Crítica | Tomates verdes fritos (1991): la película con la que lloró toda una generación - Revista Cintilatio

Tomates verdes fritos
La película con la que lloró toda una generación

País: Estados Unidos
Año: 1991
Dirección: Jon Avnet
Guion: Fannie Flagg, Carol Sobieski (Novela: Fannie Flagg)
Título original: Fried Green Tomatoes
Género: Drama
Productora: Universal Pictures, Act III Productions, Electric Shadow Productions, Avnet/Kerner Productions
Fotografía: Geoffrey Simpson
Edición: Debra Neil-Fisher
Música: Thomas Newman
Reparto: Kathy Bates, Jessica Tandy, Mary Stuart Masterson, Mary-Louise Parker, Chris O'Donnell, Cicely Tyson, Gailard Sartain, Gary Basaraba, Stan Shaw
Duración: 129 minutos

País: Estados Unidos
Año: 1991
Dirección: Jon Avnet
Guion: Fannie Flagg, Carol Sobieski (Novela: Fannie Flagg)
Título original: Fried Green Tomatoes
Género: Drama
Productora: Universal Pictures, Act III Productions, Electric Shadow Productions, Avnet/Kerner Productions
Fotografía: Geoffrey Simpson
Edición: Debra Neil-Fisher
Música: Thomas Newman
Reparto: Kathy Bates, Jessica Tandy, Mary Stuart Masterson, Mary-Louise Parker, Chris O'Donnell, Cicely Tyson, Gailard Sartain, Gary Basaraba, Stan Shaw
Duración: 129 minutos

En los noventa Idgie y Ruth nos enamoraron con su relación difícil de describir, Buddy nos hizo llorar desconsoladamente de manera inesperada, la adorable torpeza de Evelyn nos sacó una sonrisa... todo en una película que es un clásico de su generación.

Existe una pregunta casi más difícil que cualquier otra para un cinéfilo empedernido —e, incluso, también para los no tan fans—, que es la de «¿cuál es tu género cinematográfico preferido?». Una pregunta tan aparentemente sencilla, pero con tantos matices en el fondo. Es casi como preguntar «¿y cuál es tu canción favorita?». Y es que las películas, al igual que ocurre con la música, son capaces de generar un vínculo emocional con el espectador. A veces ese vínculo es inexistente, y ahí es cuándo una película te puede dar igual, pero siempre existe un lado subjetivo en lo que nos gustaría que fuese completamente objetivo. De esta manera, casi nunca existe un género favorito, sino que depende del momento emocional en el que te encuentres, o si la nostalgia te empuja a querer recordar a alguien o algo que pueda tener especial importancia para ti. Así, al igual que al haber roto con tu novio/novia te podrías poner una canción de Pablo Alboran  o de Ed Sheeran —o cualquier otro cantante de los denominados «corta venas»—, la película que te pondrías sería algo que se asemejaría a esa emoción que buscas. Y ahí surge el subgénero de las «películas para llorar». Sin embargo, este grupo de filmes no solo recogen aquellos que muestran una realidad dura o trágica, sino que son capaces de generar un vínculo muy fuerte con el espectador, hasta el punto de que casi sea capaz de sentir aquello como una vivencia propia. Todos recordamos como en Mi chica (Howard Zieff, 1991) la relación entre Macaulay Culkin y Anna Chlumsky nos recordaba a nuestro primer amor, o cómo James Cameron en Titanic (1997) era capaz de casi adentrarnos en aquel impresionante barco. Es justo ese vínculo tan especial el que hace que, en muchas ocasiones, las películas queden en los corazones de la audiencia.

Con su minúscula aparición, el personaje de Chris O’Donnell en Tomates verdes fritos es capaz de quedarse en los corazones de todos los espectadores

Hoy en día, en la era del cine como producto fugaz, y en el que tras películas como El caballero oscuro (Christopher Nolan, 2008) o Los vengadores (Joss Whedon, 2012) —al fin y al cabo, el cine de superhéroes, que es lo que copa ahora el cine para el gran público— todo tira a la más cruda oscuridad, o al más puro infantilismo, pocas cintas son capaces de generar ese vínculo emocional del que hablamos. Uno de los últimos ejemplos que se pueden recordar puede ser Green Book (Peter Farrelly, 2018), una película que a pesar de sus irregularidades, fue capaz de ganar el Óscar a mejor película, cuyo sistema de votación preferencial le vino especialmente bien para convertirse en la «película del consenso» —acabó siendo capaz de llegar al corazón de los votantes, haciendo que los motivos puramente cinematográficos se quedaran a un lado—. Un film que al fin y al cabo huele al cine de los 80 y los 90, un cine que sabía atrapar el alma del espectador y no soltarla jamás. Y justamente de esta época es la película de la que vamos a hablas hor, Tomates verdes fritos (Jon Avnet, 1991), una historia rotundamente sentimental, pero a la vez, sutilmente avanzada a su tiempo.

Tomates verdes fritos es una de esas películas especiales que marcaron a toda una generación, y que muestra de manera única lo que es una obra de transición entre dos épocas.

Evelyn se encuentra en mitad de una crisis emocional cuándo se topa con Ninny, una señora que vive en una residencia de ancianos, y que tiene muchas historias que contar. De esta manera, Evelyn va conociendo la historia de Idgie y Ruth, dos mujeres fuertes, y cuya relación acaba haciendo frente a miles de obstáculos. Así, poco a poco, empieza a cambiar su manera de ver el mundo, y comienza a enfrentarse a todos esos miedos que ha acumulado a lo largo de los años. Muchas veces las películas lacrimógenas solo se definen por eso, por hacer llorar al espectador, olvidándonos de todo el valor cinematográfico de la obra. Sin embargo, Tomates verdes fritos, a pesar de ser recordada como una de las películas más bonitas jamás filmadas —es verdad que todas y cada una de las escenas son encantadoras, y más allá de los momentos más dramáticos, no para de sacarte una sonrisa— presenta, además, muchísimos valores relacionados a la época en la que estaba rodada. La cinta muestra muchas tramas y dilemas que ya se mostraban en otras obras coetáneas: Tomates verdes fritos trata temas como el racismo y la diferencia de clases, así como las enfermedades terminales, etc. Partiendo de la misma historia de Evelyn, a pesar de hacerlo de una manera menos detallada a como lo hace, por ejemplo, Sebastián Lelio en Gloria Bell (2018), sigue siendo una trama bien estructurada de una mujer en plena crisis de los cincuenta y atravesando una menopausia como cualquier otra mujer en el mundo, un tema poco tratado en el cine hasta entonces.

Sin embargo, el gran corazón de Tomates verdes fritos es la relación entre Idgie y Ruth —con unas sensacionales y arrebatadoras Mary-Louise Parker y Mary Stuart Masterson, dos estrellas emergentes de la época, cuyas carreras no acabaron teniendo la suerte esperada—. La película juega con muchísima sutileza en retratar una relación que se tambalea entre la fuerte amistad y el amor romántico. Así como el libro en el que está basado la cinta, Tomates verdes fritos en el café de Whistle Stop (1987), escrito por la también guionista de la cinta Fannie Flagg, muestra sin ningún tapujo una relación de amor entre las dos protagonistas, los productores de la película prefirieron «suavizar» —o directamente esconder— la verdadera naturaleza de la relación entre ambas, alegando que los espectadores saldrían despavoridos del cine tras ver aquello. Sin embargo, el entonces debutante Jon Avnet sabe mostrar con total sutileza momentos y miradas que claramente muestran que entre ellas existe algo más que una mera amistad. Incluso la escena de la pelea de comida entre Idgie y Ruth podría servir como metáfora de la tensión sexual existente entre ellas.

Otra de las cosas interesantes a analizar en Tomates verdes fritos es la aparente dulzura y esperanza con la que está contada una historia llena de momentos trágicos. La cinta ha sido muchas veces criticada por ser excesivamente buenista, algo que en cierta manera es verdad, pero que también tiene su razón de ser. No hay que olvidar que la historia de Idgie y Ruth, a pesar de ser algo que podría estar basado en la realidad, no es más que fruto de lo contado por el personaje de Jessica Tandy a Evelyn, por lo que, como todo recuerdo, siempre entremezcla hechos de la realidad con sentimientos propios de la persona que las cuenta, un detalle sutil que la película sabe recoger a la perfección.

En definitiva, Tomates verdes fritos es una de esas películas especiales que marcaron a toda una generación, y que muestra de manera única lo que es una obra de transición entre dos épocas. Es verdad que no es todo lo redonda que podría llegar a ser, pero la magia con la que está impregnada hace que se quede incrustada en nuestros corazones. Al fin y al cabo, existe un lado subjetivo en lo que nos gustaría que fuese completamente objetivo. Lo mejor, que a pesar de estar suavizada, es capaz de mostrar de manera totalmente natural una relación que no tiene por qué tener etiquetas. Lo peor, que el exceso de subtramas y personajes acaben confundiendo al espectador sobre el verdadero mensaje de la película.

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