacia (aproximadamente desde el suroeste del estado de Brandeburgo hasta el suroeste del voivodato polaco de Lubusz), colindante con Meissen.

Ecardo pudo salir tan beneficiado gracias a su lealtad a Enrique III el Negro (o el Piadoso), Rey de Romanos que en el 1046 lograría hacerse con la corona del Sacro Imperio sucediendo a su padre Conrado II.

Las estatuas de Ecardo y Uta / Imagen: Linsengericht en Wikimedia Commons

De este modo, Ecardo se convirtió en guardián de las fronteras alemanas con Polonia y Bohemia, siguiendo al monarca contra el duque Bretislao I y su aliado, el rey húngaro Pedro Orseolo, para detener las razias que éstos solían llevar a cabo en sus dominios. Una primera campaña fracasó pero la segunda resultó victoriosa y se logró forzarlos a firmar la paz.

Nada de esto repercutió en su vida conyugal con Uta, que sin embargo también terminó sin poder engendrar un heredero, razón por la que su linaje se extinguiría. De hecho, en el 1046 una grave epidemia acabó con la vida de ella, por lo que su marido donó la mitad de la dote recibida a la emperatriz Inés de Pitou, esposa de Enrique III, y la otra mitad al convento de San Ciriaco de Gernrode (de la que aún hoy se conserva su espléndida iglesia de estilo otoniano) porque la abadesa era, desde 1044, la hermana de Uta, Hazecha.

La donación no era nada despreciable, pues incluía propiedades en Gundersleve, Westerhausen, Wendhusen, Wegeleben, Mordorf, Richbrechtigerode y la propia Gernrode.

Pero la enfermedad no acabó sólo con Uta sino también Ecardo -apenas unos meses después- y fue Enrique III quien se quedó con el resto de sus posesiones, pasándoselas al conde turingio Guillermo IV de Weimar.

No quedó, por tanto, un descendiente que llevase el apellido pero sí pervivió el recuerdo de ambos gracias a la catedral de Naumburgo, un edificio del siglo XIII que está protegido como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y del que fueron cofundadores, por lo que se les inmortalizó en las Stifterfiguren, es decir, figuras de donantes, que representan a los doce personajes que colaboraron en la fundación del templo.

Exterior de la catedral de Naumburgo / Imagen: Krzysztof Golik en Wikimedia Commons

Se trata de una docena de estatuas de piedra arenisca policromada que decoran el ábside occidental, el cual está separado del resto por un coro alto. Fueron realizadas en el siglo XIII, en estilo gótico, por el llamado Naumburger Meister (Maestro de Naumburgo), representando a ocho hombres y cuatro mujeres; siete de ellos no tienen relación directa con este artículo y son el conde Dietmar; Timo von Kistric; el conde Guillermo von Camburg y su esposa Gepa (quizá Adelaida I); el conde Sizzo von Schwarzburg-Kevernburg; el conde Dietrich von Brehna y Gerburg, su esposa. Pero el resto sí: Conrado, sobrino de Ecardo y Germán; Germán I y Regelinda; y, por último, Ecardo y Uta.

La figura de esta última se hizo entre 1243 y 1249, caracterizándose por su realismo: la esposa del margrave fue plasmada joven y bella, con una atípica corona de flores de lis incrustada de piedras preciosas y perlas, el gebende (un tocado de lino que envolvía la cabeza de las mujeres casadas), una sobrevesta roja y un manto forrado de piel y del mismo color -aunque con un tono más oscuro-, que sujeta con un broche dorado y con el que adopta un gesto medio embozándose. Un atavío que guarda indudable parecido con el que Walt Disney le pondría a la madrastra en Blancanieves y los siete enanitos.

La estatua de Uta von Ballenstedt/Imagen: Linsengericht en Wikimedia Commons

Todas las estatuas son de gran originalidad y naturalidad (la de Regelinda es célebre por su sonrisa), pero la de Uta resultó especialmente carismática, hasta el punto de que suele ser la única conocida por su nombre y fotografiarse individualizada. Más aún, los nazis la consideraron como prototipo de la belleza aria, del mismo modo que para los hombres se eligió al Jinete de Bamberg (una estatua ecuestre de la catedral homónima), por lo que en muchos hogares solían tenerse reproducciones a escala de ambas obras.

Asimismo, fue considerada un ejemplo de arte clásico que había de oponerse al degenerado de las vanguardias. Por eso Goebbels consideró un ultraje que en Hollywood tomaran prestada esa iconografía para la película y prohibió su distribución en Alemania.

Umberto Eco también se molestó pero por otras razones más estéticas. En un artículo de 2008 recordaba un rumor según el cual fue una actriz de los años treinta, Helen Gahagan, la que inspiró a Disney (aunque también se habla de una combinación de rasgos de Joan Crawford, Katharine Hepburn y Gale Sondergaard). Para rematar, el escritor italiano declaró en una entrevista: «Si me preguntasen con qué mujer de la Historia del Arte iría a cenar, ésa sería Uta de Naumburgo». También citó a la Dama del armiño de Leonardo da Vinci, pero ésa no viene al caso.


Fuentes

Blancanieves (Hermanos Grimm) / Espejo, espejito (Umberto Eco en El Espectador) / Uta von Ballenstedt, el rostro de la madrastra de Blancanieves (Alessia Carmaninni en Historia-National Geographic) / The New Cambridge Medieval History. Volume 3, C.900-c.1024 (Timothy Reuter, ed.) / Wikipedia


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