Los dos capítulos adelantados a la prensa (Quien nada sabe, de nada duda, que dura 51 minutos; y Campeón de pies planos, de apenas 32 minutos) permiten desentrañar los principales hallazgos pero también las limitaciones (ciertos lugares comunes) de la propuesta.

La historia de Oscar “Ringo” Bonavena es, a esta altura, bastante conocida: nunca fue más que campeón argentino, perdió contra los grandes boxeadores de la categoría peso pesados (Joe Frazier, Floyd Patterson y aguantó hasta el último round en la mítica pelea del 7 de diciembre de 1970 contra Muhammad Ali en el Madison Square Garden de Manhattan), pero igualmente fue un personaje inmensamente popular (el combate por el título nacional contra su clásico rival Gregorio “Goyo” Peralta el 4 de septiembre de 1965 batió todos los récords de asistencia en el Luna Park: pagaron su entrada 25.236 espectadores, pero la leyenda urbana asegura que en el estadio había más de 28.000 personas y otras 5.000 quedaron afura). Histriónico, provocador, fue un auténtico showman, un maestro de la (auto)promoción y el marketing, y en muchos sentidos un adelantado a su época.

El guion escrito a ¡10! manos por Alejandro Ocón, Gabriela Larralde, Diego Palacio, Santiago Dulce y el también director Nicolás Pérez Veiga tiene una (a esta altura del universo de las series) típica estructura que va pendulando entre distintos tiempos narrativos, trazando paralelismos, acentuando contradicciones, subrayando paradojas. Y tanto la cuidada producción como la prolija puesta en escena de Pérez Veiga no admiten reparos significativos, pero al mismo tiempo extrañan una mayor audacia y fluidez.



El arranque de Ringo: Gloria y muerte combina sus inicios (el Panamericano de San Pablo en 1963, cuando muerde a un rival y es suspendido por dos años, lo que lo lleva a radicarse y pelear en Nueva York) con su etapa final en Reno, en 1976. En ese sentido, el uso del montaje paralelo entre una pelea en pleno ascenso (a Peralta se lo nombra como Benetti) y otra ya en plena decadencia (tampoco se cita a su rival, Billy Joiner, por su nombre real) resulta un poco obvio y hasta torpe.

Las dos primeras entregas tienen como eje principal una trama de gángsters, corrupción y crímenes. Es que el contrato de Bonavena (Jerónimo Giocondo Bosia) estaba en 1976 en poder del mafioso de origen siciliano Joe Conforte (Thomas Grube) y su esposa Sally (Lucila Gandolfo), dueños del cabaret y burdel Mustang Ranch (en el estado de Nevada la prostitución era legal), y que además querían imponer a Reno como la nueva Las Vegas y sede de grandes peleas. Pero, claro, el sueño de Ringo -que tenía problemas de papeles para radicarse y pelear en los Estados Unidos- de regresar a los primeros planos y lograr la tan deseada revancha contra Ali terminarían demasiado pronto.

Por lo visto en los poco más de 80 minutos de las dos primeras partes, las relaciones familiares de Ringo están trabajadas de forma bastante superficial y elemental, desaprovechando así en parte a un sólido elenco: Delfina Chaves como su esposa Dora; la recientemente fallecida María Onetto como su madre Dominga; German de Silva como su padre Vicente; Martín Slipak como su hermano Vicente Jr.; Pablo Rago como su entrenador Bautista Rago; Connie Isla como Tracy, una trabajadora del Mustang Ranch que tiene una relación íntima con Ringo; o Javier Drolas como el promotor Tito Lectoure, entre otros reconocidos intérpretes.

Por lo demás, esta producción liderada por Nacho Viale y la familia Bossi luce impecable en la mayoría de sus rubros (se destaca la fotografía de Agustín Claramunt) y, más allá de repetir ciertos esquemas vistos en clásicas biopics boxísticas como Toro salvaje, tiene unos cuantos argumentos como para cautivar al público (no solamente) argentino.