La corona contra el soberano

La Guerra de Sucesión y la caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714

Tras más de doce años de guerra, todas las potencias europeas habían aceptado la paz. Una ciudad, sin embargo, estaba decidida a seguir luchando por sus libertades: Barcelona. Hasta que el 11 de septiembre de 1714 fue tomada al asalto.

El ataque final a Barcelona

El ataque final a Barcelona

El óleo de Antoni Estruch Bros (1872-1857) pintado en 1909 y titulado L'onze de setembre de 1714 muestra el asalto final a Barcelona en 1714. Rafael Casanova, conseller en cap de la ciudad, cae herido junto a la bandera de Santa Eulalia. 

Foto: Fons d'art Fundació Antiga Caixa Sabadell 1859

Durante doce sangrientos años las principales potencias de Europa se enfrentaron por todo el mundo para decidir quien se quedaría con la corona española y su inmenso imperio colonial: la pujante Francia de Luís XIV o el vasto imperio austríaco de los Habsburgo.

Todo empezó con el reinado de Carlos II, quien, víctima de diversas enfermedades causadas por la consanguinidad repetitiva de sus predecesores, no había sido capaz de producir un heredero al trono.

Un trono en disputa

Con la muerte del viejo rey cada vez más cerca se propusieron tres candidatos para la sucesión. El primero era el Archiduque Carlos de Austria, hijo del emperador austríaco y bisnieto por parte materna de Felipe II. Como su reinado supondría la continuación del reinado de los Austrias en España los franceses se oponían a ella para no continuar rodeados por potencias hostiles.

Hijo del emperador alemán, Carlos era la apuesta de los enemigos de Francia.

Foto: Wikimedia Commons

Otro candidato más peligroso para la estabilidad europea era Felipe duque de Anjou, un nieto de Luís XIV cuya madre era hija de Felipe IV . A él se oponían por contra Inglaterra, Prusia y Holanda, quienes preferían que el imperio español siguiera en manos de la decrépita dinastía austríaca, que no representaba una amenaza comparable al expansionismo francés.

Felipe retratado por Hyacinthe Rigaud como rey de España en 1701.

Foto: Wikimedia Commons

Finalmente había una tercera opción, José Fernando de Baviera, hijo del elector de un insignificante principado alemán. Aunque esta era la opción más segura para el equilibrio de poderes en Europa al no poner a España en manos de ninguna gran potencia, la muerte del joven príncipe en 1699 puso a la corte española en un dilema: continuar con la dinastía Habsburgo o pasarse a los Borbones.

La muerte de José Fernando con solo siete años sumió a Europa en la guerra.

Foto: Wikimedia Commons

Al final los consejeros de Carlos II cedieron a las presiones francesas y lo convencieron para que nombrara a Felipe como su sucesor, quien fue proclamado el 8 de mayo de 1701 tras la muerte del último de los Austrias.

Estalla la tormenta

La creación de una gran superpotencia borbónica hizo cundir el pánico en las cortes europeas, y los agraviados austríacos pronto contaron con el apoyo de Inglaterra, Holanda y Prusia luchar contra Francia y España para poner a Carlos en el trono mediante el Tratado de la Haya, a los que posteriormente se unirían en 1703 Portugal y el reino de Saboya.

A través de su nieto Felipe Luís XIV tendría acceso a los ilimitados recursos del Imperio Español y se convertiría en el rey más poderoso de la tierra.

Foto: Wikimedia Commons

La guerra empezó con una ofensiva austríaca contra el Milanesado español, mientras los ejércitos franceses chocaban con los aliados a lo largo del Rin y la frontera holandesa. Al mismo tiempo los ingleses se sumaron al esfuerzo de sus aliados desplegando una fuerza expedicionaria al mando del duque de Marlborough en Alemania, y realizando incursiones navales contra Cádiz y la base naval de Rota.

Con su victoria de Blenheim Marlborough expulsó a los franceses al otro lado del Rin.

Foto: Wikimedia Commons

En 1704 el desembarco del Archiduque Carlos en Portugal supuso una escalada de los acontecimientos al llevar el conflicto a la península ibérica, ocasión que los ingleses aprovecharon para adueñarse del estratégico peñón de Gibraltar.

La Corona de Aragón elige bando

Hasta ese momento los reinos de Valencia, Mallorca, Cataluña y Aragón se habían mostrado favorables a Felipe V, a quien habían proporcionado importantes subsidios militares a cambio de la concesión de ciertos derechos en las cortes.

Sin embargo la irrupción de los austriacistas en en teatro peninsular abrió la puerta a una alianza con el Archiduque, que permitiría recuperar el Rosellón catalán y conseguir derechos comerciales con América. A ello se sumaba el temor a las medidas centralizadoras que ya había implementado Luís XIV en Francia, y que de ser imitadas por Felipe supondrían el fin de la autonomía legal y política de estos reinos dentro de la corona española.

Mitford Crowe fue el diplomático británico encargado de negociar la entrada de Cataluña en el bando del Archiduque.

Foto: Wikimedia Commons

Así en 1705 ciertos sectores de la nobleza catalana se empezaron a levantar en armas contra el virrey borbónico y contactaron con los ingleses, a quienes aseguraron el apoyo militar en caso de que desembarcaran en el Principado. Inglaterra se comprometió mediante el Pacto de Génova a apoyar la insurrección con 12.000 mosquetes y un ejército de por lo menos 10.000 hombres, a condición claro está de que los catalanes aceptaran a Carlos como a su nuevo rey.

Toma de Barcelona por los aliados en un grabado contemporáneo. 

Foto: Cordon Press

Inmediatamente Carlos embarcó en Lisboa rumbo al Levante, y en agosto los aliados desembarcaron en Barcelona una fuerza multinacional de 17.000 soldados, que tomó el castillo de Montjuïc al asalto y barrió a las escasas fuerzas borbónicas desplegadas en Cataluña.

Animados por este fulgurante éxito, tanto Valencia como Aragón también se sumaron a la causa del Archiduque en diciembre. Ellos se les uniría al año siguiente Mallorca, que se levantó en septiembre tras la llegada de la flota inglesa a Palma.

El ataque a Barcelona de 1706 con las obras de sitio en la colina de Montjuïc.

Foto: Cordon Press

Felipe fue rápido en responder a esta nueva amenaza, y atacó el Principado con un ejército de 18.000 hombres que puso sitio a Barcelona en mayo. Con todo la ocupación de Madrid por los austriacistas desde Portugal, y la llegada de una nueva escuadra británica con refuerzos a las costas catalanas dio al traste con sus planes, con lo que se tuvo que retirar al interior de la península para recuperar el control de Castilla.

Ramillies fue la victoria aliada más destacada de toda la guerra. Óleo por Johann van Huchtenburg, 1707.

Foto: Wikimedia Commons

La desastrosa derrota de los franceses en Ramilies y la pérdida de Flandes a manos de Marlborough terminaron por complicar la situación de los ejércitos borbónicos, que a principios de 1707 parecían perder terreno en todos los frentes.

Almansa, punto de inflexión

Con el objetivo de llevar la guerra a territorio felipista y de paso ocupar Murcia, los aliados planearon una ofensiva en dirección sur desde Valencia, y tras cruzar la frontera se enfrentaron con los borbónicos en la localidad manchega de Almansa.

Berwick dirige a sus tropa a la victoria en Almansa en un cuadro pintado por Ricardo Balaca en 1862. Museo del Prado.

Foto: Wikimedia Commons

Al mando del ejército de su nieto Luís XIV había puesto al duque de Berwick, un hábil general que ya se había distinguido en 1705 con la toma de Niza a los saboyanos. Este decidió esperar a que los aliados atacaran su línea, momento que aprovechó para lanzar un ataque por ambos flancos con la intención de rodear a los austriacistas.

En esta representación más contemporánea se puede ver como la caballería española desborda el flanco derecho y pone en fuga al ejército austriacista.

Foto: Wikimedia Commons

Por la izquierda el ataque no consiguió atravesar las líneas aliadas, pero en la derecha la caballería española consiguió rechazar a sus oponentes ingleses y abalanzarse luego contra la retaguardia de la infantería austriacista, que a punto estaba de romper el centro borbónico.

Con el Decreto de Nueva Planta se abolían las leyes y privilegios de los reinos que formaban la Corona de Aragón y se acababa con su autonomía. Ejemplar impreso en Mallorca en 1716.

Foto: Wikimedia Commons

Esta hábil maniobra decidió la batalla, que llevó a la caída del reino de Valencia, la ocupación de Aragón y la supresión de sus fueros y leyes por parte de un vengativo Felipe V.

La guerra continúa

Sin embargo, esta derrota no supuso el fin de la causa del Archiduque, que gracias a los inagotables cofres ingleses tenía acceso a un suministro casi ilimitado de soldados y material bélico.

A la llegada de estas nuevas fuerzas aliadas se le sumó la retirada de los regimientos franceses para hacer frente a la creciente presión de Marlborough, que estaba capturando una tras otras las fortalezas que defendían la frontera francesa. Este breve respiro permitió a Carlos lanzar un último ataque a cara o cruz en la primavera de 1710.

La victoria de Almenar abrió a Carlos el camino a Madrid.

Foto: Wikimedia Commons

La campaña empezó bien con la derrota de los borbónicos en Almenar y la ocupación de Madrid por segunda vez. Pero la hostilidad del pueblo y la llegada de Felipe V con su ejército convencieron al Archiduque para que se retirara tras solo un mes en la capital.

El duque de Vendôme derrotó de forma definitiva a los aliados durante la retirada de Madrid.

Foto: Wikimedia Commons

En el camino de vuelta a Cataluña las fuerzas aliadas se separaron, lo que permitió al mariscal francés Vendôme batir primero a los ingleses en Brihuega y luego a los austríacos en Villaviciosa, dos derrotas que sellaron el destino del bando austriacista en la península.

Cataluña, sola ante el peligro

La llegada de Carlos a España provocó una polarización de las lealtades y una lucha fratricida entre españoles de todas las clases y territorios. La Corona de Aragón se inclinó por el archiduque, intentando recuperar peso en una monarquía cada vez más castellanizada y con tendencias centralizadoras. Castilla, por su parte, se aglutinó en torno a Felipe V, a quien sostuvo hasta en sus horas más bajas. Esto no significa que no hubiera castellanos que siguieran el partido del archiduque, ni catalanes que se mantuvieran fieles al duque de Anjou. El apoyo a ambos contendientes respondió a actitudes complejas que dependieron en gran medida de factores locales y de las circunstancias bélicas. En cualquier caso, la contienda dinástica fue tomando para los reinos de la Corona de Aragón un cariz de lucha por la preservación de sus fueros, sobre todo desde la promulgación de los primeros decretos de Nueva Planta, que acabaron con las libertades de Valencia y Aragón.

José I ataviado como sacro emperador germánico.

Foto: Wikimedia Commons

El momento decisivo se produjo en 1711, con la muerte inesperada del emperador José I, sucesor de Leopoldo I, que convirtió en heredero del Imperio alemán a su hermano Carlos. A pesar de que el balance militar, en el conjunto del conflicto europeo, fuera muy positivo para Austria y sus aliados, y de que en varias ocasiones Luis XIV estuviera a punto de claudicar, la guerra no se decidió en los campos de batalla. El acceso del archiduque a la dignidad imperial, con el nombre de Carlos VI, implicó un cambio en la concepción del conflicto por parte de los aliados, que ahora temían el excesivo poder del emperador.

El castillo de Cardona

El castillo de Cardona

Después de la firma del trata de Utrecht, las tropas de Felipe V comienzan la ocupación de Cataluña. Esta fortaleza medieval, en manos de una guarnición catalana dirigida por Manuel Desvalls, fue la última en rendirse a Felipe V, una semana después de la caída de Barcelona.

Foto: Miguel Luis Fairbanks / Asa

En nombre del equilibrio europeo era necesario proceder a un reparto de los territorios de la monarquía española que fuera aceptado por ambos bandos. Esto fue en definitiva lo que se acordó en el tratado de Utrecht, suscrito en abril de 1713, con el que prácticamente se zanjó el conflicto internacional; en virtud de este acuerdo Felipe V recibía el dominio de España y América, mientras que perdía todas las posesiones españolas en Flandes e Italia, la mayoría de las cuales pasaba al emperador Carlos. El tratado era muy favorable a los aliados pues los ingleses conservarían Menorca (tomada en 1708) y Gibraltar, mientras que Carlos recibiría Nápoles, Flandes y el Milanesado.

Barcelona decide resistir

Cataluña había sido el primer territorio de España en reconocer al archiduque Carlos, y su futuro estaba ligado a la suerte del pretendiente

Sin embargo, en Cataluña los acontecimientos siguieron un curso distinto a lo discutido en las conferencias de paz. El archiduque Carlos marchó a Viena para ser coronado emperador en septiembre de 1711, dejando a su esposa, Isabel Cristina de Brunswick, encargada del gobierno en Cataluña. Inicialmente todo parecía indicar que el emperador no iba a desamparar a sus súbditos catalanes y que Inglaterra tampoco dejaría de cumplir su promesa de defender las libertades catalanas. Sin embargo, Inglaterra fue la primera que decidió retirar sus tropas de Cataluña (1712), medida seguida por el resto de las potencias aliadas tras la firma del tratado de Utrecht.

La marcha de la emperatriz, en marzo de 1713, causó un gran descontento en las instituciones catalanas. Cataluña había sido el primer territorio de España en reconocer al archiduque Carlos, y su futuro estaba ligado a la suerte del pretendiente. Además, poco se podía esperar de la clemencia de Felipe V. Las embajadas inglesas para interceder por los fueros catalanes se toparon con una negativa rotunda del monarca Borbón, y los aliados no estaban predispuestos a obcecarse en asunto tan espinoso. Así lo comprobaron de primera mano los emisarios catalanes enviados a Utrecht, cuando vieron que el tema de la preservación de sus privilegios quedaba arrinconado ante el alud de intereses políticos y económicos que allí se trataron.

Finalmente, el emperador tuvo que ordenar a su virrey en Cataluña, el general Starhemberg, la evacuación de sus tropas, y aconsejó a los catalanes que suplicaran el perdón de Felipe V. Viéndose abandonada, en julio de 1713 la Diputación del General o Generalitat –organismo fiscal y judicial emanado de las Cortes– convocó una gran asamblea estamental para determinar si había que continuar la lucha o, por el contrario, negociar la sumisión a Felipe V. La resolución adoptada fue la de proseguir en solitario la resistencia.
El caballero Manuel Ferrer i Sitges, uno de los principales partidarios de esta decisión, señaló en su discurso que la defensa de los privilegios catalanes llevaba implícita la liberación del despotismo que los ministros castellanos habían impuesto en toda España. Esta decisión, provocada por la actitud inflexible que Felipe V mostró en la negociación, hizo que salieran de Barcelona muchos miembros de la nobleza, de la burguesía y del clero, a la vez que entraban en la ciudad los elementos antifilipistas más intransigentes, que radicalizarían aún más la resistencia.

Se estrecha el cerco

Por entonces, casi toda Cataluña estaba ya en manos de las tropas borbónicas. El mando militar de los austracistas recayó en el general Antonio Villarroel, un militar experimentado, que tuvo que conducir las operaciones con la constante intromisión de la Diputación y del concejo barcelonés (el Consejo de Ciento). Precisamente a iniciativa de la Diputación, y no del comandante en jefe, se llevó a cabo una expedición a fin de reagrupar las fuerzas austracistas y llevar algún socorro a la ciudad de Barcelona.

Saló de Cent

Saló de Cent

Esta sala acogía las reuniones de los representantes del Consejo de Ciento, institución de gobierno municipal que se remonta al siglo XIII. La asamblea municipal estaba formada por 1228 jurados, de los que se extraían a suerte cinco consellers. Felipe V suprimió esta institución tras la caída de Barcelona, sustituyéndola por un corregidor nombrado por la monarquía. 

Foto: Ramón Manent

La lucha en el territorio catalán fue muy dura entre las partidas armadas de uno y otro signo, causando grandes estragos entre la población civil. Como señaló un testigo, «no fue privilegiada la vejez, el indefenso sexo ni la tierna infancia». Pero todas las tentativas de movilizar a los pueblos en contra de Felipe V y aligerar de alguna manera el cerco sobre Barcelona tuvieron poca fortuna. Sólo a principios de 1714, la imposición de un subsidio para el mantenimiento de las tropas borbónicas produjo un alzamiento general en diversas comarcas catalanas, movimiento que no tuvo ninguna conexión con Barcelona y que fue rápidamente sofocado. Durante los primeros meses de 1714, las fuerzas borbónicas al mando del duque de Pópuli no eran tan numerosas como para asegurar el bloqueo de la ciudad, lo que permitió que se introdujeran en ella víveres y refuerzos enviados desde Mallorca e Ibiza, que permanecían leales al archiduque.

Las tropas sitiadoras se elevaban entonces a 40.000 hombres, mientras que dentro de la ciudad había poco más de 10.000 combatientes

La poca contundencia de los ataques sobre la ciudad y los socorros recibidos dieron nuevo ánimo a los barceloneses y afianzaron la actitud de los intransigentes. Mientras tanto, la Diputación se vio forzada a delegar las tareas de gobierno y la organización de la defensa en el Consejo de Ciento, ya que la Cataluña austracista quedaba reducida a la Ciudad Condal. Tras la paz de Rastadt de marzo de 1714 –complemento del tratado de Utrecht–, los borbónicos trataron de llegar a un acuerdo para la rendición de la ciudad. Pero Felipe V ofreció concesiones mínimas, que no incluían el respeto por los fueros de Cataluña, y que fueron rechazadas por los barceloneses. Además, el lenguaje ambiguo de los ingleses y del emperador creó en los catalanes unas expectativas de socorro que tampoco se concretaron en nada.
En julio de 1714, con la llegada a Barcelona del duque de Berwick, el asedio entró en su última fase. Las tropas sitiadoras se elevaban entonces a 40.000 hombres, mientras que dentro de la ciudad había poco más de 10.000 combatientes, la mayor parte miembros de la milicia de los gremios o Coronela. Todos los hombres mayores de 14 años fueron llamados a la defensa, en la que participaron incluso sacerdotes y mujeres.

Berwick en Barcelona

Las operaciones tomaron entonces un ritmo vertiginoso. Tras intentar varios asaltos que le produjeron graves pérdidas, Berwick decidió bombardear a conciencia la ciudad. A principios de septiembre, cuando las brechas en la muralla permitían ya el asalto de los sitiadores, el general borbónico ofreció una nueva capitulación a los defensores. La Junta de Gobierno, formada por representantes del Consejo de Ciento, la Diputación y miembros del estamento nobiliario, decidió resistir, pese a la opinión de Rafael Casanova, conseller en cap de la ciudad, y del general Villarroel, que dimitió al considerar inútil la defensa. Esta renuncia hizo que se nombrara a la Virgen de la Merced como generalísimo de las fuerzas resistentes, en una clara muestra de la desesperación a la que habían llegado los catalanes.

El mercado del Born de Barcelona, con la Ciudadela al fondo.

El mercado del Born de Barcelona, con la Ciudadela al fondo.

La imagen muestra la parte del mercado del Born que se salvó del derribo de 1716 para crear la gran explanada de la Ciudadela. Felipe V decretó su construcción a fin de evitar cualquier nueva sublevación y mantener un férreo control de la ciudad, pero su construcción implicó el derribo de gran número de casa del barrio de la Ribera. Fue una obra de gran perfección técnica, pero los barceloneses la vieron como un símbolo de la opresión borbónica. Hoy sólo quedan en pie tres edificios:

Ramon Manent

Como escribiría más tarde Voltaire en El siglo de Luis XIV, «el fantasma de la libertad los hizo sordos a las proposiciones de su soberano». La ciudad caminaba hacia su ruina y todos los defensores se habían hecho a la idea de perecer entre sus muros. Berwick comentó más tarde en sus memorias que «la obstinación de estos pueblos era algo más sorprendente cuando había siete brechas en el cuerpo de la plaza, no existía ninguna posibilidad de socorro y hasta no tenían ya víveres». En la madrugada del 11 de septiembre se produjo el asalto final. Villarroel reasumió el mando de las tropas y pidió a Casanova que condujera la Coronela hasta el baluarte de Sant Pere, al objeto de rechazar al enemigo. Fue allí, enarbolando el estandarte de santa Eulalia, la patrona de la ciudad, donde Casanova recibió un disparo en el muslo y tuvo que ser evacuado. Villarroel, por su parte, dirigió la defensa en torno a la plaza del Born, donde resultó herido. El combate continuó todavía en el interior de la ciudad, antes de que Villarroel pidiera el alto el fuego hacia las 2 de la tarde.

Condecoración del duque de Berwick. Óleo por I. D. Ingres, siglo XIX.

Condecoración del duque de Berwick. Óleo por I. D. Ingres, siglo XIX.

El rey Felipe V condecora al duque de Berwick después de la batalla de Almansa, una de las victorias que mayor impulso dieron a las tropas borbónicas. Posteriormente, Felipe V vencería de nuevo en las batallas de Brihuega y Villaviciosa, prosiguiendo en su avance hacia los territorios de la Corona de Aragón.

Foto: Aisa

El Consejo de Ciento publicó todavía un bando para pedir un último esfuerzo a los defensores, «a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España». Pero cualquier resistencia era ya inútil porque las tropas borbónicas estaban dentro de la ciudad y no cabía más opción que capitular. Berwick prometió a los defensores que se respetarían sus vidas y no habría pillaje. Al día siguiente, las tropas de FelipeV entraban en una ciudad medio destruida, terminando con una pesadilla que había durado más de un año. Aunque los borbónicos todavía hubieron de ocupar Mallorca en 1715, Voltaire tenía razón al decir que Barcelona fue «la última llama del incendio que devastó durante tanto tiempo la parte más bella de Europa, por el testamento de Carlos II, rey de España».

Catedral de Palma

Catedral de Palma

La capital de las islas Baleares fue el último reducto austracista en caer frente a las tropas felipistas. De hecho, antes de que Barcelona quedara sitiada, los víveres y refuerzos con los que sobrevivieron los habitantes de la ciudad procedían de Mallorca e Ibiza, que permanecieron leales al archiduque hasta el final. El 2 de julio del año 1715 las tropas borbónicas, con el marqués D'Asfeld al frente, tomaron Mallorca, el último baluarte austracista. 

Foto: Alamy

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