Imperio Romano

Julio César, la conquista de las Galias

Julio César, el conquistador

Julio César, el conquistador

Julio César, el conquistador. Busto de César conservado en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.

RMN-Grand Palais

Poco sabríamos sobre las guerras que Roma libró en las Galias desde el año 58 hasta el 51 a.C. si su protagonista principal, Julio César, no hubiera escrito sus Comentarios a la guerra de las Galias, una joya de la literatura latina de tema bélico.

La motivación de César al escribir este relato era mostrar sus acciones de conquista como una empresa de expansión necesaria realizada con gran esfuerzo, suyo y de sus soldados. 

Mapa de la Galia

Mapa de la Galia

Mapa de la Galia realizado en el siglo XV a partir del elaborado por Claudio Ptolomeo en el siglo II d.C.

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Nunca pretendió hacer de sus batallas un relato heroico, sino mostrar que luchaba por la grandeza de Roma, aunque también existiera una intención de autoexaltación de su persona.

A través de esta fuente y otras crónicas de la época se advierte que las guerras gálicas fueron un conflicto complejo, marcado tanto por las vicisitudes en el campo de batalla como por las luchas políticas que tenían lugar en Roma; un conflicto que cambió el destino no solo de los pueblos galos sino también de la misma Roma y del propio César.

Templo de Saturno

Templo de Saturno

El templo de Saturno frente a la curia Julia en el foro romano. Detrás se levantaba el foro de César, que el general sufragó con el botín de la guerra de las Galias. 

Adobe Stock

En el año 59 a.C., Julio César se había convertido en cónsul gracias al apoyo de sus aliados políticos, Craso y Pompeyo. Los tres formaron un «seudotriunvirato» para realizar reformas que satisficieran a sus seguidores, como el alivio de contratos y de hipotecas o el reparto de tierras entre los soldados veteranos.

También se repartieron los territorios donde iban a ejercer su poder. Mientras Pompeyo se hizo fuerte en las provincias orientales, César puso los ojos en Occidente y logró que le concedieran, para cuando terminara su año de consulado, un mandato extraordinario de cinco años sobre varias provincias occidentales: Iliria (la costa norte y oriental del Adriático), la Galia Cisalpina (el norte de Italia) y la Galia Transalpina (el sur de la Francia actual). 

Busto de Pompeyo

Busto de Pompeyo

Reparto de poder

César se repartió el gobierno de las provincias con Pompeyo y Craso. En la imagen, busto de Pompeyo. Museo de la Exposición Universal, Roma.

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Esta designación por un período tan largo causó cierto temor en el Senado romano, pero cuando en marzo del año 58 a.C. César marchó a sus provincias muchos senadores respiraron aliviados. La partida de César se precipitó por la noticia de que los helvecios, un pueblo celta radicado en el norte de la actual Suiza, habían invadido la Galia Transalpina.

No era una simple incursión, sino un desplazamiento masivo de 360.000 personas, entre ellas 92.000 hombres en edad de combatir, según las cifras que el propio César dio en sus Comentarios. Dos pueblos galos afectados, los alóbroges y los eduos, pidieron socorro a otros pueblos vecinos.

Un ejército formidable

Un ejército formidable

Un ejército formidable

Julio César tuvo bajo su mando hasta diez legiones en la Galia. Relieve con una legión romana en formación de tortuga. Museo Lugdunum, Lyon.

Manuel Cohen / Aurimages

Guerra contra los helvecios

Era la oportunidad que César buscaba. Su cargo de gobernador de las provincias de Iliria, Galia Cisalpina y Galia Transalpina ponía bajo sus órdenes a cuatro legiones con las que esperaba llevar a cabo nuevas campañas que ampliaran los dominios de Roma y aumentaran su propio prestigio. El ataque de los helvecios se convirtió así en el origen de una titánica empresa militar para conquistar con las armas lo que se conocía como la Galia independiente (o libre), que comprendía la mayor parte de la actual Francia así como Bélgica.

La primera fase de la guerra de las Galias puso de manifiesto una característica de la táctica de César, la rapidez(celeritas) con la que el general movía a sus legiones por territorios prácticamente desconocidos, salvo por la información proporcionada por sus exploradores en avanzadilla. El propio César alude en su obra continuamente a esa «velocidad de acción» que le proporcionó tantos éxitos.

César y su ejército

César y su ejército

El mural del pintor neoclásico italiano Giovanni de Min, que decora las paredes de Villa Gera en Conegliano, muestra a César y su ejército sometiendo a los helvecios. Siglo XIX.

Mondadori / Album

Reconocimiento en Roma

En el primer año de combates, César derrotó a los helvecios en dos enfrentamientos, uno junto al río Arar (hoy el Saona) y el segundo en Bibracte (hoy Mont Beauvray). Tras estos dos triunfos obligó a los helvecios a volver a sus tierras. Unos meses más tarde, junto al Rin, obtuvo una victoria completa sobre Ariovisto, el jefe de la tribu germana de los suevos, en la batalla de los Vosgos.

También en este caso César respondió a una demanda de ayuda de dos pueblos galos, los eduos y los secuanos, que acusaban a Ariovisto de haber invadido su territorio y comportarse como un «tirano». 

Arma defensiva

Arma defensiva

Arma defensiva

Escudo celta de bronce usado por los guerreros galos en el asedio de Alesia, abandonado en las trincheras romanas tras la batalla. MuséoParc Alésia, Alise-Sainte-Reine.

S. Compoint / Onlyfrance

Tras estos éxitos iniciales, en los dos años siguientes César completó la conquista de la Galia con una rapidez extraordinaria.

En una batalla junto al río Axona (hoy Aisne, en Francia) derrotó a una coalición de numerosas tribus belgas que había sido capaz de reunir más de 250.000 guerreros. Cuando la Galia parecía pacificada, la flota romana, comandada por Décimo Junio Bruto Albino, tuvo que enfrentarse en el golfo de Armórica (Morbihan) a una rebelión de pueblos celtas costeros, que confiaba en la superioridad de sus navíos.

La victoria naval de Junio Bruto y la exitosa campaña de Publio Licinio Craso contra los galos de Aquitania llevaron a César, en los años 55 y 54 a.C., a aventurarse a abrir nuevos frentes, uno contra los germanos del otro lado del Rin, y otro en occidente, en la costa británica y más allá del Támesis. 

Puerta de la muralla de Bibracte

Puerta de la muralla de Bibracte

Reconstrucción de una puerta de la muralla de Bibracte, la capital de los eduos, en el actual Mont Beuvray. Julio César obtuvo allí una importante victoria contra los helvecios.

Berthold Steinhilber / Laif / Cordon Press

El rápido avance de César en las Galias se explica por los importantes medios militares con los que contó. Las cuatro legiones asignadas inicialmente resultaban insuficientes, por lo que enseguida solicitó más tropas. En Roma, sus rivales políticos se resistían a concederle más combatientes, pero César contaba a su favor con el impacto que causaban sus victorias.

En el año 57 a.C., el Senado votó una acción de gracias pública a César para celebrar sus victorias, y al año siguiente le proporcionó fondos públicos para reclutar nuevas tropas, poniendo hasta ocho legiones a su disposición, unos 40.000 soldados.

La revuelta de Ambiorix

La revuelta de Ambiorix

La revuelta de Ambiorix

Las legiones romanas sufrieron una de sus peores derrotas en la Galia a manos de Ambiorix y sus tropas. En la imagen, album Ambiorix dirige a los eburones en el campo de batalla. 

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El pueblo se beneficiaba de estos éxitos. Con una parte del botín de guerra se construyeron en Roma un nuevo foro y una basílica y se reformó la curia, donde se solía reunir el Senado. Otra parte se utilizó para financiar la guerra, ya fuese para pagar las soldadas o para que César obtuviera el favor de senadores influyentes que pudieran apoyarle políticamente. 

Aun así, en Roma, los enemigos políticos de César entraron en acción y trataron por todos los medios de frenar sus éxitos en las Galias, anulando el mando militar que ejercía allí. Uno de estos adversarios era Lucio Domicio Ahenobarbo, quien, en la primavera de 56 a.C., anunció su intención de ganar el consulado al año siguiente y así reemplazar a César en el gobierno provincial, haciendo uso de antiguos vínculos familiares que tenía en la Galia Transalpina.

Advertido, César contrarrestó las intenciones de Ahenobarbo convocando a Pompeyo y Craso en Lucca, donde se alcanzó el acuerdo de renovar su alianza por cinco años más, lo que permitiría a César permanecer en la Galia con sus legiones. 

 

El rostro del bárbaro

El rostro del bárbaro

El rostro del bárbaro

Los galos eran representados con largas melenas y bigotes. Fragmento de la estatuilla ptolemaica de un galo. Siglo III a.C. Seminario y Museo Arqueológico de Münster.

AKG / Album

Primeras rebeliones

A su regreso de Britania, César distribuyó sus ocho legiones por las tierras conquistadas, esperando consolidar el dominio romano sobre la Galia. Pero en el año 54 a.C. varios pueblos galos protagonizaron una serie de rebeliones. Ambiorix, el rey de los eburones, asentados en las tierras entre el Mosa y el Rin, aniquiló en una emboscada en Aduátuca (cerca de Lieja) a toda una legión romana dirigida por los legados Sabino y Cota.

Tras esta victoria, Ambiorix alentó a otros pueblos galos a rebelarse para «asegurar para siempre su libertad y vengarse de los romanos por los ultrajes recibidos», según recoge César. Una coalición de aduátucos, nervios y eburones puso cerco al cercano campamento de la legión de Quinto Cicerón.

El líder de los eburones llamó a los demás galos a «asegurar para siempre su libertad y vengarse de los romanos por los ultrajes recibidos»

César respondió con celeridad organizando una expedición de socorro. A continuación llevó a cabo una serie de campañas con las que logró la sumisión de las tribus del noreste de la Galia: nervios, carnutos, senones, menapios y tréveros. Incluso realizó una expedición más allá del Rin con el objetivo de castigar a los suevos por haber ayudado a los tréveros. A su vuelta convocó una asamblea de los líderes galos en Durocortorum (Reims), donde hizo juzgar a Acón, un prominente noble de los senones, acusándolo de alentar el descontento contra Roma.

El castigo sirvió sin duda como escarmiento para todos los galos: Acón fue azotado públicamente y luego ejecutado. 

Llanura de Gergovia

Llanura de Gergovia

La llanura de Gergovia, donde Julio César plantó sus legiones para asediar al caudillo galo Vercingétorix, vista desde la colina sobre la que se levantaba la capital de los arvernos.

Bernard Jaubert / Onlyfrance

Nuevas tropas para César

Tras sofocar el conato de rebelión de los galos belgas, César regresó a la Galia Cisalpina. Un nuevo reclutamiento aumentó hasta diez el número de legiones de las que disponía para sojuzgar enteramente la Galia. Pese a ello, el año 52 a.C. fue el más difícil de toda la guerra. Durante el invierno, guerreros carnutos asaltaron Cenabum (Orleans) y masacraron a los comerciantes romanos que vivían allí.

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En la primavera, el caudillo arverno Vercingétorix llamó a los jefes tribales galos a una revuelta general contra los romanos. Se forjó así una gran confederación de pueblos y de guerreros a la que algunos historiadores franceses han asignado una especie de misión espiritual nacionalista propia de la laus gallica, el elogio de las virtudes de los pueblos galos primitivos. A su frente, como líder, el propio Vercingétorix se postuló –tal como lo define el historiador Laurent Olivier– como «el rival», «de igual a igual en autoridad y valor», que lucharía a vida o muerte contra César.

A su movimiento se sumaron pueblos hasta entonces reticentes a formar una gran coalición, como los eduos o carnutos, que tomaron conciencia de que debían planificar una guerra de guerrillas contra las tropas romanas «de ocupación».

Victoria en las Galias

Victoria en las Galias

El desfile triunfal

En el siglo XV, Andrea Mantegna recreó el triunfo celebrado por Julio César por su victoria en las Galias. En este detalle, varios elefantes sostienen candelabros para iluminar el desfile nocturno. Palacio de Hampton Court.

Bridgeman / ACI

César tuvo que volver de la Galia Cisalpina a marchas forzadas. Tras tomar Cenabum y derrotar a los carnutos, se dirigió contra Avaricum (Bourges), plaza fortificada de uno de los pueblos que se habían rebelado, los bituriges.

La ciudad cayó en manos de las legiones de César en abril de 52 a.C., tras casi un mes de asedio. Según las cifras del propio César, solo sobrevivieron 800 de las 40.000 personas que se habían concentrado allí.

Las armas conquistadas

Las armas conquistadas

Las armas conquistadas

Reverso de un áureo de Julio César con un trofeo levantado con las armas capturadas durante las guerras de la Galia, con un escudo galo y un carnyx. Museos Capitolinos, Roma.

Victoria y conquista

El desafío galo recayó en Vercingétorix. General de genio, el jefe arverno fue capaz de desarrollar nuevas y exitosas estrategias como la que le permitió infligir a César una derrota cuando asediaba Gergovia, obligándolo a retirarse después de que sus legiones quedaran diezmadas. Posteriormente, en agosto y septiembre, César movió sus tropas hacia el fuerte de Alesia, donde se hallaba Vercingétorix. Tuvo lugar un largo asedio, que él mismo narró en el libro séptimo de La guerra de las Galias. La batalla final, dramática, acabó con la derrota de los galos en noviembre de 52 a.C. Sin posibilidad de reacción armada, Vercingétorix debió entregarse a César.

A finales de año, César distribuyó su ejército en los cuarteles de invierno para marchar a continuación a Bibracte a pasar las últimas semanas del año. La noticia de la gran victoria de Alesia, casi definitiva, llegó pronto a Roma.

En 51 a.C., los pueblos galos, sin un líder carismático al frente, se sublevaron con más ánimo que resultados. En agosto, los romanos eliminaron los grupos que podían tener la intención de coaligarse, mientras Labieno, legado de César, derrotó a tréveros y germanos.

En septiembre, César visitó Aquitania y ejerció las tareas judiciales propias de su cargo, intentando atraerse a las élites locales. 

En el discurso titulado En defensa de Marcelo, pronunciado en el año 46 a.C., Marco Cicerón reconoció los triunfos de su enemigo César en las guerras de las Galias, calificándolos de incomparables y tan magníficos que escapan a la razón humana.

César, por su parte, prefirió hacer un balance cuantitativo: había ganado cincuenta batallas campales y causado 1.192.000 bajas a sus enemigos... Es el tipo de cifras que se presentaban al Senado para, una vez peritadas, determinar el derecho de un general a ser homenajeado con un desfile triunfal en Roma. 

Al parecer, César aspiraba a ello desde el inicio de su gobierno en las Galias, como sostiene Suetonio en sus Vidas de los Césares. Este autor cuenta que «el día del triunfo gálico, al atravesar el Velabro [un collado en la ruta hacia el Capitolio], César casi salió despedido del carro, al que se le había roto un eje, y subió al Capitolio a la luz de las antorchas, con cuarenta elefantes que portaban candelabros a su derecha y a su izquierda».

Una escena muy teatral y muy poco humilde, si además tenemos en cuenta que los elefantes no intervinieron en las guerras de las Galias, aunque sí en la posterior guerra africana. 

Este artículo pertenece al número 243 de la revista Historia National Geographic.