Juan Knox, Reformador Escocés (1513-1572)

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En esto radica la mejor lección de su vida, en la conocida la oración de Juan Knox: “Dame Escocia, o me muero”

A pesar de sus largas ausencias de su tierra natal, varias cosas equiparon a Knox para dirigir la Reforma allí: su nombre se asociaba con los héroes de los últimos tiempos, sus sufrimientos autenticaban su compromiso y su sentido del llamado le hizo “no temer a ningún hombre”

En esto radica la mejor lección de su vida, en la conocida la oración de Juan Knox: “Dame Escocia, o me muero”

A principios de los años 1500, Escocia tenía algo en común con el resto de Europa: una iglesia profundamente corrupta y espiritualmente empobrecida, con un liderazgo moralmente moribundo. Para citar un ejemplo notorio, David Beaton, cardenal y arzobispo, engendró ilegítimamente al menos catorce hijos. Demasiado para el celibato en acción. La ignorancia espiritual era tal, que George Buchanan podía afirmar que algunos sacerdotes pensaban que el Nuevo Testamento era un libro publicado recientemente por Martín Lutero.
Cuando entra Juan Knox la Reforma estaba en marcha.
Nacido en Haddington, entre 1513 y 1515, Knox recibió su educación localmente y luego en la Universidad de St. Andrews. Se convirtió en sacerdote y regresó a su región natal como notario y tutor. Sabemos tan poco acerca de su conversión como sabemos sobre la de Calvino.
Después del martirio del protestante George Wishart en St. Andrews, Knox llegó a la ciudad con algunos de sus estudiantes jóvenes y, en 1547, se unió al grupo de reformadores que vivían en el castillo allí. Cuando Knox fue nombrado para predicar, se negó, pero fue prácticamente obligado a aceptar un llamado de la congregación del castillo para convertirse en su ministro.
En cuestión de meses, sin embargo, el castillo fue asediado por barcos franceses en la Bahía de St. Andrews. Knox y otros fueron capturados y se convirtió en un esclavo de galeras durante el próximo año y medio.
En 1549, Knox fue liberado y se dirigió a Inglaterra. Pastoreó una congregación en Berwick, pero pronto se trasladó a Newcastle. Luego se convirtió en capellán real durante los días del joven rey Eduardo VI. La muerte de Eduardo en 1553 fue un duro golpe para el partido reformista en Inglaterra, lo que llevó a la entronización de María Tudor (“esa idólatra Jezabel”, fueron las palabras cuidadosamente elegidas por Knox para describirla). Knox buscó refugio en el continente.
Entre 1553 y 1559, Knox vivió una existencia algo nómada. Pasó algún tiempo con Calvino en Ginebra, llamándolo “la escuela más perfecta de Cristo… desde los días de los apóstoles”. A partir de entonces, aceptó un llamado para pastorear la congregación de habla inglesa en Frankfurt, Alemania.
Knox se casó con la inglesa Marjorie Bowes y, en 1556, regresó a Ginebra, donde pastoreó una congregación de unos doscientos refugiados. Al año siguiente, recibió una invitación urgente para regresar a Escocia: 1558 era el tiempo programado para el matrimonio de la joven María, reina de Escocia, con el hijo mayor del rey de Francia, un evento que parecía destinar a Escocia a un gobierno católico permanente.
En 1559, Knox finalmente volvió a casa para comenzar su fase más importante del ministerio público como el campeón de Kirk (el término escocés para la Iglesia). A pesar de sus largas ausencias de su tierra natal, varias cosas equiparon a Knox para dirigir la Reforma allí: su nombre se asociaba con los héroes de los últimos tiempos, sus sufrimientos autenticaban su compromiso, su amplia experiencia lo había preparado para el liderazgo y su sentido del llamado le hizo “no temer a ningún hombre”.
Así, durante los siguientes trece años, Knox se entregó a la reforma de Escocia.
Juan Knox no solía predicar si no tenía un mensaje que dar. Subía entonces al púlpito y le decía a la congregación, “hermanos, hoy no tengo mensaje”.
Aunque les parezca un acto de irresponsabilidad, Knox no predicaba sermones preparados con mucha elocuencia y poco corazón. Deberíamos aprender de él.
En el verano de 1572, Knox era una sombra de su antiguo yo, y en noviembre, estaba claro que no estaría mucho tiempo en este mundo. En la mañana del 24 de noviembre, le pidió a su segunda esposa, Margaret, que le leyera 1ª Corintios 15, y alrededor de las cinco de la tarde llegó su última petición: “Lee dónde arrojé mi primera ancla”. Ella leyó Juan 17. Al final de la noche, Knox se había ido.
Se han dado muchas explicaciones para la influencia de Knox y la Reforma Escocesa. Sin duda había muchos factores en acción en la providencia de Dios que provocó tal renovación espiritual. Pero la convicción de Knox era esta: “Dios dio su Espíritu Santo en gran abundancia a hombres sencillos”.
En esto radica la mejor lección de su vida. Es conocida la oración de Juan Knox: “Dame Escocia, o me muero”. La reina María, la sanguinaria, reina de Escocia, solía decir que temía más las oraciones de Knox que a todos los ejércitos congregados de Europa.

José Núñez Diéguez
Pastor, historiador y escritor
De su libro: “LA REFORMA PROTESTANTE, los desconocidos de la Reforma”.

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