(PDF) CONSTANTINE The GREAT: 278. Constantino el Grande: deconstrucción y construcción de un Imperio, en F. de Oliveira coord., Génese e Consolidação da Ideia de Europa, vol. III. O Mundo Romano, Coimbra 2005, pp. 203-230. | Marc Mayer-Olivé - Academia.edu
FRANCISCO 1)F. OLIVEIRA Coordenado Cénese e Consolidado da Ideia de Europa M ííí O Mundo Romano (' o i ni b r a • I 111 p r c n s a <1 a U 11 i v c r s i (1 a d e • 2 O O f> C O N S T A N T I N O 1:1, G H A N D I ; : DESCONTRUCCIÓN Y C O N S T R I C C I Ó N 1)1'. 1 N I M l ' K K K ) Marc Maycr (l'nivcrsital de Barcelona l'nivL-rsitíi di Maccrala) Constantino: una voluntad de reinar No cabe duda de qnc una de las personalidades más fascinantes y discutidas de la historia romana es el emperador Constantino el Grande, héroe para unos, santo para oíros, oportunista político para otros cuantos y así un largo etcétera de pareceres y de opiniones varias y contradictorias qnc jalonan la historia, quizás excepcional, del qnc lúe seguramente un hombre de su tiempo y como tal acertó y erró. Su reinado sin embargo se ha considerado, y sin duda con ra/óu, un momento de cambio y casi un momento de ruptura con una tradición anterior para iniciar una nueva singladura del Imperio romano: el Imperio cristiano. También en este punió hemos de convenir que el papel de Constantino lúe muy importante, aunque no han de confundirse las consecuencias de unos hechos y actuaciones con lo que sucedió realmente. Los historiadores ante este personaje tienden a perder en muchas ocasiones la voluntad de objetividad, o al menos se les hace difícil mantener la distancia necesaria entre los hechos históricos y las propias convicciones o sentimientos. Ksle hecho se produce además en estudiosos que mantienen entre sí puntos de vista diametralmente opuestos, es decir se dan todo tipo de casos entre partidarios acérrimos, o incluso apologetas, de Constantino, como entre aquellos, cine en ocasiones bajo capa de buscar una verdad histórica, qnc consideran escondida por la tradición, no pueden disimular su repulsión por el personaje. Lo más singular es que ambas posiciones, con todo tipo de matices, se den entre historiadores de puntos de vista históricos, metodológicos, políticos y religiosos del mismo signo. Quizás una de las grande/as de Constantino, evidentemente inconsciente y no buscada por su parte, es no dejar a nadie indiferente. Creo que este breve trabajo no dejará tampoco indiferentes, primero a los oyentes, casi obligados, y más tarde a los lectores, si les merece. Como todos antes de mi han hecho, o al menos deberían haberlo intentado, me parece que he tomado las precauciones de distancia necesarias para no analizar más que hechos históricos, pero no me engaño al respecto: las fuentes en el caso de Constantino, al menos las fundamentales, son verdaderamente opiniones; están ya mediatizadas y el análisis historiográlico lo revela prácticamente en todos los casos. No creo con esto revelar nada nuevo a nadie, pero prefiero jugar con las cartas descubiertas. Para todos resulta difícil mantener la distancia histórica y juzgar con objetividad las opiniones ajenas, ya que a veces corremos el riesgo de aceptar como más convincentes las que en realidad, y lo hacemos con honesta inconsciencia, son las que más se avienen con nuestras propias vivencias y creencias. No creo que estas páginas, pese a todas estas cautelas, estén libres de haber sucumbido a estos peligros a pesar de que la intención era la única posible: mantener una razonable objetividad, conscientes de lo difícil que es alcanzarla, especialmente en un tema como éste. Por ello querríamos evitar juzgar y limitarnos, en la medida de lo posible, a describir, aunque la descripción ya sea por sí misma, inevitablemente, una selección y por tanto un juicio. El enfoque que hemos elegido quizás pueda sorprender a algunos ya que en lugar de haber elegido un tema tan llamativo como el cambio que representa Constantino, y la inflexión que su reinado deja como herencia al Imperio, o incluso aspectos, mucho más opinables, como la personalidad de Constantino o su sinceridad o fingimiento ante el cristianismo, nos adentramos en un tema mucho más político: su concepción del poder imperial y el reflejo de la misma en la entidad territorial del Imperio. Un tema que puede hoy, cuando la Unión Europea sufre la crisis anterior a transformarse en un "Imperio mediterráneo" articulado en torno al mare nostnun, o si se quiere interuuin, romano, resultar de alguna enjundia y sin duda de una cierta actualidad en sus problemas y quizás de una cierta prospectiva en sus soluciones. La valoración de Eutropio como incdius princeps a partir de la mitad de su reinado se opone a óptimas princeps como lo fue al inicio. Sobre esta base de medius princeps, poco favorable, viene a la mente lo que podría ser, en cambio, una buena definición de Constantino como hombre de su tiempo: la búsqueda del compromiso de una via media, la medJocrítas, en sentido horaciano, como camino hacia el equilibrio. Es muy posible que Constantino pueda ser explicado al menos politicamente sobre esta base. Los hitos de un largo reinado. Un breve resumen histórico puede trazarse a partir de las celebraciones de su reinado: decermalia, vicennalia y triceimalia. Antes de ello es necesario detenerse en lo que cuenta el panegirista del 310 (jue nos habla de una vinculación de Constancio Cloro y Constantino con Claudio el Gótico, en una clara desvinculacion de la ideología tetrárquica; igualmente el sueño que liga a Constantino con Apolo, divinidad protectora del emperador Claudio el Gótico, y a través de él con el Sol Invictas, tiene su importancia para los acontecimientos posteriores. Los decennalia han sido precedidos por la victoria sobre Majencio junto al puente Milvio y el nuevo sueño que lo vincula al cristianismo y al signo de la cruz. La entrada en Roma y el controvertido episodio de la visita o no al templo de Júpiter abre naturalmente la posibilidad de su convergió en aquel momento. Hay que destocar en la disposición conocida como edicto de Milán que consagra la tolerancia religiosa y la recuperación de los bienes de la iglesia y de los cristianos. Se inicia además un gran interés del emperador por mediar e intervenir en los problemas internos del cristianismo. El arco de Constantino en Roma es un homenaje a este momento e indica en su inscripción una actuación del emperador provocada por un ambiguo "inslinctu divinitaíis". La construcción de basílicas cristianas por donación del emperador darán una nueva facies a Roma. Los viccniKilia van precedidos por la presencia de Constantino en el Concilio de Nicea. El llamado símbolo de Nicea irá marcado por la voluntad mediadora del emperador en los problemas causados por el arrianismo. La derrota de Licinio, casado con su hermana Constan/a, y la posterior ejecución de éste y de su hijo Liciniano, de 11 años y César con dos de los hijos de Constantino, parecen iniciar una serie de crueles ajustes dinásticos que se continúan con la ejecución de Crispo hijo del proprio emperador y con la muerte en un baño sobrecalentado de Fausta, la emperatriz. Las explicaciones son muy vagas y sobre la relación enü'e los dos ejecutados corren todo tipo de habladurías. En este momento se ha querido situar de nuevo la convergió de Constantino producida por el arrepentimiento. Constantino es ya único emperador. En Oriente las iniciativas del emperador y de su madre y única emperatriz Helena marcan una nueva monumentalización y unos itinerarios de piedad en "Fierra Santa que substituyen a los santuarios paganos de Asia * Menor. Los trecennalia están marcados por la construcción de la Nova Roma, Constantinopolis. Los copiosos gastos que esto provoca son seguramente sufragados en parte con la confiscación de bienes y tesoros de los templos paganos, que tiene efectos secundarios importantes en la decadencia económica de ciertas ciudades. Hay que señalar la construcción en Constantinopolis de la Basílica de los 12 apóstoles, con doce cenotalios presididos por la tumba del proprio emperador. Su bautismo se producirá en Nicomedia en el momento mismo de su muerte. Si nos fijamos en la fama postuma de Constantino resulta claro que toda una serie de leyendas como la del emperador leproso, muy antiguas lo vinculan con una conversio y un sometimiento a la iglesia representada por el papa Silvestre I, que dará después origen al llamado Constítutum Constantiiuanuiii y que pretenderá justificar el dominio de la Iglesia de Roma sobre la ciudad y el territorio de Italia. Una pretendida disposición que será objeto históricamente de muchas controversias y desmentidos entre el año mil y el humanismo. Constantino por otra parte será para algunos modelo o espejo de príncipes y para otros como ciertos movimientos pietistas europeos de la Ilustración un simple oportunista desvinculado de todo tipo de escrúpulo religioso. Las teorías de J. Burckhardt tendrían como ha demostrado S. Maxzarino este origen. En el medioevo Constantino entra en el mundo de las leyendas y de la materia de Bretaña como un caballero de novela y es representado en relieves escultóricos. Hay que destacar además que las formas artísticas surgidas en su reinado se consolidan y crean un arte oficial que, incluso en ámbito religioso, se canoniza y pervive. La Iglesia ortodoxa oriental lo considerará santo, como un isoapóstol, y lo situará junto a san Pablo. En suma toda una serie de factores positivos y negativos pero que en ningún caso dejan, como ya hemos dicho, a nadie indiferente. Se trata de un hombre de su tiempo que vive en un momento de transición, que utilixa los medios y métodos políticos de su momento y que tiene la clarividencia de ver la importancia del Cristianismo, aunque busca al mismo tiempo un equilibrio tolerante que le permita gobernar el Imperio que de nuevo ha reunüicado y rcali/ar los proyectos que tiene en mente y que ve como un imponente monumento a su memoria, consciente de que su actitud ante los cristianos favorece de forma decisiva este intento. Acabado este rápido resumen conviene sin embargo, aún repitiéndonos, detenernos a hacer un cierto memorándum biográfico más detallado de Constantino para adentrarnos a continuación en las posibles intenciones y condicionamientos de la Tetrarquía, rota intencionadamente, por Constantino y no sólo por él, para acabar viendo el proceso de reunificación de un Imperio llevado a cabo con pragmatismo y tesón con una planificación, o mejor voluntad política, muy clara, que se adapta a las circunstancias de cada momento sin abandonar su objetivo final. Adelanto ya desde ahora mi conclusión: Constantino quiso siempre reunificar el Imperio dividido, con una aparente paradoja para mantenerlo unido, por el sistema tetrárqnico, o al menos lo decidió muy tempranamente. Sus pasos van siempre dirigidos hacia este objetivo y pueden ser leídas desde este prisma todas sus actuaciones simbólicas y sus celebraciones. Un ritmo constante pero lento, en la esperanza de un largo reinado, que el tiempo no desmintió. El camino que lleva al imperio. Nacido en Naissus (Nis, Serbia) el 27 de febrero de un año entre 271 y 288, y muy posiblemente entre 272-273, es hijo de Constancio Cloro, que primero fue prefecto del pretorio y después desde 293 cesar en las provincias occidentales siendo Galerio el otro cesar. Su madre Helena había convivido con Constancio Cloro por muchos años cuando este era sólo un brillante oficial. La tradición la describe como una tabernera o mejor una símente de posada, stabularia, natural de Bitinia. Será Ambrosio de Milán quien dirá que pasó de los stabula a la púrpura. Constancio Cloro se vio obligado por su ambición a renunciar a ella y a casarse con la hija de Eutropia, la mujer de Maximiano, de nombre Teodora, quizás cristiana como se sospecha también de su madre. Constancio tuvo con ella seis hijos que fueron por tanto hermanastros de Constantino, el cual no tomó jamás medidas contra ellos una ve/ asumido el poder, circunscribiendo a Teodora en la ciudad de la Galia y sirviéndose de ellos y en especial de su hermanastra Constan/a para sn política dinástica. Helena cobra progresiva fuer/a en el reinado de su hijo hasta llegar a convertirse, ya muy avanzado el reinado, en única Augusta. Ignoramos, pero intuímos que debió de ser una mujer hábil y enérgica con ideas religiosas claras, aunque no debemos, a falta de documentos probatorios, dejarnos llevar por al tentación de considerarla uno de los motores de la acción de su hijo en especial en materia familiar y de religión. En 30,5 se produce la abdicación de Diocleciano y también la de sn colega y amigo Maximiano. Diocleciano quiere poner a prueba el sistema tetrárquico por él instituido y no duda para ello en sacrificar su poder. Los nuevos Augustos son Galeno y Constancio Cloro y los nuevos Césares son Maximino Da/a y Severo. Constantino, que había vivido junto a Diocleciailo en Nicomedia y había participado en campañas al flanco de Galerio y de Diocleciano desde 293, queda al margen. Su no consideración como nuevo César era muy coherente con el pensamiento político de Diocleciano de no seguir vínculos de sangre sino los estrictamente políticos, por mucho que la vinculación entre los tetrarcas era de parentesco por alianza de una forma buscada. Constantino que había permanecido en Nicomedia hasta aquel momento vuelve hacia Occidente junto a su padre. Tal como no se ha descartado eme Constantino pudiera ser casi un rehén en la corte de Diocleciano, su no inclusión en la sucesión tetrárquica ha sido interpretada como una postergación, y su marcha a Occidente casi como una huida en busca de una seguridad que en Nicomedia parecía no tener en las nuevas circunstancias. La permanencia de Constantino junto a Constancio dura poco. Es una verdadera usurpación la que se inicia al ser proclamado por las fuer/as de su padre como Augusto en liritaniiM, en Eboracwn, el (lia 25 de julio del año 306, en el momento de la muerte de éste. Galerio, con un realismo que, sin embargo, lo aparta de los principios tetrárquicos, le reconoce sólo como César elevando al grado de Augusto a uno de los cesares "legítimos": Severo. Constantino no es el único motivo de preocupación para el sistema tetrárquico. Majencio hijo de Maximiano, despechado en sus ambiciones, era reconocido, el 2(i de octubre del 30(i, como emperador en la parte occidental del Imperio con capital en la misma Roma. Su padre secunda en un principio la operación aunque más tarde, queriendo de nuevo el protagonismo se opondrá a su proprio hijo. En 307 Maximiano y Majencio se enfrentan y vencen al Augusto "legitimo", Severo. En 308 se produce la proclamación de Licinio como Augusto, como consecuencia de la denominada conferencia entre los emperadores en Camuntumel 11 de noviembre. Maximiano, por su parte, se apresura a reconocer a Constantino, esta ve/ como Augusto, en una reunión en Tréveris y le promete en matrimonio a su hija Fausta, habida con su mujer Eutropia, una niña en aquel momento. Constantino ya como Augusto se denominará con el epíteto Herculius, Kl matrimonio con Fausta tendrá como consecuencia, como'' sucedió con su padre y Helena, la postergación de quien convivía con él y de quien tuvo a su hijo Crispo: Minervina. Del matrimonio con Fausta, consumado algunos años después, tuvo tres hijos: Constantino II, Constancio II y Constante; y dos hijas: Constantina, casada entre el 3,51 y el 3,54 con el cesar Gallus, y Helena que casó con Juliano, llamado por la tradición cristiana el Apóstata, emperador entre 361 \ La amonedación de Constantino insistirá en aquellos momentos en la figura de Sol imJctus, que no se ha dudado en identificar como una trasposición del Apolo visto en una imagen onírica del primer sueño de Constantino del que se hace eco el panegirista del 310 y que antecedió a la victoria sobre Maximiano, como veremos acto seguido. Buscará además, y éste es un factor que conviene no olvidar, una legitimidad distinta de la complicación tetrárquica y aprovechará el parentesco de su padre con Claudio II el Gótico, bajo quien también había servido. No podemos de nuevo pensar en el paralelo de Augusto que buscará también una filiación no natural, aunque en su caso divina. Supone este hecho casi una refundación familiar por quien pretende ser el constructor de una nueva dinastía. Kn un trabajo en muy otro sentido, Baldini destaca la vinculación a través de Constancio Cloro con Claudio el Gótico, pero buscando en el fondo la devotio por parte de los soldados. Kl panegirista del 307 se detendrá en las virtudes excelsas de Constantino y en la inteligencia de Maximiano de reconocerlo como yerno y sucesor, en la misma línea, ya oficial, de buscar cuantas más "legitimidades" pudieran sumarse. Kn el año 310 se produce el fin de la usurpación de Maximiano; Constantino lo vence primero, y lo fuer/a seguramente a suicidarse después de la batalla de Massaliíi. Kl panegirista del 310 nos narrará estos hechos, como simbólicos e insistirá en un sueño o visión de Constantino, al que se le aparece Apolo, anunciador también de la grandexa de Octavio Augusto, y le profetiza un futuro brillante en un reinado de treinta años. Ixis bases de la 210 teoría del poder de Constantino están ya en aquel momento bien asentadas, a reserva del ritmo y de lo que vayan deparando las circunstancias. Apolo en aquel momento se sobrepone fácilmente al Helio, Sol invictus, lo que constituye, y las monedas como hemos dicho lo reflejan, una momentánea teología del poder. Galerio muere en 312 y Constantino emprende en aquel momento una campaña inevitable para sus objetivos: marcha contra Majencio, su cuñado, emperador irregular desde siempre, aliado suyo por umtiempo y ahora de acuerdo con la conveniencia política usurpador: tynmnus. La batalla del puente Milvio, el 28 de octubre del 308, sella el destino de Constantino. No vamos a entrar ahora sobre los condicionantes de la batalla, que por un error táctico condujo a la muerte a Majencio al no poderse retirar sus fuer/as hacia Roma, después de una maniobra seguramente exploratoria, al quedar atrapadas entre el Tíber y sus enemigos. La muerte de Majencio en el Tíber produce una rápida victoria para Constantino, no obligado a poner sitio a Roma, en aquel momento casi inexpugnable. La victoria será atribuida a la intervención divina anunciada a Constantino en un nuevo sueño en el curso del cual recibe la inspiración de marcar sus fuer/as con una aspa en el escudo cuyo vértice derecho estaba curvado, evidentemente y buscadamente entendido después como un crismón. la descripción de Lactancio (De mort. 44, 3-5) en este punto parece la más fiable y el símbolo, ya preexistente, debió ser sentido como un elemento de buen augurio y de protección por parte de los soldados, evidentemente no cristianos, y en modo alguno como una marca desconocida; la contraseña por otra parte identificaba claramente una de las dos facciones enfrentadas. Evidentemente no tenemos noticia alguna en Lactancio sobre la presencia de un lábaro. Puede ser útil aquí recordar la hipótesis de P. Bruun para quien crismón y lábaro no son vistos por los soldados como símbolo religioso sino propiciatorio y como recuerdo después de la victoria pasó a popularizarse entre los cristianos. La tradición en este punto se complica ya que se ha querido contraponer al sueño de Constantino la consulta por parte de Majencio de los libros sibilinos. La superstición del tirano frente a la inspiración divina de un emperador que se convierte al cristianismo. la traducción posterior en el arco de Constantino de este hecho como instíctii divinikitis da la justa medida de la ambigüedad ideológica que acompaña a la intervención divina. Hay que sumar a ello, como se acostumbra a acotar en este punto, que Constantino continuó ostentando y manteniendo hasta el final de su reinado la condición de ponü/e.Y maximus. Licinio derrotará en el año siguiente, el 313, a Maximino Da/a y en este misino año muere también Diocleciano. Como consecuencia quedarán Constantino y Licinio como únicos emperadores. La crisis del sistema tetrárquico es, más allá de proclamas y enmascaramientos, un hecho. Los dos emperadores se reúnen en Milán ese mismo año, al final del 312, para pactar las actuaciones futuras y confirman el decreto de tolerancia religiosa de Galerio, del 30 de abril del 311, en una línea política conocida y practicada entre otros por Majencio en el último año y medio de su reinado. Lsta disposición, que Lusebio de Cesárea magnifica y considera una norma absoluta llevada a la perfección, "nomos telcótatos", por obra de Constantino, es lo que la historiografía tradicional conoce con el nombre de "edicto de Milán", interpretado como un reconocimiento definitivo del cristianismo. Ll encuentro de Milán con Licinio traerá consigo, en la más pura tradición tetrárquica, la boda de éste con Constan/a hermanastra de Constantino. Ll llamado "edicto de Milán del 313", cuya aún discutida realidad ya hemos comentado, será el punto de partida de un ensalzamiento cristiano irrefrenable de Constantino. Al mismo tiempo se perpetuará una leyenda sobre un Majencio brujo, adultero y un verdadero Heliogabalo, consideración esta última que curiosamente compartirá con Constantino, objeto también de la furia de detractores. Majencio, en realidad un gran restaurador de la ciudad de Roma, aparecerá como un tirano y su obra vendrá atribuida al nuevo emperador. De aquí nacerá un estilo biográfico, cercano a la hagiografía, para contar los hechos de Constantino. Lusebio lo considerará, más que como un Ciro o un Alejandro, aunque no lailán tampoco imágenes panegíricas de este tipo, como un nuevo Moisés. Los silencios, la omisión de nombres, el encomio acentuarán el tono hagiografía) de la biografía eusebiana. Si el panegirista del 313 constituye una excelente fuente para comprender el contexto ideológico de los quinqucnnalia de Constantino, resulta también indispensable para comprender la secuenia de hechos que siguieron a la batalla del puente Milvio. Ll tema se centra en la entrada, que no triunfo, de Constantino en la ciudad de Roma después de la batalla. Ll rápido paso de Constantino hasta llegar al Palatino sustrayéndose a los ojos, deseosos de contemplarle, de los ciudadanos ha sido la clave para que se entendiera desde el cardenal Baronio y Lenain de Tillemont hasta la historiografía decimonónica y la actual que no se produjo un ascenso al Capitolio ¡jara honrar a Júpiter óptimo máximo por la victoria. Las interpretaciones han sido muchas y desde J. Burckhardt que consideraba simplemente un oportunismo de Constantino este hecho, si en verdad no se produjo, a quienes como S. Mazzarino o A. Alfóldi creen que el cristianismo incipiente del emperador le condujo a no hacerlo. Otros, como en época muy reciente A. Fraschetti, creen en una verdadera conversión o como T. Barnes en una verdadera inclinación cristiana desde aquel momento. No vamos a entrar en esta espinosa cuestión, pero conviene notar que no hay en el panegirista noticia de un explícito rechazo por parte del emperador a subir al Capitolio como se producirá efectivamente más tarde y que la omisión del hecho, si tuvo lugar podría responder a la buscada ambigüedad oficial del momento. El rápido ¡jaso por la ciudad y el rápido refugio en el Palatino es perfectamete comprensible por la integridad todavía de una gran parte de las fuerzas fieles a Majencio y la inseguridad sobre la reacción de los habitantes de Roma ante Constantino. I,a disolución de las fuerzas, como los equites singulares, más fieles a Majencio y la reutilización de los espacios de sus cuarteles, parece inscribirse coherentemente en este cuadro. La publica ¡aetitia que al decir del panegirista acompañó, si no a un verdadero triunfo, si a un acceso casi triunfal se limitó a una ndlocutio desde los rostrn. I^i historiografía cristiana va más allá Eusebio, como ya hemos dicho, lo compara con Moisés guiando al pueblo hebreo y atravesando el mar Rojo, paralelo poco afortunado e inexacto, pero muy significativo para ilustrar la victoria sobre un Majencio que cruza el líber por un puente de barcas y muere ahogado en él. El proprio Constantino se presenta como lihenüor et restitutor, frente a un Majencio que se presentaba como consei-vator urbis suae y efectivamente hizo grandes obras, entre el 306 y el 312, entre las cuales la restauración del templo de Venus y Roma y del circo Máximo. Sin duda alguna una razón más para el sobrepujamiento y el ensalzamiento oficial áulico y especialmente cristiano. Se inicia ya en el 312 una nueva etapa de reutili/ación de los elementos antiguos en las obras constantinianas, la compleja cuestión de los spolia debe quedar por ahora al margen, en un intento de rivalizar con las de Majencio de las que se apropia, como es el caso de la estatua colosal en el ábside de la basílica que lleva hoy todavía el nombre de este último. Hay que valorar convenientemente la insistencia del emperador, en mostrar su voluntad, casi como un privado, de proteger el nuevo culto cristiano en la Urbe frente a la aristocracia tradicional. Nace así la basílica primera de San Juan de Letrán, junto a la llamada pretendidamente (Jo/ñus Faustae, que últimamente ha sido objeto de precisiones importantísimas por ¡jarte de P. Liverani respecto a las anteriores interpretaciones. Será ésta la primera donación de propiedades, que en este caso afectó los cuarteles de los equites singulares que había disuelto por su fidelidad a Majencio. Se ha querido ver este edificio como si en realidad se tratara casi de un ex-voto por la victoria "instJnctu (Hvinitntis", y por ello concebido como un aula de aparato o de recepción deckcada al proprio Cristo Rey, y de aquí vendría su forma basilical, que tendrá una gran continuidad. Probablemente en este tipo de edificios haya tenido su origen la episcopalis audientia que según P. Brown constituye la primera corte episcopal y es la clave del futuro. En este sentido hay que recordar que más adelante el Senado lo honrará con un arco el 315, para el que usará spolia de los optinu príncipes anteriores, quixás reutili/.ando un arco preexistente y realizando incluso actualizaciones de retratos. La ambigüedad del Senado es evidente y su paganismo en aquel momento un hecho probado. Las nuevas construcciones constantinianas entre 320 y 326, y especialmente la basílica de San Pedro, iluminan lo que pretende ser una lección y la constatación de una elección que no intenta buscar rivalidad alguna con la aristocracia senatorial. Incluso la continua congregado fragmentorum doctorum, que da auctorítasy que es un hecho buscado y típico desde el siglo I d.C., se desarrollará, a partir de este momento, en un grado nunca visto y con una carga ideológica propia de la época. Constantino empieza a intervenir inmediatamente en cuestiones cristianas especialmente en África. El donatismo, al igual que en el 350 hará Novaciano, niega que el arrepentimiento para los lapsi, es decir aquellos que habían cedido durante las persecuciones, sea suficiente, en contra de lo que afirma por ejemplo Cipriano. El obispo Ceciliano y el propio emperador eran en este caso antidonatistas. El enfrentamiento de la iglesia de los mártires contra los que considera traditores, a raíz del edicto de persecución del 303, es en aquel momento muy fuerte y por este motivo se provocan tumultos en las ciudades de África. Para evitarlos resulta claro que Constantino prefiere la posición tolerante del obispo Ceciliano y es un hecho notable que el emperador ordene que se imponga lo mantenido por este último a un gobernador, Anulino, que resulta ser el mismo que había sido el encargado de llevar a cabo la última persecución y al que no ha cambiado. Esto no resulta sorprendente, si tenemos en cuenta el panorama general, como no ha dejado de señalarse aunque Constantino juegue la carta del cristianismo, no hay rotura con el pasado. I^i importancia de las donaciones imperiales que se traducen en las grandes basílicas romanas constantinianas y en nuevos itinerarios de piedad no puede pasar por alto. Incluso en Tierra Santa estos nuevos itinerarios substituyen a las grandes peregrinaciones paganas orientales como las que se hacían al Asclepieion de Pérgamo. La represión de la haruspicina privada cine se produce desde Constantino podría ser sintomática, aunque no podemos olvidar que incluso en este caso tenemos antecedentes anteriores muy antiguos. Constantino propició seguramente un estado de cosas, en el que a pesar de su protección indudable a los cristianos, pudo dar origen mucho más tarde a críticas de carácter ético y político como la contenida en los Cesares, una sátira compuesta por Juliano, en la que intenta evidenciar la ficción de la conversión del emperador. VA lenguaje imperial y oficial, también como lo recoge Eusebio, está cargado de imprecisión buscada, se hablará de un Suinnnis dcus, de un Dcus omnipotens, y los discursos-plegarias de Constantino estarán siempre vinculados a su propio poder, disfrazado de servido. Kusebio pone en sus labios la palabra té, y pone en evidencia la perseverante obediencia del emperador a la lc\ y destaca su predestinación divina para unir el imperio. En este clima de paz y tolerancia se llevarán a cabo los Concilios de Roma el 313 y de Arles el 314. La legislación imperial continuará siendo dura, y naturalmente no muy cristiana, en temas como la esclavitud, los niños y el adulterio. En este punto hay que destacar un factor muy importante de la actuación de Constantino, cjue probablemente incide también con su continua intervención en las cuestiones cristianas : su disponibilidad en los casos de apelación al emperador contra jueces y gobernantes. El emperador pretende presentarse como la verdadera garantía de la felicidad del estado. La relación de Constantino con Roma resulta muy extraña, la visitará en contadas ocasiones y preferirá sedes diversa y alejadas como Tréveris y Serdica, alejadas de la antigua capital del Imperio pero mucho más cercanas a sus intereses estratégicos y geo-políticos. Las influencias que se pudieron ejercer sobre este emperador quedan en la sombra : se ha insistido mucho sobre el papel e influencia de Osio de Córdoba sobre Constantino, atribuida ya al 312 por algunos, pero segura, como veremos, desde el "phasma" de 326. Las mujeres de la casa imperial han sido objeto también de todo tipo de especualciones en especial Helena, y se ha supuesto o sospechado un acuerdo con Osio. En este ambiente se llega a los decennalia del 31,5, momento en el que se hace al emperador la dedicación del arco que leva su nombre con motivo de su segunda visita a Roma con este motivo celebrativo. F.n este caso es seguro que no subió al Capitolio, aunque en un principio la tradición y el protocolo lo hubieran previsto. Se trata de un ¡claro rechazo al producirse un nuevo prodigio, un "phasma", atribuido por la tradición contraria al emperador a las malas artes de Osio. En realidad todo parece haber sido consentido a excepción de este acto, pero, como ha dicho con agudeza un especialista italiano: "senxa fuoco e senxa fumo", en otras palabras se pudieron reali/ar los actos tradicionales sin realixación de sacrificios. De nuevo un punto de desencuentro entre el creciente cristianismo y la cultura pagana. I^a conversión de Constantino en este preciso momento no ha dejado de ser propuesta, pero sin duda, aunque con mejores elementos, carece de nuevo de argumentos probatorios definitivos, e incluso su movimiento de rechazo reviste un carácter casi supersticioso, como tampoco ha dejado de notarse. El enfrentamiento inevitable con Licinio se produce en diversas etapas, en las que Constantino sea por medios militares que políticos y diplomáticos consigue limitar la influencia y territorio de su colega, y también cuñado. A continuación de la derrota de Licinio en el 317, dos de los hijos de Constantino, y Liciniano, hijo de Licinio, serán Césares en el colegio imperial, de corte todavía tetrárquico, emanado del nuevo pacto, y serán proclamados tales el 1 de marzo en Serdica. La compleja personalidad cíe Licinio jugará en favor de Constantino y el aumento de las tensiones y provocaciones por ambas partes llevarán de nuevo a la guerra abierta, que culminará para Licinio el 3 de julio de 324 con la derrota de Hadrianopolis, y la de Chrysopolis el 8 de septiembre, en ambos casos Crispo será el braxo armado de su padre Constantino y sus victorias producirán la unificación del imperio en una sola mano, con lo que se llega a la culminación del proceso cíe deconstrucción del imperio tetrárquico perseguida por Constantino durante largos años. En la propaganda cristiana será visto este enfrentamiento como una verdadera guerra de religión, como sucede en la biografía la de Eusebio. Es también el momento en que Helena será proclamada Augusta y parece que intervendrá a continuación decisivamente en algunos asuntos no siempre de carácter privado. Hacia la construcción de un nuevo imperio Nace seguramente en este momento el gran proyecto de una Constantinopolis, acorde con sus concepciones geo-políticas entre Oriente y Ocidcnte. En 324 se preocupa de nuevo de la tolerancia, pero esta ve/ con los paganos que sufren el crecimiento del cristianismo en Oriente. Se muestra también a partir de este momento como el mcdiiis princeps en el concepto de Eutropio, frente al opüinus princeps de la primera parte del reinado, diferencia que ha sido considerada como crucial clave de interpretación por estudiosos como V. Neri. Eos viccnn;ili;i del reinado se van a celebrar el 32.5 y 326. Antes habrá tenido lugar un acontecimiento de gran significación, y no sólo para la historiografía cristiana: la participación activa del emperador en el concilio de Nicea en mayo y junio del 32.5. Su papel es crucial incluso en el ámbito dogmático, su busca del entendimiento continua y su papel mediador evitará problemas con el donatismo y el arrianismo, en un aplazamiento que tendrá sin embargo un amargo desenlace. El advcntus al concilio del emperador, cubierto de oro y pedrerías, resulta, en palabras de Ensebio, casi sobrenatural; se sienta en un trono de oro, más pequeño que los sitiales de los obispos. Oye, opina y es escuchado. Nace aquí el tan traído y llevado concepto del Constantino obispo, y hay que mati/ar al respecto lo que él mismo parece haber precisado, en una línea muy suya de mediación: "epíscopos ton ektón". Eos acontecimientos se van a precipitar acto seguido y van a comprometer en gran manera la imagen del emperador. En 325 había ordenado la ejecución de Eicinio, con el pretexto, o razón, de que conspiraba para recuperar el imperio. I^a decisión de celebrar en el año 32(> de nuevo el aniversario de su reinado, los vicennalia, en Roma es firme, pero antes de esta celebración se producirá la ejecución, en Pola, de su hijo Crispo y a continuación la muerte en un baño sobrecalentado de su mujer Fausta. Eos motivos no son claros y van desde el adulterio entre hijastro y madrastra, el tema de Fedra e Hipólito, a ajustes de cuentas familiares por otros motivos, sin que pueda precisarse el papel de Helena, que algunos ven enfrentada a Fausta. Ea transformación del aula imperial de Trévcris en templo, qui/.ás expiatorio, que causa la destrucción de los retratos entre los que incluso se ha querido ver a Lactancio, preceptor de Crispo, ha sido puesta en relación con estos hechos. Sean cuales sean los motivos, la humanidad del emperador queda en entredicho, por no hablar ya de sus posibles sentimientos cristianos: ha sido la reacción cruel y despiadada de un monarca de su tiempo. La (kunnatio mcmoríac de los dos ejecutados nunca será revocada. La muerte de su sobrino, e hijo de Licinio, Licinio Liciniano de sólo 11 años, en el 326, tendrá por objeto también evitar nuevas conspiraciones. Su aparente tolerancia continuará en cambio en otros ámbitos y así, por ejemplo, el mismo calendario de Filocalo nos mostrará la pervivencia de los ludí. O bien se tolerará un cierto culto sin sacrificios a la dinastía en Híspelhnn, como forma de protección ciudadana. La celebración de los \icennalia tiene lugar en esta última, por lo que parece, visita a Roma, siguiendo la pauta establecida ya en los (lecennalia. El cuidado y la preparación de la visita a Roma han sido grandes y las acuñaciones de oro con la leyenda y la alegoría de la Gloria aetcma del senado y el pueblo romano lo documentan. Su actividad organizadora se despliega y multiplica, pero los recursos en el futuro se van a dedicar a su proyecto predilecto: la Nueva Roma, la ciudad que llevará su nombre. Helena es en el año 336 la única emperatriz y su estatua sedente con diadema hoy en el Vaticano ha sido relacionada con este momento. Sólo en el 326 se decidirá a nombrar Constantino un alto cargo cristiano y este será el praefectus Urhis Roniac Acilio Severo. I^a actividad del Constantino "obispo" continúa y el Viernes Santo del 328 pronuncia su discurso a la asamblea de los santos en el concilio de Nicomeclia. Cada ve/., sin embargo, resulta más clara su conciencia de la diversidad de Oriente y Occidente y de la necesidad de actuar por zonas. El cierre y expolio cíe templos paganos por parte de Constantino supone la pérdida de la autonomía cultural ciudadana y llena las arcas imperiales durante un largo período. La confiscación paulatina de bienes de los templos para la res prívala, es otro de los elementos usados por el emperador para sus fines como ha puesto cíe relieve G. Bonamente. La fundación de la Nova Roma tendrá lugar el 11 de mayo del 330. La voluntad no sólo de emulación o de duplicación de la antigua Roma por parte de Constantinopolis se evidencia en el translado ordenado por el emperador del Paladio, la reliquia fundacional romana, a su nueva capital. No vamos a entrar aquí en descripciones ni a discutir la dimensión de la misma, queremos 217 218 solamente poner de relieve que la nueva dinastía tiene allí el despliegue de un nuevo aparato acorde a la renovación llevada a cabo por su fundador. La renovación, institucional y social, es profunda y el cristianismo juega en ello un papel de primer orden y se va estructurando y organizando dentro del marco del nuevo imperio. No faltan ejemplos de este tipo de substituciones, así la iglesia del Santo Sepulcro nace sobre el templo de Venus de Hadriano. Siguen los edificios de culto de Belén y del Monte de los Olivos. \ hay duda que Helena está vinculada al nuevo itinerario de piedad que substituye el de los santuarios griegos paganos en Asia, así como la obra de Constantino en Roma constituye los nuevos niiifibilin Urbis en este caso chrístiana. En un claro antecedente de la obra del papa Dámaso en Roma (366-384). Helena sólo será vinculada con la inventio crucis mucho más tarde, en 39,'), por Ambrosio de Milán, que no parece experimentar excesiva simpatía por la emperatri/., aunque hay que señalar también que ya se habían producido prodigios de aparición de cruces durante el reinado de Constancio II. La situación política y económica se complica más y más y maniobras como la de 33,5 en que Hannibaliano es considerado en Armenia, rey de reyes, usando la ficción de los títulos persas, pone de relieve la dificultad de gobernar un imperio extenso con la ayuda sólo de pocos elementos familiares y en un clima de continua desconfianza. El gobierno de Constantino y sus empresas han dejado un imperio cambiado, en algunos aspectos renovado pero exhausto. Los ü'icennnlin de su reinado en 33,5 no se celebrarán ya en Roma, y en el curso de la celebración Ensebio de Cesárea pronunciará una oratio cargada de reminiscencias bíblicas elogiosas en la que intenta justificar la difusa política dinástica del emperador, que ha sumado al número de cesares a su hijo menor Constante y a su sobrino Dalmacio, de esta cuadriga de príncipes se espera el cumplimiento de los designios del emperador y una armonía, que evidentemente ya se ve difícil, aunque se pretenda que Constantino reina en este momento tomando como modelo el gobierno celeste. En el mismo año . . inicia su campaña sarmática que intenta pacificar y ordenar de nuevo la xona danubiana, algo que conseguirá y celebrará, al menos oficialmente, en el año siguiente. Quedaba pues por resolver, entre enormes dificultades económicas, el problema persa, disponiéndose a hacerlo se aproximó el término definitivo de su largo reinado. 1.a muerte de Constantino se produce el 22 de mayo del 337 en Nicomedia (I/mit), y previamente había sido bauti/ado por Ensebio de Nicomedia, un obispo amano. Es enterrado cristianamente en Conslanlinopla, en la iglesia de los 12 apóstoles. Su tumba, cambiada de lugar después por Constancio II, preside los cenotatios de los doce apóstoles. La cuestión, como no ha dejado de proponer últimamente A. Marcone, radica en que o bien es el decimotercero de los apóstoles, "isapóstolos", o bien pretende o se pretende que presida los cenotatafios como lo haría Cristo con sus discípulos. Paralelamente, y en esto podemos ver de nuevo» la corriente de continuidad tolerada y qui/ás también buscada y prevista por Constantino, se le hace una consecrado como dhiis en Roma. L'n el mismo campo podemos inscribir la protección política del arrianismo a pesar de la condena de Nicea, un hecho evidente que continuará hasta el 376 con Teodosio. Los encomios cristianos presentarán, sin embargo, diciendo que reina a la derecha del hijo de Dios, al que en vida había rechazado el titulo de hentus. La polémica sobre su bautismo tardío resulta poco productiva. Ls un hecho sabido el bautismo al final de su vida y ya en peligro de muerte de los notables durante todo el período. Los hijos de Constantino mismo, educados cristianamente, son bautixados también tardíamente. Para explicar este hecho en el caso de los emperadores no basta pensar en el electo purilicador del bautismo, que limpia los actos de una vida, sino también el hecho de que el no bautizado no queda sujeto a la autoridad de un obispo, lo cual resulta de primordial interés en las relaciones con la Iglesia. Los notables tienen dos vías de elección, su integración incorporándose a la jerarquía eclesiástica o bien el aplazamiento hasta el final, recordemos los cánones del concilio de Elbira del 373, sobre el ejercicio de sacerdocios paganos, para comprender cuál era la actitud, pero sin duda no es este el caso de los emperadores. El ejemplo de Teodosio, bautizado antes de ser emperador por un peligro vital, es evidente y su problemática relación con Ambrosio de Milán i una prueba muy clara. En el verano siguiente a la muerte de Constantino se produce el asesinato político de Dalmacio y de Hannibaliano, de los descendientes no herederos de Constantino sólo sobrevivirá el futuro emperador Juliano. I^as sospechas sobre Constancio II como instigador han sido a menudo expresadas y convierten esta cuestión casi en un hecho cercano a lo que iba a ocurrir posteriormente con los príncipes no herederos en el Imperio otomano. Precisar la verdadera conversión de Constantino es un hecho que, hoy por hoy, nos parece inalcanzable, en un ambiente complejo que mezcla paganismo, neoplatonismo y que conducirá a Mario Victorino al final del IV y también a Agustín de Hipona. Fírmico Materno llegará a decir en 340 que los cultos mistéricos son una parodia diabólica del cristianismo, mientras que el Sol como única divinidad es un avance indudable hacia el monoteísmo. Todavía en 342 Constancio II legislará contra la superstición y la adivinación, pero todo subsiste en el 359, cuando el prefecto de Roma todavía ordena sacrificar a Castor y Polux en un intento de paliar la llegada de grandes inundaciones. Nada podrá evitar además los contrastes y los cristianos continuarán apareciendo como bárbaros a los ojos de un Zósimo. En un ambiente de este tipo se mueve con una buscada, y quizás, indispensable ambigüedad un hombre como Constantino cuyas preferencias no obstante resultaron a todos evidentes. De qué situación partió Constantino y a cuál finamente llegó: la opinio recepta del Imperio cristiano Ya en el siglo XIX, A. Coen, un sagaz filólogo e historiador casi olvidado, definía con una cierta precisión no exenta de un excesivo positivismo lo que se creía que eran las intenciones de la tetrarquía: 1. Proveer a una defensa atenta, constante y eficaz del Imperio en relación a las agresiones externas. 2. Dar un nuevo cariz a la administración del Estado constituyendo sin ficciones ni más ambages una verdadera y propia monarquía. 3. Establecer una regla definitiva de sucesión en el trono. Evidentemente contra esto se alza Constantino y pero no sólo para conculcarlo y cambiarlo sino para darle una nueva dimensión a la medida de sus propias ambiciones, y, lo que es más importante, para hacerlo con mayor adecuación a la realidad social de su momento. Ea dificultad de la aplicación de la idea de Diodeciano fue evidente; funcionó una sola vez por renuncia en vida de Diocleciano y Maximiano, y acto seguido fracasó cuando por una muerte se tuvo que producir una segunda sucesión. El autocratismo de la reforma dioclecianea pervive en la reforma de Constantino y la administración cobra definitivamente un nuevo sentido después de un cambio de estructura profundo en el cual desaparece por ejemplo el ordo equester y la estructura impositiva anterior. La vida de las ciudades se moverá también en otros parámetros y éste será un cambio visto por muchos como una crisis definitiva del modelo anterior y por consiguiente casi como la reducción o la desaparición de las comunidades cívicas. Todo esto es parcialmente cierto y responde a hechos indubitables, pero las ciudades no desaparecen, se reestructuran y tienen distinta organización y una vida por consiguiente también diferente. Las finalidades no son las mismas, la estructura política tampoco y la vida ciudadana tiene otros horizontes. El escenario antiguo no sirve ya, habia vivido precariamente casi un siglo y la ciudad se adapta a su nueva función. Se ha afirmado que el cristianismo tiene en este hecho un papel predominante, pero no es así en principio: el cristianismo se estructura jerarquiza y ordena precisamente en aquel momento y de acuerdo con el nuevo marco ciudadano y social, siendo como es un movimiento esencialmente urbano, es por tanto lógico que encuentre su lugar adecuado en este nuevo marco de comportamiento urbano, que después evidentemente contribuirá a propinar como habitat natural para su expansión. La uniformidad del Imperio no existió nunca y la idea de Oriente y Occidente no es ninguna ficción ni un simple problema de expresión lingüística, hecho por otra parte nada indiferente a la diferencia. La articulación del sistema tetrárquico a pesar de su autoritarismo y su centralismo se muestra poco apropiada como solución política. Constantino sólo precipita los hechos. La situación que deja Constantino a sus tres hijos no tiene, en principio, complicación dinástica y distingue perfectamente las zonas del Imperio. La tolerancia religiosa es un hecho y los cristianos están integrándose con decisión en el nuevo panorama en la proporción de su realidad social por zonas. No se trata de un imperio cristiano, se trata de un imperio cuyos principios políticos, a pesar de algunas concesiones formales, se funda sobre un poder autocrático, evolucionado progresivamente desde los problemas del siglo III, a los que la tetrarquía había querido poner fin con su estructura. La disposición de Constantino quiere responder a estas mismas cuestiones, dejando fuera el menor número de ciudadanos o habitantes del Imperio. Los cristianos son ya de una entidad no ignorable y el realismo político supone integrarlos sin traumas, a sabiendas de que traen consigo un nuevo orden social que se superpondrá y en gran paite se adaptará al precedente. Esta es verdaderamente la herencia de Constantino, y no, como se ha querido ver, un imperio cristiano al que permitirá continuar por un tiempo, con su impulso renovado, el cristianismo emergente. La idea de poder, de estado, de imperio es la heredada de la tetrarquía; los cristianos no son ya un conflicto social, pero el cristianismo no por ello es una religión de estado. El estado se reconoce y se apoya en las estructuras cristianas que ha contribuido a consolidar y a organizar, pero aunque los emperadores sean ya cristianos, sus actuaciones responden más a la condición de emperador que a la de cristiano. Oriente se ha cristianizado rápidamente y Occidente se precipita a hacerlo a pesar de notorias resistencias y reacciones. Kl cristianismo, como captó ya muy bien el proprio Constantino, se muestra como una buena herramienta de cohesión, pero no está exento de problemas internos de una virulencia a veces poco esperable. De aquí la voluntad de situar al estado personificado por el emperador como arbitro y garante de una paz necesaria para la pervivencia del modelo de sociedad. En cierta manera Constantino y sus sucesores se sitúan como emperadores por encima de la estructura religiosa a la cual pertenecen y sobre la cual irán contando más y más. La legislación lo deja claro y las actuaciones imperiales más todavía. Los centros de poder se han desplazado: el control del Imperio se debe hacer a las puertas de Oriente. Roma es ya más una idea que una ciudad y esto entraña problemas que no consigue resolver a gusto de todos la Iglesia. La distribución de Constantino es una solución dinástica más que una partición del Imperio, como los acontecimientos inmediatamente posteriores se encargarán de no desmentir. No es una solución ni perfecta ni definitiva, pero resuelve los problemas de la irrealizable solución tetrárquica y tiene la pretensión de integrar al mayor número posible de habitantes del Imperio en unos parámetros comunes de conducta factibles para todos. Una solución en el fondo pragmática adecuada a un momento histórico y a unas circunstancias personales y familiares. Se ha impuesto una ve/ más la solución posible sin que podamos pretender, hoy por hoy, saber cual hubiera sido la mejor. 222 La fama postuma S. Calderone ha mantenido que Constantino es un hombre de su tiempo y no un libre pensador ni un astuto convertido por interés al cristianismo. Se convierte, en su opinión, como hombre simple y como estadista consciente. Se trata evidentemente como expresa en tan benévola, como justificada definición, de un hombre de su tiempo y como hombre de su tiempo le juzgaron los historiadores antiguos. Algunos como Kutropio ven en él y en sus ejecuciones y crímenes casi un Nerón y en la segunda parte de sn reinado un emperador mediocre. Otros como Ensebio de Cesárea componen obras cuyo título no deja lugar a engaños, "eis ton bíon ton makariou Konstantínou Basiléos". Ensebio, que conoce a Constantino pues asiste a Nicea, pretende en su biografía, al parecer no revisada y dejada inacabada a sn muerte en 339, hacer lo que, según T. Barnes, puede ser definido como un experimento de hagiografía, hipótesis que ha aceptado P. Brovvn. Zósimo en cambio, que deriva de Eunapio, deja traslucir un odio feroz hacia la figura del emperador y manifiesta que Constantino a partir del 32(> no pone freno a su mala índole, que aumenta por la impulsividad de su carácter y la inlluencia nefasta de su entorno en especial de Sópatro. Más moderado parece en este caso Eutropio que se limita a destacar como causa de su actuación la ambición desmedida que lo domina. En último término Eactancio en su De inortilnis pcrseciitoruin, obra sin duda tendenciosa, aparecerá como el más aséptico y objetivo a causa de su moderación. Eos historiadores posteriores como Sócrates o Sozomeno tendrán también un "partí pris". Nadie, pues, queda indiferente y una ve/, más la historia o en este caso, para nosotros, las fuentes historiográficas se convierten en una opinión. Ea idea de un "Constantinus ortbodoxus", después de la condena de que es objeto por parte de san Jerónimo, es producto de la rehabilitación llevada a cabo por san Ambrosio y por Rufino; incluso, como puede comprobarse, entre los autores cristianos la diversidad de opiniones fue notable. Recientemente se ha estudiado de nuevo la iconografía de sus acuñaciones en las que la crueldad, compañera del poder, que tiene por arma el terror, en aquel momento está presente con temas como la muerte de enemigos suplicantes; es evidente en ella lo que P. Zankcr ha definido como "imágenes de violencia" y que es típica, por lo demás, de las demostraciones de fuerza que entra en parámetros políticos de su tiempo. La teorización presente en los discursos de Constantino, recogidos por Ensebio, en una Habilidad de la que hoy nadie parece dudar, es definida por A. Alfóldi como una cierta "conciencia misionera", eme sin duda para ser objetivos hay que matizar que está cargada de intereses politicos. Intereses que forzarán más tarde nuevas interpretaciones para justificar el nacimiento de una teología cristiana del poder ya en aquel momento. Ea conversión de Constantino ha forjado, ya desde la propia antigüedad, todo tipo de interpretaciones, algunas de ellas tan hostiles al cristianismo como las que afirman que el perdón cristiano es el único posible para los crímenes de Constantino, l^as leyendas vinculadas al papa Silvestre sobre la lepra del emperador y su curación se mueven en este medio. No es este el momento de adentrarnos en ellas, pero hay que decir que contienen una carga de elementos conocidos también en otras fuentes y en relación a otros personajes, los Actúa bcnti Silvestrí, tienen fuentes boy bien conocidas. El lamoso constitutum Constantiní o "donación constantiniana", sería la consecuencia del agradecimiento del emperador y justificaría los derechos de la Iglesia sobre la península itálica y sobre la propia ciudad de Roma. Es curioso observar como la cuestión pervive hasta los Pactos Lateranenses. Nace de aquí una cuestión, derivada evidentemente de un falso histórico, cuyos textos tudamenlales datan del siglo IV o V, contrastado, pero de una enjundia política que la lleva a sobrevivir a través de los siglos. Ya el emperador Otón y su preceptor Gerberto de Aurillac, papa con el nombre simbólico de Silvestre II, en los albores del año mil insistieron, con escaso resultado político, en la no legitimidad de la leyenda y de los documentos que la sustentan. La leyenda con aspectos negativos contenida en el De ortu Constantini eiusque mati'e Helena lihcllus, quizás del siglo XI en su versión latina, es como ha demostrado J.-P. Callu propiamente una novela y encrucijada de numerosas tradiciones anteriores sobre el tema que se éntreme/clan en ella. Otras vidas de Constantino nos son conocidas durante el medioevo, algunas de ellas mucho más antiguas como el llamado Anonvnuis Valesianus, de inapreciable valor. La tradición gálica representada por las Chroniíjiics des cointes (I'Anjou, de los siglos X-XII, es una buena muestra de esta continuidad. La Leyenda áurea de Jacobo de Vorágine contribuye en el siglo XIII a consolidar la parte positiva paía la Iglesia. En el "Trecento" se opone a esta leyenda Marsilio de Padua. La donación estará presente también, con tono crítico, en la Divina Comedia de Dante. El peso de esta tradición es tan importante que incluso un Eneas Silvio Piccolommi, papa con el nombre de Pío II, en su disputa con el emperador Federico II, llega a proponer al sultán Mohamed II, la conversión al cristianismo para rehacer de nuevo el imperio constantiniano. En el período humanístico, con los avalares políticos y las ambiciones extranjeras sobre Italia, cobran nueva actualidad, Maquiavelo y Lorenzo Valla se esfuerzan en demostrar su falsedad. Alejandro VI con su proverbial pragmatismo, no para mientes en la cuestión que utiliza a su conveniencia, consciente de su precariedad. Mientras la Iglesia oriental considera a Constantino santo, un verdadero "isapóstolo" que sitúa junto a san Pablo. Se trata de un Constantino "soler" en el sentido pleno de la palabra. Si Constantino entra en la cultura de caballerías medieval, como la materia de Bretaña, y se representa como caballero en la decoración escultórica de muchas iglesias francesas: los "constanlins". En el renacimiento su visión positiva lo transformará casi en un "espejo de principes cristianos", en quien primero captó y supo hacer trascender la importancia de "los dos poderes del mundo". S. Mazzarino con gran sagacidad ha podido identificar los inicios y las raices del movimiento histórico anticonstantiniano que encabe/a la obra de J. Burckhardt en el pictismo centroeuropeo de los siglos XVII y XVIII, que no admite la diferencia que se constata entre la le cristiana atribuida a Constantino y sus actos. Entre encomio, apología o amarga critica se desenvuelve la biografía y la memoria de aquel a quien el proprio S. Mazzarino no duda en calificar como: "il grande rivoluxionario della storia romana" o Tuomo político piú rivoluzionario della storia d'Europa", una figura histórica ante la cual, como hemos dicho ya al inicio de nuestro trabajo, no puede quedar nadie indiferente. Un hito que no se puede obviar en un tema como la construcción de la idea de Europa, de un diálogo entre las diversas riberas del Mediterráneo, en suma en el momento de estudiar lo que constituyó en gran ¡jarte el territorio de un Imperio, de cuyos puntos débiles y de cuyas zonas de fricción la historia nos demuestra que fue un profundo conocedor. 22,5 Nota bibliográfica 22f¡ Algunas obras generales sobre la Antigüedad tardía pueden resultar importantes para encuadrar el lema: O. Seeck, Gcschichte des Ulítei'gíUlgs der nnlikcn \Velt, 6 vols, Sluttgart 1920-1923, (reimpr. 1966); E. Stein, J. R. Palanquc, Hisloii-c du Has Knipirc, I, Paris, Brujas 1968, (es una reimpr. de la ed. en francés de 19,59, versión aumentada de la ed. en alemán de E. Stein de Viena 1928); A. Chastagnol, I¿> lias-Empire, París 1991'; II, Brandt, Ceschiclile der róniisclicr Kaiscrxeit. Yon Diokletian und Konslaníin bis zuñí Ende der konstantinischc Dynastic (26<l-363), Berlín 1998; H. 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Teja ed., Iniciando, Sobre la muerte de los perseguidores, Madrid 1981. Es de una gran utilidad no sólo para este campo: V. Neri, \Iedius princeps. Sloria e imniagine di Coslanlino nella storíogndia l;ilin:i pagana, Bolonia 1992. Es ahora muy importante para los precedentes A. Mirkovic, l'i'chidc lo Coríítantine. The Abgar Trsdition in Knrly Chrislianily, Franklurt a. M., Berlín, Berna, Bruselas, Nueva York, Oxford, Yiena 2004, (Arheilen /Mr Religión luid Geschichte des l'rchrisleiilnins, 1.5). I.;is monografías sobre Constantino son muy numerosas y una selección resulla casi imposible, no obstante liemos procurado recoger algunas de las más importantes y también otras que son representativas de tendencias particulares:.!. Burckhardt, Die Zeil Coiislanlins des Grosscn, Ix;i])/.ig 1880" (l'ed, 1802), es el punto de partida crítico de los esludios modernos; A. Piganiol, L'empereur Constmituí, París 1932; K. Mónn, Koiislantin der Grossc, Ix'ipxig 1940; H. Dórrics, Das SelbsUeugiiis Kaisers Konslaiilins, Gotinga 19.54; J. Vogl, Koiislanlin der Grosse und sein Jahrluindcrt, Munich 1962'; H. Dórries, Konslíuidll der Grossc, Stultgarl 19.38'; II. Kralt cd., Konslantin der Grosse, Darmstadt 1974; R. MacMullen, C'oiistanline, Londres 1987. Resulta de capital importancia el coloquio sobre Constantino que tuvo lugar en Macérala en 1990 para la renovación del pensamiento sobre un buen número de cuestiones conslanlinianas: G. Bonamente, E. Fusco eds., CostailtillO il Grande dull'AnticInt;} all'l ninnesinio. C'ollo(¡iiio sul Crislianesiiuo nel mondo áulico. Macérala 18-20 Diceiubre 1990, Macérala 1992-1993 (- Coslanlino il Grande). B. Blcckmann, Konslanlin der Grossc, Ilambnrgo 1996; M. Clauss, Konslanlin der Grossc undseine Xcil, Munich 1996; A. Marcoue, Coslanlino il Grande, Roma, Bari 2000; A. Marconc, Pagano e cristiano. Vita e mito di Coslanlino, Roma, Bari 2002. Otros trabajos consultables son: T. Somigli di S. Detale, C 'oslanlino il Grande e il Problema Político-Religioso al principio del Secólo / T ' (274-337), Florencia 1913, una muestra de una posición confesional; V. Stampoli, Coslanlino il (Brande e la sua dinastía. Anión, tradimenti, nvalila, giiciTc, massacri e folie Iratncide della ¡mina "gens" cristiana nclla storia delpoterc, clie scffna l'ini/.io della dccadcnta dcH'Impcro, Roma 2003', con un componente divulgativo. I 'na muy importante y práctica puesta a punto de las cuestiones puede encontrarse en el recicnlísmio catálogo de la exposición celebrada en Rimini: A. Donati, (i. Gcntili eds., Coslanlino il Grande. I<a civilla áulica al bivio Ira Occidente e Oriente, Cinisello Balsamo, Milano 200.3, que contiene toda una serie de artículos del más alio valor a cargo de notables especialistas. I^a variedad de puntos de vista ha merecido en los últimos tiempos la aparición del trabajo de Tr. I Icin/.e, Koiislan/in der (jrosse und das koiislanlinische Zcitallcr in ilen l'rleilcn und \Vegen der dciitsch-iíalicnischeii Forschungsdiskussion, Munich 200.3, (Qnellen und Forschnnifcn y.nr Antiken Wclt, Baud 4,3), que hace un cuidadoso análisis del pensamiento de los principales estudiosos. Es muy útil para el estudio de Constantino la visión bibliográficamente al día sobre las cuestiones que suscita el estudio de la Tetrarquía en \V. Kuholl, Dioklelian unddie E/iochc der Telrarchie, Eranklurt a. M. 2001, como aspecto especial queremos destacar el cuidado en el tratamiento de la actuación (le Majcncio, esp. p.802-82.5 y p.882-913, para la batalla con Constantino a las puertas de Roma; W. Sesión, Diaclélicn el hi Tetrarchie, París 1917; A. Cocn, L'abdieaxionc di Dicley.iano, Li\'orno 1877. Es interesante consultar para Constancio Cloro y su relación con Claudio II el Gótico tres trabajos de A. LJppold, "Constantius Caesar, Sieger über die Gennanen, Nachfahre des Claudius Gothicus? Der Panegyricus von 297 nnd die Vita Claudii der HA", Cliiron, 11, 1981, p.3 17-369, "Kaiser Claudius II (Golhicus), Yorlahr Konstaiilius d. (ir. und der rómische Señal", Klio, 71, 1992, p.380-391 y "Claudius, Consumíais, Consianlinus. Die Yiía Claudii der HA. Ein Bcilrag mr Legitímerung der Hcrrscliait. Konstanlin aus stadtromischer Sielit", en G. Bonamcnle ccl., Historiac Angusiae CoJhie/iiíuiii Pernsiiinm, Bari 2002, p.309-343; A. Baldini, "Claudio il (¡ótico e Costantino in Aurelio Viltorc ed Epítome de Cacsaribus", en Costantino il Grande, p.7S-89. Para Maximiano; A. Pasciualini, Massimiano Hereiilins. Per una interprelaxione della /¡gura c dell'opern, Roma 1979; y para Majencio: M. Cullhcd, Consen'ator t'rbis sime. Síuilics in lite Política nnd Propaganda oí' llic Ktnpemr \ia\cnlius, Estocolmo 1994; Y. Duval, "Les Gesla apud Zenopliilum el la "Paix de Maxencc" (Gesta í' 226)", AntTard, 3, 1995, p.55-63. Sobre los cqiiiles singulares pueden consultarse los trabajos de M. P. Speidel, "Maxcntins and bis cquilcs singulares in llie battle al Milvian bridge", CIAnl, 5, 1986, p.2,53-259, "Ijcs préloriens de Maxencc. I-es collones palatincs romaines", MKP'RA, 100, 1988, p. 183-186, Die Denknialer tler Kaiserreiter. Ei¡uiles singulares Angustí, Colonia 1994 (fícihcfíc der B], .50), Riding Ibr Caesar. The román ein/>cror horseguards, Londres 1994. El caso tic Licinio: F. Corsaro, "L'imperalore Licinio e la Icgisla/ionc lilocrisliana dal 311 al 313", Studi in onoiv di Cesare Sanlilii>i><>, vol. III, Milán 1983, ]).l,)7-18(i; A. Arualdi, "Osservazzioni sul convcgno di Cuniuiitiiiif, MIL, 35,197,5, p.217-238; A. Cbastagnol, "Quekiues mises au ])oint auloui de l'empereur Liciuius" en Costantino i] (¿runde, p.310-323; W. Sesión, "I^i confércncc de Camnniniu el le dies iniperii de Licinins", en Cmnuntiiin. Rómische Fofschungen in Niederósterreich, vol. 3, Gra/., Colonia 19,56, p. 17.5-186. Véanse un buen grupo de esludios conslanliniauos en \V. Sesión, Serípta varia. Mclanges d'hisloire roniainc, de droit, d'épigmpllie el d'ltistoire r/u Christianisine, Roma 1980. Para las cuestiones (|ue ligan a Diocleciano \: T. I), llames 228 Mass., Londres 1982; N. H. llayncs, "Tbree Notes 011 llie Relórms oí' Dioclelian and Couslanline",.//¿S', 1.5, 192.5, p. 195-208; N. Haglivi, "Da Diocle/.iano a Coslaulino: un punto di ríferímento "storiogralico" in alcune inlerpreta/.ioni tardoanticbe", Oip/ieiis, 12, 1991, p.429-491 ven Costantino il Grande, p.59-72. El lema de la conversión y del imperio cristiano de Constantino y su relación con el paganismo es el objeto de muchos estudios: F. Pascboud, "Zosinie 2, 29 el la versión pai'cnuc de la conversión de Conslantin", Historia, 20, 1971, p.334-353; J. Morcan, "Sur la visión de Conslantin (312)", JiK-{, 5,5, 19.53, p.307-333; F. Pascboud, "Ancora sul rilinlo di Costantino di salire al Campidogho" en Costantino il Grande, p.737-748; A. Fraschetti, "Coslanlino e l'abbandono del Campidoglio" en A. (¡iardina ed., Sociela romana e ¡injiero tardoanlico, vol. II, Bari 1986, i>.59-98; P. llatillbl, Li pai\ et le catlmlidsnie, París 1914; N. H. llayncs, Constantinc llie Gival and the Chrislian Churelí, landres 1931; A. Fraschetti, La eonversione. Da Roma ¡agana a Roma cristiana, Roma, Bari 19!)!); S. Calderone, "Letteratura coslanliniana e "conversione" di Coslanlino" en Coslanlino il Grande, p.231-252; L. De Giovanni, L'impei'atore Costantino e il mondo pagano, Ñapóles 2003''; F. Henil, Iji ihéologie de la victoire de Conslanlin a Théodose, París 1992; A. Momigliano ed., // conllitto tra pagaiiesimo e crístianesimo nel IVsecólo, Tnríu 1971' (trad. it. de la ed. de Oxíord 1963); J. Bleickcn, Constanlin dcr Grossc uncí dic Clirístcii. Uberlegungen /.ur constantiaischen \Vcndc, Munich 1992; A.H. M. Jones, Constantino ;md thc Conversión oí'Europe, Londres 1964; Cli. M. Odahl, Constantine ;¡ud /lie chrístian Em¡>irc, Londres, Nueva York 2001; T. G. Klliol, l'lic Christiñiiity ot Constantine llic Circuí, Scranton 1996; A. Allóldi, lite Conversión oí Constantine ;uii!Pagan Romc, Oxford 1948 (irad. il. Contamino ini pagnuesinio c cris/iancsimo, Roma, Bari 1976); II. C. Kee, Constantino vcrsus Chríst. Thc 7h'i/n¡p/¡ oí 'Ideólo®; Londres 1982; H. Krali, Kaiser Konstantins reunióse Entwicklung, Tnbiiu>a 19,),;; S. Calderone, Cosfantino c il cattoliccsimo, I, Florencia 1962; K. Schwartz, Kaiser KonstfUltin lint! die clirístliclic Kirclie, Ix:ip/.ig, Berlín 1936'; 1'. Keresztes, Constantine, ;i Grcat Chrístian Monurch and Apostlc, Amslerdain 1981; !•". Bajo, "I,a <¡u;iestio coiist;intini;iii;i (I)", ÍIAnt, 13, 1986-1989, p. 173-188; V. Cicala, "Optinws princeps rcruní humanarum, Ideología impelíale ed oltica cristiana nella propaganda política costantiniana", RSA, 16, 1986, p. 183-187; J. Gaudcmcl, "1.a législation rcligicusc de Constanlin", fíeme d'Hist.dc l'Efflise de Frunce, 33, 1047, p.2.5-61; F. Corsaro, "l¿\e religiosa nclla "Realpolitik" coslantiniana", QC, 10, 1988, p.221-237. Un buen análisis rccienle: M. Anierise, // battesimo di C 'ostanlino il Grande. Storia di una sconioda crcditá, StiUtgart 200.) (Heniles. Eíiixelsclirilicn, Hel'l 9.5). Para aspectos i>arciales tratados en nueslro trabajo además de algunos citados en los apartados anteriores son importantes: J. Straub, "Konstantins Ver/.icht auf den Gang zuñí Kapitol", Historia, 1, 19.5.5, p.297-313; Ijos estudios de J. Straub están recogidos en Regenerado inipcríi. Aul'satxe über Ronis Kaiscrtiini und Reich ini Spicgcl dcr lieidnisclien nnd chrislliclien I'uhlixislik, 2 \-ols.. Darmstadt 1972; B. Saylor-Rodgers, "Constantine's Pagan Vision", Hyzantion, ,50, 1980, p.2.59-278; W. Sesión, "I^i visión paicnnc de 310 el les origines du chrisnie conslantinien", en Mélanges Franz Cumont, Bruselas 1936, ]>.373-388; B. Bleckmann, "I'agane Visionen Konstantins m der Chrontk des Johannes Zonaras", en Contamino il (¿rande, p. 1,51-170; G. Bonamcntc, "Ensebio, Stona ecclesiastica IX, 9 c la versione cristiana el trionfo di Costantino ncl 312", en L. (ías]>erini ed., Scrítti sul mondo áulico in memoria di Fulvio Grosso, Roma 1981, p..5.5-76; M. Di Maio, J. Zeuge, N. Zotov, "Ambiffiíitas constantiniana. The caelestc signinn Dei oí" Constantine thc Great", Byxintion, .58, 1988, p.333-360; G. PuglieseCarratelli, "L'iinila/io Alexandri costantiniana", J-'fí, 118, 1979, p.81-91; G. Marasco, "Coslantino e le uccisioni di Crispo e Fausta (326 <1. C.)", 7/7-76; 121, 1993, p.297-317; G. Bonamente, "Sulla confisca dei bem mobili dei tcnipli in cpoca costantiniana" en Contamino il Grande, pp.171-201. Para el llamado "edicto de Milán": O. Sceck, "Das sogenannte Fxlikt von Mailand", ZKG, 12, 1891, p.381-386; T. Chrisliansen, "The so-called F.dicl of Milán", C£M, 2,5, 1981, p. 129-17.5. Sobre Osio de Córdoba: V. C. De Clcrcq, Onsiun ot'Cordova. A Contribución lo llie Ilistoiy oí tJic Coiistaiitiinan l'eriod, Washington 19.54-; H. Chadwick, "Ossius oí Cordo\a and the Presidency oí tlie Council oí Anlioch, 32.5" JTIiS, 9,19.58, p.292-304; A. Lippold, "Bischof Ossius von Cordova und Konstantin dcr Grossc", ZKG, 92, 1981, p. 1-15; J. Fernández Ubiña, "Osio de Córdoba, el Imperio y la Iglesia del siglo IV", Gerión, 18, 2000, p.439-473. Para el arle y las representaciones conslantinianas, especialmente el arco: R. Krautheimer, "The Ecelesiaslical Building Policy of Conslanline" en Coslantino il Grande, p.,509-.5,52 \ Archilettura sacra jialeocristiana e medievale e altri saggi su Rinasciincnto e Harocco, Turín 1993 (irad. de la ed. alemana con el Ululo Ausffctvahlle AiilnUlxe /Air europaischen Kiinslgeschiclite, Colonia 1988); II. Brandenburg, Roms liiiliclirístlichc lianiliken des í. Jalirliundcits, Munich 1979; P. Zanker, I Jn 'arte per /'impero. Funxione cd intenxione 229 (ion (Icllc immai;ini ncl mondo romano, Milán 2002, una recopilación de trabajos cuidada por E. Polito cnlrc los cuales conviene destacar para nuestro objeto: "I barbari, l'impcralorc e l'arena. Immagini di violen/a nell'arte romana", p.38-62; M. Wcder, Constantinische DeckeagemSUe mis dan romisclicn l'nlast linter fjcni Tricrcr Dom, Tréveris 1990'. Es fundamental ahora: H. Brandenburg, 1^ prime chiese di Roma IV-VII secólo. L'ini/.io dell'arcliitettura ecclesiastica occidentale, Milán 2004 (trad. de la ed. alemana del mismo año). Sobre la /,ona de la donius FauslM". 1'. Eiverani, "I/e proprietó prívate nell'area lateranense fino all'ela di Coslanlino", MKFRA, 100, 1988, p.891-91.5 y "Note di topografía lateranense: le slrulture di via Amba Aradam. A pro]>osilo di una récenle pubblica/ione", lililí. Conini. Ardí Com. di Roma, 9.5, 1993, p.143-1.52. Para el arco: ll.-P. L'Orangc, A. von Gcrkan, Der spatfómische Hildschnnick des Konstantinsbogens, Berlín 1939; A. Giuliano, L'arco di Coslanlino, Milán 19.56; A. Cassatella, M. L. Conforto, L'arco di Costanlino. II res/miro della somanta, l'esaro 198!); P. Barceló, "Una niiova inlerprcta/ionc dell'areo di Costantino", en Coslantino il Grande, p. 10,5-114; C. Panella ed., Mein Sudaiis I, Roma 1996; P. Pensabene, C. Panella cds., Arco di Costantino, Ira archeologia c archeometría, Roma 1999; M. L. Conlorto el ¡iln, Adriano c Cosl:uilino. Le due l»si dell'arco nella valle del Colosseo, Milán 2001. Para Constanlinopolis: C. Bersanti, "Costantínopoli: testimonian/.e archeologiche di elá costantíniana", en Costnntino i! Grande, p. 11,5-1,50. 1.a numismática es estudiada ])or ejemplo por P. Bmun, Sludics in Constentinútn Numisiuatics. l'apcrs /rom ¡951 lo ¡988, Roma 1991 (Acia Insliliiti Rontani ¡''inlandiai; vol. XII) y más recientemente ])or !•'. Lope/. Sanche/., V/cloria Angustí. I«i representación del poder del emperador en los reversos móndales romanos de bronce del siglo IVd. C., Zarago/a 2004, Para las leyendas y la tradición posterior: V. Aiello, "Costanlino, la lebbra e il batlesimo di Silvestre)", en Costniltilio il Grande, p.17-58; V. Aiello, "Aspelli del mito di Costanlino in occidente. Dalla celebra/.ione agiografica alia esalta/.ione épica", AFL.\I, 21, 1988, p.87-11(¡; L. Ci'acco Ruggini, "Cosíante II, l'anticostantino" en L. (iasperini ed., Scrítli sul mondo áulico, p.543-559; W. Kaegí, "V'om Nachleben Konstantins" Schweizerische '/.eituug liir GescincJite, 8, 19,58, ]).289-326; (i. Bonamente, "SuH'orlodossia di Costanlino. (ili Aclux Sylvcslrí dall'invcn/.ionc all'autentica/.ione", Hixtiitinistica. Rivisla di Studí Bis.anlini e Slaví, VI, 2001, p.1-46; M. Pliuchano\a, "II culto di Coslantino il Grande nella Russia áulica", ilmlem, p.19121.5;.].-P. Callu, "Orlus Con.stanlinr. As])ects historiques de la légendc" en Costnntino il Grande, ]>.2,53-282; M. Ma/xa, "Coslantino nella sloriogralia ecclesiaslica (dopo Ensebio)", en Costanlino il Gi'ande, p.6,59-692; G. Marasco, "Giuliano e la iradi/.ione pagana sulla conversione di Coslanlino", RHC, 122, 1994, p.340-3,54; G. M. Vian, I*i donaxione di Coslantino, Bolonia 2004. C,. Criló, "Su alcuni abusi del "Costanlinianesimo"", en Coslanlino il Grande, p.34-7-3.56; L. Cracco Ruggini, "Tradizione romana e tradi/.ione gallica su Coslanlino ncllc Cliroiiiqucs des comtcs d'Anjoii", en ibidem, p.32.5-346; M. Accamc I^m/.illotta, "I^i memoria di Coslantino nelle descri/joni di Roma medioevali e nmanisliche", ibidem, p.7-16; L. Bañil, "Coslanlino in Dante", ibidem, p.91-103; R. Fubini, "Conlesla/.ioni quattrocentesche della dona/.ione di Coslantino: Niccoló Gusano, Lorenzo Valla", ibidem, p.38,5-431; J. Irmscher, "L'imperatore Coslanlino ncl giudi/io dei rilormalori tedesehi", ibidem, p.487-493; L. Braceesi, "Coslanlino e i Palli laleranensi", ibidem, p.204-211.