Tú y yo | Cine Divergente

Tú y yo

Por Manu Argüelles

En la recta final: Alea jacta est. Pensábamos que ya habíamos visto las mejores películas (En la casa y No para el aquí firmante). Pero llegó Bertolucci e hizo que la casa volara por los aires. Creía que me marcharía de Donosti con Los increíbles como el film más emotivo de la jornada, pero el señor Bertolucci me aguardaba con una mala pasada. La conexión emocional que uno puede fraguar con un filme es algo estrictamente personal, ya que el cine siempre establece una relación simbólica con la realidad y el espectador. Cada uno tienes sus vivencias, su bagaje, sus experiencias y, por tanto, uno puede hacerse más o menos partícipe de lo que la pantalla quiere sugerirle. En realidad, también creo, contradiciendo a aquellos como Susan Sontag[1] que daban por extinguida la cinefilia, que muchas veces los cinéfilos -vivitos y coleando, gritones y apasionados como tienen que ser- nos situamos delante de una pantalla con la ilusión de enamorarnos de nuevo, de volver a plenificarnos ante una ficción a la que le queremos quebrar el estatuto de ficción para leerla como nuestra, como ese espacio de nuestro yo que siempre nos negamos a que salga de su caparazón y que solo en una sala oscura (o escuchando una canción) dejamos que fluya, que corra con total libertad. La catarsis aristoteliana totalmente saludable. Como diría Edgar Morin[2] en El cine o el hombre imaginario “los espectadores de cine que son capaces de cooperar con las películas que ven combinan introyección (empatía por los personajes) y proyección (experiencias más o menos vividas trasplantadas en la historia que se desarrolla ante ellos)”. Tú y yo sin que estuviese en nuestros cálculos acabó siendo un diálogo muy cercano e íntimo donde el tú es el filme y el yo es el espectador. Resultaba muy fácil esa introyección que comentaba Morin. Ampliemos su radio de acción y no nos limitaremos a los personajes, que también, sino al filme en su conjunto. Para empezar, sería un error considerarlo el hermano pobre de Soñadores (The Dreamers, 2003). Frente a otras obras más canonizadas de su larga e interesante trayectoria es en películas así, humildes y pequeñitas, concentradas y llenas de sensibilidad, sin ambiciones insidiosas, cuando ya no hay nada que demostrar y el reto se encuentra en llegar a la emoción de la forma más pura, donde uno puede encontrar lo más interesante de un director.

Tú y yo

Como Restless (2011) de Gus Van Sant, Tú y yo es un film vivificador donde se dicen las cosas con el gesto mínimo, preciso y adecuado. Pienso que es una película que solo puede haber surgido de alguien que se ha acercado demasiado al abismo. Sabemos la delicada situación que atraviesa el director por problemas de salud que le han postrado en una silla de ruedas. Pero sin disponer de esa información, Tú y yo nos indica que en el realizador todavía palpita un aliento incontenible por vivir. Y ese exultante sentimiento nos cala, al principio, sin darle mucha importancia, dejándonos llevar con agradable dulzura por esta historia de este curioso adolescente con acné. Y en esas estamos que llega Bowie con su Space Oddity cantada en italiano y nos sentimos inundados por una conmoción que nos desborda. De repente nos vemos con la piel erizada y con el sentimiento a flor de piel. Hemos perdido la batalla. Tú y yo nos ha vencido. Cuando sales del cine, ya sabes que has visto una película que va a formar parte de ti de una forma muy especial. El azar como una contingencia hipervinculante, porque cuando acudí a Donosti llevaba meses inmerso en el estudio de David Bowie. Y de repente, parece que todo te conduce al mismo tratado emocional: los filmes, las canciones, las lecturas, todo de lo que te nutre parece arroparte en el mismo lugar en el que estás varado.

¿Por qué soy tan raro?  -Le peguntaba Jamie a su madre en la también conmovedora Beautiful thing (1996) de Hettie McDonald. Bertolucci nos quiere hablar de ese sentimiento de extrañeidad, tendencias sexuales aparte. Porque el sexo, largamente explorado en Bertolucci, con jalones tan fundamentales como El último tango en París (Last Tango in Paris, 1972)[3], La luna (1979) o Soñadores no tiene lugar en un largometraje que habla del contacto intenso con el otro pero desde el punto de vista más espiritual (la desmaterialización a la que alude Olivia), sin rémoras psicoanalíticas o sin consideraciones turbulentas. Así pues, con un pincel de brocha fina se canalizan efectivos símbolos como las hormigas en el vidrio o el armadillo, para hablarnos de la interiorización de la diferencia y cómo vivir con esa percepción. Lorenzo al principio es interrogado por su psicoanalista y él solo es capaz de musitar la nada. En lo que no se puede verbalizar, en ese punto muerto, se sitúa la adolescencia, confundida, hastiada y repelida en su adosado entorno burgués. Lorenzo, a diferencia de Jamie, como pura expresión de una atonía introspectiva se enrosca en una metafórica posición fetal frente a todo lo que le rodea. Y en esas claves se sitúa la música como lugar primordial de aislamiento del film (no solo el físico), donde los personajes y el film se funden en ella con una potente carga lírica. ¿Cómo se puede expresar la sensación de alienación sin motivo aparente? ¿Cómo se verbaliza la disociación que uno tiene con su entorno? Por eso, Tú y yo establece una afortunada y fructífera dialéctica entre el dentro-fuera, mediante los planos de las ventanas superiores del sótano donde se ha escondido Lorenzo, escapándose de una excursión que le obligaría a convivir con el Otro.

Así, ellos, el Otro, son el campo vacío y el nosotros, Lorenzo y Olivia, se dirimirán en el espacio interior, como si fuese el útero materno, el lugar de recogimiento en el subsuelo, por debajo de la vida cotidiana. Olivia, una hermanastra heroinómana a la que no ha tratado hasta esa fecha, será la que le dará a Lorenzo la llave para encontrarse y fundirse en el contacto humano. Ambos, a través del estrecho trato que se irá afianzando, detectarán que están muy próximos aunque se encuentren en dos estadios diferentes. Será en el descubrimiento de esa afinidad inesperada donde Tú y yo vehiculará la narración arquetípica del encuentro de contrarios en un lugar cerrado. De ahí las similitudes con Soñadores. Lorenzo que se niega a abrirse a la vida, Olivia que ha vivido demasiado. Pero, sin embargo, ambos están en el mismo punto, no hay nada que les llegue de todo lo que tienen. Vivimos en una sociedad en la que estamos saciados y en esa saturación de estímulos solo encontramos señales de nuestra difícil adecuación y una certeza insoslayable: hemos perdido lo fundamental, la comunicación profunda con el otro. Uno desde la ocultación como le recrimina Olivia, la otra desde la autodestrucción indolente.

Porque Tú y yo es el voluntarioso gesto del retorno, de volver a los principios.

No se trata desabrir el camino transitado por Bertolucci sino de aprehender desde esta obra de cámara la intensidad de hacer cine, volver a aquellos sueños de los agitados años 60 y 70 y volver a hablar de los sentimientos en su más llana, directa y profunda sensación. La experiencia de los años da como resultado que una canción como Space Oddity resulte una explosión de arrebatadora tristeza, amplificada al fundirse con las imágenes. La letra en su significado polisémico nos hablaba tanto del vértigo que produce la salida de la capsula al espacio exterior (Olivia y Lorenzo, encerrados en su habitáculo anímico y físico consiguen romper aquello que nos distancia y darse en un abrazo), como de la experiencia de un heroinómano al trincarse un chute, en alusión a los hábitos tóxicos de Olivia. Pero, incorporada con la letra italiana, leemos y sentimos la aflicción de una ragazza, que no es otra que la misma Olivia con su vestuario vintage. Y entonces me asomo a la ventana y eres la chica de ayer. Cruzar la joven de los 70 con Lorenzo, la generación del hoy, en ese intersticio, ahí reside el bellísimo acto artístico de Bertolucci: volver al ayer fílmico para ceñir el presente y seguir amando el cine, sin rabia contenida, sin estériles nostalgias. La belleza del filme se manifiesta en esa fusión y de ahí surge la cinefilia (el amor), militancia incansable de él y de nosotros. Tú y yo soy yo. Y Déborah. Y Martín (Cinemaadhoc). ¿Y vosotros?


[1] Afirmaba en un artículo publicado en el New York Times con motivo de la conmemoración del centenario del cine que “Tal vez no sea el cine el que se terminó, sino sólo la cinefilia –que es el nombre de ese tipo de amor específico que el cine inspiraba”.

[2] Recogido por Jullier, Laurent (2006): ¿Qué es una buena película? Barcelona, Paidós Comunicación, pág. 47.

[3] De hecho en Tú y yo hay un guiño en el personaje femenino de Olivia cuando lleva un abrigo que recuerda al que vestía Maria Schneider al principio de El último tango en París. Además, la arquitectura visual de algunos planos tienen la reminisciencia de los trabajos compositivos y lumínicos de Vittorio Storaro trabajando con Bertolucci en El conformista (Il conformista, 1970).

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