Sebastián I de Portugal ▷ Información, Historia, Biografía y más.
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Sebastián I de Portugal



¿Qué día cumple años Sebastián I de Portugal?

Sebastián I de Portugal cumple los años el 20 de enero.


¿Qué día nació Sebastián I de Portugal?

Sebastián I de Portugal nació el día 20 de enero de 1554.


¿Cuántos años tiene Sebastián I de Portugal?

La edad actual es 470 años. Sebastián I de Portugal cumplió 470 años el 20 de enero de este año.


¿De qué signo es Sebastián I de Portugal?

Sebastián I de Portugal es del signo de Capricornio.


¿Dónde nació Sebastián I de Portugal?

Sebastián I de Portugal nació en Lisboa.


Sebastián I de Portugal, apodado «el Deseado», (Lisboa, 20 de enero de 1554 - Alcazarquivir, 4 de agosto de 1578) fue rey de Portugal desde 1557 hasta su muerte, o desaparición, en la batalla de Alcazarquivir en 1578 en el norte de Marruecos. Hijo póstumo del infante Juan Manuel de Portugal (hijo de Juan III el Piadoso) y de su esposa, la archiduquesa Juana de Austria, infanta de España, era, por tanto, nieto de Carlos I de España por vía materna y bisnieto por ambos lados, paterno y materno, de Manuel I de Portugal.

Sebastián llegó al trono a los tres años de edad, ya que su padre había muerto en 1554, dos semanas antes de su nacimiento, a la muerte de su abuelo, el rey Juan III. Al ser todavía un niño, la regencia recayó primero en su abuela paterna, Catalina de Habsburgo, y después en su tío abuelo, el cardenal Enrique de Portugal. Durante este periodo continuó la expansión colonial en Angola, Mozambique y Malaca; también se produjo la anexión de Macao (1557). Cuando era solo un bebé, su madre, Juana de Austria, que había quedado viuda unos meses antes, abandonó la corte de Lisboa para retornar a Castilla, siendo rey su abuelo Carlos V. Dejó el bebé a cargo de su suegra, la reina regente, no volviendo a verlo nunca más, aunque bien es cierto que a lo largo de su vida se escribirían de forma continuada hasta el fallecimiento de la princesa Juana. Por ello, el príncipe creció sin referentes paternos, criado en una corte cargada de conflictos entre la reina regente, su abuela, y su tío, el cardenal Enrique.

Sebastián era un niño frágil, resultado de generaciones de matrimonios entre miembros de una misma familia. Por poner un ejemplo, tenía sólo cuatro bisabuelos (normalmente se tienen ocho) y tres de ellos eran descendientes del rey Juan I de Portugal.

El joven rey creció bajo la guía e influencia de los jesuitas. Fue un místico que dedicaba largos periodos a la caza. Se convenció a sí mismo de que era un gran capitán de Jesús en una gloriosa cruzada contra la expansión del poder turco en el norte de África. De hecho durante el último año de vida de Juan III, las tropas portuguesas se retiraron de sus fortalezas en Marruecos, lo que permitió la expansión del Imperio turco. Esto abrió un segundo frente en el inacabable conflicto entre turcos y cristianos.

Durante su juventud, jamás se interesó por las mujeres ni dio síntomas de desear contraer matrimonio. Algunos biógrafos aluden a una enfermedad en su órgano sexual, que le provocaba impotencia y esterilidad, y que se acentuaba con la práctica de ejercicio físico y se relativizaba con el reposo, y que nunca llegaría a curarse.

Según Henry Kamen "Parece que el rey estaba lejos de ser «frígido», pues tuvo un buen número de aventuras homosexuales, y algunos acompañantes de su corte eran al parecer también homosexuales".[1]​ La reina Catalina de Austria intentó sin éxito concertar su enlace matrimonial con la princesa española Isabel Clara Eugenia, pero el rey Sebastián nunca aceptó ningún tipo de compromiso.

Poco después de alcanzar la mayoría de edad, y a pesar de no tener hijos ni heredero, inició los planes para organizar una gran cruzada contra Fez. Su tío Felipe II de España intentó convencerle de no hacerlo. En una famosa entrevista que mantuvieron los dos reyes, en el monasterio de Guadalupe, durante la Navidad de 1576, con el duque de Alba presente, Felipe II intentó razonar con Sebastián de Portugal. Este, sin embargo, solo parecía interesado en solicitar ayudas concretas para sus planes de invadir África. En un momento en el que Felipe II estaba trabajando para llegar a una tregua con los turcos en el Mediterráneo, parecía poco juicioso abrir un nuevo frente bélico en el sur. Al final cedió y le ofreció algún apoyo. «Me resolví de ofrecerle cincuenta galeras y cinco mil españoles», pero tendría que pagarlos. El rey de España también insistió en que, dados los riesgos evidentes de la operación, Sebastián no debía participar personalmente en la invasión. Los soldados españoles serían de los que salieran de Flandes para ir a Italia. A su regreso a Madrid, Felipe II le dijo al embajador imperial Khevenhüller que Sebastián «tiene buena y santa intención, pero poca madurez». «Le he persuadido de palabra y por escrito», dijo, «pero no ha aprovechado nada». En 1578 el rey de España envió a Juan de Silva como embajador a Portugal para intentar detener a Sebastián. El humanista Benito Arias Montano también fue enviado a Lisboa con una misión parecida. A pesar de los esfuerzos españoles, la famosa expedición a Marruecos tuvo lugar.[2]

Portugal había tenido muchos intereses en África, Sebastián quería conquistar gran parte del norte de África, desde la conquista de Tánger en 1471, y Sebastián estaba muy interesado en conservar la posición de su país en esa zona contra los emires enemigos pertenecientes a la dinastía Saadí. Felipe II de España se había reunido con Sebastián para persuadirle que olvide el tema de la expansión territorial de Portugal en la parte norte de África, Sebastián pensó que su tío estaba celoso de él y no le hizo caso. La gran flota que partió de Belem el 24 de junio de 1578, con más de ochocientas naves entre grandes y pequeñas, abarcando desde galeones, carabelas y galeras, llevaban un total de 20.000 hombres. Portugal sola, con su diminuta población, no era capaz de reunir tal cantidad de hombres. Alrededor de una cuarta parte del ejército eran voluntarios de todos los países cercanos del occidente europeo, incluido un contingente de España, que embarcó en Cádiz. Entre ellos había un destacamento de tropas enviadas por el papa, bajo el mando del inglés Sir Thomas Stukeley. Los barcos tomaron tierra en lo que hoy es el puerto de Arcila, a pocas millas de Tánger, donde el ejército debía reunirse con los aliados musulmanes bajo el mando del saadí Mohamed al Masluk, que estaba enfrentado a otros emires. Los emires enemigos proclamaron una yihad contra las fuerzas invasoras.[2]

Deseoso de entrar en acción, el joven rey condujo a sus tropas desierto adentro para enfrentarse a unos ejércitos que eran el doble del suyo, bajo el liderazgo de Muley Abd al-Malik, el sultán saadí de Marruecos. Desde el principio hubo presagios desfavorables. El ejército iba acompañado por miles de criados, esclavos y prostitutas, cuyo trabajo era favorecer que los nobles se sintieran a gusto y cómodos. Para facilitar el transporte, el rey también llevaba más de mil carros.[3]

El ejército se desplazaba con mucha lentitud, y cuando llegaron a la zona que buscaban, las fuerzas del enemigo ya estaban allí, esperándolos. El ejército de al-Malik era una fuerza profesional que probablemente contaba con setenta mil hombres, incluyendo unos veinticinco mil de caballería. Su artillería, con treinta y cuatro cañones, ya estaba posicionada. El 4 de agosto de 1578, el día más caluroso de la estación, el ejército cristiano, en el que servía la flor y nata de la nobleza portuguesa, con el joven rey de veinticuatro años a la cabeza, fue aniquilado por las fuerzas bereberes. A lo largo de las seis horas de batalla, murieron tal vez ocho mil cristianos (entre ellos, Thomas Stukeley) y Francisco de Aldana, poeta y soldado, asistente del rey don Sebastián, por expresa recomendación de Felipe II. y alrededor de seis mil marroquíes. La masacre fue indudablemente una victoria musulmana. Algunos grupos de cristianos se las arreglaron para escapar, pero más de diez mil de ellos fueron hechos prisioneros. Los tres jefes militares de la batalla, los llamados «tres reyes», corrieron el peor de los destinos. Abd al-Malik, un hombre joven de treinta y cinco años, que ya estaba seriamente enfermo, murió durante la batalla; Al-Masluk pereció ahogado cuando intentaba escapar; y el rey Sebastián se dio por desaparecido, pues su cuerpo no pudo ser identificado en el campo de batalla.[4]

El rey Sebastián murió en la batalla[5]​ y gran parte de la nobleza portuguesa cayó prisionera, por cuyas vidas se exigió un gran rescate, lo que acabó prácticamente con el tesoro de Portugal.

El cadáver del rey fue recuperado del campo de batalla[6]​ y sepultado inicialmente en Alcazarquivir;[7][8]​ en diciembre de ese mismo año fue entregado a las autoridades portuguesas en Ceuta, donde permanecería hasta 1580, fecha en que sería trasladado al monasterio de los Jerónimos de Belém para su entierro definitivo.[9]

Sin embargo, en la misma noche de la batalla, un grupo de soldados portugueses supervivientes llegó a Arcila buscando refugio, y para conseguir que la guardia les franquease la entrada en la ciudad fingieron que Sebastián venía con ellos, lo que provocó que entre el pueblo se propagase el rumor de que el rey seguía vivo.[8]

Sebastián entró en la leyenda como un gran patriota, el "rey durmiente" que retornaría para ayudar a Portugal en sus horas más difíciles, dando lugar al movimiento místico-secular llamado Sebastianismo (con ciertos parecidos con la leyenda inglesa del Rey Arturo o la alemana de Federico Barbarroja). Durante el periodo de unión con España, entre 1580 y 1640, cuatro pretendientes afirmaban ser el rey Sebastián; el último de ellos, que en realidad era un italiano, fue ahorcado en 1619.

En el Archivo General de Simancas se conserva el proceso del "Pastelero de Madrigal", o Proceso de Madrigal. Este proceso fue declarado materia reservada y secreto de Estado por el duque de Lerma el 23 de septiembre de 1615, con lo que no pudo ser investigado hasta que, a mediados del siglo XIX, se levantó el secreto procesal.

Su muerte sin descendientes provocó que su trono fuese ocupado por su tío-abuelo Enrique I, cuya muerte también sin herederos en enero de 1580 abrió la crisis sucesoria que desembocaría en la cesión de la corona portuguesa a Felipe II de España.




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